Dial entró primero, todavía sonriente, seguido por Rose, que cerró la puerta. Rose había visto a Pelati en el Vaticano varias veces pero jamás había hablado con él, más que nada porque no tenían nada en común. Rose estaba dispuesto a darlo todo por la Iglesia sin esperar nada a cambio, en cambio Pelati haría completamente lo opuesto. Aquella mansión era la prueba. A Rose le gustaba dar. A Pelati le gustaba obtener. Y sería así hasta el final.
Pelati los vio entrar en la habitación y pareció volver a la vida. Sus ojos se dirigieron hacia el hombre de rojo que lo miraba fijamente.
—Dígame, señor Dial, ¿quién es su amigo?
—Es el cardenal Joseph Rose, del Vaticano. Ha venido a hablarme sobre su caso y he decidido que podía unirse a nosotros.
—¡Ah! ¿Cómo es eso? ¿No era yo bastante buena compañía para usted?
—De hecho, es al revés. Creía que yo no era una compañía lo bastante buena para usted. Verá, usted habla mucho sobre un secreto del que yo no sé nada, por eso he decidido traer a un experto, alguien que me pueda ayudar a entenderle.
Pelati sonrió abiertamente ante la idea:
—¿Este hombre es un experto? ¿En qué? ¿Cristo?
—No —interrumpió Rose—. Soy un experto en secretos.
—¿Secretos? —gritó Pelati—. ¿Algún secreto en particular? ¿El mío, tal vez?
Rose asintió y se le acercó.
—¡Oh Dios mío! Entonces esto será divertido. Por favor, siéntese, su eminencia. Me encantará escuchar qué es lo que sabe de mí y mi secreto.
—La silla no será necesaria. Le he prometido a Nick que sería breve, e intentaré cumplir con mi palabra.
—Como guste, su eminencia… Yo admiro a los hombres que cumplen con su palabra.
Rose se le acercó un poco más y dijo:
—De hecho, eso es lo que más me incomoda sobre los secretos. Que la gente nunca cumple su palabra, de manera que los secretos nunca son secretos demasiado tiempo.
Pelati asintió, estaba muy familiarizado con el tema.
—Cardenal Rose, ¿por qué me habla de esto? ¿Está tratando de decirme que usted conoce mi secreto de familia? ¿Es eso lo que intenta hacer?
—Al contrario, la verdad es exactamente la contraria. Usted está solo en esto. Nadie más conoce ese secreto. Sólo usted. ¿Me está escuchando? Ni una alma más lo sabe.
Pelati frunció el cejo. No era lo que esperaba.
—¿Y ha venido hasta aquí para decirme eso?
Rose sonrió diabólicamente. Lo habían mandado allí los del Consejo Supremo para proteger a la Iglesia, y pretendía terminar su trabajo.
—No, he venido aquí porque quería ver tu cara cuando te dijera esto… —Sacó una pistola de uno de los pliegues de su vestimenta y le dijo—. Tu secreto muere ahora.
Antes de que Dial pudiera reaccionar, Rose apoyó la pistola contra la cabeza de Pelati y disparó. Un rugido ensordecedor llenó a la habitación, y sangre y sesos salpicaron la pared.
Instintivamente, Dial corrió a quitarle el arma a Rose, pero el cardenal fue más rápido. Rose se retiró a la esquina más lejana de la habitación, apoyó el cañón caliente contra su sien y le ordenó a Dial que permaneciera quieto.
—¡No lo hagas! —gritó Dial—. ¡Por favor no lo hagas!
—Tengo que hacerlo, Nick. Tiene que terminar así.
—¿Por qué? —preguntó mientras una oleada de polis entraba por la puerta—. ¡Dime por qué!
Rose sonrió y antes de apretar el gatillo dijo:
—Porque Cristo es mi salvador.
P
ayne y Jones no oyeron los disparos. Estaban fuera, junto a la piscina, comentando lo sucedido durante la semana cuando el cardenal Rose disparó. El sonido fue ahogado por un helicóptero que estaba suspendido en el aire y todas las sirenas de los coches de policía que se desplazaban por el área.
Después, cuando descubrieron lo sucedido, a Payne le disgustó no haber visto la ejecución de Benito. Eso puede sonar un poco morboso, pero cuando se ha visto morir a tantos hombres buenos, a veces compensa ver la muerte de un demonio. Le parecía que eso contribuía a equilibrar la balanza.
Por otro lado, Payne se daba cuenta de que si hubiera estado dentro viendo todos los fuegos artificiales, se hubiese perdido la sorpresa más grande de todas. Algo tan inesperado que aún no sabía qué pensar de ello.
Sentado entre Jones y el doctor Boyd, Payne miraba fijamente la brillante agua azul, pensando en la religión. Había aprendido más sobre el cristianismo durante los pasados días que a lo largo de todos sus años. Pero tenía sed de más. Por cada pregunta que había sido contestada, diez nuevas surgían en su cabeza. Y cada una de ellas era más complicada que la anterior. Payne le mencionó esto al doctor Boyd, quien argumentaba que era la paradoja de la religión, que cuanto más aprendes, menos sabes.
Entre bromas, Payne dijo:
—¡Joder! Entonces supongo que usted no sabe una mierda comparado conmigo.
Sorprendentemente, Boyd fue el que más se rió de todos.
Payne se volvió hacia Jones, esperaba también una sonrisa de él, pero en lugar de eso, se dio cuenta de que había una mirada perdida en sus ojos, una mirada todavía desconcertada. Las Catacumbas, el manuscrito y el secreto de la familia Pelati eran las piezas de un rompecabezas que todavía no encajaban.
—¿Estás bien? —le preguntó Payne.
Él asintió, aunque Payne sabía que no era así. Algo le preocupaba. Algo gordo. Finalmente, Jones dijo:
—Doc, sólo por curiosidad, ¿Qué fue lo que le pasó a él realmente?
Boyd sonrió abiertamente:
—¿A él? ¿A quién te refieres?
—A Jesús —especificó—. Si Jesús no murió en la cruz, entonces ¿qué le sucedió?
—Ahhh. —El tono sugirió que Boyd llevaba esperando esa pregunta toda la semana—. Yo creo que eso depende de a quién le preguntes. Diferentes expertos tienen diferentes opiniones, aunque algunas de ellas sean un poco locas. La teoría más popular es que Cristo estaba casado y que mandó a su familia a Marsella justo después del juicio de Judea. He leído muchos manuscritos franceses que dicen que todavía hoy existe un linaje en Francia con la sangre real de Cristo.
Ellos también habían oído hablar de esa teoría. Payne sabía que algunos expertos creían que su esposa fue María Magdalena. Claro que no sabía si era verdad o una brillante historia ficticia.
—Entonces ¿crees que Cristo se fue a Francia?
Boyd se encogió de hombros.
—Eso es lo que algunos creen. Otros creen que hubiera sido muy arriesgado. La verdad es que, si Cristo hubiera sido descubierto, toda su familia hubiera sido masacrada al instante.
Jones hizo una mueca de dolor.
—Entonces ¿adonde se fue?
—Según la tradición islámica, se fue hacia el este, donde murió algunas décadas más tarde en una ciudad de la India llamada Cachemira. Otros creen que se fue a Alejandría, en Egipto, donde ayudó a convertir la ciudad al cristianismo. Incluso leí un relato que aseguraba que había sido asesinado en Masada, en el año 74, cuando la fortaleza judía cayó en manos romanas.
Pero ninguna de estas teorías satisfacía demasiado a Jones. Frustrado, lanzó una piedrecilla hacia el fondo de la piscina. Al hundirse, salpicó en todas direcciones.
—En pocas palabras: nadie lo sabe realmente.
—Creo que no.
—Entonces, después de todo lo que hemos pasado, no sabemos todavía nada con certeza.
—De forma segura no… y la verdad es que, probablemente, jamás lo sepamos.
El doctor Boyd se excusó y se dirigió hacia la casa. Su cara aún estaba hinchada y deforme, y la gasa esterilizada no terminaba de resolver el problema. Era el momento de conseguir una bolsa de hielo y una caja de aspirinas.
Payne y Jones vieron cómo se alejaba antes de concentrarse en el helicóptero suspendido en el aire. Al principio creyeron que era un helicóptero de la policía asignado para proteger el terreno. Luego pensaron que tal vez fuera de la prensa, posiblemente paparazzi que trataban de sacar una foto de la escena del crimen. Pero entonces Jones señaló algo. El helicóptero estaba volando a oscuras. No llevaba ninguna luz encendida. Ningún reflector. Luz de cola. Ninguna luz de ningún tipo. Por alguna razón, estaba tratando de confundirse con el cielo oscuro. De ocultarse.
—No creerás que…
Jones asintió. Sabía lo que Payne estaba pensando.
—El segundo helicóptero de Viena.
Antes de que Dante dejara la cantera de mármol, había dado órdenes a sus hombres de que esperaran hasta que el clima se despejara antes de cargar en el siguiente helicóptero lo que habían descubierto en Viena. Después de eso, tenían que viajar hacia la villa, donde él planeaba encontrarse con su padre.
De repente se dieron cuenta de que ese helicóptero no había llegado. Si su teoría era correcta, el piloto todavía estaba suspendido allí arriba, preguntándose qué podía hacer. Jones sonrió.
—Veamos si está dispuesto a reunirse con nosotros.
Payne le hizo una reverencia a Jones.
—Después de ti, mi astuto amigo.
El helicóptero personal de Dante estaba en el helipuerto, en la parte trasera de la finca. Había suficiente espacio para que un segundo helicóptero aterrizase en el jardín. Se trataba de convencer al piloto de que era su mejor opción. Payne sugirió utilizar una lámpara para mandarle un mensaje en Morse, pero Jones pensó en algo mejor. Se subió al helicóptero de Dante y se colocó los auriculares. Unos segundos después ya estaba ladrando las órdenes.
—¿Qué están esperando? —gritó Jones en italiano—. ¡Bajen ahora mismo!
Pasaron treinta segundos antes de que el piloto contestara.
—¿Qué pasa con la policía?
—No están aquí por vosotros. Ha habido un tiroteo en la casa. Dante se está encargando de todo.
El piloto lo consideró un momento antes de encender las luces. Varios minutos después aterrizó justo en mitad del patio trasero.
—¿Ahora qué? —preguntó.
—Descarguen la mercancía y después váyanse de aquí. Los llamaremos si los necesitamos.
Como por arte de magia, un equipo de seis soldados bajó con un montacargas la reliquia y la colocaron en el suelo. Payne y Jones no podían arriesgarse a ser vistos, por lo que permanecieron escondidos dentro del primer helicóptero, aunque probablemente no fuera necesario. Los hombres estaban tan asustados por la poli que ni siquiera se dieron la vuelta para mirarlos. Un minuto después, estaban volando de nuevo. Hacia Roma. O Viena. O a donde fuera que tuvieran que ir. Payne miraba la escena con total incredulidad.
—Ha ido de maravilla —dijo Jones, riéndose—. Espero que no sea una bomba.
Los dos caminaron por el césped, inseguros por lo que podía ocurrir. El cielo estaba oscuro, y la luna parcialmente escondida detrás de unos nubarrones. Había pocas luces en esa parte del patio, pero tampoco pensaban encender ninguna. Ni siquiera una linterna. Aunque Payne casi cambió de idea cuando vio el sarcófago. Era de mármol blanco y estaba decorado con un especie de talla que le recordaba las que salían en el vídeo de María. Con sólo una mirada, Payne supo que contaban una historia (lo comprendió por el diseño) pero su significado era imposible de interpretar en plena oscuridad.
Por un instante, Payne se preguntó si ése era el motivo por el que Dante había llevado a María hasta allí: para interpretar las tallas, para que le ayudara a decidir lo que había que hacer. Pero esos pensamientos desaparecieron rápidamente. Y su atención volvió a centrarse en el artefacto de piedra.
Payne se sentía como un hombre ciego leyendo Braille, moviendo los dedos sobre los diseños antiguos, tratando de entender su narración. Justo entonces, la luna salió de detrás de las nubes, y pudo ver a Cristo en la cruz y al hombre riéndose a su lado. Un grupo de centuriones cargaba un cuerpo hacia una cueva. Luego vio a un hombre que salía de ella. Mientras tanto, Jones, desde el otro lado, describía en voz alta las imágenes que iba descifrando.
Soldados. Un barco grande. Una serie de montañas. La punta de una espada.
Ninguno de los dos sabía exactamente qué significaba todo aquello. Luego se dieron cuenta de que no lo sabrían a menos que fueran a por Boyd o a por María. Pero ¿qué gracia tendría entonces aquello?
Así que decidieron seguir examinando los contenidos por su propia cuenta. ¿Qué daño podrían ocasionarle al sarcófago? Sólo iban a echar un pequeño vistazo al interior, no tardarían ni un minuto. Empujarían la cubierta a un lado, echarían un vistazo, y después la recolocarían. Nadie lo iba a saber. Sería su pequeño secreto.
Estudiaron la construcción de la caja y decidieron que desplazarían la tapa hacia el lado de Payne. Contaron hasta tres, luego empujaron con todas sus fuerzas. La cubierta de la lápida gruñó y se estremeció, después se movió unos diez centímetros a la derecha. Una vaharada de aire antiguo llenó sus fosas nasales, pero no les importó. Ni siquiera un poco.
Estaban demasiado atónitos por lo que habían encontrado dentro.
S
u helicóptero estuvo suspendido en el aire sobre los Archivos durante varios segundos, tiempo suficiente para que Payne y Jones vieran la reconstrucción desde el aire. Habían transcurrido menos de tres semanas desde el incendio, pero la zona zumbaba de actividad. Las máquinas excavadoras cavaban. Los camiones cargaban. Los trabajadores estaban cortando tablas y clavando clavos. Las cosas se veían estupendas, al menos para unos desconocedores como ellos.
Lamentablemente, no podían decir lo mismo sobre el cristianismo.
Payne y Jones se pasaron dos semanas investigando sobre el tema, más que nada para aplacar su curiosidad. Leyeron libros. Hablaron con expertos. Hicieron todo lo que pudieron para contestar las preguntas que les inquietaban. Y muchas de las respuestas los dejaron perplejos.
Por ejemplo, no sabían que el Corán, el libro sagrado del islam, afirma que la crucifixión de Cristo fue simulada. Sí, simulada. Los musulmanes ven a Cristo como un profeta, alguien que debe ser reverenciado de la misma forma que Abraham, Moisés y Mahoma. A Payne y a Jones les sorprendió que el Corán cuestionara la integridad de Cristo. Aun así dice muy claramente que no fue crucificado:
[4,157] Y dicen: Hemos matado al Mesías, Jesús hijo de María, el Mensajero de Alá. Pero no le mataron ni le crucificaron, aunque ellos lo creyeron…
Estas palabras no estaban en un manuscrito escondido o encerrado en el sótano del Vaticano. Son conocidas por mil millones de musulmanes en todo el mundo, y pese a ello, ni Payne ni Jones habían oído hablar nunca sobre una falsa crucifixión hasta que conocieron a Boyd y a Pelati.