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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (59 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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—Pero vos estáis casado, sir Sparhawk.

—Eso es algo reciente y no tiene nada que ver con lo que sentí por esa joven aristócrata. Preveo que soñaréis vanamente con Ehlana durante mucho tiempo. Todos hacemos lo mismo en tales ocasiones, pero tal vez ello contribuya a hacer hombres mejores de nosotros.

—No iréis a decírselo a la reina. —Berit parecía asustado.

—No, no lo creo. No le incumbe realmente, de modo que ¿por qué iba a contárselo? Lo que pretendo haceros ver, Berit, es que lo que sentís forma parte del proceso de crecimiento. Todo el mundo lo experimenta alguna vez... si es afortunado.

—¿No me odiáis pues, sir Sparhawk?

—¿Odiaros? Oh, no, Berit. Me decepcionaríais si no os despertara tales sentimientos alguna hermosa joven.

—Gracias, sir Sparhawk —dijo, suspirando, Berit.

—Berit, no falta mucho tiempo para que os convirtáis en un caballero pandion hecho y derecho, y entonces seremos hermanos. ¿Qué os parece si os olvidáis de ese «sir»? «Sparhawk» sólo estará bien. Así también reconozco el nombre.

—Como deseéis, Sparhawk —aceptó Berit. Le ofreció la carta.

—¿Por qué no me la guardáis vos? Tengo un gran desorden en las alforjas y no querría perderla. Después, casi rozándose los hombros, ambos se encaminaron a popa para ver si Kurik necesitaba ayuda para manejar el barco.

Echaron el ancla al atardecer y, cuando se levantaron a la mañana siguiente, descubrieron que la nieve y la lluvia habían cesado, aunque el cielo seguía aún plomizo.

—Esa nube está allí de nuevo —informó Berit, acudiendo a popa—. Se encuentra bastante lejos, pero sigue ahí.

Sparhawk miró atrás. Ahora que podía verla con claridad, no le parecía tan amenazadora, mientras que, cuando había sido una vaga sombra que se cernía siempre en el margen de su visión, le había provocado un pavor desconocido. Tendría que cuidarse de no considerarla más que un mero inconveniente porque, en fin de cuentas, todavía era peligrosa. Esbozó una tenue sonrisa. Por lo visto, incluso un dios podía cometer un error e insistir en algo que ya no surtía efecto alguno.

—¿Por qué no la disuelves con el Bhelliom, Sparhawk? —le preguntó Kalten, irritado.

—Porque volvería a formarse. ¿Para qué desperdiciar el esfuerzo?

—¿No vas a hacer nada al respecto entonces?

—Por supuesto que sí.

—¿Qué?

—No hacerle caso.

Hacia media mañana desembarcaron en una playa nevada, llevaron los caballos a la orilla y dejaron el barco a la deriva. Después montaron y se dirigieron al interior.

La ribera oriental del golfo era mucho más árida que las montañas que habían atravesado y las rocosas colinas estaban cubiertas de una capa de fina arena negra, profundamente espolvoreada de nieve en los puntos resguardados. El gélido viento levantaba nubes de polvo y nieve que los engullían en su avance. Cabalgaban entre lo que parecía un perpetuo crepúsculo, con la boca y la nariz protegidas con bufandas.

—Vamos a paso muy lento —observó Ulath, retirando con cuidado la arena que se le prendía en los ojos—. Puede que la decisión de Martel de pasar por Aka haya sido más sensata.

—Estoy seguro de que en el camino de Aka a Zemoch hace tanto frío y hay tanta polvareda como aquí —aseveró Sparhawk. Sonrió levemente—. Martel es un tanto melindroso y detesta enormemente ensuciarse. No sé por qué, la idea de que tenga que soportar que se le cuele un kilo de arena negra mezclada con nieve por debajo de la nuca me resulta estimulante.

—Eso es muy mezquino, Sparhawk —lo regañó Sephrenia.

—Lo sé —reconoció éste—, A veces soy así.

Se refugiaron en una cueva para pasar la noche y, cuando salieron de ella por la mañana, vieron que el cielo estaba despejado, si bien el viento, que había arreciado, agitaba nubes de persistente polvo.

Berit, que era el tipo de joven que se tomaba muy en serio las responsabilidades, se había encargado de ir a explorar los alrededores con la primera luz del día. Mientras los demás se reunían en la boca de la caverna, regresó con una expresión de repulsión en la cara que nadie dejó de ver.

—Hay algunas personas allá, Sparhawk —anunció al desmontar.

—¿Soldados?

—No. Llevan consigo ancianos, mujeres y niños. Tienen algunas armas, pero no parece que sepan manejarlas.

—¿Qué están haciendo? —inquirió Kalten. Berit tosió con nerviosismo y miró en derredor.

—Preferiría no referirlo, sir Kalten, y no creo conveniente que lady Sephrenia los vea. Han dispuesto una especie de altar con un ídolo de barro encima, y están haciendo cosas que la gente no debería hacer en público. Me parece que son simplemente un grupo de campesinos degenerados.

—Será mejor que se lo digamos a Sephrenia —decidió Sparhawk.

—No podría hacerlo, Sparhawk —adujo Berit, sonrojándose—. No podría describir lo que están haciendo delante de ella.

—Generalizad, Berit. No tenéis por qué entrar en detalles. Sephrenia, no obstante, dio muestras de curiosidad.

—¿Qué es lo que hacen exactamente, Berit?

—Sabía que iba a preguntarlo —murmuró en tono de reproche Berit a Sparhawk—. Están... eh... sacrificando animales, lady Sephrenia, y no llevan ropa... con el frío que hace. Se untan el cuerpo con la sangre de los sacrificios y... eh...

—Sí —lo rescató del apuro la mujer—. Conozco ese ritual. Describid a las personas. ¿Tienen aspecto de estirios o más bien de elenios?

—Muchos de ellos tienen el pelo claro, lady Sephrenia.

—Ah —dijo—, entonces ya sé quiénes son. No constituyen ningún peligro en especial. El ídolo, empero, es otra cuestión. No podemos dejarlo detrás de nosotros. Debemos hacerlo pedazos.

—¿Por el mismo motivo por el que tuvimos que romper el que había en el sótano de Ghasek? —preguntó Kalten.

—Así es —torció un tanto el gesto—. No debería decirlo, pero los dioses menores cometieron una equivocación al confinar a Azash en ese ídolo de arcilla que hay en el santuario próximo a Ganda, ya que, pese a que la idea era buena, no tuvieron en cuenta que los hombres pueden reproducir el ídolo y, con la celebración de ciertos ritos, insuflar en las réplicas el espíritu de Azash.

—¿Qué hacemos? —inquirió Bevier.

—Vamos a aplastar el ídolo antes de que concluyan el ritual.

Los desnudos zemoquianos que había en el cañón iban sucios y desgreñados. Sparhawk no había reparado hasta entonces hasta qué punto la vestimenta oculta la fealdad humana. Los adoradores de Azash, campesinos y pastores, a juzgar por su apariencia, se pusieron a chillar aterrorizados cuando los caballeros arremetieron contra ellos. Con confusión que acrecentaba el hecho de que los atacantes fueran disfrazados de zemoquianos, corrían de un lado a otro, bramando con pavor.

De los cuatro hombres, vestidos con toscos hábitos eclesiásticos, que permanecieron ante el altar donde acababan de sacrificar una cabra, tres observaban con estupor e incredulidad a los caballeros, pero el cuarto, un individuo de rala barba y cabeza alargada, movía los dedos y hablaba desesperadamente en estirio. Invocó una serie de apariciones tan ineptamente formadas que inducían a risa.

Los caballeros siguieron, cabalgando, imperturbables, entre las imágenes y el hervidero de gente.

—¡Defended a nuestro dios! —chillaba el sacerdote con los labios salpicados de espuma. Sus parroquianos, no obstante, optaron por la pasividad.

El ídolo de arcilla que reposaba en el rudo altar pareció moverse ligeramente, al igual que una colina distante da la impresión de danzar y oscilar con la calina de una calurosa tarde de verano, y de él emanaron continuas oleadas de malevolencia. El aire se tornó repentinamente glacial. Sparhawk sintió de pronto que le abandonaban las fuerzas y
Faran
titubeó. Entonces pareció que el suelo se hinchaba frente al ara. Había algo que se agitaba bajo la tierra, algo tan espantoso que Sparhawk desvió la mirada con incontrolable repugnancia. El suelo se elevó, y Sparhawk sintió la fría tenaza del miedo en el corazón. La luz comenzó a desvanecerse de sus ojos.

—¡No! —gritó vigorosamente Sephrenia—. ¡Manteneos firme! ¡No puede haceros daño! Se puso a hablar rápidamente en estirio y luego alargó la mano. En ella apareció una radiante esfera, del tamaño de una manzana al principio pero que, al remontarse en el aire, fue creciendo e incrementando su brillo hasta convertirse en una especie de pequeño sol que quedó flotando ante el ídolo, expandiendo una calidez que disipó el frío glacial. El suelo dejó de elevarse y la figura del dios se inmovilizo de nuevo.

—Kurik espoleó su tembloroso caballo y descargó una sola vez su pesada maza El grotesco ídolo se hizo añicos que salieron volando en todas direcciones.

Los desnudos zemoquianos aullaron, presas de absoluta desesperación.

Capítulo 25

—Rodeadlos, Sparhawk—indicó Sephrenia, mirando estremecida a los impúdicos zemoquianos—, y obligadlos a vestirse, por favor. —Dirigió la mirada al altar—. Talen —dijo—, recoge los fragmentos del ídolo. No nos conviene dejarlos aquí.

El chico no expresó ni un asomo de protesta.

No tardaron mucho en poner cerco a aquella multitud. La gente desnuda y sin armas no suele resistirse a las órdenes impartidas por hombres vestidos con cotas de mallas que esgrimen afilado acero. El sacerdote de alargada cabeza, en cambio, continuó gritándoles, pese a lo cual se guardó mucho de darles otros motivos para castigarlo.

—¡Apóstatas! —gritaba—, ¡Profanadores! Invoco a Azash para que...

Sus palabras se prolongaron convertidas en una especie de graznido cuando Sephrenia alargó el brazo y la cabeza de la serpiente se irguió en la palma de su mano, moviendo velozmente la lengua. Se quedó mirando la oscilante imagen del reptil con ojos desorbitados y luego se vino abajo y se humilló en el suelo ante ella.

Sephrenia miró severamente a su alrededor y los otros zemoquianos también se postraron, emitiendo un horrorizado gemido.

—¡Pervertidos! —los recriminó en el corrupto dialecto zemoquiano —Este rito fue prohibido hace siglos. ¿Por qué habéis decidido desobedecer al poderoso Azash?

—Nuestros sacerdotes nos engañaron, temible sacerdotisa —farfulló un individuo de enmarañado cabello—. Nos dijeron que la prohibición de nuestro rito era una blasfemia estiria y que los estirios que había entre nosotros estaban apartándonos del verdadero dios. —No daba muestras de percatarse del hecho de que Sephrenia fuera estiria—. Nosotros somos elenios —afirmó con orgullo—, y sabemos que somos los elegidos.

Sephrenia dirigió una elocuente mirada a los caballeros de la Iglesia y luego volvió a centrar la vista en la chusma de sucios «elenios» prosternados ante ella. Respiró hondo, al parecer con intención de pronunciar una violenta diatriba, pero al final dejó escapar el aire y, cuando habló, su voz sonó con extremo desapego.

—Os habéis desviado de vuestro camino —les dijo—, y por ello sois indignos de reuniros con vuestros compatriotas y participar en su sagrada guerra. Ahora volveréis a vuestras casas. Regresad a Merjuk y a las tierras que se extienden más allá y no os aventuréis más a venir a este lugar. No os acerquéis al templo de Azash, no sea que éste os destruya.

—¿Deberíamos ahorcar a nuestros sacerdotes? —le preguntó esperanzado el desgreñado zemoquiano—. ¿O quemarlos tal vez?

—No. Nuestro dios quiere adoradores, no cadáveres. De ahora en adelante os consagraréis únicamente a los ritos de purificación y de reconciliación y los de las estaciones. Sois como niños y como niños veneraréis. ¡Ahora marchaos!

Alzó el brazo, y la cabeza de serpiente que despuntaba de la palma de la mano se encabritó, hinchándose y creciendo hasta convertirse en un dragón que se puso a rugir y arrojar llamaradas por la boca.

Los zemoquianos huyeron.

—Debisteis haber dejado que colgaran al menos a ese tipo —se lamentó Kalten.

—No —replicó la mujer—. Acabo de ponerlos en la vía de una religión diferente, la cual prohíbe matar.

—Son elenios, lady Sephrenia —objetó Bevier—. Debisteis haberles indicado que practicaran la fe elenia.

—¿Con todos sus prejuicios e incoherencias, Bevier? —preguntó—. No, no me parece conveniente. Los he encaminado a una senda más llevadera. Talen, ¿has terminado?

—Tengo todos los pedazos que he podido encontrar, Sephrenia.

—Tráelos. —Hizo volver grupas a su blanco palafrén y, seguida de los demás, se alejó del burdo altar.

Regresaron a la cueva, recogieron sus pertenencias y volvieron a ponerse en camino.

—¿De dónde eran? —preguntó Sparhawk a Sephrenia mientras cabalgaban entre el penetrante frío.

—Del noreste de Zemoch —repuso ésta—, de las estepas que hay al norte de Merjuk. Son elenios primitivos que no han tenido la suerte de mantener contacto con un pueblo civilizado como la habéis tenido vosotros.

—¿Os referís a los estirios?

—Naturalmente. ¿Qué otro pueblo civilizado existe?

—No os propaséis —la reprendió.

—La inclusión de las orgías en el culto de Azash —señaló, sonriendo, la estiria —forma parte de la estrategia concebida en un principio por Azash. Esto atrajo a los elenios. El propio Otha es elenio y sabe cuan desarrollados están esos apetitos en vuestra raza. Los estirios tenemos perversiones más exóticas. Azash las prefiere en realidad, pero los primitivos de las zonas rurales siguen aferrados a las viejas costumbres. Son relativamente inofensivos.

—¿Qué queréis que haga con los pedazos de ese ídolo? —preguntó Talen, acudiendo a su lado.

—Ve tirándolos —repuso la maga—, un fragmento a cada kilómetro más o menos. Espárcelos con cuidado. El rito se había iniciado y hemos de evitar que alguien reúna las piezas y lo recomponga. Ya tenemos bastante problema con la nube y sólo nos faltaría que el propio Azash viniera detrás de nosotros.

—Amén —acordó fervientemente el chiquillo. Después se hizo a un lado, se irguió sobre los estribos y arrojó un trozo de arcilla a buena distancia.

—Entonces nos hallamos a salvo, ¿no es así? —dedujo Sparhawk—. Ahora que el ídolo está destruido y en cuanto Talen acabe de esparcir sus pedazos...

—No lo creo así, querido. Esa nube sigue ahí.

—Pero la nube nunca nos ha causado un daño real, Sephrenia. Trató de infundirnos temor y melancolía, pero nada más... y Flauta se encargó de contrarrestar ese efecto. Si eso es lo mejor que puede hacer, no representa una gran amenaza.

—No caigáis en un exceso de confianza, Sparhawk —le advirtió—. La nube, o la sombra, como quiera llamársela, es probablemente una criatura de Azash, y ello podría hacer que resultara tan peligrosa como el damork o el Buscador.

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