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Authors: Alfredo del Barrio

La reliquia de Yahveh (39 page)

BOOK: La reliquia de Yahveh
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—Así que el corredor conduce hasta el cauce del Nilo —conjeturó Osama.

—Ciertamente, aflora en el único sitio donde ha podido mantenerse libre de sedimentos durante 3.000 años —John estaba deseando contarlo—. El pasaje asoma a mitad de profundidad del fondo, en una pared rocosa y en un recodo del río donde la velocidad del agua impide casi totalmente la deposición de cualquier tipo de residuo. Si no fuese porque casi acaba con mi vida sería capaz hasta de brindar por el bueno de Sheshonk y su maestría.

John levantó un vaso de agua para hacer el amago de brindis.

—Luego nadarías hasta la orilla, ¿no? —el militar quería enterarse de todos los detalles.

—Mas bien fui arrastrado por la corriente un buen rato —dijo John—, me rescató un pescador que se llevó un susto de muerte y que, a pesar de todo, me dejó en ese pueblo. Desde ese café donde me encontrasteis llamé por teléfono, como nadie lo cogía dejé un mensaje.

—Pero, cómo sabías el número de teléfono del camión —insistía Osama.

—Pues lo aprendí de memoria cuando llamé a mi contacto en Londres —aseguró el inglés—. Estaba apuntado en el dorso del auricular, además era fácil de recordar, tiene solamente cuatro cifras: 2244.

—Sí, es cierto, estos teléfonos vía satélite son muy escasos y llevan una numeración especial —reconoció Osama.

John estaba muy cansado, el esfuerzo y las emociones de ese domingo habían sido demasiado urgentes para lo que él acostumbraba a vivir, pero todavía esperaba la formulación de una última pregunta, la gran pregunta, la pregunta que las contiene a todas.

—¿Y el Arca? —fue Marie la primera que se percató del detalle.

—Es verdad, ¿dónde está el Arca? —reprodujo Alí, que no acertaba a entender cómo no lo había pensado antes.

—Si ese corredor acaba en el Nilo y todos los demás están cegados nos quedamos sin más tumba que explorar —coligió Marie.

—Yo no lo creo —cortó John terminantemente—. Creo que esto es otro truco de Sheshonk. Mañana trataré de hacer un somero plano de la tumba, es algo que ya tendríamos que haber realizado y puede que nos dé pistas de por dónde seguir escrutando. Estoy seguro que la continuación de los túneles está oculta, nadie se molesta en hacer una tumba tal para no dejar su sarcófago bien a cubierto.

Marie se quedó con ganas de refutar las afirmaciones de John, pero éste se levantó y comunicó a todos que se iba a descansar, que estaba molido y que le disculpasen.

La determinación del inglés fue imitada por todos, excepto por Osama que al no ver, ni oír, a los centinelas se resolvió a dar una vuelta por el campamento para ver dónde se habían refugiado esta vez.

A Marie no se le escapaba, y lo pensaba mientras hacía esfuerzos por conciliar el sueño embutida en su grueso saco de dormir, que su reacción de hoy ante la supuesta muerte de John Winters había sido ciertamente desproporcionada. Puede que sus compañeros egipcios no sospechasen todavía nada, porque a casi todas las mujeres se les permite una expresión de la emotividad mucho más generosa que a los hombres, pero ella no se podía engañar a sí misma. Ella nunca había llorado por nadie, por lo menos no con la intensidad y sinceridad con que lo había hecho esa tarde.

Los sentimientos aprovechan cualquier resquicio del pensamiento para imponer sus propios intereses y puntos de vista. Son como niños pequeños que no entienden y nada quieren saber ni de las razones ni de las prudencias de los adultos. A Marie se le estaban rebelando, estaban tomando el barco sin encontrar a nadie que les saliese al paso e impidiese su amotinamiento. Casi podía percibirse a su desconcertado raciocinio escapando en franca retirada, cediéndoles su gorra de capitán y renunciando a manejar a partir de ahora el timón de su alma.

10

La noche es amiga de los que tienen problemas. Por lo menos el sueño se ocupa muchas veces de despejar los enigmas insolubles que no hemos sido capaces de desenredar durante el claro día. John no era consciente pero, mientras su cuerpo había descansado placidamente, su cabeza había seguido elucubrando sobre los entresijos de la tumba de Sheshonk. Muchas veces hay que alejarse de la ecuación si queremos despejar sus incógnitas, y dormir ayuda a tomar la conveniente distancia.

El inglés se había levantado como nuevo después de su desagradable e inquietante experiencia del día anterior, y eso que no había reposado muchas horas. Empezaba la semana, porque hoy era lunes, levantándose el primero y obteniendo el placer de ver cómo se despierta el desierto.

El dios Ra salía por detrás de la suave pendiente de la montaña donde estaba emplazada la excavación. El gris oscuro del crepúsculo matutino, de ese instante donde hay luz pero no hay sol, se transformaría rápidamente en el rutinario color amarillo terroso.

John quería verlo. Salió fuera de los límites del campamento por la puerta de tela aparejada en una de las lonas. Estaba justo dando la espalda al potente astro que dicta todas nuestras horas, podía ver como el borde de sombra, el límite entre los últimos residuos de las tinieblas y los refulgentes rayos expelidos por la nueva potencia surgida del horizonte, se retiraba a invariable velocidad recorriendo las dunas del desierto, dejando sitio al nuevo Señor de las Arenas.

La noche admitía su completa derrota, aunque volvería con fuerzas renovadas a recuperar lo que había sido suyo por derecho. Cuando empieza una guerra entre dos contendientes tan igualados hay que contar con que la batalla puede trocarse en eterna.

John estaba francamente despejado, incluso tenía el hambre del que lleva mucho tiempo levantado y todavía no ha desayunado. Decidió no esperar al cocinero egipcio y prepararse el mismo algo de comer, así que volvió a entrar en el recinto entoldado.

Se cruzó entonces con los dos vigilantes, parecían adormilados, seguro que habían dedicado su nocturna jornada de trabajo a algo más fructuoso que vigilar el desolado y yermo paraje, pero a John no le importaba demasiado el mayor o menor celo que podían poner en su cometido. Intercambiaron un breve y cortés saludo y los tres siguieron su camino, que no era largo.

Aún no había nadie en la tienda cocina. Era todavía muy temprano y la fuerza de los rayos del sol no era tanta como para convertir todavía las tiendas en pequeñas e insufribles saunas portátiles.

El inglés se preparó un par de huevos fritos y unas salchichas de pollo. Hacía una semana justa, desde que pisó El Cairo, que no desayunaba como tenía acostumbrado, no comprendía cómo los demás podían mantenerse con un exiguo vaso de té y un par de pastas durante toda la mañana. Si hubiese sido otro le habría encargado a Gamal que le preparase todos los días un almuerzo especial, pero John era de los que trataban de no llamar la atención, y para eso lo mejor era hacer lo que los demás hacían, aunque no estuviese de acuerdo, muchas veces, con los dictámenes y costumbres ajenas.

El matinal festín tenía el efecto de potenciar la actividad neuronal que ya se había avivado en su cerebro con el reparador sueño del que había disfrutado esa noche. Necesitaba hacer algo, pero indefectiblemente tenía que esperar a los demás para abordar una nueva jornada de exploración, así que decidió empezar a trazar el plano de lo que llevaban descubierto hasta ahora.

No tardó mucho, usó un folio doblado de los varios que siempre llevaba en el bolsillo y un lápiz de los que nunca se acordaba de coger, menos mal que descubrió uno tirado en el suelo, al otro lado de la mesa.

Trazó líneas con pulso firme, lo hacía de memoria, recordando cada segmento de tumba que habían investigado. Lo más difícil era reproducir el laberinto de túneles anegados por el agua, aunque no se complicó, a pesar que las cavernas no eran exactamente como las había delineado, el boceto serviría para hacerse una idea bastante aproximada de la estructura de la tumba.

Hay cosas que sabemos desde siempre, pero no podemos interiorizarlas hasta que alguien nos las hace notar, hasta que no las vemos puestas en práctica, hasta que no las leemos escritas en algún sitio. Ahora que veía el mapa que acababa de esbozar, John comprendía por dónde continuaba obligatoriamente la sepultura.

Era lógico, tan lógico que sospechaba haberlo sabido ya el día anterior, que creía haberlo vislumbrado en lo que había soñado hoy, que lo había vuelto a intuir mientras veía amanecer, pero no pudo explicarlo con palabras hasta que no lo vio representado en el mapa.

Estaba satisfecho, y mientras se regodeaba consigo mismo empezó a entrar gente buscando algo que llevarse al estómago. El primero fue Osama, que aparentaba no haber dormido tan bien como el inglés; después entró Alí, con su inalterable expresión de confianza en los demás y desconfianza en sí mismo y, a los pocos segundos, Marie, que buscaba con la vista a John allí donde quiera que estuviera para sonreírle, no forzadamente sino como un inevitable acto reflejo. Los trabajadores se retrasaban hoy.

Nadie les esperó, cada uno de los tres recién llegados se preparó una taza de té o café como buenamente pudo y buscó algún bollo que les mantuviese vivos hasta la hora de comer. John les miraba sin decir nada, esperando imperturbable a que acabasen de desayunar. Marie también le vigilaba a él, aunque no de forma tan silenciosa.

—Estás muy callado John —dijo la francesa—. ¿Has dormido bien?

—Sí, muy bien, gracias —contestó—. ¿Y tú?

—Sí, estupendamente —mintió Marie que había tardado mucho en conciliar el sueño por culpa de las sacudidas que hacían peligrar el equilibrio emocional del que siempre había hecho gala antes de reencontrarse con su antiguo alumno.

Ya todos esperaban a qué Marie trazase el plan de acción para el día de hoy en calidad de máxima responsable de la excavación, pero la doctora no conseguía concentrarse en su trabajo desde hacía un par de días. John salió en su ayuda, aunque sin ser consciente de ello.

—Hoy me he levantado temprano y he dedicado media hora a esbozar un rápido dibujo de lo que llevamos recorrido hasta ahora en la tumba de Sheshonk —anunció reposadamente mientras pasaba su plano a Marie.

Ésta lo estudio con detalle porque desconocía completamente la compleja red de canales por los que había buceado John el día anterior.

—Vaya, sí que hay un laberinto ahí dentro —dijo la sorprendida directora después de un rato.

Pasó el plano a Alí, que también dejó notar un ostensible gesto de desconcierto.

—¡Esto es increíble! —exclamó el egipcio—. Tendremos que esperar a la bomba de agua y extraer todo el líquido que invade las galerías, tardaremos semanas.

—No, eso es imposible —resolvió John—, no hay que olvidar que esas galerías comunican con el Nilo, tendríamos que tapiar antes el conducto que surte de agua a todo el complejo. Si no lo hacemos, no acabaríamos nunca, obraríamos como Sísifo que dedicaba sus días a subir una roca hasta la cima de una montaña para que luego acabara rodando por la ladera opuesta.

John no sabía por qué había sacado a colación el mito griego, aunque como ejemplo de trabajo que no se acaba nunca venía un poco al caso.

—Entonces ¿qué hacemos?, estamos en un callejón sin salida —determinó Marie.

—Hay que pensar como lo haría Sheshonk —John no quería desvelar su teoría hasta que sus compañeros no la dedujesen por ellos mismos.

—¿A qué te refieres? —preguntó un aturdido Osama al que Alí acababa de pasar el bosquejo de plano de John.

—Estas oquedades son claramente una trampa, pero debe haber un conducto que continúe la tumba —presupuso el detective razonando como si fuese el protagonista de una novela policíaca decimonónica.

—Ya, el problema es saber cuál —dijo impaciente Marie que quería que el inglés fuese más concreto.

—Lo lógico es que, sea la que sea, se encuentre seca si alguien la horadase, digamos, para continuar con una inofensiva exploración —explicó el inglés como si no fuese él mismo el que se dispusiese a realizar la nueva incursión.

—Bien, esto nos deja, según tu plano, a dos galerías en el lado izquierdo y una en el derecho —observó Marie que había recuperado el croquis de la tumba de manos de Osama.

—Exacto —aprobó John—, las demás están situadas a demasiada profundidad, si alguna de ellas continuase en un corredor libre de agua no haríamos más que inundar el nuevo pasadizo si osáramos practicar el más pequeño de los orificios.

—Eso suponiendo que Sheshonk no quisiera precisamente eso —intervino Alí—, que el que se adentrase en la tumba sin su permiso encontrase todos sus tesoros pasados por agua antes de llevarse la más mínima sortija.

—Pues hay que confiar en que no sea así —animó John—. En todo caso, si practicamos una cata en los pasillos que no corren peligro de anegarse, por estar su altura bastante próxima al nivel del pozo, no arriesgaremos nada y podemos ganar mucho.

—Así que tú propones hacer un agujero en los tres pasillos más altos —resumió Marie.

—Más bien en los dos de la izquierda —corrigió el inglés—. Si os dais cuenta mirando el plano, aunque no puedo asegurarlo a ciencia cierta, ayer me dio la impresión que casi todos los túneles del costado izquierdo menos el primero, eran casi idénticos e iban a morir a la misma distancia del pozo principal.

—¿Y? —preguntó Marie que no sabía a dónde quería ir a parar su compañero.

—Pues me parece que el arquitecto que proyectó la tumba se aseguró de que hubiese un punto o línea imaginaria donde los pasajes inundados del lado izquierdo concluyesen inexorablemente.

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