La Semilla del Diablo (17 page)

BOOK: La Semilla del Diablo
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* * *

Todos prometieron venir, excepto los Allert, debido al estado de Hutch, y los Chen, que tenían que irse a Londres a hacerle unas fotos a Charlie Chaplin. El barman estaba comprometido; pero conocían a otro que podía venir en su lugar. Rosemary llevó a la tintorería un vestido de noche de terciopelo marrón, acordó una cita con su peluquero, y encargó vino, licores, cubos para hielo y los ingredientes para hacer un
chupe,
cazuela de pescado típica de Chile.

En la mañana del jueves anterior a la fiesta, Minnie vino con la bebida, mientras Rosemary estaba separando carne de cangrejo y colas de langosta.

—¡Qué interesante! —exclamó Minnie, echando un vistazo a la cocina—. ¿De qué se trata?

Rosemary se lo contó, mientras permanecía de pie en la puerta con el frío vaso a rayas en su mano.

—Voy a dejarlo todo en el refrigerador y luego lo guisaré el sábado por la noche —explicó—. Espero a unos amigos.

—¡Oh! ¿Se encuentra con ánimos para dar fiestas? —preguntó Minnie.

—Pues sí —contestó Rosemary—. Son amigos a los que hace mucho tiempo que no vemos. Ni siquiera saben que estoy embarazada.

—Me gustaría echarle una mano, si quiere —se ofreció Minnie—. Puedo ayudarle a fregar platos y vasos.

—Gracias, es muy amable —dijo Rosemary—; pero puedo arreglármelas sola. Será todo a base de aperitivos y habrá muy poco que hacer.

—Puedo ayudarle a quitar los abrigos.

—No, de veras, Minnie. Ya hace bastante por mí.

—Bueno —contestó Minnie—, si cambia de idea dígamelo. Bébase ahora su bebida.

Rosemary miró al vaso que tenía en la mano.

—Ahora no —dijo, y se quedó mirando a Minnie—. En este momento, no. Me lo beberé dentro de un rato y ya le devolveré el vaso.

Minnie insistió:

—Es mejor bebérselo en seguida.

—No tardaré mucho —replicó Rosemary—. Ya le llevaré yo el vaso luego.

—Esperaré y le ahorraré el paseo.

—¡Ni hablar de eso! —contestó Rosemary—. Me pongo muy nerviosa si alguien me ve guisando. Luego tengo que salir y al pasar por su puerta la llamaré.

—¿Va a salir?

—De compras. Y ahora váyase. Es usted demasiado amable conmigo, de veras.

Minnie dio un paso atrás.

—No espere mucho —le advirtió—. Perderá sus vitaminas.

Rosemary cerró la puerta. Fue a la cocina y se quedó un momento con el vaso en la mano, y luego se dirigió al fregadero e inclinó el vaso derramando aquella bebida verde pálido, que formó un remolino y fue tragada inmediatamente por el sumidero.

Acabó el
chupe
, canturreando y sintiéndose complacida consigo misma. Cuando estuvo tapado y guardado en un compartimiento del refrigerador, se preparó su propia bebida, hecha con leche, crema, un huevo, azúcar y jerez. La batió en un jarro tapado y la vertió en un vaso. Tenía un color tostado y su aspecto era delicioso.

—Agárrate, David-o-Amahda —dijo, la probó y la encontró estupenda.

15

Por un momento, después de las nueve y media, pareció como si nadie fuera a venir. Guy puso otro gran pedazo de carbón en la chimenea, luego atizó con las tenazas, y se limpió las manos con su pañuelo; Rosemary salió de la cocina y se quedó inmóvil con su dolor, su peinado recién arreglado y su vestido de terciopelo marrón. El barman, junto a la puerta del dormitorio, estaba haciendo algo con cáscara de limón, servilletas, vasos y botellas. Era un italiano llamado Renato que tenía aspecto de que le iban bien las cosas, y daba la impresión de que atendía el bar sólo como pasatiempo y que lo dejaría todo con sólo que lo fastidiaran un poco más de lo que ya lo habían fastidiado.

Entonces vinieron los Wendell (Ted y Carole) y, un minuto más tarde, Elise Dunstan y su esposo Hugh, quien cojeaba. Y luego Alian Stone, el agente de Guy, con una bellísima modelo negra llamada Rain Morgan, y Jimmy y Tiger, y Lou y Claudia Comfort, y Scott, el hermano de Claudia.

Guy puso los abrigos sobre la cama; Renato mezclaba bebidas rápidamente, pareciendo ahora menos fastidiado. Rosemary fue señalando y diciendo nombres:

—Jimmy, Tiger, Rain, Alian, Elise, Hugh, Carole, Ted, Claudia, Lou y Scott.

Bob y Thea Goodman trajeron otra pareja, Peggy y Stan Keeler.

—Pues claro que no me importa —dijo Rosemary—. No seáis tontos. ¡Contra más vengan, más divertido!

Los Kapp no trajeron abrigos.

—¡Vaya viaje! —exclamó el señor Kapp—. Un autobús, tres trenes y un transbordador. Hace cinco horas que salimos de casa.

—¿Puedo echar un vistazo? —preguntó Claudia—. Si el resto del apartamento es igual de bonito me moriré de envidia.

Mike y Pedro habían traído ramos de brillantes rosas rojas. Pedro, con su mejilla al lado de la de Rosemary, murmuró:

—Hazle que te alimente, nena; pareces un bote de yodo.

Rosemary dijo:

—Phyllis, Bernard, Peggy, Stan, Thea, Bob, Lou, Scott, Carole...

Llevó las rosas a la cocina. Elise vino con una bebida y un cigarrillo, por cambiar de costumbre.

—¡Tienes una suerte! —le dijo—. Vives en el apartamento más grande que jamás he visto. No se cansa una de ver la cocina. ¿Te encuentras bien, Rosie? Pareces fatigada.

—Gracias por tu franqueza —contestó Rosemary—. No me encuentro bien, pero voy tirando. Estoy embarazada.

—¡No! ¡Qué estupendo! ¿Para cuándo?

—Para el veintiocho de junio. El viernes se cumple mi quinto mes.

—¡Es maravilloso! —exclamó Elise—. Y ¿qué te parece el doctor Hill? ¿No es el típico «hombre ideal» occidental?

—Sí; pero no me atiende él —repuso Rosemary.

—¿No?

—Voy a la consulta de un doctor llamado Sapirstein, un hombre mayor.

—¿Para qué? ¡No puede ser mejor que Hill!

—Es muy conocido y es amigo de unos amigos nuestros —explicó Rosemary.

Guy se acercó a ellas.

Elise le dijo:

—Felicidades, padre.

—Gracias —respondió Guy—. ¿Quieres que vaya llevando bebidas, Ro?

—¡Oh, sí! ¡Mira qué rosas más bonitas! Las han traído Mike y Pedro.

Guy tomó una bandeja de galletas y un cuenco lleno de una bebida rosa pálido.

—¿Quieres tú traer la otra? —preguntó a Elise.

—Claro —contestó ésta, tomando un segundo cuenco.

—Estaré fuera un minuto —dijo Rosemary.

Dee Bertillon trajo a Portia Haynes, una actriz, y Joan telefoneó para decir que ella y su acompañante se habían quedado un poco más en otra fiesta y que tardarían media hora.

Tiger dijo mientras besaba a Rosemary y la agarraba por un brazo:

—¡Eres muy reservona!

—¿Quién está embarazada? —preguntó alguien.

—Rosemary —contestó otra voz.

Ella puso un jarrón con rosas sobre la repisa de la chimenea.

—Felicidades —le dijo Rain Morgan—. Me han dicho que estás embarazada.

Puso el otro jarrón sobre la mesita de noche del dormitorio. Cuando salió, Renato le preparó un vaso de whisky con agua.

—Los primeros los hago fuertes —le dijo—, para hacerlos felices. Luego los hago más ligeros para que se mantengan.

Mike vino zigzagueando entre las cabezas.

—Felicidades —le dijo.

Ella le sonrió.

—Gracias.

—Aquí vivieron las hermanas Trench —dijo alguien.

Bernard Kapp añadió:

—Y Adrián Marcato, y Keith Kennedy.

—Y Pearl Ames —dijo Phyllis Kapp.

—¿Las hermanas Trent? —preguntó Jimmy.

—Trench —corrigió Phyllis—. Se comían a los niños.

Pedro afirmó:

—¡De veras que se los comían!

Rosemary cerró los ojos y contuvo la respiración, mientras que el dolor la apretaba más fuerte. Quizá era a causa de la bebida. Y la apartó a un lado.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Claudia.

—Sí, gracias —contestó, y sonrió—. He sentido un retortijón.

Guy estaba hablando con Tiger, Portia Haynes y Dee.

—Es pronto para decirlo —decía—. Sólo llevamos ensayando seis días. Aunque es mejor representada que leída.

—Pues no podía ser representada peor —opinó Tiger—. ¡Oye! ¿Qué le pasó al otro individuo? ¿Sigue ciego?

—No lo sé —respondió Guy.

Portia inquirió:

—¿Donald Baumgart? Lo conozco, Tiger. Es el joven con quien vive Zoé Piper.

—¡Ah! ¿Ese es? —preguntó Tiger—. ¡Vaya! No sabía que fuera alguien a quien yo conociera.

—Está escribiendo una gran obra —añadió Portia—. Por lo menos las dos primeras escenas son estupendas. Realmente queman de rabia, como antes Osborne, antes de que él lo hiciera.

Rosemary preguntó:

—¿Sigue ciego?

—¡Oh, sí! —contestó Portia—. Ya casi han perdido todas las esperanzas. Está viviendo en un infierno mientras trata de ajustarse a su nueva vida. Pero gracias a ello le está saliendo una gran obra. La dicta y Zoé la escribe.

Vino Joan. Su acompañante tenía más de cincuenta años. Tomó a Rosemary por el brazo y se la llevó aparte, con cara de asustada.

—¿Qué te pasa? —le preguntó—. ¿Qué tienes?

—Nada malo —repuso Rosemary—. Estoy embarazada. Eso es todo.

* * *

Estaba en la cocina con Tiger, aliñando la ensalada, cuando entraron Joan y Elise y cerraron la puerta tras ellas.

Elise le preguntó:

—¿Cómo has dicho que se llama tu médico?

—Sapirstein —contestó Rosemary.

—¿Y está satisfecho con tu estado? —inquirió Joan.

Rosemary asintió con la cabeza.

—Claudia me ha dicho que sentiste un retortijón hace poco.

—Siento un dolor —dijo—; pero pronto se me pasará. No es anormal.

Tiger le preguntó:

—¿Qué clase de dolor?

—Un... un dolor. Un dolor agudo. Es debido a que mi pelvis se está ensanchando y mis articulaciones son un poco rígidas.

Elise dijo:

—Rosie, yo he tenido eso... dos veces. Y siempre significaba que a los pocos días me iba a dar un calambre, un dolor por toda esta parte.

—Bueno, cada caso es diferente —dijo Rosemary, removiendo la ensalada con dos cucharas de madera y dejándola caer de nuevo en la ensaladera—. Cada parto es distinto.

—No tan distinto —insistió Joan—. Pareces Miss Campo de Concentración 1966. ¿Estás segura de que ese doctor sabe lo que hace?

Rosemary empezó a sollozar suavemente, como si se hubiera derrumbado moralmente, sujetando las cucharas en la ensalada. Las lágrimas corrían por sus mejillas.

—¡Oh, Dios mío! —dijo Joan, y alzó la vista como pidiendo ayuda a Tiger, quien tocó a Rosemary en el hombro y siseó:

—¡Chiiisss! No llores, Rosemary. ¡Chiiisss!

—Déjala —dijo Elise—. Eso es bueno. Le hará bien. Ha estado toda la noche acongojada por... no sé qué.

Rosemary lloró, y unos surcos negros se le formaron en las mejillas. Elise la obligó a sentarse en una silla; Tiger le quitó las cucharas de sus manos y apartó la ensaladera hasta un extremo de la mesa.

La puerta comenzó a abrirse y Joan corrió hacia ella, la cerró y la bloqueó. Era Guy.

—¡Eh! Déjame entrar —dijo.

—Lo siento —contestó Joan—. Es sólo para mujeres.

—Tengo que hablar con Rosemary.

—No puede; está ocupada.

—Es que tengo que fregar unos vasos.

—Ve al cuarto de baño —ella apretó con el hombro la puerta, sujetándola con todas sus fuerzas.

—¡Maldita sea! ¡Abre la puerta! —le dijo él desde fuera.

Rosemary seguía llorando, había bajado la cabeza y alzado los hombros, con las manos caídas sobre su regazo. Elise, en cuclillas, secaba sus mejillas a cada momento con la punta de una toalla. Tiger alisó su cabello y trató de sujetarle los hombros, dándole golpecitos para tranquilizarla.

Las lágrimas disminuyeron.

—¡Me duele tanto! —dijo. Alzó su rostro para mirarlas—. Temo que el niño se me muera.

—¿Y él? ¿Hace algo por ti? —le preguntó Elise—. ¿Te da alguna medicina, algún tratamiento?

—Nada, nada.

Tiger inquirió:

—¿Cuándo te empezó?

Ella sollozó.

Elise insistió con la misma pregunta:

—¿Cuándo te empezó el dolor, Rosie?

—Antes del día de Acción de Gracias —contestó—. En noviembre.

—¿En noviembre? —repitió Elisa.

Joan, que estaba en la puerta, dijo:

—¿Qué?

Tiger preguntó:

—¿Llevas sintiendo dolores desde noviembre y él no ha hecho nada por ti?

—Dice que se me pasará.

Joan inquirió:

—¿Te ha llevado a otro médico para que te mire?

Rosemary negó con la cabeza.

—Es un médico muy bueno —contestó mientras Elise le secaba las mejillas—. Es muy conocido. Figuró en el
Open End.

Tiger declaró:

—Pues yo diría que es un sádico chiflado, Rosemary.

Elise opinó:

—Un dolor así es una advertencia de que algo no va bien. Siento asustarte, Rosie; pero has de ir a ver al doctor Hill. Ve a alguien además de a ese...

—Ese sádico —insistió Tiger.

Elise prosiguió:

—No puede estar en lo cierto, dejándote que sufras de esa manera.

—No tendré un aborto —dijo Rosemary.

Joan se acercó lo más que pudo desde la puerta y susurró:

—Nadie te ha insinuado que vayas a tener un aborto. Sólo que vayas a ver a otro médico. Eso es todo.

Rosemary tomó la toalla de manos de Elise y se la llevó a sus ojos.

—Me dijo que me sucedería esto —explicó, mirando a la máscara que había dejado en la toalla—. Que mis amigas me dirían que sus embarazos fueron normales y el mío no.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó Tiger.

Rosemary se la quedó mirando.

—Me dijo que no hiciera caso de lo que mis amigas me pudieran decir —declaró.

—¡Pues nos vas a oír! —exclamó Tiger—. Pero ¿qué clase de médico es para dar esos consejos tan arteros ?

Elise dijo:

—Lo único que te decimos es que consultes a otro doctor. No creo que ningún médico de prestigio pudiera objetar a eso, si ello ha de servir para que su paciente se tranquilice.

—Tienes que hacerlo —insistió Joan—. Que sea lo primero que hagas el lunes por la mañana.

—Lo haré —declaró Rosemary.

—¿Lo prometes? —le preguntó Elise.

Rosemary asintió.

—Lo prometo —sonrió a Elise, y a Tiger y a Joan—. Me siento mucho mejor —dijo—. Gracias a vosotras.

—Bueno, ahora tienes muy mal aspecto —dijo Tiger, abriendo su bolso—. Píntate los ojos. Retócate todo.

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