De allí, Nicolás, la dificultad de tomar decisiones sobre la base cierta de lo verdadero o lo falso. Los militares, por fortuna, actuamos de acuerdo con un código que dicta nuestra conducta. Hasta cierto punto, sin embargo. Porque incluso cuando se sigue al pie de la letra el código escrito, la paradoja de la mentira es que lo que se dice sólo es cierto si no es verdadero.
Esto es lo que quiero que entiendas, Nicolás, en esta carta que confiesa mi mentira sólo para justificar mi verdad.
Quizá el criterio para decir la verdad es una pregunta.
—Si la digo, ¿causo daño o causo alivio?
La verdad de la mentira es que significa algo. Lo que no significa nada no puede ser ni siquiera falso. Por eso lo que la verdad significa es sólo una parte de lo que la verdad oculta. La mitad de la verdad es mentira. La mitad de la mentira es verdad. Porque cuanto decimos y hacemos, Nicolás, es parte de una relación que no puede excluir a su contrario. Puedo afirmar como intelectual, por ejemplo, que todo lo creado es verdadero. Incluyendo a la mentira.
Como militar, no puedo darme ese lujo. Sólo admito la verdad como coherencia, como conformidad con las reglas que nos rigen. Pero aun obedeciendo la regla al pie de la letra —es decir, como la establece el reglamento—, tengo en mi alma una duda, un secreto, una fractura. La verdad no se reduce a lo verificable. La verdad es el nombre de una correspondencia entre yo y otra persona. Esa correspondencia hace relativa mi verdad.
Dale la vuelta al guante y proponte estos argumentos a partir de la pregunta opuesta:
¿Cuándo se justifica la mentira?
¿Cuándo, en vez de dañar, alivia?
Cada existencia es su propia verdad, pero siempre en correspondencia con la verdad del otro. Y cada mentira puede ser su propia verdad, si la protege la veracidad suprema del otro, que es su vida...
Cuando naciste en una clínica de Barcelona (no en Marsella, como creía la malograda Paulina Tardegarda) el 12 de diciembre de 1986, yo estaba estacionado en la Zona Militar de Ciudad Juárez, muy lejos de tu madre. Ella ya estaba casada, pero era sabido que su marido era impotente y su viejo amante, inválido. Su hijo tenía que ser, pues, de un tercer hombre. La trataron según la tradición de la alta sociedad mexicana, como si fuera una muchacha embarazada y soltera. Tuvo su hijo en una maternidad de monjas de Sarriá.
Yo no podía estar con ella. Era muy jovencito. Más cobarde que irresponsable. Y más enamorado que irresponsable. Estaba sujeto a la disciplina militar en Chihuahua. Fue mi excusa. Fue mi cobardía. Debí estar al lado de tu madre en Barcelona, recogerte, hacerte mío desde el primer día... Júzgame, condéname, pero déjame reponer contigo todo el tiempo perdido, torcerle el cuello al destino y recuperar hoy lo que pudo ser y no fue entonces...
La familia de tu madre era sumamente peligrosa. Controlaba la frontera norte, de Mexicali a Matamoros. Los Barroso, Leonardo Barroso y su descendencia, que incluye a su nieta María del Rosario Barroso Galván. Ahora sólo Galván como su madre, de tanto que le repugnaba el nombre de su padre y de su abuelo, el viejo Barroso que convirtió a tu madre Michelina Laborde en algo más que su amante. En su esclava sexual. Su odalisca encarcelada. La casó con su propio hijo, un chico sensible, tímido, decían que un poco tonto, cucho y acomplejado. Mala sangre. No tocaba a Michelina. Vivía aislado en el campo, en un rancho rodeado de liebres y de pacuaches, esos "indios borrados" de Chihuahua. Leonardo Barroso el Viejo se guardó para sí a esa muchacha de belleza espléndida, tu madre, Nicolás, más sometida que nunca a los millones de los Barroso después de un atentado contra el viejo en el puente internacional entre Juárez y El Paso.
Lo dieron por muerto. Sólo quedó parapléjico, inutilizado de la mitad inferior del cuerpo, condenado a vegetar en una silla de ruedas, igual que su hermano mayor y líder comunista, Emiliano Barroso, ¡qué justicia poética! Leonardo inválido, pero en una silla de ruedas, conservando en la cabeza toda su energía perversa, concentrada más que nunca en humillar a su hijo, despreciar a su esposa y encadenar a su amante. Tuvo vástago de una primera unión de la mujer de Leonardo, un segundo hijo, Leonardo Junior. Este adoptado fue el padre de tu amiga María del Rosario. Y era tan siniestro que empezó a empujar a tu madre a un segundo amasiato con su hijastro para poderlos espiar y sentir emociones vicarias...
¿Cómo no iba tu madre Michelina a buscar y encontrar el alivio primero y la pasión en seguida en un oficial joven, apuesto, como lo era yo hace treinta y cinco años...?
Quiero que lo entiendas, quiero que lo sepas, quiero que te preguntes, ¿hasta qué punto la separación puede más que la presencia? ¿Por qué nos inflama de pasión la ausencia hasta enloquecernos?
Y por el contrario, ¿hasta qué punto las conveniencias sociales nos obligan a abandonar la luz del amor y perdernos en la noche, la suciedad y el vicio? Y finalmente, ¿por qué el justo medio de estos extremos de la pasión —el hambre de presencia, el vicio de abandono— acaban encontrando un maligno término medio en el olvido? O peor, en la indiferencia.
Michelina Laborde no podía regresar al seno de los poderosos Barroso, que eran alguien, con el hijo de un nadie que era yo. Regresó a la frontera con su secreto guardado por todas las convenciones de la familia. Había estado "de vacaciones" en Europa. Comprándose ajuares. Visitando museos.
No la volví a ver. Murió poco después. Yo creo que murió de melancolía y de esa nostalgia de lo imposible que a veces nos invade porque sabemos que lo que deseábamos pudo ser posible.
Tú fuiste entregado a una familia catalana, los Lavat, a la que los Barroso dotaron de una suma para tu educación que jamás usaron para educarte, sino para medrar mediocremente y enviarte a la calle y al crimen, tu verdadera escuela, Nicolás, iniciada de niño en Barcelona y continuada en Marsella, a donde los Lavat se mudaron cuando tenías diez años, como trabajadores migratorios...
Y sin embargo, algo en ti, acaso esa nostalgia de lo imposible, te impulsó desde joven al riesgo pero también a la agudeza mental, a la ambición, a ser más de lo que eras, como si tu sangre clamara por una herencia oscura, inevitable, soñada como algo extrañamente luminoso. Apenas entrevista, ¿no es cierto? Te formaste a ti mismo en la miseria, en la calle, en el crimen, en la disciplina secuestrada a la necesidad de sobrevivir, en la íntima convicción no sólo de que ibas a ser alguien, sino de que ya eras algo, un desheredado, un niño despojado de su linaje. Algo. Hijo de algo. Hidalgo.
No fuiste un criminal ciego. Fuiste un niño perdido con los ojos abiertos a un destino diferente, no fatal, sino creado en partes iguales por la herencia que desconocías y el porvenir que anhelabas.
No es que yo te hubiera olvidado, hijo. Te ignoraba. Sabía que mi linda Michelina tuvo un hijo en Europa. Cuando regresó a Chihuahua, alcanzó a mandarme una nota garabateada:
Tuvimos un hijo, mi amor. Nació el 12 de diciembre de 1986 en Barcelona. No sé qué nombre le pusieron. Quedó en manos de unos obreros, eso lo sé. Perdón. Te amaré siempre, M.
Encontrarte era buscar la proverbial aguja en el pajar. Privó mi ambición profesional. Mi carrera dentro del Ejército. Mis puestos dentro y fuera de México, hasta llegar a la agregaduría militar en París, con jurisdicción sobre Suiza y Benelux. Fue entonces cuando me pusieron en la mesa el caso de un joven que se decía "mexicano" y que había sido encarcelado en Ginebra por supuesta conspiración con una banda de asaltantes de banco.
Te visité en la cárcel de Ginebra. Llevabas el pelo largo. Me detuve alucinado. Estaba viendo a tu madre con cuerpo de hombre. Más moreno que ella, pero con el mismo pelo negro, lacio, largo. La simetría perfecta de las facciones. Un rostro clásico de criollo. Piel con sombra mediterránea, oliva y azúcar refinada. Ojos largos, negros (verdes en tu caso: mi aportación), ojeras, pómulos altos, aletas nasales inquietas. Y ese detalle que es como un sello de maternidad, Nicolás. La barba partida. La honda comilla del mentón.
¿Quién sino yo se iba a fijar en esos detalles? ¿Quién sino tu padre? ¿Quién sino el amante desvelado de tu madre, ganando horas memorizando su rostro dormido?
Te interrogué tratando de mantener la compostura. Até cabos. Tú eras tú. La fecha de nacimiento, el aspecto físico, todo concordaba. Declaré que eras mexicano y pagué la fianza. Me hice cargo solemnemente de ti, pero te pedí —como pago por mi testimonio— una etapa de estudios en la Universidad de Ginebra. Pero los suizos son perros de presa. Te expulsaron porque tus documentos anteriores eran falsos.
Intervine una vez más, jalado por el corazón pero tratando de mantener la cabeza fría. Ya ves. Nunca he querido comprometer mi posición. ¿No es mejor así, a fin de poder ejercer influencia? Te llevé conmigo a París, te inscribí como oyente en la ENA, te recomendé leerlo todo, saberlo todo sobre México, pasamos horas en vela, tú oyéndome contarte qué era nuestro país, historia, costumbres, realidades económicas, políticas, sociales, quién era quién, locuciones, canciones, folklore, todo.
Entre lo que te conté y lo que leíste, regresaste a México más mexicano que los mexicanos. Ese era el peligro. Que se notara demasiado tu mimesis. Te envié cinco años a Ciudad Juárez, a la frontera. Pergeñé con las autoridades los documentos del caso para hacerte nacer en Chihuahua en vez de Cataluña. Queda inscrito en el registro civil de Ciudad Juárez: hijo de padre mexicano y madre norteamericana. Los documentos de tus falsos padres también fueron fáciles de confeccionar. Ya sabes que en México todo lo puede la mordida. Nadie avanza sin transa.
Cuando llegué a la Secretaría de la Defensa Nacional con el Presidente Lorenzo Terán, me sentí seguro y te mandé llamar, te puse a circular, te envié con recados míos a las diferentes Secretarías de Estado, sobre todo a la de Gobernación. Allí conociste a María del Rosario Galván. Lo que siguió era inevitable. María del Rosario no resiste a un chico guapo. Y si además cree que lo puede formar políticamente, el ligue se vuelve inevitable. Ella es por naturaleza una Pigmalión con faldas.
Ella sabía que el Presidente padecía de una leucemia incurable. Yo, como encargado de la seguridad nacional, también.
Obligatoriamente. Cada uno hizo su juego. Ella te hizo creer que apostaba por ti para Presidente. Ya sabes la verdad. Sí, Presidente pero Provisional al morir Terán para preparar la elección de Herrera. Para ello había que eliminar a todo un reparto. "Los sospechosos de siempre", como dicen en las películas. Tácito de la Canal, César León, Andino Almazán, el general Cícero Arruza. Había que deshacer el complot del ex-presidente veracruzano y su secreto prisionero del Castillo de Ulúa. Había que vencer los accidentes sentimentales de la llorona del puerto, Dulce de la Garza. Y nada más fácil, imagínate, que neutralizar a las mujeres, peligrosamente simples y enamoradas como Dulce de la Garza, estúpidamente intrigantes y vulgarmente licenciosas como Josefina Almazán, o inteligentes, demasiado inteligentes para su propio bien, como Paulina Tardegarda, de quien, te lo aseguro, no se volverá a saber más. Detalle personal y quizás hasta romántico: sólo un tiburón puede frecuentarla en el fondo del Golfo de México, con su caja de seguridad atada con cadenas a las patas. Pues como solía decir mi general Cícero Arruza,
—¡Aguas con las viejas!
Pues agua no le faltará a tu sospechosa amiga Paulina Tardegarda, dueña de demasiados secretos que te convertían peligrosamente en su chantajeado. Aprende a desconfiar. Vamos, desconfía de mí mismo, Nicolás, de tu propio padre. Y no llores por Paulina. Se la comerán los tiburones del Golfo. Pero su corazón va a sobrevivir. La ventaja de un corazón envenenado es que se vuelve inmune al fuego y al agua. Si te consuela, piensa que el corazón de la Tardegarda va a sobrevivir como un capullo de sangre en el fondo del mar.
Quedan cabos sueltos, hijo mío, no lo olvides. Tu protegido Jesús Ricardo Magón está tan desilusionado de todo que no le quedan arrestos anarquistas ni homicidas. Lo hice expulsar del país con cargos de narcotraficante. Está en una prisión en Francia, donde fue detenido al descender del avión por elementos de la Surété ligados a mí. No te preocupes. Le pagué el viaje en primera clase. Los padres don Cástulo y doña Serafina creen que estudia en Europa. ¡Es tan joven! Me agradecen la "beca" que, por órdenes tuyas, le di. La señorita Araceli cuenta con una suscripción de por vida a la revista
Hola!
Se ha casado (la he casado) con Hugo Patrón, feliz de tener una discobar en Cancún.
Y quedan nuestros contrincantes formales, María del Rosario Galván y Bernal Herrera.
Su cálculo es correcto. En comicios democráticos en julio de 2024, Herrera gana. No hay quien se le pare enfrente. Tú mismo estás anulado por tu puesto actual. No puedes sucederte a ti mismo.
Entre tu talento natural y mis orientaciones y enseñanzas, en catorce años, entre tus veinte y tus treinta y cuatro, te armaste de una cultura impresionante. Ahora tengo que darte un consejo. No seas tan precoz. No vayas a enseñar el cobre a base de tanto relumbrón. Ya ves, El Anciano te puso un par de trampas —la guerra de los Pasteles, Mapy Cortés, la conga, pim-pam-pum— pero tú no tenías por qué saber de Mapy Cortés o la Conga. Sí debías tener noticia de la Guerra de los Pasteles. Ten cuidado. No exageres la erudición reciente. No obligues a nadie a rascar tu baño de oro y descubrir que eres de metal más vil. Que no le tengan celos a tu cultura. Modérate. No abuses del crimen. No es excusa. Estamos haciendo lo indispensable para consolidar nuestro poder.
Pero párale allí. Muertitos, sólo los indispensables. Ya ves la mala fama del pobre Arruza. Tanto presumir de sus crímenes y jamás imaginarse que había alguien capaz de superarlo matando a nadie menos que al propio Cícero Arruza. Era indispensable matar a Moro. Te equivocaste enviando al "Mano Prieta" Vidales. Es un hombre vengativo y convencido de que su sucesión dinástica prolongará hereditariamente sus vendettas. Creíste comprometerlo con tu propia culpa mandándolo a Ulúa. No lo creas. Él te puede comprometer a ti. Nos va a dar dolores de cabeza. Hay que pensar cómo lo neutralizamos mejor. A esa víbora hay que darle regalos envenenados. De ahora en adelante, deberemos seducirlo hasta adormecerlo. Tiene sus ventajas el letargo presidencial. Terán no supo aprovecharlo. Tú ve la manera de no pasar por un hombre violento, asegurándote de que tu violencia siempre pase bajo el nombre de “justicia". Y cuídate de que no te llegue nunca la hora de tener que decir la verdad. Pero no pienses, ni por un minuto, que en México ha terminado el tiempo de la violencia...