La ola (9 page)

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Authors: Morton Rhue

BOOK: La ola
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—No —contestó Carl con seriedad—. Yo me fui a Argentina como estaba programado.

—Claro —concluyó Laurie, mirando al resto de la plantilla de
El cotilleo
—. Me imagino que todos vosotros también habréis estado muy ocupados dando la vuelta al mundo y no habréis tenido tiempo de escribir nada, ¿no?

—Yo fui al cine —intervino Jeanie.

—¿Escribiste una crítica? —preguntó Laurie.

—No, era una
peli
demasiado buena.

—¿Demasiado buena?

—Escribir la crítica de una
peli
buena no tiene gracia.

—Tiene razón —dijo Alex, el crítico musical trotamundos—. No tiene gracia escribir sobre una
peli
buena porque no puedes decir nada malo. Las críticas sólo tienen gracia si la
peli
es mala. Entonces puedes hacerla trizas... Ja, ja, ja...

Alex empezó a frotarse las manos para hacer su imitación del científico loco. Era la mejor imitación de todo el instituto. También imitaba muy bien a un surfista en medio de un huracán.

—Necesitamos artículos para el periódico —dijo Laurie firmemente—. ¿No se os ocurre nada?

—Han comprado un autobús nuevo —comentó alguien.

—¡Menos mal!

—He oído decir que el próximo curso el señor Gabondi se cogerá un año sabático.

—A lo mejor no vuelve.

—Ayer un chico de quince años golpeó el cristal de una ventana. Estaba tratando de demostrar que podía hacer un agujero de un puñetazo, sin cortarse la mano.

—¿Y lo consiguió?

—No, le han dado doce puntos.

—Bueno, esperad un momento —interrumpió Carl—. ¿Qué os parece eso de La Ola? Todo el mundo quiere saber qué es.

—Laurie, ¿no estás tú en la clase de historia de Ross? —preguntó otro miembro de la redacción.

—En este momento, probablemente éste sea el mejor artículo que pueda hacerse del
insti
—intervino otro chico.

Laurie asintió. Sabía que podía escribirse un artículo de La Ola, incluso un gran artículo. Dos días antes había llegado a pensar que lo que probablemente necesitaran los zánganos y desorganizados de
El cotilleo
fuera algo parecido a La Ola. Pero luego había desechado la idea. No podía explicar conscientemente por qué. Era esa sensación inquietante que había empezado a tener, la impresión de que quizá hubiera que andarse con cuidado con La Ola. De momento, no había dado malos resultados en la clase del señor Ross, y David le había contado que creía que estaba ayudando al equipo de fútbol americano. Pero ella no acababa de fiarse.

—¿Qué te parece, Laurie? —preguntó alguien.

—¿La Ola?

—¿Por qué no nos has hecho escribir sobre esto? —preguntó Alex—. ¿O es que quieres guardarte las historias interesantes para ti?

—No sé si tenemos suficiente conocimiento como para escribir un artículo —respondió Laurie.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Alex—. Tú eres de La Ola, ¿no?

—Sí —contestó Laurie—. Pero no lo sé...

Un par de miembros de la redacción fruncieron el ceño.

—Pues yo creo que debe aparecer un artículo sobre el movimiento en
El cotilleo
, por lo menos para informar de que existe —intervino Carl—. Hay un montón de chicos que quieren saber qué es.

—Sí, tenéis razón —asintió Laurie—. Trataré de explicar lo que es. Pero los demás también tenéis que hacer algo. Como faltan unos cuantos días para que salga el periódico, intentad averiguar todo lo que podáis sobre lo que opinan los alumnos de La Ola.

Desde la noche en la que había hablado con sus padres sobre La Ola durante la cena, Laurie había evitado volver a sacar el tema. Creía que no valía la pena ahondar más en la cuestión, sobre todo con su madre, que siempre encontraba algún motivo de preocupación en todo lo que hiciese, ya fuera salir por la noche con David, morder un bolígrafo o hacerse de La Ola. Laurie tenía la esperanza de que su madre se olvidara del tema. Pero aquella noche, cuando estaba estudiando en su cuarto, su madre llamó a la puerta.

—¿Puedo entrar, cariño?

—Claro, mamá.

Se abrió la puerta y apareció la señora Saunders, en zapatillas y con un albornoz de felpa amarillo. Tenía la piel de alrededor de los ojos aceitosa y Laurie pensó que se había puesto crema antiarrugas.

—¿Qué tal van las patas de gallo, mamá? —preguntó, bromeando.

La señora Saunders sonrió con ironía.

—Algún día, no te parecerá tan gracioso —dijo con el dedo en alto.

Se acercó al escritorio y miró por encima del hombro de su hija qué libro estaba leyendo.

—¿Shakespeare?

—¿Y qué esperabas? —preguntó Laurie.

—Pues cualquier cosa, menos La Ola —respondió la señora Saunders, que se sentó en la cama de su hija.

Laurie se volvió a mirarle.

—¿Qué quieres decir, mamá?

—Pues que hoy me he encontrado a Elaine Billings en el supermercado y me ha dicho que Robert es otra persona completamente distinta.

—¿Estaba preocupada? —preguntó Laurie.

—No, pero yo sí que lo estoy. Ya sabes que siempre han tenido muchos problemas con él. Elaine me ha hablado muchas veces del tema. Ha estado muy preocupada.

Laurie asintió.

—Y ahora, claro, está entusiasmada con este súbito cambio —continuó la señora Saunders—. Pero, no sé por qué, yo no me fío. Un cambio de personalidad tan radical... Es como si hubiera entrado en una secta o algo por el estilo.

—¿Qué quieres decir?

—Laurie, si te fijas en qué clase de personas acaban en las sectas, verás que casi siempre es gente que no está satisfecha consigo misma ni con su vida. Para ellos, la secta es una manera de cambiar, de empezar de cero, literalmente de nacer de nuevo. Si no, ¿cómo te explicas este cambio en Robert?

—Pero, ¿qué tiene eso de malo, mamá?

—Pues que no es real, Laurie. Robert sólo puede estar seguro mientras esté en La Ola. Pero, ¿qué crees que va a pasar en cuanto la deje? Al resto del mundo no le importa nada La Ola. Si Robert no estaba bien en el instituto antes de que existiera La Ola, tampoco estará bien fuera de él, donde La Ola no existe.

Laurie estaba de acuerdo.

—Pero no tienes que preocuparte por mí, mamá. Me parece que ya no estoy tan entusiasmada como hace un par de días.

—Claro, ya me suponía que no lo estarías si reflexionabas un poco —asintió la señora Saunders.

—¿Y cuál es el problema entonces?

—El problema es que los demás en el instituto se la toman muy en serio.

—¡Ay, mamá! Tú eres la única que se la toma demasiado en serio. ¿Quieres saber lo que pienso? Pues que no es más que una moda. Es como la música punk o cualquier cosa de éstas. Dentro de dos meses, nadie se acordará de La Ola.

—La señora Billings me ha dicho que están organizando un encuentro de La Ola para el viernes por la tarde.

—No es más que un encuentro de motivación para el partido de fútbol americano del sábado —explicó Laurie—. La única diferencia es que lo llaman encuentro de La Ola en vez de llamarlo encuentro de motivación.

—¿En el que tienen previsto adoctrinar formalmente a doscientos nuevos miembros? —preguntó la señora Saunders con escepticismo.

—Mamá, por favor, escúchame. Te estás poniendo histérica con este asunto. No van a adoctrinar a nadie. Sólo darán la bienvenida a los nuevos miembros de La Ola. Todos estos chicos irían igualmente al encuentro de motivación. Te aseguro que La Ola no es más que un juego. Como cuando los niños juegan a los soldados. Me gustaría que pudieras conocer al señor Ross, porque entonces verías que no hay nada de que preocuparse. Es un profesor estupendo. No crearía una secta en su vida.

—¿Y a ti todo esto no te molesta nada? —preguntó la señora Saunders.

—Mamá, a mí lo único que me molesta es que haya tantos chicos de mi clase participando en un juego tan inmaduro. Supongo que puedo entender a David. Está convencido de que así su equipo va a ganar los partidos. Pero a la que no puedo entender es a Amy. Tú ya la conoces. Es una chica muy inteligente y, sin embargo, veo que se lo está tomando muy en serio.

—O sea que

estás preocupada —constató su madre.

—Que no, mamá —señaló Laurie, moviendo la cabeza—. Esto es lo único que me fastidia y no es mucho. Te aseguro que estás haciendo una montaña de un grano de arena. De verdad, créeme.

La señora Saunders se levantó.

—Bueno, Laurie. Por lo menos, sé que tú no estás metida en este asunto. Supongo que ya es mucho. Pero, por favor, ten cuidado, cariño.

La señora Saunders se inclinó, besó a su hija en la frente y salió de la habitación.

Laurie se quedó sentada en el escritorio, pero en vez de volver a hacer los deberes empezó a morder el bolígrafo y a pensar en lo que le había dicho su madre. Estaba sacando las cosas de quicio, ¿verdad? La Ola no era más que una moda, ¿no?

10

Ben Ross estaba tomando café en la sala de profesores cuando vinieron a decirle que Owens, el director, le esperaba en su despacho. Ross se puso un poco nervioso. ¿Habría pasado algo? Si Owens quería verle, tenía que ser por algo relacionado con La Ola.

Salió al pasillo para ir al despacho del director. Por el camino, más de una docena de alumnos se pararon a hacerle el saludo de La Ola. Él contestó y siguió andando, sin dejar de pensar en lo que iba a decirle Owens. En cierto sentido, si Owens le decía que había recibido algunas quejas y que tenía que parar el experimento, Ross iba a sentirse aliviado. Nunca se hubiera podido imaginar que La Ola tomara aquellas dimensiones. Aún le sorprendía que los chicos de otras clases, e incluso de otros cursos, hubieran entrado en La Ola. Ross no se había propuesto que ocurriera todo esto.

Pero también tenía que pensar en el caso de los perdedores de la clase, como Robert Billings. Por primera vez en su vida, Robert era igual que los demás, miembro y parte de un grupo. Nadie se reía de él ni había vuelto a molestarle. Y Robert había cambiado mucho; no sólo en su aspecto, sino que empezaba a participar. Por primera vez, era un miembro activo de la clase. Y no sólo en historia. Christy le había contado que lo había observado también en la clase de música. Robert parecía otra persona. Poner fin a La Ola podía implicar que Robert volviera a su papel de colgado de la clase y privarle de la única oportunidad que tenía.

Además, Ben pensaba que poner fin al experimento también significaba engañar a los alumnos que habían decidido tomar parte en él. Sería como dejarles sin la oportunidad de ver adónde podía llevarles La Ola. Y él también se quedaría sin la oportunidad de poder guiarles hasta allí.

Ben se paró en seco. Un momento, se dijo Ben. ¿Desde cuándo les guiaba él a algún sitio? Esto no era nada más que un experimento, ¿verdad? Una oportunidad para que los chicos se hicieran una idea de lo que podía haber sido la vida en la Alemania nazi. Ross sonrió para sus adentros. No nos dejemos llevar, pensó, y continuó su camino por el pasillo.

La puerta del despacho del director estaba abierta y, cuando Owens vio aparecer a Ben Ross por la antesala, le hizo una seña con la mano para que entrara.

Ben estaba algo confuso. De camino al despacho, se había convencido de que el director iba a echarle la bronca, pero el hombre parecía estar de buen humor.

Owens era un hombre alto como un castillo que medía más de un metro noventa. Era completamente calvo y no tenía más que algún mechoncillo de pelo encima de las orejas. Su otra característica notable era la pipa, que llevaba siempre en la boca. Tenía una voz profunda y cuando se enfadaba era capaz de imbuir ideas religiosas en el ateo más empedernido. Pero aquel día no parecía que Ben tuviera nada que temer.

El director estaba sentado detrás de su mesa, con sus grandes zapatos negros apoyados en una esquina, y escrutaba con la mirada a Ben.

—Ben, me gusta tu traje —dijo.

Nadie había visto a Owens en el Instituto Gordon sin un traje de tres piezas, incluso en los partidos de los sábados.

—Gracias —contestó Ben, nervioso.

Owens sonrió.

—No recuerdo haberte visto con traje.

—Sí, es que antes no llevaba —comentó Ben.

El director levantó una de sus cejas.

—¿Y no tendrá esto algo que ver con eso de La Ola?

Ben tuvo que aclararse la garganta.

—Pues, sí; en realidad, sí.

Owens se inclinó hacia adelante.

—Veamos, Ben. Cuéntame de qué va toda esta historia de La Ola. Has armado un gran revuelo en el instituto.

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