La reina de los condenados (51 page)

BOOK: La reina de los condenados
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»Los dividíamos, como siempre habían hecho los hechiceros, en buenos y malos; pero no hay evidencia que ellos mismos tengan sentido del bien o del mal. Los malos espíritus son los abiertamente hostiles a los seres humanos, y les gusta hacer jugarretas como tirar piedras, hacer viento y otras cosas así de molestas. Los que poseen a los humanos son a menudo espíritus "malvados"; los que embrujan las casas y se llaman duendes también entran en esta categoría.

»Los buenos espíritus pueden amar, y por lo general también quieren ser amados. Raras veces maquinan maldades por su cuenta. Responden preguntas acerca del futuro; nos cuentan lo que sucede en otros lugares, en lugares remotos; y para las hechiceras de gran poder, como éramos mi hermana y yo, para aquellos a quienes los espíritus amaban en verdad, realizan su truco más grande y más agotador: hacen llover.

»Pero podéis deducir de lo que estoy diciendo que las etiquetas de bueno y malo son inmediatamente adjudicables. Los buenos espíritus son útiles; los espíritus malignos son peligrosos y destrozan los nervios. Prestar atención a los malos espíritus (invitarlos a acercarse, a rondar junto a nosotros) es exponerse al desastre; porque no pueden ser controlados hasta las últimas consecuencias.

«También existen abundantes evidencias de que, los que llamamos espíritus malvados, nos envidian que seamos de carne y poseamos a la vez espíritu, que disfrutemos de los placeres y de los poderes físicos a la vez que poseemos mentes espirituales. Muy probablemente, esta mezcla de carne y espíritu que son los seres humanos hace que todos los espíritus sientan curiosidad por ellos; eso era la fuente de nuestra atracción para con ellos; pero corroe a los malos espíritus; a los espíritus malignos les gustaría experimentar los placeres sensuales, o eso parece; sin embargo no pueden. Los buenos espíritus no manifiestan un tal desasosiego.

»Ahora, por lo que respecta a de dónde provienen los espíritus, ellos mismos nos solían decir que siempre han existido. Se jactaban de haber observado cómo los seres humanos dejábamos de ser animales y nos transformábamos en lo que éramos. Al principio no sabíamos a lo que se referían con tales comentarios. Pensábamos que simplemente querían burlarse de nosotras o que eran mentirosos. Pero ahora, con el estudio de la evolución humana se evidencia que los espíritus presenciaron este desarrollo. Referente a las cuestiones acerca de su naturaleza (cómo fueron creados o quién los creó), bien, nunca se han resuelto. No creo que comprendieran lo que les preguntábamos. Parece que los interrogatorios los ofendían o les causaban cierto miedo; o puede que pensasen que las preguntas eran humorísticas.

»Supongo que algún día llegará a conocerse la naturaleza científica de los espíritus. Yo me imagino que son materia y energía en un complejo equilibrio, como todo en nuestro universo, y que no son más mágicos que la electricidad o las ondas de la radio, o los quarks o los átomos, o las voces al otro lado del teléfono, cosas que sólo doscientos años antes parecían sobrenaturales. De hecho, los términos de la ciencia moderna me han ayudado a comprenderlos, retrospectivamente, mejor que cualquier otra herramienta filosófica. No obstante me aferró, más bien por costumbre, al viejo lenguaje.

»Mekare afirmaba que a veces podía verlos; decía que poseían minúsculos núcleos de materia física y grandes cuerpos de energía atorbellinada, que comparaba a las tormentas de viento y relámpagos. Decía que había criaturas en el mar que eran igual de exóticas en cuanto a su organización; e insectos que se parecían a los espíritus, también. Cuando veía sus cuerpos físicos siempre era de noche, y nunca eran visibles durante más de un segundo, y normalmente sólo cuando estaban furiosos.

»Su tamaño era enorme, decía; pero eso ellos también lo decían. Nos decían que no podíamos imaginarnos lo grandes que eran; pero es que les gusta alardear; entre sus afirmaciones hay que seleccionar siempre las que tienen sentido.

»Que son capaces de ejecutar grandes pruebas de fuerza en el mundo físico es algo que está fuera de dudas. De otro modo, ¿cómo podrían mover objetos como hacen los duendes en casas embrujadas? ¿Y como podrían reunir las nubes necesarias para hacer llover? Sin embargo, sus logros reales son minúsculos en contraste con el derroche de energía. Y esto siempre es una clave para controlarlos. Sólo hay cierta cantidad de cosas que puedan llevar a cabo, y no más, y una buena hechicera era alguien que comprendía esto a la perfección.

»Sea cual sea su composición material, estos seres no tienen necesidades biológicas aparentes. No envejecen; no cambian. Y la clave para comprender su comportamiento caprichoso e infantil está aquí. No tienen necesidades, hacer nada; vagan errabundos, inconscientes del tiempo, porque no tienen razón física para preocuparse de él, y hacen lo que cautiva su fantasía. Por supuesto, ven nuestro mundo; forman parte de él; pero qué aspecto tiene para ellos, no lo puedo imaginar.

»Por qué las hechiceras los atraen o captan su interés, tampoco lo sé. Pero esto es lo esencial: ven a la hechicera, van a ella, se le dan a conocer y se sienten enormemente halagados cuando los han percibido; y entonces cumplen las órdenes para obtener más atención; y, en algunos casos, para ser amados.

»Y, a medida que la relación progresa, por el amor de la hechicera se consigue que se concentren en tareas diferentes. Esto los deja agotados, pero a la vez los deleita, porque ven a los seres humanos tan impresionados.

»Así pues, imaginad qué divertido es para ellos escuchar los ruegos de los humanos e intentar responderlos, mantenerse suspendidos encima de los altares y hacer tronar después de haberles ofrecido sacrificios. Cuando un clarividente llama al espíritu de un antecesor muerto para que hable con sus descendientes, los espíritus se emocionan al poder soltar una cháchara pretendiendo pasar por el antepasado muerto, aunque evidentemente no lo son; por medio de la telepatía extraen información de los cerebros de los descendientes para que el engaño sea más completo.

«Seguramente todos conoceréis su forma de comportarse. No es ahora diferente de lo que lo fue en nuestro tiempo. Lo que sí ha cambiado es la actitud de lo seres humanos respecto a los hechos de los espíritus; y esta diferencia es crucial.

»Cuando, en los tiempos presentes, un espíritu embruja una casa y hace predicciones a través de las cuerdas vocales de un niño de cinco años, todos, excepto los que lo ven y lo oyen, se muestran incrédulos. No se hace de ello la base de una gran religión.

»Es como si la especie humana hubiese adquirido una inmunidad para esas cosas; tal vez ha evolucionado a un estado más elevado en donde las payasadas de los espíritus ya no confunden a nadie. Y aunque las religiones continúan existiendo (viejas religiones que han quedado anquilosadas en tiempos más oscuros), están perdiendo su influencia entre los instruidos a pasos agigantados.

»Pero después hablaré de eso. Dejad que prosiga ahora definiendo las cualidades de una hechicera, tal como nos fueron transmitidas a mi hermana y a mí, y contando lo que nos ocurrió.

»Fue algo heredado en nuestra familia. Puede que sea algo físico, ya que en nuestro linaje familiar parece legarse a través de las mujeres e ir emparejado invariablemente con ciertos atributos físicos, como los ojos verdes y el pelo rojo. Como todos ya sabéis (como ya os habréis enterado de un modo u otro desde que habéis entrado en esta casa), mi hija, Jesse, era una hechicera, una bruja. Y, en la Talamasca, a menudo utilizaba sus poderes para consolar a los que estaban afectados por los espíritus o los fantasmas.

»Los fantasmas, naturalmente, también son espíritus. Pero, sin lugar a dudas, son espíritus de los que una vez fueron humanos en la Tierra; mientras que los espíritus de los que he estado hablando, no. Sin embargo, una nunca puede estar segura en este punto. Un fantasma terrestre muy viejo puede olvidar que alguna vez estuvo vivo; y posiblemente los espíritus más malignos sean fantasmas; y ése es el motivo por el cual anhelan tanto los placeres de la carne; y cuando poseen a algún pobre ser humano, eructan obscenidades. Para ellos, la carne es sucia, y quisieran que los hombres y mujeres creyeran que tanto los placeres eróticos como la maldad son peligrosos y perniciosos.

»Pero el hecho es que, dado que los espíritus mienten, si no quieren contarlo, no hay manera de saber por qué hacen lo que hacen. Quizá su obsesión por el erotismo sea meramente algo abstraído de las mentes de los hombres y mujeres, que siempre han tenido un sentimiento de culpabilidad acerca de este aspecto de la vida.

»Para volver al punto principal, en nuestra familia eran principalmente las mujeres quienes adquirían el arte de la hechicería. En otras familias, pasa tanto a través de los hombres como las mujeres. O puede que, por razones que no están a nuestro alcance, aparezca espontánea y completamente desarrollada en un ser humano cualquiera.

»Sea como sea, la nuestra era una antigua familia de hechiceras. Podemos contar hechiceras hasta cincuenta generaciones atrás, hasta lo que se llamaba el Tiempo Anterior a la Luna. Es decir, mantenemos que nuestra familia ya vivió en el muy temprano período de la historia de la Tierra de antes de que la luna hubiera aparecido en el cielo nocturno.

»Las leyendas de nuestro pueblo contaban la llegada de la Luna, y las inundaciones, tempestades y terremotos que ello provocó. Si tal cosa llegó a suceder realmente, yo no lo sé. También creíamos que nuestras estrellas sagradas eran las Pléyades, o las Siete Hermanas, que todas las bendiciones provenían de aquella constelación; pero por qué, nunca lo supe o no puedo recordarlo.

»Ahora hablo de antiguos mitos, de creencias que ya eran viejas antes de que yo naciera. Y los que se comunican con los espíritus se vuelven, por razones obvias, más bien escépticos sobre ciertas cosas.

»Pero la ciencia, incluso ahora, no puede negar ni verificar los relatos del Tiempo Anterior a la Luna. La llegada de la Luna, y la consiguiente atracción gravitatoria, ha sido utilizada teóricamente para explicar el movimiento de los casquetes polares y las últimas eras glaciares. Quizás hay algo de verdad en las viejas historias, verdades que algún día se aclararán para todos.

»Sea cual sea el caso, nuestro linaje era uno de los antiguos. Nuestra madre había sido una poderosa hechicera a quien los espíritus contaban numerosos secretos, leyendo, como hacen, las mentes de los humanos. Y tenía una gran influencia sobre los espíritus intranquilos de los muertos.

»En Mekare y en mí parecía que su poder se había doblado, lo cual a menudo es cierto en las gemelas. O sea, que cada una de nosotras tenía el doble de poder de nuestra madre. Y, en cuanto al poder de las dos juntas, era incalculable. Hablábamos con los espíritus cuando aún estábamos en la cuna. Cuando jugábamos, se situaban a nuestro alrededor. Como gemelas que éramos, desarrollamos nuestro propio lenguaje secreto, que ni siquiera nuestra madre comprendía. Pero los espíritus lo conocían. Los espíritus comprendían todo lo que les decíamos; incluso nos podían responder en nuestro lenguaje secreto.

»Comprenderéis que no os cuento todo eso por orgullo. Sería absurdo. Os lo cuento para que podáis entender lo que era una para la otra, lo que significábamos para nuestro pueblo, antes de que los soldados de Akasha y Enkil vinieran a nuestra tierra. Quiero que comprendáis por qué este mal (la creación de los bebedores de sangre) llegó a la existencia.

»Éramos una gran familia. Habíamos vivido siempre en las cuevas del monte Carmelo, al menos desde los tiempos más remotos que se podían recordar. Y nuestro pueblo había levantado siempre asentamientos en los terrenos del valle al pie del monte. Vivían de los rebaños de cabras y ovejas. Y de vez en cuando cazaban; recogían unas pocas cosechas para la fabricación de drogas alucinógenas (que tomábamos para entrar en trance: formaba parte de nuestra religión) y también para fabricar cerveza. Segaban el trigo silvestre que crecía en abundancia.

»Pequeñas casas, redondas, de ladrillos de barro y tejados de paja formaban nuestro poblado, pero había otros que habían crecido hasta hacer pequeñas ciudades, y otros que hacían las entradas de las casas por el tejado.

»Nuestro pueblo fabricaba una cerámica altamente notable y la llevaban a vender a los mercados de Jericó. De allí traían lapislázuli, marfil, incienso, espejos de obsidiana y otros objetos preciosos. Claro está que conocíamos muchas otras ciudades, extensas y hermosas como Jericó, ciudades que hoy están completamente sepultadas bajo tierra y que tal vez nunca sean descubiertas.

»Pero, en general, éramos gentes sencillas. Sabíamos lo que era la escritura, es decir, su concepto. Pero nunca se nos ocurrió utilizarla, ya que para nosotras las palabras tenían un gran poder y nunca hubiéramos osado escribir nuestros nombres, conjuros o verdades que conocíamos. Si una persona tenía tu nombre, podía invocar a los espíritus para que te maldijeran, podía salir de su cuerpo en un trance y viajar hasta donde tu estuvieras. ¿Quién podía saber qué poder pondrías en sus manos si conseguía escribir tu nombre en una piedra o en un papiro? Incluso para los que no tenían miedo era como mínimo algo muy desagradable.

»Y, en las grandes ciudades, la escritura se utilizaba principalmente para los documentos financieros, los cuales nosotros teníamos que conservar, claro, en nuestras cabezas.

»De hecho, todos los conocimientos de nuestro pueblo eran confiados a la memoria; los sacerdotes que hacían sacrificios al becerro de oro de nuestro pueblo (en el cual nosotras no creíamos, por cierto) confiaban sus tradiciones y sus creencias a la memoria, y las enseñaban a los jóvenes sacerdotes de memoria y en verso. Las historias familiares se contaban de recuerdos, naturalmente.

»No obstante, hacíamos pinturas; cubrían las paredes de los santuarios del becerro en el pueblo.

»Y mi familia, que había vivido en las cuevas del monte Carmelo desde siempre, recubrió las paredes de nuestras grutas secretas con pinturas que nadie, salvo nosotras, vio. Así pues, tomábamos alguna especie de anotaciones. Pero lo hacíamos con mucha cautela. Por ejemplo, nunca pinté o dibujé una imagen de mí misma, hasta después de la catástrofe que se abatió sobre mí y mi hermana, y nos convertimos en lo que ahora somos.

»Pero, volviendo a nuestro pueblo, éramos pacíficos; pastores, a veces artesanos, a veces comerciantes, ni más, ni menos. A veces, cuando los ejércitos de Jericó marchaban a la guerra, nuestros jóvenes se alistaban a ellos; pero era voluntariamente. Estaban deseosos de aventuras, de ser soldados y saborear la gloria de ese modo. Otros se iban a las ciudades, a ver los grandes navíos mercantes. Pero, en general, en nuestro pueblo, la vida seguía como había sido durante siglos, sin variación alguna. Y Jericó nos protegía, casi con indiferencia, porque ella era el polo que atraía la fuerza del enemigo hacia sí.

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