Read La pesadilla del lobo Online

Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

La pesadilla del lobo (2 page)

BOOK: La pesadilla del lobo
3.59Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Quiénes son «nosotros»? ¿Y para qué me necesitáis?

Mi cólera se había disipado, pero me concentre en afilar los caninos. No quería que Monroe olvidara con quien se las había, ni por un segundo. Seguía siendo un alfa: yo debía recordarlo, y él debía notarlo. Ahora mismo, ésa era mi única ventaja.

—Los míos —dijo, sin precisar, indicando lo que estaba detrás de la puerta—. Los Buscadores.

—¿Eres el cabecilla?

Monroe parecía fuerte, pero cansado y envejecido, como alguien que nunca duerme lo suficiente.

—Soy un cabecilla —dijo—. Dirijo el equipo de Haldis; montamos operativos desde el puesto de avanzada de Denver.

«Hablemos de tus amigos de Denver.»

En mi mente resonó el alarido de un Buscador y vi la sonrisa de Lumine, mi ama.

—Vale —dije, cruzando los brazos sobre el pecho para no estremecerme.

—Pero no sólo el quipo necesita tu ayuda —continuó y empezó a caminar de un lado a otro—. Todos la necesitamos. Todo ha cambiado, no hay tiempo que perder —dijo, y se pasó las manos por el pelo. Pensé en escapar, Monroe estaba distraído, pero su actitud me resultaba fascinante, tanto que ya no sabía si realmente quería escapar.

—Puede que seas nuestra única oportunidad. No creo que el Vástago pueda hacerlo a solas. Quizá seas la última parte de la ecuación, la que acabe por inclinar la balanza.

—¿Qué balanza?

—La de la guerra. Tú puedes ponerle punto final.

La guerra. Esa palabra me hacia hervir la sangre y me alegré, porque hacía que me sintiera más fuerte. Fui criada para librar esa guerra.

—Necesitamos que te unas a nosotros, Cala.

Apenas oía sus palabras, estaba atrapada en una bruma roja de pensamientos violentos que consumían gran parte de mi vida y de mi ser.

«La Guerra de los Brujos.»

Había servido a los Guardas en sus batallas contra los Buscadores desde la infancia. Había cazado para ellos, matado para ellos. Clavé la mirada en Monroe. Había matado a los suyos. Que quisiera que me uniera a ellos era imposible.

Como si percibiera mi desconfianza, Monroe se quedó inmóvil. No dijo nada, pero cruzo las manos en la espalda y me observó, esperando que hablara.

Tragué saliva y traté de hablar en tono firme.

—Quieres que luche por vosotros.

—No sólo tú —dijo. Vi que él también se esforzaba por controlar sus palabras, parecía querer transmitirme sus pensamientos—. Pero tú eres la clave. Eres un alfa, una líder. Eso es lo que necesitamos, es lo que siempre hemos necesitado.

—No comprendo. —Su mirada era tan resplandeciente que ignoraba si debía temerle o sentirme fascinada.

—Los Vigilantes, Cala. Tu manada. Es necesario que los convenzas de que cambien de bando. De que luchen junto a nosotros.

Era como si el suelo se hubiera abierto bajo mis pies y cayera. Quería creerle porque ¿no era eso lo que siempre había ansiado?

«Un modo de liberar a mi manada.»

Sí. Sí, lo era. Incluso ahora mi corazón latía apresuradamente al imaginar que regresaba a Vail y me reencontraba con mis compañeros de manada. Con Ren. Podría alejarlos a todos de los Guardas y conducirlos hacia algo diferente, algo mejor.

Pero los Buscadores eran mis enemigos… Tendría que avanzar con pies de plomo si llegaba a un acuerdo con ellos. Decidí exagerar mis dudas.

—No sé si eso es posible…

—¡Claro que lo es! —Monroe se lanzó hacia delante, un brillo demencial resplandecía en su mirada.

Brinqué hacia atrás, me convertí en lobo y le lancé una dentellada.

—Lo siento —dijo, sacudiendo la cabeza—, hay tantas cosas que ignoras…

Volví a convertirme en humana. Profundas arrugas le surcaban el rostro, parecía obsesionado, lleno de secretos.

—Nada de movimientos bruscos, Monroe —dije, aproximándome pero rechazándolo con la mano—. Me interesa, pero no sé si sabes lo que me estás pidiendo.

—Lo sé. —Monroe desvió la mirada, era como si sus palabras lo angustiaran—. Te estoy pidiendo que lo arriesgues todo.

—¿Y por qué habría de hacerlo?

Ya sabía la respuesta: yo había arriesgado todo por salvar a Shay, y volvería a hacerlo si ello significaba regresar junto a mis compañeros de manada, si ello suponía salvarlos.

Monroe dio un paso atrás y extendió el brazo, franqueándome el paso a la puerta abierta.

—La libertad.

2

La puerta daba a un pasillo amplio y bien iluminado. Reprimí un grito ahogado: las paredes eran de mármol tallado, la superficie reflejaba el resplandor del sol a través de los cristales.

«¿Dónde estoy?»

La sorprendente belleza del entorno me distrajo y no noté que Monroe y yo no éramos los únicos ocupantes del pasillo.

—Espabílate. —Una voz hosca me sobresaltó, me giré y a duras penas evité convertirme en lobo: estaba furiosa por haber sido sorprendida con la guardia baja y, al ver quien hablaba, casi volví a convertirme en lobo una vez más.

Era Ethan. Nos habíamos encontrado en dos oportunidades, y en ambas luchamos. Primero en la biblioteca y después en la finca Rowan. Le mostré los dientes y apreté los puños. Antes de que Monroe me dejara inconsciente las flechas de ballesta que me disparó casi acabaron con mi vida. Ethan me miraba fijamente, el puñetazo de Shay le había roto la nariz y aún estaba un poco torcida, pero en vez de estropear su apostura lo hacía parecer aún más peligroso. Temblé al contemplarlo y, cuando sus dedos rozaron el puñal que le colgaba de la cintura, me convertí en lobo y me abalancé sobre él soltando un rugido de furia.

¡Soy estúpida!, pensé: bastaron dos palabras amables de Monroe para que cayera en una emboscada.

Ethan me apartó de un manotazo y mis colmillos no dieron en el blanco. Se debatía en el suelo debajo de mí vomitando palabrotas. Me zafé, pero antes de que pudiera clavarle los dientes en el cuello otro atacante se lanzó sobre mí.

Sus piernas y sus brazos me rodearon el torso, aprisionándome. Gruñí y corcoveé, girando la cabeza y tratando de liberarme de este nuevo atacante cuya cara no lograba ver; tampoco pude hincarle los colmillos al brazo que me rodeaba el pecho. Una carcajada sólo aumentó mi ira y brinqué de un lado a otro, procurando quitármelo de encima.

Quien reía era Ethan, que se había puesto de pie y observaba cómo luchaba con una sonrisa satisfecha.

—¡Así se hace, vaquero! Aguanta ocho segundos y obtendrás el oro, Connor. Ya han pasado cinco.

—¡Basta! —Monroe se interpuso entre Ethan y yo—. Te di mi palabra, Cala. Aquí no corres peligro. Suéltala, Connor.

Las carcajadas de Connor me azotaban y me retorcí de furia.

—Casi he alcanzado un nuevo récord, Monroe.

—Bienvenida al rodeo de lobos. —Ethan no dejaba de reír, con las manos apoyadas en las rodillas.

—He dicho basta —dijo Monroe. No parecía divertido en absoluto.

Cuando Connor se deslizó de mi espalda estaba tan desconcertada que seguí corcoveando y casi caí al suelo.

—Soo, Bella Durmiente. —Al girarme vi la sonrisa de Connor. Lo recordaba perfectamente: era el otro Buscador que nos había tendido una emboscada a Shay y a mí en la biblioteca, y también había estado en la finca Rowan recogiendo a Shay —inconsciente y convertido en lobo— y lo había protegido del ataque de espectros, súcubos e íncubos, lanzado por Bosque. Me estremecí al recordar aquella horda y también debido al temor de no saber qué le había ocurrido a Shay.

A diferencia de Ethan, cuya mirada me reveló que tenía tantas ganas de clavarme un cuchillo en el vientre como yo de clavarle los dientes en la garganta, Connor se esforzaba por reprimir la risa. Las carcajadas le proporcionaban un aspecto atractivo y juvenil, incluso inocente, pero recordé su habilidad para manejar la espada. En la cintura llevaba dos espadas corvas, como la de Monroe. Le lancé un gruñido y retrocedí lentamente, alejándome de los tres Buscadores.

—Eres de las que siempre despiertan de mal humor, ¿verdad? —dijo Connor con una sonrisa—. Te prometo que te serviremos el desayuno, lobita. Pero no puedes devorar a Ethan. ¿Trato hecho?

—Cala —dijo Monroe, acercándose—. No somos tus enemigos. Te ruego que nos des una oportunidad.

Lo miré directamente a los ojos —su mirada era oscura y un tanto temerosa— y después les eché un vistazo a Ethan y a Connor. Ambos flanqueaban a Monroe, pero ninguno de los dos había desenvainado un arma. Permanecí inmóvil, no sabía qué hacer. Mi instinto me decía que los atacara, pero los Buscadores sólo se habían defendido y ahora no trataban de hacerme daño.

Ain estaba inquieta, pero me convertí en humana.

—A mí me gusta más así —murmuró Connor—. ¿Y a ti? —añadió, ojeando a Ethan, que se limitó a soltar un gruñido.

—¿Qué están haciendo aquí? —pregunté, señalando a los otros dos pero dirigiéndome a Monroe—. Creo que dijiste que estaría a salvo contigo.

—Son miembros de mi equipo —contestó—. Y trabajarás en estrecha colaboración con ellos. Puedes confiar en ellos tanto como en mí.

Ahora era yo quien reía.

—Ni hablar. Esos dos han tratado de matarme en más de una ocasión.

—Palabra de explorador: ahora que estamos en el mismo equipo se acabaron las peleas —dijo Connor.

—Como si alguna vez hubieras sido un explorador. —La sonrisa de Ethan sólo duró un segundo—. ¡Además, acaba de tratar de arrancarme el gaznate!

—Ethan. —Monroe le lanzó una mirada severa.

Pero la hostilidad de Ethan me resultaba menos inquietante que las promesas de Monroe o las burlas de Connor, porque al menos las amenazas de Ethan tenían sentido: ellos eran Buscadores y yo, una Vigilante. Lo único que teníamos en común era el derramamiento de sangre.

—Nuestros mundos están cambiando más rápidamente de lo que puedes imaginar, Cala —dijo Monroe—. Olvida lo que crees saber de nosotros. Podemos ayudarnos mutuamente. Todos deseamos lo mismo.

No contesté, y me pregunté qué creería que yo deseaba.

—¿Te unirás a nosotros? —preguntó— ¿Me escucharás?

Desvié la mirada y contemplé el pasillo curvo. Nada me resultaba conocido. Si echaba a correr no sabría adónde me dirigía. Si seguía a Monroe, al menos podría tratar de descubrir el modo de escapar.

—De acuerdo —dije.

—¡Estupendo! —Connor rio— ¡Basta de peleas! Supongo que ahora seremos amigos del alma. Maravilloso —añadió, lanzándome una mirada significativa.

—Estás loco —exclamó Ethan—. Es un lobo.

—De momento, no —dijo Connor, acercándose. Percibí su aroma a cedro y violetas mezclado con el olor del café. Me resultaba familiar: lo había olido antes. Solté un gruñido y retrocedí, tratando de apartar los recuerdos que me invadían.

«—¿Estás seguro de que ella es un alfa? —preguntó Connor, estrechándome los brazos—. No parece muy dura.

»—Tienes una memoria selectiva, imbécil —dijo Ethan en tono irascible—. Sólo porque sea una rubia guapa no deja de ser un lobo.

»—Hay que vivir el momento, tío. —Connor rio—. Y en este momento estoy abrazando a una chica guapa.

»—¡Deja de hablar de ella como si yo no estuviera presente! —grito Shay.

»—¡Horror! He enfadado al Gran Señor —dijo Connor—. ¿Lograré que me perdone algún día?

»—No te metas con el chico, Connor —dijo Monroe—. Casi hemos llegado al punto de reunión.

»—Lo siento, chico —dijo Connor con una sonrisa irónica.

»—Se acabó —gruño Shay y oí un forcejeo.

»—¡Alto! —El cuerpo de Ethan surgió ante mí—. No puedo dejar que lo hagas, chico.

»—Ya basta —dijo Monroe—. Ahí está el pórtico. Adelante.

»Traté de moverme, bizqueando para ver dónde estaba. Era como si el aire brillara, el frío dio paso al calor, los brazos de Connor me ciñeron y volvía a perder la consciencia.»

Al ver la sonrisa pícara de Connor supe que ya la había visto con anterioridad, aunque se tratara de un recuerdo borroso. Él me lanzó una mirada traviesa y cerré el puño, calculando qué me daría mayor satisfacción: pegarle un puñetazo en el vientre o un poco más abajo. Si quería evitar una pelea, tendría que morderse la lengua en mi presencia.

Pero Monroe se me adelantó.

—Basta ya, Connor. Le llevará un tiempo acostumbrarse a tu sentido del humor.

—¡Señor, sí, señor! —Connor se puso firme, pero sin dejar de reír.

Volví a sentirme confusa. Ethan resopló sin dejar de observarme con aire desconfiado, pero no se movió. Al parecer, no estaban buscando pelea. Dado que antes, cuando me encontraba con ellos intentaba matarlos, ahora sus bromas me resultaban incomprensibles. ¿Quiénes eran estos hombres?

—Anika nos espera en Tácticas —dijo Monroe, carraspeando para disimular su propia risa. Se volvió y avanzó por el pasillo—. Vamos.

Tuve que trotar para mantenerme a la par. Me incomodaba darle la espalda a Ethan y a Connor. Tuve que hacer un esfuerzo de voluntad para no mirarlos por encima del hombro, aunque más no fuera para mostrarles los dientes en señal de advertencia.

Cuanto más avanzábamos tanto mayor era mi confusión. El pasillo trazaba una curva interminable; pasamos junto a muchas puertas, pero no había esquinas. Este lugar, fuera lo que fuera, parecía circular, inundado por los rayos de sol y cada vez más luminoso a medida que avanzaba la mañana. Tuve que parpadear, la luz me deslumbraba. Hasta las paredes resplandecían. Diminutas vetas cristalinas recorrían el suelo y las paredes de mármol, atravesaban la superficie como ríos multicolores que se confundían con los rayos de sol y proyectaban un sinfín de arco iris fantasmales. Mantenía la vista clavada en los motivos luminosos, así que cuando Monroe se detuvo abruptamente casi choqué con él.

Habíamos alcanzado un punto en el que el pasillo curvo desembocaba en un amplio recinto abierto del que surgían senderos a derecha e izquierda. El de la izquierda, que se dirigía a lo que debía de ser el centro del edificio, no era un pasillo; estaba formado por puertas acristaladas que daban a un puente del mismo mármol. Recorrí la pasarela de piedra tallada con la mirada y me quedé boquiabierta: las paredes desaparecían y dejaban ver un inmenso patio situado a unos quince o veinte metros más abajo.

«Al parecer, Monroe decía la verdad cuando mencionó las ventanas.»

El patio estaba ocupado por… ¿invernaderos y jardines? Parecían jardines, pero allí no crecía ni una sola planta. Es verdad que casi estábamos en invierno. ¿O no? ¿Cuánto tiempo había permanecido allí?

Alcé la vista y comprobé que, a diferencia del pasillo que habíamos recorrido, el patio estaba abierto al cielo. Al otro lado de las puertas de cristal, delgados copos de nieve caían lentamente sobre la tierra oscura.

BOOK: La pesadilla del lobo
3.59Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Marching to Zion by Glickman, Mary
Once Upon a Summertime by Melody Carlson
Blood Sacrifice by By Rick R. Reed
Volcanoes by Hamlett, Nicole
Bold Seduction by Karyn Gerrard
My Surgeon Neighbour by Jane Arbor
Gucci Gucci Coo by Sue Margolis
Carl Weber's Kingpins by Keisha Ervin
Shadow The Baron by John Creasey