Erica se acuclilló a su lado y le pasó el brazo por el hombro para consolarlo. Pero Dan apartó su brazo y ella comprendió que tenía que salir por sí mismo del infierno en el que ahora se encontraba. Así, de brazos cruzados, aguardó hasta que las lágrimas empezaron a caer más despacio y ya no parecía que le faltase el aire.
—¿Cómo sabes que estaba embarazada?
Hablaba entrecortadamente.
—Yo estaba con Birgit y Henrik en la comisaría cuando lo contaron.
—¿Saben que no era el hijo de Henrik?
—Bueno, al parecer, Henrik sí lo sabe. Pero Birgit no. Ella cree que era hijo suyo.
Dan asintió. Parecía consolarlo la idea de que los padres de Alex no lo supiesen.
—¿Cómo os conocisteis?
Erica quería apartar sus pensamientos de su hijo muerto, aunque no fuese más que por un instante, para darle un respiro.
Dan sonrió con amargura.
—Un clásico. ¿Dónde se conoce la gente de nuestra edad en Fjällbacka? En el Galären, claro. Nos vimos cada uno desde un extremo del local y fue una revelación. Jamás había sentido una atracción semejante por otra mujer.
Erica experimentó una leve, muy leve punzada de celos al oír aquellas palabras. Dan prosiguió:
—Entonces no pasó nada, pero un par de fines de semana después ella me llamó al móvil. Fui a su casa. Y, luego, todo vino rodado. Robaba momentos que poder compartir con ella cuando Pernilla se iba a algún sitio. Pocas tardes y menos noches, en otras palabras, por lo general nos veíamos de día.
—¿No temías que os viesen los vecinos cuando ibas a su casa? Ya sabes la rapidez con que se difunden aquí las noticias.
—Sí, claro que pensé en ello. Solía saltar la valla por la parte posterior y luego entraba por la puerta del sótano. Si quieres que te sea sincero, eso constituía una parte importante de la excitación. El peligro, el riesgo.
—Pero ¿no sabías lo mucho que te jugabas?
Dan le daba vueltas al gorro entre las manos mirando obstinado la cubierta del barco mientras hablaba.
—Claro que sí. En un sentido. Pero en el otro, me sentía invulnerable. Ya sabes, eso les pasa a los demás, jamás a uno mismo. ¿No es así?
—¿Lo sabe Pernilla?
—No. Al menos, no oficialmente. Pero creo que tiene sus sospechas. Ya viste su reacción el día que nos vio aquí juntos. Y así lleva ya varios meses, celosa, vigilante. Creo que intuye que hay algo.
—Comprenderás que debes contárselo.
Dan negó vehemente con la cabeza y las lágrimas volvieron a inundar sus ojos.
—Es imposible, Erica. No puedo. Hasta mi historia con Alex, no comprendí cuánto significa Pernilla para mí. Alex representaba la pasión, pero Pernilla y las niñas son mi vida. ¡No puedo!
Erica se inclinó y le tomó la mano. Y le habló con voz sosegada y clara, sin dejar traslucir la indignación que sentía en su interior.
—Dan, tienes que hacerlo. La policía debe saberlo y tienes la oportunidad de hacer que Pernilla se entere a través de ti y según tu versión. Tarde o temprano, la policía lo averiguará y entonces no tendrás ocasión de explicárselo a Pernilla a tu manera. Entonces no podrás elegir. Además, acabas de decirme que lo más probable es que ella lo sepa o, al menos, lo sospeche. Puede incluso que resulte una liberación para los dos poder hablar de ello. Un modo de airear el ambiente.
Vio que Dan la escuchaba y prestaba atención a lo que le decía; y, al tocarlo, notó que él temblaba.
—Pero ¿y si me deja? Y si se lleva a las niñas y me deja, Erica, ¿qué voy a hacer entonces? Sin ellas no soy nada.
Una vocecita intransigente le susurraba a Erica en su interior que Dan debería haber pensado en ello antes; sin embargo, otras voces más vigorosas la acallaban diciendo que el tiempo de los reproches había quedado atrás. Que había cosas más importantes que hacer. Se inclinó, lo abrazó y le pasó la mano por la espalda para consolarlo. El llanto volvió con renovada fuerza para luego ir extinguiéndose poco a poco. Cuando Dan se liberó de su abrazo y se enjugó las lágrimas, lo vio resuelto a no dilatar lo inevitable.
Mientras se alejaba del muelle en el coche, lo vio por el espejo retrovisor: estaba de pie, inmóvil, sobre la cubierta de su querido barco, con la mirada en el horizonte. Erica deseaba con todas sus fuerzas que hallase las palabras adecuadas. No iba a ser fácil.
E
l bostezo parecía haber surgido de los dedos de los pies antes de atravesarle todo el cuerpo. Jamás había estado tan cansado en toda su vida. Ni tampoco tan feliz.
Le costaba concentrarse en los abultados montones de papeles que se alzaban ante él. Un asesinato generaba cantidades ingentes de documentos y su trabajo consistía ahora en revisarlos detalladamente con el fin de encontrar la pieza, pequeña pero vital, que podía hacer que avanzase la investigación. Se frotó los ojos con los dedos índice y pulgar y respiró hondo para reunir las fuerzas necesarias para ejecutar su tarea.
Cada diez minutos tenía que levantarse de la silla para estirarse, ir por un café o dar cuatro saltos, cualquier cosa para mantenerse despierto y concentrado un poco más. En varias ocasiones su mano, como movida por voluntad propia, se había desplazado hacia el teléfono para llamar a Erica, pero logró contenerla. Si ella estaba tan cansada como él, estaría aún durmiendo. Y esperaba que así fuese. En efecto, si se le permitía, pensaba mantenerla despierta tanto como fuese posible también aquella noche.
Una de las pilas de papeles que más había crecido desde la última vez que los revisó era la que contenía información sobre la familia Lorentz. Era evidente que Annika, con su habitual celo, había seguido rebuscando viejos artículos y noticias, cualquier texto en el que se los mencionase, y los había ido colocando ordenadamente sobre su escritorio. Patrik se puso a trabajar metódicamente y refrescó su memoria dándole la vuelta al montón, de modo que leyó en primer lugar los artículos que ya había leído antes. Dos horas más tarde, seguía sin encontrar nada que activase su imaginación. Aún tenía la intensa certidumbre de que había algo que se le escapaba, que parecía burlar su atención.
El primer dato de verdadero interés apareció bastante avanzada la lectura del montón. Annika había incluido una noticia sobre un caso de incendio en Bullaren, a unos cincuenta kilómetros de Fjällbacka. La noticia tenía fecha de 1975 y le habían dedicado casi una página entera en el
Bohuslänningen
. La casa había quedado reducida a cenizas la noche del 6 al 7 de julio de 1975, a consecuencia de una explosión. Una vez extinguido el fuego, poco más que cenizas quedaron de ella, pero también los restos de dos cuerpos humanos que resultaron pertenecer a Stig y Elisabeth Norin, los propietarios. Como por un milagro, su hijo de diez años salió ileso del incendio, pues lo encontraron en uno de los cobertizos. El suceso se produjo, según el
Bohuslänningen
, en circunstancias sospechosas, y la policía consideró que el incendio había sido provocado.
El artículo iba adjunto a una carpeta en la que Patrik encontró una copia de la investigación policial. Aún estaba desconcertado, pues no veía la relación que la noticia podía guardar con la familia Lorentz. Hasta que abrió la carpeta y vio el nombre del hijo de los Norin. El pequeño de diez años se llamaba Jan y la carpeta incluía un informe del ministerio de Asuntos Sociales en donde se mencionaba la adopción por parte de los Lorentz. Patrik lanzó un silbido. Aún no veía clara la conexión con la muerte de Alex, y con la de Anders, por si fuera poco, pero algo empezaba a tomar forma en el extrarradio de su conciencia. Sombras que desaparecían y se apartaban tan pronto como él intentaba concentrar su razón en ellas, pero que le indicaban que iba tras la pista correcta. Hizo una anotación en su bloc antes de continuar con la penosa revisión del material que tenía ante sí.
El bloc de notas fue llenándose poco a poco. Su caligrafía era tan deforme que Karin siempre bromeaba diciendo que debería haber sido médico en lugar de policía, pero él entendía lo que había escrito y eso era lo importante. Entre las notas aparecían algunos puntos de tareas pendientes, pero la parte dominante eran las preguntas que aquellos datos iban generando y que él marcaba con grandes signos de interrogación. ¿A quién esperaba Alex para cenar? ¿Quién era el hombre con el que se veía en secreto y cuyo hijo esperaba? ¿Sería Anders, pese a que él mismo lo negó? ¿O habría otra persona más involucrada a la que aún no habían conseguido ponerle nombre? ¿Cómo era posible que una mujer como Alex, guapa, con clase y dinero, tuviese una aventura con alguien como Anders? ¿Por qué guardaba Alex en un cajón un artículo sobre la desaparición de Nils Lorentz?
La lista de interrogantes crecía sin parar. Patrik iba ya por el tercer folio cuando empezó con las cuestiones relacionadas con la muerte de Anders. El montón de documentos con información sobre esa muerte era, por ahora, mucho más reducido. Desde luego que llegaría el momento en que también ese montón creciera, pero por ahora sólo había unos diez folios entre los que se contaban los hallados en el registro de la casa de Anders. El principal interrogante se refería al modo en que murió. Patrik subrayó en negro la pregunta varias veces, con fuerza, para desahogar su irritación. ¿Cómo pudo izar el asesino, o los asesinos, el cuerpo de Anders hasta el techo? La autopsia les daría más respuestas, pero por lo que Patrik pudo ver en el lugar de los hechos, no había marcas de violencia, tal y como Mellberg había señalado en su exposición de aquella mañana. Un cuerpo sin vida resulta extremadamente pesado y el de Anders habían tenido que levantarlo un buen tramo para poder atar la cuerda al gancho del techo.
De modo que casi se inclinaba por pensar que, por una vez en la vida, Mellberg tenía razón y que, de hecho, debieron de ser varias personas las que lo hicieron. Aunque aquello no le encajaba en el caso del asesinato de Alex, y Patrik era capaz de apostar el cuello a que se trataba del mismo asesino. Tras haber dudado en un principio, iba convenciéndose poco a poco de que así era.
Revisó los documentos que habían encontrado en el apartamento de Anders y los extendió como un abanico sobre el escritorio. Tenía en la boca un lápiz que había estado mordiendo hasta dejarlo irreconocible y ahora sentía la lengua llena de restos de pintura amarilla de aquél. Escupió con cuidado e intentó retirar lo que quedaba con los dedos, pero no funcionó. Ahora tenía los restos amarillos en los dedos. Agitó la mano en el aire varias veces por ver si se caían, pero terminó por resignarse y volvió a centrar su atención en el abanico de papeles que tenía ante sí. Ninguno de ellos lograba despertar el menor interés, pero escogió la factura de teléfono para empezar con algún detalle. Anders hacía muy pocas llamadas, pero con todos los conceptos fijos la cantidad final resultaba importante. El detalle de las llamadas venía adjunto a la factura y Patrik lanzó un suspiro al comprender que no le quedaría más remedio que hacer un poco de trabajo de campo si quería sacar algo de aquello. Pero es que, cómo decirlo, no era el mejor día para desempeñar tareas rutinarias y aburridas.
Fue llamando por orden a todos los números que aparecían en el detalle y no tardó en comprobar que Anders tan sólo llamaba a unos pocos. Pero uno resultaba llamativo. No aparecía en absoluto al principio de la lista, pero a partir de la primera vez era el de mayor frecuencia. Patrik marcó el número y aguardó.
Estaba a punto de colgar, tras haber dejado sonar ocho tonos, cuando saltó un contestador automático. El nombre que oyó al otro lado del hilo telefónico lo hizo sentarse como un clavo en la silla, lo que lo obligó a estirar los músculos de los muslos, pues no había reparado en que tenía las piernas indolentemente extendidas sobre la mesa. Las puso en el suelo y se masajeó el aductor derecho que su impetuoso movimiento parecía haber estirado más de lo que, por la falta de entrenamiento, podía soportar.
Patrik colgó despacio el auricular antes de que sonase la señal que indicaba que podía dejar su mensaje. Dibujó un círculo alrededor de una de las anotaciones que había hecho en el bloc y, tras unos minutos de reflexión, dibujó un círculo más. Él mismo se encargaría de una de las dos tareas, pero la otra podía encargársela a Annika. Con el bloc en la mano, se encaminó a la mesa de Annika, que tecleaba enérgica ante su ordenador con las gafas en la punta de la nariz. La mujer alzó la vista y lo miró inquisitiva.
—Veamos, has venido a ofrecerme la posibilidad de hacerte cargo de alguna de mis tareas y así aligerar mi desproporcionada carga laboral, ¿no es cierto?
—Mmm, no, no era eso exactamente lo que tenía pensado.
Patrik esbozó una sonrisa.
—Ya, me lo temía.
Annika lo miró con fingida severidad.
—Bien, en ese caso, ¿cómo pensabas contribuir a mi incipiente úlcera?
—Un favor muy pequeño, insignificante.
Patrik le indicó lo pequeño que era el favor midiendo un milímetro con el índice y el pulgar.
—Bien, suéltalo.
Acercó una silla y se sentó al otro lado del escritorio de Annika. Su despacho era, pese a ser diminuto, el más agradable de toda la comisaría, sin lugar a dudas. Tenía un montón de plantas que parecían germinar a las mil maravillas, pese a que la única luz que recibían entraba por el ventanuco que daba a la entrada, lo cual debía considerarse como un milagro de orden menor. Las frías paredes de hormigón aparecían recubiertas de fotografías de las dos grandes pasiones de Annika y de su marido Lennart: sus perros y las carreras de
dragracing
. La pareja tenía dos labradores que los acompañaban por toda Suecia, adonde quiera que se celebrase una de esas competiciones. Lennart era el que participaba, pero Annika lo acompañaba para animarlo y eternamente dispuesta con el refrigerio y el termo de café. En general, siempre se veían con las mismas personas en las distintas carreras y, con el paso de los años, habían logrado formar un grupo tan unido que sus miembros se consideraban los mejores amigos. Había competición dos fines de semana al mes, como mínimo y, en tales casos, era imposible hacer que Annika trabajase.
Patrik leía sus notas.
—Verás, me preguntaba si no podrías ayudarme a hacer un pequeño inventario de la vida de Alexandra Wijkner. Empezando por su muerte y comprobando todos los datos que tenemos. Cuánto tiempo estuvo casada con Henrik. Cuánto tiempo estuvo viviendo en Suecia. Toda la información de sus años académicos en Francia y Suiza, etcétera, etcétera. ¿Comprendes lo que pretendo conseguir?