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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (62 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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La conjetura de Kurik podía haber sido o no correcta, pero, tanto si el constante viento que los había atormentado con la polvareda levantada durante los últimos días había sido natural como si había sido el Bhelliom el que lo había provocado, lo cierto era que ahora se había aplacado, y el aire era claro y frío. El cielo, brillante, semejaba un espejo azul y el sol, duro y definido, los saludaba en el horizonte. Ello, sumado a la visión de la noche anterior, les levantó el ánimo hasta permitirles hacer caso omiso de la negra nube que flotaba en la lejanía tras ellos.

—Sparhawk —anunció Tynian, situando su caballo junto a
Faran
, finalmente he descubierto el misterio.

—¿El misterio de qué?

—Me parece que ya sé cómo decide Ulath los turnos de cocina.

—¿Ah, sí? Me gustaría oírlo.

—Se limita a esperar a que alguien plantee la cuestión, eso es todo. Cuando alguien pregunta a quién le toca, Ulath lo designa para preparar la comida.

—Podríais estar en lo cierto —convino tras rememorar un instante—, pero ¿qué hace si nadie pregunta?

—Entonces Ulath tiene que cocinar. Eso ocurrió en una ocasión según recuerdo. Sparhawk reflexionó un momento.

—¿Por qué no se lo decís a los demás? —sugirió—. Me parece que a Ulath van a presentársele varios turnos seguidos, ¿no creéis?

—En efecto, amigo mío. —Tynian se echó a reír.

Hacia mediodía llegaron a una escarpada montaña de negra roca atravesada por un sinfín de fracturas hacia cuya cumbre ascendía, tortuoso, una especie de sendero. Cuando se hallaban en mitad de la pendiente, Talen llamó a Sparhawk desde atrás.

—¿Por qué no nos paramos aquí? —propuso—. Yo me deslizaré sigilosamente e iré a echar un vistazo.

—Es demasiado peligroso —rechazó su ofrecimiento Sparhawk.

—No seáis niño, Sparhawk. Eso es a lo que yo me dedico. Soy un ladrón profesional. Nadie me verá. Os lo garantizo. —El chico guardó silencio un momento—. Además —añadió—, si encontráis resistencia, vais a necesitar hombres adultos acorazados con acero que os ayuden. Yo no sería muy útil en una pelea, de manera que soy el único que os podéis permitir perder. —Esbozó una mueca—. No puedo creer que yo haya dicho esto. Quiero que todos me prometáis que mantendréis alejada de mí a Aphrael. Creo que la suya es una mala influencia.

—Olvídalo —lo disuadió Sparhawk.

—Imposible, Sparhawk —replicó con descaro el chiquillo, desmontando y echando a correr—. Ninguno de vosotros es capaz de alcanzarme.

—Hace tiempo que se merece una buena azotaina —gruñó Kurik mientras observaban cómo el ágil muchacho subía precipitadamente por la ladera.

—Tiene razón, sin embargo —señaló Kalten—. Él es el único del que podríamos permitirnos prescindir. A lo largo de este viaje ha desarrollado una vena de nobleza. Deberíais estar orgulloso de él.

—De poco me serviría el orgullo a la hora de tener que explicarle a su madre por qué dejé que se expusiera a la muerte.

Sobre ellos, Talen había desaparecido como si lo hubiera tragado la tierra. Unos minutos más tarde emergió de una fisura cercana a la cima de la montaña y regresó corriendo por el sendero hasta ellos.

—Hay una ciudad al otro lado —informó—. Sin duda se trata de Zemoch. Sparhawk extrajo el mapa de su alforja.

—¿Es grande la ciudad?

—Aproximadamente como Cimmura.

—En ese caso debe de ser Zemoch. ¿Qué aspecto tiene?

—Me parece que era algo así lo que tuvieron en cuenta al inventar la palabra «ominoso».

—¿Había humo? —inquirió Kurik.

—Solamente se elevaba de las chimeneas de un par de edificios situados en el centro de la población, que parecían estar conectados entre sí. Uno de ellos tenía muchas agujas y el otro, una gran cúpula negra.

—El resto de la ciudad debe de estar desierto —infirió Kurik—. ¿Habéis estado alguna vez en Zemoch, Sephrenia?

—En una ocasión.

—¿Cuál es ese lugar con tantos pináculos?

—El palacio de Otha.

—¿Y el de la cúpula negra? —La pregunta de Kurik era más bien innecesaria, pues todos conocían la respuesta.

—La edificación con la cúpula negra es el templo de Azash. Él está allí... esperándonos.

Capítulo 26

El disimulo no era una opción practicable, concluyó Sparhawk mientras él y sus compañeros dejaban de lado sus sencillos disfraces para enfundarse las armaduras. Era factible engañar a ignorantes campesinos y soldados de poca categoría, pero habría sido inútil tratar de pasar inadvertidos en una ciudad desierta patrullada por tropas de élite. En última instancia, se verían obligados a recurrir a la fuerza de las armas y, en aquellas circunstancias, lo mejor era llevar la armadura al completo. La cota de mallas era adecuada para improvisadas reuniones sociales en medios rurales, pensó irónicamente, pero la vida en la ciudad requería mayor etiqueta. No les serviría de nada llevar atuendos campestres.

—¿Y bien, cuál es el plan? —preguntó Kalten mientras los caballeros se ayudaban unos a otros a colocarse las armaduras.

—Todavía no he elaborado ninguno —reconoció Sparhawk—. Para se ros sincero, no pensé que llegáramos realmente tan lejos. Consideraba que podríamos darnos por satisfechos si nos acercábamos lo bastante a la ciudad de Otha como para incluirla en la devastación generalizada que desencadenaría la destrucción del Bhelliom. Cuando acabemos de ponernos el arnés, hablaremos con Sephrenia.

Durante la tarde habían ido instalándose en el cielo altas y finas nubes que habían aumentado con la proximidad del atardecer. El seco frío comenzó a remitir y fue sustituido por un extraño bochorno. Por oriente, en la lejanía, retumbaban algunos truenos aislados cuando, al ponerse el sol entre arreboladas nubes, los caballeros se reunieron en torno a Sephrenia.

—Nuestro glorioso líder parece haber descuidado algunas cuestiones de estrategia sin importancia —anunció Kalten para iniciar la conversación.

—No te excedas —murmuró Sparhawk.

—De ningún modo, Sparhawk. No he pronunciado la palabra «idiota» ni siquiera una vez. La pregunta que a todos nos hace arder de curiosidad es: ¿qué hacemos ahora?

—Así, de primera instancia, diría que podemos descartar un asedio —observó Ulath.

—Las luchas frontales son siempre más divertidas —convino Tynian.

—¿Me permitís? —intervino Sparhawk con acritud—. Así es como yo veo la situación, Sephrenia. Tenemos una ciudad en apariencia desierta en la que, sin embargo, habrá sin lugar a dudas patrullas de las guardias de élite de Otha. Cabe la posibilidad de que logremos esquivarlas, pero no sería aconsejable abrigar grandes esperanzas al respecto. Lo que desearía es conocer más detalles sobre la ciudad en sí.

—Y el grado de profesionalidad de la guardia de élite de Otha. —agregó Tynian.

—Son buenos soldados. —le aseguró Bevier.

—¿Comparables a los caballeros de la Iglesia? —inquirió Tynian.

—No, ¿pero quién lo es? —Bevier realizó aquella observación sin el menor asomo de inmodestia—. Deben de estar a la altura de los soldados del ejército de Wargun.

—Vos habéis estado antes aquí, Sephrenia —dijo Sparhawk—. ¿Dónde están situados exactamente el palacio y el templo?

—En realidad forman parte del mismo edificio —repuso la mujer—, y se encuentran en el justo centro de la ciudad.

—Entonces da lo mismo por qué puerta entremos, ¿no es así? La maga asintió con la cabeza.

—¿No es un tanto peculiar que se hallen bajo el mismo techo un templo y un palacio? —preguntó Kurik.

—Los zemoquianos son gente peculiar —le recordó Sephrenia—. En realidad, media una separación entre ellos, pero para llegar al templo se debe pasar por el palacio, ya que aquél carece de toda abertura al exterior.

—En ese caso no nos queda más que cabalgar hasta el palacio y llamar a la puerta —simplificó Kalten.

—No —disintió con firmeza Kurik—. Iremos a pie al palacio y ya hablaremos de si llamamos a la puerta cuando estemos allí.

—¿A pie? —exclamó con tono ofendido Kalten.

—Los caballeros hacen demasiado ruido en calles pavimentadas y es bastante difícil esconderlos cuando uno tiene que ocultarse.

—No es nada agradable caminar con la armadura puesta, Kurik.

—Queríais ser un caballero. Según recuerdo, vos y Sparhawk os presentasteis voluntarios incluso.

—¿Podríais silbar ese hechizo de invisibilidad del que nos habló Sparhawk? —preguntó Kalten a Sephrenia —¿El que Flauta tocaba con el caramillo? La mujer hizo un gesto negativo.

—¿Por qué no? —insistió Kalten.

—¿Reconocéis esta melodía? —le preguntó Sephrenia después de tararear una corta frase musical.

—No —reconoció Kalten, frunciendo el entrecejo.

—Era el tradicional himno pandion. Estoy segura de que estáis familiarizado con él. ¿Queda respondida vuestra pregunta?

—Oh. La música no es uno de vuestros puntos fuertes, comprendo.

—¿Qué ocurriría si lo intentarais y equivocarais las notas? —inquirió Talen con curiosidad.

—No quiero ni pensarlo —respondió, estremecida, la estiria.

—Entonces iremos a hurtadillas —resolvió Kalten—. Vamos allá.

—Cuando haya anochecido —replicó Sparhawk.

Tras recorrer los casi dos kilómetros de polvorienta llanura que los separaba de las lúgubres murallas de Zemoch, los caballeros sudaban copiosamente al llegar a la puerta oeste.

—Qué bochorno —se quejó Kalten, enjugándose la empapada cara—. ¿Es que no existe nada normal en Zemoch? No debería haber una atmósfera tan asfixiante en esta época del año.

—Hace un tiempo definitivamente insólito —convino Kurik.

El distante fragor de los truenos y el pálido centelleo de los relámpagos que iluminaban los cúmulos de nubes apretadas en el este confirmaban sus observaciones.

—Tal vez podríamos acudir a Otha para guarecernos de la tormenta —comentó Tynian—. ¿Son hospitalarios los zemoquianos?

—No mucho —respondió Sephrenia.

—Deberemos movernos lo más silenciosamente posible cuando estemos en el interior de la ciudad —advirtió Sparhawk.

Sephrenia irguió la cabeza y clavó la mirada en el este, con el pálido rostro apenas visible en la sofocante oscuridad.

—Esperemos un poco —propuso—. Esa tormenta avanza hacia aquí. Los truenos sofocarían cualquier ruido metálico accidental.

Aguardaron apoyados en las murallas de basalto de la ciudad mientras el desgarrado bramido de los truenos marchaba inexorablemente en dirección a ellos.

—Esto debería apagar todo ruido que hagamos —dijo al cabo de unos diez minutos Sparhawk —. Entremos antes de que empiece a llover.

La puerta, formada por troncos toscamente escuadrados unidos con hierro, estaba ligeramente entornada. Sparhawk y sus compañeros desenvainaron las armas y se deslizaron uno a uno por el resquicio.

En la ciudad flotaba un olor especial que no se parecía a ninguno presente en todos los lugares que Sparhawk había visitado. No era aromático ni desagradable, sino peculiar. Como no había antorchas que les alumbraran el camino, hubieron de depender de los intermitentes fogonazos de los relámpagos que surcaban los nubarrones que rodaban por oriente. Las calles que su luz les permitía distinguir eran angostas, con empedrados desgastados por un trajín de siglos, y las casas, altas y estrechas, tenían ventanas pequeñas protegidas en general por barrotes. Los perpetuos vendavales de polvo que azotaban la ciudad habían erosionado las piedras de los edificios, limando su superficie. La arenilla acumulada en las esquinas y en los alféizares de las casas confería a la ciudad, que a no dudar había sido abandonada hacía tan sólo unos meses, el aspecto de una ruina inhabitada durante centurias.

Talen se deslizó tras Sparhawk y le arañó la armadura.

—No hagas eso, Talen.

—He conseguido vuestra atención, ¿no es cierto? Tengo una idea. ¿Vais a discutir conmigo al respecto?

—Creo que no. ¿Sobre qué querías que discutiéramos?

—Yo tengo ciertos talentos que domino exclusivamente en nuestro grupo.

—Dudo que encuentres muchas bolsas que rajar, Talen. No veo que haya tanta gente por aquí.

—Ja —se mofó Talen con descaro—. Ja, ja, ja. Ahora que ya habéis mencionado esa cuestión, ¿vais a escucharme?

—Lo siento. Continúa.

—Ninguno de vosotros sería capaz de atravesar un cementerio sin despertar a la mitad de sus ocupantes, ¿me equivoco?

—Yo no iría tan lejos.

—Yo sí. Me adelantaré un trecho... No mucho, sólo lo suficiente, y así cuando vuelva podré deciros si se acerca alguien... o si nos han tendido una emboscada.

Sparhawk no esperó esa vez. Alargó el brazo hacia el muchacho, pero éste se zafó ágilmente.

—No hagáis eso, Sparhawk. Os ponéis en ridículo.

Se alejó corriendo unos metros y luego se paró e introdujo la mano en una de sus botas. Sacó un largo puñal de punta afilada como una aguja y después se perdió en la oscura calleja.

Sparhawk profirió un juramento.

—¿Qué ocurre? —preguntó Kurik.

—Talen acaba de escaparse.

—¿Cómo?

—Dice que va a explorar. He intentado detenerlo, pero no he podido atraparlo.

En algún punto indeterminado entre el laberinto de calles sonó una especie de inhumano aullido.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Bevier, apretando con fuerza el largo mango de su hacha.

—¿El viento tal vez? —apuntó Tynian sin mucha convicción.

—No sopla viento alguno.

—Lo sé, pero de todas formas prefiero creer que era eso lo que ha ocasionado ese ruido. No me gustan las otras alternativas.

Siguieron avanzando pegados a los edificios y parándose involuntariamente en seco con cada relampagueo y retumbo de trueno.

Talen regresó con paso rápido y sigiloso.

—Se aproxima una patrulla —anunció, quedándose a una distancia prudencial para que no pudieran cogerlo—. ¿Creeréis que llevan antorchas? No están intentando localizar a nadie, sino todo lo contrario.

—¿Cuántos son? —preguntó Ulath.

—Unos doce.

—Entonces no hay de qué preocuparse.

—¿Por qué no os desplazáis a la otra calle por este callejón? Así no tendréis ni ocasión de verlos, ni mucho menos de preocuparos. —El chiquillo se precipitó por una calleja y volvió a desaparecer.

—La próxima vez que elijamos a un líder, creo que yo lo votaré a él —murmuró Ulath. Siguieron caminando por las angostas y tortuosas calles y, con la ayuda de Talen, lograron evitar fácilmente las esporádicas patrullas zemoquianas. Al aproximarse al centro de la población, no obstante, llegaron a un barrio de edificios más imponentes y calles más anchas.

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