La reina de las espadas (12 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: La reina de las espadas
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Polib-Bav le dio una patada en la cara. Jhary balbuceó cuando empezó a chorrearle sangre por la nariz.

Córum gruñó e intentó liberarse, pero fue en vano. Polib-Bav le miró fijamente y se rió de él.

—Tienes un aspecto de lo más curioso, amigo mío, con ese ojo y esa mano injertados. Si no supiese lo contrario, habría dicho que servías al Caos.

—Quizá lo haga —dijo Córum—. No me lo preguntaste. Te limitaste a suponer que servía a la Ley.

Polib-Bav arrugó la frente, pero su estúpida cara se relajó.

—Estás intentando engañarme. No haré nada hasta que os vea la Reina Xiombarg... —Sacudió las riendas y las bestias reptilescas aceleraron el paso—. Después de todo, seguro que fuiste tú y tus compañeros los que matasteis al jefe de nuestra legión. Vimos cómo le atacaban y cómo desapareció.

—¿Hablas del Ghanh? —preguntó Córum, que empezaba a impacientarse—. ¡Del Ghanh!

Y en aquel preciso momento la mano de Kwll se movió con voluntad propia y partió las cuerdas que le sujetaban los puños.

—¿Ves? —dijo Polib-Bav triunfante—. Te engañé. Sabías que el Ghanh había muerto. Y sólo podías saberlo... ¿Qué? ¿Estás libre? —Tiró de las riendas—. ¡Alto! —sacó la espada, pero Córum se había deslizado y estaba en el suelo. Movió el parche y vio la cueva del otro mundo, de donde siempre surgían sus aliados. Allí, tendido sobre su propia sangre coagulada, estaba el Ghanh.

La Mano de Kwll se extendió hacia el otro mundo mientras las criaturas de Polib-Bav se lanzaban sobre Córum. La mano le hizo señas al Ghanh, que movió la cabeza con desgana.

—Acepta mi oferta —dijo Córum —y quedarás libre. Si deseas la libertad, deberás llevarte muchas recompensas.

El Ghanh no dijo nada, pero gritó en señal de asentimiento.

—¡Ven! —llamó Córum—. ¡Ven! ¡Gánate la recompensa!

Y las alas encarnadas del Ghanh se agitaron y penetró en el mundo en el que acababa de ser destruido por los pájaros.

—¡El Ghanh ha vuelto! —gritó triunfalmente Polib-Bav—. ¡Su majestad el Ghanh ha vuelto con nosotros!

El ejército del Caos había agarrado a Córum, pero el Príncipe sonrió cuando vio cómo el monstruo alado se apoderaba de un carruaje con un atormentado chillido, aplastando a sus ocupantes hasta matarlos.

Las Bestias del Caos estaban tan espantadas que no soltaban a Córum. Se volvió, y la Mano de Kwll se estrelló de lleno contra una cara, partiendo un cuello un poco después.

Echó a correr hacia el carro de Polib-Bav. La bestia se había bajado del carro y, de pie, a su lado, contemplaba la matanza. Sin que se diera cuenta, el Príncipe de la Túnica Escarlata desenvainó la espada y apuntó con ella a Polib-Bav. El caballo se echó hacia atrás, sacando también su arma. Pero los movimientos no eran diestros, sino algo así como aturdidos. Hizo una finta, intentó ensartarle, pero falló, golpeando a Córum lateralmente. La metálica espada Vadhagh se clavó en su garganta. Tras un largo quejido, la Bestia murió.

Córum corrió y desató a sus compañeros, que, recobrando las espadas, se aprestaron para el combate. Pero el ejército, que ya se reponía del horror presenciado, echaba a correr. Córum se agachó y se apoderó de la cantimplora llena de agua y de la bolsa de carne seca que llevaba Polib-Bav en el cinturón. Se quedaron solos en el camino que atravesaba el bosque.

Córum echó una ojeada al carruaje. Los reptiles que lo arrastraban parecían bastante pasivos.

—¿Crees que lo podremos conducir? —le preguntó al Rey Noreg-Dan.

El Rey sin País, dudoso, sacudió la cabeza:

—No estoy seguro. Quizá...

—Creo que podré —les dijo Jhary—. Tengo un poco de experiencia con estos carros y con las criaturas que los llevan.

Se subió al carro de un salto, agarrando las riendas.

Acto seguido, se volvió hacia ellos y sonrió.

—¿Dónde vamos? ¿Seguimos hasta el palacio de Xiombarg?

Córum rió.

—Todavía no. Vendrá a por nosotros cuando se entere de lo que le ha sucedido a los suyos. Seguiremos esta otra dirección.

Señaló hacia los árboles. Ayudó a Rhalina a subirse al carro, y esperó a que montara el Rey Noreg-Dan. Luego subió él. Jhary sacudió las riendas, dio la vuelta al carruaje y, poco después, ya habían abandonado el bosque leproso, y descendían por la ladera de una colina desde la que se veía un valle de delicadas piedras.

Quinto capítulo

El ejército congelado

No eran piedras.

Eran hombres.

Y cada hombre era un guerrero. Y cada guerrero estaba tan congelado como una estatua, y empuñaba las armas.

—Esto —dijo Noreg-Dan espantado —es el Ejército Congelado. El último ejército que se enfrentó con el Caos.

—¿Es éste su castigo? —preguntó Córum.

-Sí.

Tirando de las riendas, Jhary dijo:

—¿Están vivos? ¿De verdad? ¿Saben que pasamos entre ellos?

—Sí. Se ve que la Reina Xiombarg decidió que, ya que lograron soportar la Ley tanto tiempo, tienen que conocer un poco sus aspiraciones, y comprender los límites de la tranquilidad —dijo Noreg-Dan.

Rhalina se estremeció.

—¿Es éste el fin de la Ley?

—Eso quiere el Caos que creamos —dijo Jhary—. Pero no importa, pues la Balanza Cósmica requiere equilibrio: algo del Caos y algo de la Ley. Han de equilibrarse mutuamente. El problema reside en que la Ley conoce la autoridad de la Balanza y el Caos no. Pero el Caos no puede negar por completo esa autoridad, pues sus aliados saben que, al desobedecer, son destruidos. Por eso no se atreve la Reina Xiombarg a penetrar en el Reino de ningún otro dios y, como en el caso de vuestros Planos, necesita intermediarios. También ha de vigilar su comportamiento con los mortales, pues no puede destruirlos a su antojo; existen leyes...

—Pero no hubo leyes que protegieran a estas pobres criaturas —dijo Rhalina.

—Algunas. No están muertos. Xiombarg no los ha matado.

Córum recordó la torre donde encontró el corazón de Arioch. También allí había hombres congelados.

—A menos que sea atacada directamente —explicó

Jhary—, Xiombarg no puede matar a los mortales. Pero puede utilizar a sus fieles para que maten mortales por ella; de ese modo puede robar la vida a guerreros como éstos.

—¿Quiere eso decir que estamos a salvo de la Reina Xiombarg? —preguntó Córum.

—Puedes pensarlo si es tu deseo —sonrió Jhary—, pero no estás, como ya has visto, a salvo de sus ejércitos. Tiene muchos.

—Sí -dijo el Rey sin País—. Sí, muchos.

Aguantando las riendas con una mano, Jhary se desempolvó la ropa. Estaba hecha jirones y cubierta de manchas de sangre.

—Daría todo lo que tengo por un traje nuevo —murmuró—. Hasta haría un trato con la Reina Xiombarg.

—Mencionamos ese nombre demasiado a menudo —dijo el Rey Noreg-Dan, alterado, agarrado al borde del traqueteante carro.

El cielo se rió.

Las nubes se fueron tiñendo con una luz dorada. En la lejanía, surgió un aura anaranjada, brillante, que proyectó enormes sombras sobre los congelados guerreros. Jhary, con el rostro pálido, hizo avanzar el carro hasta un desfiladero.

Bajaba desde el cielo un resplandor morado parecido a gotas de lluvia.

Y continuó la risa incesantemente.

—¿Qué es eso? —Rhalina llevó la mano a la espada.

El Rey si País se cubrió la cara con las manos y abatió los hombros.

—Es ella. Os lo dije; es ella.

—¿Xiombarg? —Córum desenvainó la espada—. Noreg-Dan, ¿es ella?

—Sí, es ella.

La tierra temblaba con aquella risa. Algunos de los guerreros congelados se derrumbaron sin perder la postura. Córum miró a su alrededor, buscando el origen de la risa. ¿Estaba en el aura? ¿En la luz dorada? ¿En la lluvia morada?

—¿Dónde estás, Reina Xiombarg? —blandió su espada.

El ojo mortal miraba desafiante.

—¿Dónde estás, criatura del mal?

—ESTOY EN TODAS PARTES —contestó una enorme y acariciante voz—. SOY ESTE REINO Y ESTE REINO ES XIOMBARG DEL CAOS.

—Estamos condenados —balbuceó el Rey sin País.

—Dijiste que no podía atacarnos —le dijo Córum a Jhary-a-Conel.

—Dije que no podía atacarnos directamente, pero, mira...

Córum miró. Por el valle venían cosas dando saltos. Brincaban sobre varias piernas y de sus cuerpos surgían una docena o más de tentáculos. Sus inmensos ojos se revolvían, sus dientes chirriaban.

—Los Karmanales-de-Zert —dijo Jhary con poca sorpresa, soltando las riendas y sacando espada y puñal—. He luchado antes con ellos.

—¿Y cómo lograste escapar? —preguntó Rhalina.

—Por aquella época era compañero de un campeón que tenía el poder de destruirlos.

—Yo también tengo poderes —dijo Córum, de mala cara, llevándose la mano hasta el parche. Jhary, haciendo una mueca, sacudió la cabeza.

—No lo creo. Los Karmanales-de-Zert son indestructibles. Tanto el Caos como la Ley han intentado deshacerse de ellos, pues son criaturas inconstantes. Luchan tanto de un lado como de otro sin razón aparente. No tienen alma, ni verdadera existencia.

—Si es así, no podrán hacernos daño.

Continuaba la risa.

—Confieso que, lógicamente, no podrían hacérnoslo —contestó Jhary—. Pero me temo que sí pueden.

Unas diez de aquellas criaturas se acercaban al carro brincando entre los guerreros convertidos en estatuas. E iban cantando.

—Los Karmanales-de-Zert siempre cantan antes de pelear —les dijo Jhary—. Siempre.

Córum se preguntó si Jhary se había vuelto loco. Los monstruos tentaculados estaban casi a su altura y el compañero de campeones seguía charlando como si no le importase el peligro.

Cantaban armónicamente, lo que era aún más aterrador; la risa de Xiombarg seguía dominando el cielo. Cuando los bichos estuvieron casi encima de ellos, Jhary levantó sus manos, con el puñal en una y la espada en la otra, y gritó:

—¡Reina Xiombarg! ¡Reina Xiombarg! ¿Sabes a quién vas a destruir?

Los Karmanales-de-Zert se detuvieron en el acto, congelados como el ejército que les rodeaba.

—A los que se han rebelado contra mí, a los que han causado la muerte de mis seres queridos —dijo una voz a su espalda.

Córum se volvió para ver a la mujer más hermosa que jamás haya existido. Su cabello era de un dorado oscuro de mechas negras y rojas, su cara era la perfección misma y sus ojos y sus labios contenían mil veces más promesas que los de cualquier otra mujer en toda la historia. Su cuerpo era delgado y esbelto, vestido de oro, naranja y violeta. Le sonrió con dulzura.

—¿Es eso lo que destruyó? —murmuró—. ¿Qué destruyó si no, maestro Timeras?

—Ahora me llamo Jhary-a-Conel —la dijo con voz pausada—, ¿Puedo presentarte a...?

Córum se adelantó.

—¿Nos has traicionado, Jhary? ¿Estás unido al Caos?

—No, por desgracia no lo está —dijo la Reina Xiombarg—. Generalmente, camina con los que sirven a la Ley. —Le miró afectuosamente—. En el fondo, no cambiarás nunca, Timeras. Aunque, como más me gustas, es como hombre.

—Y tú a mí como mujer, Xiombarg.

—Y como mujer debo reinar en esta región. Te conozco, Jhary-Timeras, como un parásito acompañante de héroes, y me imagino que este atractivo Vadhagh, con ese extraño ojo y esa mano, es algún tipo de héroe...

Observó a Córum.

—¡Ahora los sé!

Córum se enderezó.

—¡AHORA LO SÉ!

La Reina Xiombarg empezó a agitarse, deformando la silueta. Su rostro se transformó en un cráneo, y luego en el de un pájaro, seguido del de un hombre, hasta llegar al de una bellísima mujer. Xiombarg medía más de cien pies de altura y su expresión ya no era de dulzura.

—¡AHORA LO SÉ!

Jhary se rió.

—¿Puedo, como antes dije, presentarte al Príncipe Córum Jhaelen Irsei, el de la Túnica Escarlata?

— ¿CÓMO TE ATREVES A PENETRAR EN MI REINO, TÚ QUE DESTRUÍSTE A MI HERMANO? MIS FIELES SIGUEN BUSCÁNDOTE. ERES ESTÚPIDO, MORTAL. ¡AH, IGNOMINIA! ¡PENSÉ QUE ERA UN HÉROE VALIENTE EL QUE DESTERRÓ A MI HERMANO, PERO VEO QUE ERA SÓLO UN LISIADO! ¡MARCHAOS, KARMANALES! —Los saltarines animales desaparecieron—. ¡ME VENGARÉ DE TI Y DE LOS QUE VAN CONTIGO DE UNA MANERA MÁS DELICADA, CÓRUM JHAELEN IRSEI!

La luz morada se fue desvaneciendo, el aura y la lluvia violeta dejaron de brillar, pero la enorme silueta de la Reina Xiombarg siguió dibujada en el cielo:

— ¡JURO POR LA BALANZA CÓSMICA QUE VOLVERÉ EN CUANTO HAYA DECIDIDO LA MANERA DE VENGARME! OS PERSEGUIRÉ DONDE QUIERA QUE VAYÁIS Y HARÉ QUE OS ARREPINTÁIS DE HABER CONOCIDO A ARIOCH, PUES HABÉIS PROVOCADO CON ESE CONOCIMIENTO LA FURIA DE SU HERMANA XIOMBARG!

Xiombarg se desvaneció y volvió el silencio. Derrumbado, Córum se dirigió a Jhary.

—¿Por qué se lo dijiste? ¡Ahora no podremos escapar! Ha prometido seguirnos hasta donde vayamos, la has oído, ¿verdad? ¿Por qué lo hiciste?

—Porque pensé que estaba a punto de saberlo —dijo Jhary en voz baja—. Y porque era la única manera de salvarnos.

—¿Que nos salvaremos?

—Sí. Por ahora, los Karmanales-de-Zert no nos amenazan. Te aseguro que si no se lo hubiera dicho, estaríamos ya en el vientre de esas alimañas. Pensé que no sabría cómo eras, pues todos los presentes parecemos dioses, pero se habría enterado al vernos luchar. Era la única manera de retener a los Karmanales, Córum.

—Pero no nos ha hecho ningún bien. Ha ido a buscar los horrores con que quiere que nos enfrentemos. Pronto volverá, y nuestro destino empeorará.

—Debo confesar que no había otra alternativa —dijo Jhary—. De momento, tendremos tiempo de sobra para averiguar lo que es aquello que viene para acá.

Todos se volvieron.

Aquello era algo que, zumbando y resplandeciendo, volaba.

—¿Qué es? —preguntó Córum.

—Creo que es un Navío Celeste —dijo Jhary—. Espero que venga a salvarnos.

—También puede venir a destruirnos —opinó Córum—. Sigo pensando que no tenías que haber revelado mi identidad, Jhary...

—Siempre es mejor que todo quede claro —dijo Jhary-a-Conel alegremente.

Sexto capítulo

La ciudad en la pirámide

El Navío Celeste tenía el casco grabado con complicados diseños realizados con esmalte y cerámica de distintos colores. Olía ligeramente a almendra y, cuando empezó a descender, sus quejidos parecieron los de una voz humana.

Córum vio las batayolas de cobre, los adornos de plata, la timonera y todo aquello le trajo recuerdos de su infancia. Lo observó cuidadosamente mientras, poco a poco, aterrizaba, y vio algo que ascendía y volaba hacia ellos.

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