La reina oculta (33 page)

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Authors: Jorge Molist

BOOK: La reina oculta
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Ésta respondió con su risa bulliciosa y luego dijo: —Es lo mismo, mi joven doncel.

Las oraciones son un conjuro, un canto con su propia musicalidad y estructura. Las que más arriba llegan son las que mayor armonía contienen.

—Y también el amor a Dios, a nuestros semejantes, la caridad... —insistió Bruna recordando a Domingo de Guzmán.

—Todo ello está contenido en la Fin'Amor amplia, cuando, generado en la dama y su amante, trasciende a quienes les rodean, y después al mundo. Y ésa es la misión de los que practicamos el Joy —contestó Orbia.— Llegamos a Dios a través de los conjuros de amor contenidos en nuestro canto. Amor a nosotros mismos, a nuestra pareja, a los otros y a Él.

—¿Y qué me decís de los juegos picaros, a veces procaces y obscenos, que se practican en nombre de la cortesía? —insistió Bruna.

La Loba volvió a reír y los caballeros le hicieron eco deseando diluir la crítica encubierta, con sabor vengativo, que Bruna mostraba al despliegue de seducciones de Orbia.

—Sirven para potenciar esa gran energía —repuso ella divertida por la actitud inquisitiva de aquel muchachito llamado Peyre.— Incitan la emoción de nuestros cuerpos, de nuestros corazones, de nuestros sexos... y así contactamos con esa mayor fuerza que lo mueve todo, la que Dios creó. ¿No seréis, joven amigo, uno de esos insensatos cátaros que creen que existen dos dioses y que el malvado, cuyo siervo es el demonio, rige nuestro cuerpo y que por lo tanto éste es aborrecible? ¿O un seguidor de esos frailes católicos chiflados que lo desprecian y se hieren a propósito, que pasan hambre y miseria?

Nosotros, a través de ritos y juegos, sublimamos esa energía que Dios creó y mantiene en nuestros cuerpos para transformarla en puro amor y con él nos acercamos a lo divino, al Señor y eso nos produce Joy, que es a la vez catalizador y resultado.

—¿Y por qué os llaman también Dama Grial? —quiso saber Guillermo.

—Porque el Joy es el verdadero Grial, el que Perceval, en la obra de Chrétien de Troyes, encontró fugazmente en el castillo del Rey Pescador —la dama mantenía su sonrisa seductora y sus ojos azules brillaban con alegría.— El Joy es el portador de la plenitud, del júbilo, del gozo, del amor y la risa. Y la risa es el antídoto del miedo y éste, la patria de lo oscuro, del demonio. Yo soy el Grial porque soy la sacerdotisa del Joy. Lo cultivo, enaltezco, alimento y sublimo.

Se hizo el silencio cuando la dama terminó de hablar. Bruna, conocedora de la cultura del Fin'Amor, entendía, aunque los cuestionara, los argumentos de la dama. Pero Guillermo trataba de asimilar aquella filosofía, quizá religión, que en mucho le era completamente nueva.

Y así continuaron conversando hasta que, al rato, Hugo, de repente, inquirió:

—Entiendo que guardáis en el castillo esos documentos que cargaba la séptima mula cuando asesinaron a Peyre de Castelnou.

Por un momento la sorpresa borró la sonrisa de la faz de Orbia.

—Muy de fiar serán vuestros compañeros cuando vos, un caballero de Sión, se atreve a mencionar eso frente a ellos —repuso la dama recuperando su semblante alegre.

Esta vez los sorprendidos fueron Guillermo y Bruna. ¿Era Hugo un caballero de la sociedad secreta de Sión? ¿Igual que Aymeric de Canet, el comendador templario?

—Son mis compañeros en la búsqueda —repuso Hugo, incómodo y extrañado de que la dama no sólo conociera su secreto, sino que lo revelara tan alegremente.

—Pues llegáis tarde, puesto que el rey de Aragón, temiendo por la seguridad de Cabaret, buscó otro custodio.

—¿Mi señor el rey de Aragón?

—Sí —repuso Loba,— nuestro señor el rey de Aragón.

—¡No puede ser! —exclamó Hugo.— ¿Quién es ese nuevo custodio?

—El secreto no me pertenece —repuso la dama.— Deberéis hablar con Peyre Roger, a quien el comendador Aymeric de Canet se lo confió.

67

«Guays e jausents xanti per Fin'Amor car e xausit jent e plasent aymia.»

[(«Alegre y contento canto por Fin'Amor, ya que escogí seductora y gentil amiga.»)]

Fray Hugo Prior

Alarmado por la noticia, Hugo, olvidándose del honor que la Dama Loba le confería al recibirlo en su alcoba, apresuró el final del encuentro para salir a la búsqueda del señor de Cabaret. Supo que éste cazaba en un valle cercano y, dejando a Bruna y Guillermo en el recinto amurallado, galopó a su encuentro. Le fue fácil hallarlo; al ver un halcón atacando una paloma, sólo tuvo que seguir el vuelo de éste, que terminó en el puño enguantado en cuero de Peyre Roger, que se encontraba junto a otros caballeros. Después de los saludos de rigor, el joven le pidió hablarle a solas y tan pronto se alejaron del grupo, inquirió por los legajos.

—¿Cómo vos, que estáis tan cerca del rey Pedro, me preguntáis eso? —repuso Peyre Roger de Cabaret, extrañado.

—Yo creía que vos los custodiabais —contestó Hugo.

—Como caballero de Sión, sois mi hermano, conocéis su contenido y debéis conocer su paradero, puesto que su protección es vuestro deber —contestó el de Cabaret.— Me sorprende que el Rey no os lo dijera.

—Vengo directamente de estar con el Rey. Y de haberlo sabido él, con toda seguridad me hubiera advertido de ello.

Peyre Roger de Cabaret le miró sorprendido. La alarma se reflejaba en su mirada.

—Tengo un documento del Rey que me pide que ceda la custodia de los legajos a un hermano nuestro, también caballero de Sión, naturalmente...

—¿A quién? —cortó Hugo impaciente.

—A Berenguer, arzobispo de Narbona.

—¡El tío bastardo de Pedro II!

—Sí, y además, los documentos, tanto reales como arzobispales, los trajo Elie, el mayordomo de Berenguer, al que conocemos personalmente —repuso Peyre Roger.— La carga de la séptima mula está en su poder.

—Esto es muy extraño. ¿Me permitís ver el documento?

—Naturalmente, tan pronto lleguemos al castillo.

Al mostrarle Peyre Roger el pergamino del Rey, Hugo exclamó:

—Es falso el sello, es falsa la firma.

—¿Qué?

—Que conozco muy bien el estilo y los documentos de mi señor. Vos habéis visto bastantes menos que yo. Os puedo asegurar que alguien los falsificó.

—¿El arzobispo?

—Quizás.

—¿Por qué lo haría? Él es caballero de Sión.

—No lo sé —repuso Hugo.— Iré a verle para averiguarlo.

—Esperad aún unos días. Preparo mañana una expedición contra los cruzados y me gustaría que participarais.

Hugo dudó unos instantes. Deseaba salir de inmediato para Narbona, pero Guillermo le inquietaba aún más que los documentos. Se dijo que la batalla sería un buen lugar para comprobar si las promesas de Guillermo de combatir a los suyos eran ciertas. Si se echaba atrás, le mataría sin dudarlo.

Al regresar a la sala donde dormían, Hugo no halló a sus compañeros, pero sí a Raimon de Miraval tañendo su vihuela.

—Buenos días, Raimon —le dijo.— ¿Preparáis alguna cansó a las virtudes de la Dama Loba?

—No a ella, pero sí por su encargo.

—¿Y qué es?

—Algo muy especial y secreto.

—¿Aun para un buen amigo?

El trovador le sonrió.

—No lo debiera ser para vos, que sois de la Orden secreta de Sión.

—¿Y cómo lo sabéis si es secreto? —se extrañó Hugo, molesto.

—No hay secretos para la Dama Loba —dijo con una sonrisa triste.— No soy el único que se rinde a sus encantos, y a los hombres se nos va la lengua en los brazos del amor.

Hugo soltó un resoplido. La dama era lenguaraz. ¿Respondería aquello a un propósito oculto de la señora de Cabaret?

—¿Tanto poder tiene para que un caballero de Sión le diera el nombre de otro?

—No lo hizo uno, sino varios.

El joven caballero movió la cabeza en gesto de disgusto.

—Y la Loba confía en mí y me cuenta lo que ella quiere que yo sepa —dijo Miraval.— Pero por el amor que os tengo a vos y a vuestro padre, si me dais vuestra palabra de mantener el secreto, os diré en qué me ocupo.

—Hecho.

—¿Habéis oído hablar del número áureo?

—¿Tiene que ver con la leyenda de Pitágoras y, después, Platón?

—No es leyenda. Fueron grandes sabios.

—¿No es ése el número que rige la creación, el número de Dios?

—El número que crea la armonía de la vida —repuso Miraval.— El que marca las proporciones de nuestros cuerpos, el que coincide con el crecimiento de las espirales de los caracoles, el 1,6238.

—¿Qué ocurre con él?

—Es la fórmula del encantamiento en la música.

—¿Encantamiento?

—Exacto —Miraval sonreía.— Encantamiento viene de canto. Es encantado quien queda sometido al poder del canto o, de lo que es lo mismo, del sortilegio. Pero no cualquier música lo consigue, no cualquier canto. Sólo los de la cadencia del número áureo, puesto que se acopla a nuestro ritmo interno.

—¡Pero eso es magia!

—Sí, pero magia blanca —repuso Miraval.— La magia del amor, la del Joy.

—¿Y así Loba pretende que caigan aún más en sus redes?

—Sois cruel con ella. Sólo quiere extender el Joy, la Fin'Amor, por el mundo.

—También se hace llamar Dama Grial —contestó Hugo.— Y con el amor extiende su poder.

Hugo quedó meditabundo. La Dama Loba cultivaba su propia religión, una religión donde el amor era dios y ella, la papisa. Y tenía intenciones ocultas.

68

«N'Uget, et eu vauc si nutz que, laire si m'encontrava, no.m toldria si no.m dava.»

[(«Huget, voy tan desnudo que, si a un ladrón me encontrara, robarme no pudiera si antes no me daba.»)]

Respuesta de Reculaire a Hugo de Mataplana

Aquella tarde, al iniciarse el ocaso, Peyre Roger de Cabaret se levantó de su asiento en la cabecera de la mesa en la alta terraza de la fortaleza e interrumpió los cantos y malabarismos de los juglares. Alzó su copa, que brillaba con los últimos rayos de sol, hacia sus invitados, para declamar con voz potente:

—Éste es el castillo del Grial. Aquí atesoramos el honor, la poesía, la libertad de creencias y la Fin'Amor, en un mundo donde el Joy se extingue a causa de un Apocalipsis fanático y bárbaro al que llaman cruzada. Nosotros continuaremos cantando, recitando, amando hasta el último de nuestros días. Quiero recordar a nuestro señor, el vizconde Raimon Roger Trencavel, que ahora está anillado a la pared de una mazmorra, con las argollas de sucio hierro cortándole la carne, y sufre sin luz, sin música, sin amor...

Todos sabemos que nunca saldrá vivo de su prisión, que será asesinado. En honor de este modelo de caballeros, señor del Joy, bebamos, riamos, cantemos, amemos...

Un clamor de vivas y aplausos se elevó entre los comensales. Peyre Roger reclamó silencio para continuar.

—Y también luchemos. Por él y por los desterrados de Carcasona, por todos los que murieron en los caminos. Mañana, a la amanecida, convoco a los caballeros del castillo y visitantes a una expedición de castigo contra los cruzados. ¡Por nuestro vizconde!

Sus palabras denotaban la emoción y los ojos de Peyre Roger se llenaron de lágrimas. De nuevo vítores.

El faidit Isarn brindó de pie, uniéndose al clamor de los demás, mientras observaba a todos los caballeros tratando de identificar al de Montmorency.

Precisamente era al mismo, a Guillermo, a quien Hugo miraba de forma torva, imaginando su muerte.

La cena terminó pronto y sólo las damas continuaron la velada. Los caballeros, en especial los foráneos, se afanaron para completar el equipo, pidiendo prestado lo que les pudiera faltar, asegurándose de que cascos, espuelas, mallas y armas estuvieran en condiciones. Guillermo se ocupó particularmente de su escudo. Cuando Hugo le vio tan atareado, en compañía de un artesano local, bajo la mirada curiosa de Bruna, no pudo menos que preguntar. —¿Qué pintáis? —¿No lo veis? —repuso el franco.— Un ruiseñor rojo sobre un fondo gualda.

—¿Un ruiseñor? —se sorprendió el catalán.

—Naturalmente; en honor a mi dama. Ésta es mi enseña a partir de ahora.

Hugo se fue murmurando; aquello no le gustaba, pero se dijo que al día siguiente solucionaría aquel asunto. A la menor duda, al menor síntoma de traición o cobardía, terminaría con él. En realidad, no necesitaba ni siquiera motivo. Le diría a Bruna que su muerte era obra de los cruzados.

No le fue fácil a Isarn completar su equipo y el de su escudero Pellet. Había llegado a Cabaret con poco más que los caballos y su espada, y tuvo que recurrir al propio Peyre Roger para que le prestara lanzas, mallas y escudos.

—Es humillante —se quejaba a Renard.— Esto es mísero y vergonzoso.

El ribaldo, que había tenido que usar toda su persuasión con el abad del Císter en Carcasona precisamente para obtener los caballos con los que habían llegado, afirmaba con la cabeza. Él conocía miserias que Isarn ni podía sospechar; de hecho, consideraba comer un lujo, pero estaba determinado a cambiar su destino.

—Una cabeza —repuso.— La hermosa cabecita de una dama es lo que cambiará nuestra suerte. Si fracasamos, vamos a continuar sin nada; pobres y podridos en la necesidad.

Renard avanzaba en su investigación, sabía ya que en los días anteriores habían llegado varios grupos a Cabaret, pero ninguna pareja de un solo caballero y escudero, tal como Guillermo y Bruna salieron de Carcasona. Necesitaba más información, pero estaba seguro de que el de Montmorency se vería obligado a unirse a la partida del día siguiente.

Él estaría en las caballerizas para identificarlo y, tirando de ese hilo, descubriría a la Dama Ruiseñor.

69

«"Per fe" ditz Peyr Rotgiers aisel de Cabaretz, "per cosselh qu'ieu vos do, la fors non issiratz".»

[(«"Por mi fe", dice Peyre Roger de Cabaret, "que un consejo os daré, sed prudente".»)]

Cantar de la cruzada, II-24

A la madrugada del día siguiente un grupo de treinta caballeros partieron de Cabaret. Los dos señores del castillo encabezaban la marcha. Más atrás, junto a Guillermo y Hugo, cabalgaba Raimon de Miraval. El trovador era uno de los llamados caballeros faidits, igual que Isarn, un desheredado, ya que pocos días antes el castillo de Miraval había caído en manos cruzadas, perdiendo así sus ya menguadas posesiones. La expedición la cerraban los escuderos, que lucharían al igual que sus señores. El grupo marchaba silencioso, la mayoría rumiaba rencores; todos tenían algo que vengar.

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