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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

La Sombra Del KASHA (30 page)

BOOK: La Sombra Del KASHA
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—Yo no podría vivir en Osaka. No puedo digerir la comida ni tampoco a los Hanshin Tigers
[8]
—masculló Funaki.

—Me preguntaba si podría pedirte otro favor —soltó Honma.

—Déjame ver. Una copia del registro familiar de Kyoko Shinjo —dijo Funaki con una sonrisa.

—Exacto.

—No es mucho pedir si partimos de la dirección que aparece en el archivo de Roseline. —Ya, pero…

—Sigues queriendo que guarde todo esto en secreto, ¿eh? De acuerdo. —Cerró la mandíbula con fuerza, como dándole algo de dramatismo—. En realidad, es un caso muy difícil. Si lo hacemos oficial en este punto, puede que nos saquen a patadas del mismo. Quién sabe, quizás ni siquiera lo cataloguen como caso de desaparición.

Esta vez fue Honma quien dio su golpe magistral.

—Porque tendrán otro caso, uno más acuciante, ¿verdad?

—¿Qué te hace pensar eso?

—Esa es la razón por la que quiero mantenerlo en secreto algo más de tiempo —dijo Honma, bajando la mirada—. Venga, ni siquiera tenemos un cadáver. Puede que nos echen en cara la falta de pruebas que demostrarían que Shoko Sekine está muerta. Ahí se acabaría todo.

—¿Crees que puede estar viva?

—Casi tengo la certeza de que no.

—Ahí te doy la razón.

—¿Pero cómo deshacerse de un cuerpo?

De repente, Funaki dio un sobresalto.

—¡Eso es! Demasiado peso para una sola mujer. Así que quizás pidiera ayuda a algún amigo.

—Yo creo que esa mujer trabajó sola desde el principio hasta el final. No tengo ninguna razón en particular para decirlo, sólo es un presentimiento.

Había demasiados detalles que la perfilaban como una francotiradora. Una férrea fuerza de voluntad, una puntería perfecta. La completa falta de emoción que había demostrado al esfumarse de la vida de Jun Kurisaka, y probablemente de la de Wada en el pasado. El poco reparo en deshacerse de cualquier exceso de equipaje.

Honma pensó que quizás fuera eso, su soledad, lo que la había empujado a convertirse en otra persona. Si hubiera tenido cerca a una buena amiga en la que confiar, no habría llegado a tal extremo; habría resuelto sus problemas como Kyoko Shinjo. Un nombre que tan sólo existía cuando alguien más lo pronunciaba. Si alguien se hubiera preocupado por ella, jamás habría dejado su nombre por el camino, como un viejo neumático.

—¿Nada de cómplices? Entonces eso significa… —Funaki siguió los ojos de Honma. En la cocina, acomodado en un rinconcito cerca de la encimera, había un portacuchillos. Cuchillos para pelar y cortar verduras y pescado. Cinco hojas diferentes, dispuestas en un bloque de madera. Isaka lo había traído. Era algo maniático con los utensilios de cocina.

Funaki no dijo nada.

—Voy a indagar en este aspecto —sentenció Honma—. Echaré un vistazo en la hemeroteca y le pediré a un reportero que conozco que también lo compruebe. No todo es competencia de la policía.

—Será fácil dar con algún dato. Es un tema muy jugoso —coincidió Funaki, frotándose la barbilla—. Cadáveres sin identificar.

A la tarde siguiente, apareció Tamotsu Honda.

Llevaba unos vaqueros que habían adoptado un tono azul claro tras varios lavados, y un jersey artesanal sobre una camisa blanca de algodón. Cuando se quitó su pesada chaqueta de lana y extendió la mano para colgarla en el perchero que había tras la puerta, Honma reparó en que habían descosido los botones de repuesto que suelen disponer en el forro, sin casi dejar marca. Estaba claro que Ikumi era una perfecta ama de casa. Chizuko también lo era. Cuando compraba ropa nueva, descosía los botones de repuesto y los guardaba en el costurero, alegando que dejarlos pegados al forro sólo acabaría estropeando la tela. Toda la ropa que Honma había comprado desde la muerte de su mujer aún llevaba esos botones. Por alguna razón se negaba a quitarlos.

Tamotsu, incómodo, se detuvo en la entrada. Honma tuvo que insistir mucho hasta que finalmente tomó asiento. Tras un breve silencio, colocó sobre la mesa la bolsa de una conocida panadería.

—Lo he traído para… Para su hijo.

«Sin duda, idea de su mujer», pensó Honma cuando le dio las gracias.

Estaban a punto de empezar a hablar cuando Isaka reapareció. Venía de comer en su casa.

—El joven Tamotsu está a punto de ser padre por segunda vez —explicó Honma cuando los hubo presentado.

—Eh, tengo veintiocho años.

Isaka sonrió con un placer evidente, antes de espetar:

—Shoko Sekine también tenía veintiocho años, ¿verdad? Sin embargo, la vida de la joven fue tan distinta a la suya, Tamotsu.

Era la primera vez que éste último escuchaba a alguien referirse a Shoko en el pasado, y parecía muy conmocionado.

—¿Cuándo ha llegado a Tokio? —se apresuró a preguntar Honma.

—¿Hum? Ah, ayer.

Antes de marcharse de Utsunomiya, Honma había encargado a Tamotsu recoger toda la información que pudiera sobre la vida de Shoko antes de su desaparición. Lo que consiguieran averiguar a partir de ahí serían sólo suposiciones.

—Tengo bastantes cosas —explicó Tamotsu, abriendo su mochila.

Isaka puso una cafetera y apartó una silla para sentarse.

Tamotsu extrajo un pequeño cuaderno y lo colocó abierto sobre la mesa.

—Ikumi me dijo que apuntara todo lo que averiguara.

—Mm, buena idea. Carraspeó antes de empezar.

—Una antigua compañera de colegio me dijo que se había topado con Shoko una vez, hace unos dos o tres años. Al parecer, iba vestida algo llamativa, no sabía por qué.

—Quizás estuviera trabajando en el Lahaina.

—No recordaba la fecha exacta. Tan sólo pudo decirme que ocurrió hacía unos dos o tres años. Comentó que cargaba con media sandía, por lo que tendría que ser en verano.

Según la experiencia de Honma, aquello era mucho más de lo que normalmente recordaba la gente.

—Shoko parecía feliz, pero llevaba demasiado maquillaje. Esta compañera ya había oído los rumores que circulaban, así que soltó: «Tiempos difíciles, ¿eh?». A lo que Shoko respondió: «Sí. Supongo que sí».

—Qué más puedes responder cuando te reencuentras con un viejo amigo en un momento adverso de tu vida —comentó Isaka como si supiera bien de qué hablaba.

Tamotsu prosiguió:

—Supuse que era buena idea preguntar lo que había ocurrido tras la muerte de la madre de Shoko, así que busqué a las personas que habían asistido al velatorio o al entierro. Pensé que me llevaría mucho trabajo, pero no fue para tanto. Pocas personas aportaron datos interesantes; la mayoría era gente mayor.

Aprovechó para preguntar por Shoko y, después, si reconocían a la mujer de la fotografía.

—El velatorio no tuvo lugar en Akane Villa, ya que la mujer del arrendador se opuso. Alquilaron un local que quedaba a cinco minutos en coche. Los vecinos echaron una mano a Shoko con los preparativos. —Tomó un sorbo de café mientras se remitía a las páginas anteriores del cuaderno—. A la mayoría se le pasó por la cabeza lo mismo que a mí. Que Shoko parecía muy afectada. Algunos comentaron lo de su tinte rojo, que «no era el lugar ni el momento», cosas por el estilo.

—La gente se vuelve muy tradicional en las bodas y funerales —explicó Isaka.

—Ni que lo diga. En fin, nadie había visto a la mujer de la fotografía, aquella que se hace pasar por Shoko. Comentaron que una joven que no habían visto nunca apareció por allí para dar el pésame. Aquello atrajo el interés de muchos.

Honma asintió. Hay ciertas personas que sólo asisten a los entierros para enterarse de los detalles más escabrosos.

—Pero… —Tamotsu se rascó la nariz—. Hubo una persona que la reconoció. —Honma e Isaka se inclinaron hacia delante—. Y lo gracioso de la historia —dijo con un atisbo de sonrisa— es que se trata de mi propia madre.

—¿Su madre? —Los ojos de Honma se abrieron de par en par.

—Sí, y eso que yo ni le pregunté. Fue ella quién lo comentó de pasada. Dijo que había oído en la peluquería que alguien andaba por la ciudad en busca de Shoko.

Debía de haberse pasado por la peluquería de Kanae Miyata, la esteticista a la que Honma había prestado la fotografía de Kyoko Shinjo, a la que por entonces, se refería como «la falsa Shoko». Le alegraba saber que aquella mujer le había dado buen uso a la foto.

—¿En el Salón L'Oréal?

—¿Cómo? ¿Usted lo sabía? —Tamotsu estaba impresionado—. La señora Miyata, la peluquera, le enseñó la foto.

«¿Y su madre identificó a la mujer?»

—Suele fallarle mucho la memoria. Pero es increíble la cantidad de detalles que puede recordar en cuanto huele algo sospechoso. Al parecer, cuando mi abuelo murió, el sacerdote que ofició la ceremonia no podía estarse quieto. Mi madre dice que recuerda que tenía un lunar en el cuello. El mismo sacerdote acabó malversando dinero de la parroquia para escaparse con una mujer. Fue todo un escándalo. Lo siento, no sé por qué estoy contándoles todo esto.

—No, está bien. Entiendo lo que quiere decir: su madre tiene una especie de sexto sentido para esas cosas.

Tamotsu asintió con la cabeza.

—Pues bien, dice que vio a esa mujer una vez cuando salía de la peluquería.

—¿Cuándo? ¿Sobre qué fecha?

—Bueno, al principio no parecía recordar muy bien la fecha —explicó—. Pero ocurrió mientras se preparaba para la ceremonia conmemorativa de la muerte de la señora Sekine, al cuadragésimo noveno día de luto. Así que lo comprobó en un calendario y vio que era domingo. El 14 de enero de 1990.

—Espere, repita eso…

—Verá, Shoko no tenía parientes. Así que todos los vecinos asistieron a la ceremonia del cuadragésimo noveno día
[9]
. Yo tenía un trabajo urgente que no podía aplazar, por lo que mi madre fue en mi lugar. Y bueno, tenía que estar presentable, así que fue a la peluquería. Cuando salió del recinto, vio a aquella joven mujer, plantada al otro lado de la calle, frente al Akane Villa. Y le dijo: «Hola. ¿Puedo ayudarla en algo?». Pero la mujer echó a andar. Aquello debió de sorprender a mi madre, porque fue tras ella, gritando: «Oiga, espere. ¡Espere un momento!». No pudo alcanzarla porque iba muy rápido. Aún recuerda su rostro, dice que era tan hermosa como una actriz de cine.

Honma esbozó un calendario en su mente. La ceremonia del cuadragésimo noveno día fue celebrada el 14 de enero de 1990. No habían pasado exactamente cuarenta y nueve días desde la muerte de la señora Sekine, el 25 de noviembre de 1989, pero era posible que hubieran elegido el primer domingo tras las vacaciones de Año Nuevo. Diez días más tarde, Shoko Sekine acude al abogado para asesorarse sobre el dinero del seguro de su madre; es probable que el coste del entierro pesara en su mente. Kyoko Shinjo deja su puesto en Roseline el 31 de diciembre de 1989 y se prepara para dar el gran salto. Quizás se pasara por Utsunomiya una vez, para comprobar cómo iban las cosas.

—¿Dónde se celebró la ceremonia? —preguntó Isaka.

—En el templo donde guardaban las cenizas de la señora Sekine.

Isaka se frotó las cejas.

—Pero cuando una esposa mucre, ¿no suelen ponerla junto a su marido, en la misma tumba?

—Así es.

Tras una breve pausa, Honma intervino:

—¿Quiere decir que su marido tampoco descansaba en un féretro? ¿Qué no podían permitírselo?

Tamotsu negó con la cabeza.

—No. Era el tercer hijo de una gran familia, por lo que no tuvo mucho dinero con el que empezar. Y murió cuando Shoko tan sólo era un bebé. Las cosas ya eran complicadas por aquel entonces, así que…

—Así que —siguió Isaka, como si leyera la mente del joven— cuando la señora Sekine acudió a la familia de su marido para pedirles que la ayudaran a comprar una parcela, le dieron con la puerta en las narices. Es este tipo de familia, ¿verdad? Todo para el primogénito, los demás que se busquen la vida.

—Más o menos. Fue por esa razón por la que tuvo que dejar las cenizas de su marido en el templo, donde han permanecido todo este tiempo. Cada cinco o diez años, hacía una pequeña ofrenda al templo, pero no era suficiente para una parcela.

—Y al final, los restos de la señora Sekine acabaron descansando en el mismo lugar.

—Exacto. Aquello destrozó el corazón de Shoko. Juró que algún día vería a los suyos descansar en una tumba. Pese a que por aquel entonces, ya estuviera hasta el cuello de deudas.

—Y aparte de su madre —dijo Honma, redirigiendo la conversación hacia la foto— ¿nadie más vio a aquella mujer?

Tamotsu se encogió de hombros.

—Me temo que no. La señora Miyata dice que siente mucho no haber averiguado más.

«No tiene que disculparse por nada», pensó Honma. Los testigos de los crímenes más horribles suelen recordar pocos detalles, pero la pregunta de Honma era bastante sencilla «¿Ha visto alguien a esta preciosa mujer que, aparte de ese rasgo, es más bien corriente?» y encontró respuesta en el Salón L'Oréal.

Shoko Sekine y Kyoko Shinjo. Dos mujeres conectadas sólo por la base de datos de Roseline. Juntas de nuevo, en un lugar completamente diferente, en la ciudad natal de Shoko, durante la ceremonia conmemorativa de la muerte de su madre.

—En realidad, hemos identificado a la mujer que estamos buscando —dijo Honma.

Tamotsu se encogió. Lo que sólo había sido una idea, ahora cobraba vida. La sustituta de Shoko ya no era un fantasma sino una persona de carne y hueso. Había temido la llegada de aquel momento.

—¿Y quién es? ¿Cómo conoció a Shoko? —Si resultaba ser amiga de Shoko, alguien en quien ella hubiera confiado, Tamotsu no estaba seguro de cómo reaccionaría.

—Una completa extraña.

Tamotsu escuchó con atención. No dejaba de morderse el labio y seguía con la mirada agachada. Cuando Honma hubo acabado, los tres hombres enmudecieron. Entonces, Isaka se levantó para llevarse las tazas de café, sólo por romper el hielo.

Tras unos minutos, Tamotsu dijo:

—Pero a Shoko sólo le interesaban sus asuntos.

—Eso es.

—Si quería algo bonito, se compraba un conjunto de ropa interior sexy. Incluso yo puedo entenderlo. Ikumi apenas se compra ropa nueva, pero dice que no le importa siempre y cuando se sienta preciosa sin ella.

—Shoko siempre cumplía a tiempo con sus pagos a Roseline, mediante giro postal. Una buena cliente, eso dijeron.

«Una buena cliente», Tamotsu repitió las palabras en voz baja, apretando los puños.

«Un poco tarde para protegerla ahora», pensó Honma. Pero, ¿y él? ¿Qué hacía empeñándose en buscar a Kyoko Shinjo en lugar de cerrar el caso? ¿Tendría que ver con la rutina del oficio? ¿O con una curiosidad morbosa? Fuera cual fuese la razón, quería conocer a la tal Kyoko Shinjo. Oír su voz. Escuchar lo que tenía que decirle cuando le preguntara: «¿Por qué lo hiciste?».

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