La ola (15 page)

Read La ola Online

Authors: Morton Rhue

BOOK: La ola
10.27Mb size Format: txt, pdf, ePub
16

A la mañana siguiente, en el despacho del director, Ben tuvo que sacar el pañuelo del bolsillo y secarse el sudor de la frente. Al otro lado de la mesa, Owens acababa de dar un puñetazo sobre la mesa.

—¡Maldita sea, Ben! No me importa nada tu experimento. Tengo profesores que se quejan, tengo padres que me llaman cada cinco minutos porque quieren saber qué demonios está pasando aquí y qué narices estamos haciendo con sus hijos. ¿Crees que puedo
decirles
que es un experimento? Por el amor de Dios, hombre. ¿Sabes el chico al que zurraron la semana pasada? Su rabino estuvo aquí ayer. Ese hombre se pasó dos años en Auschwitz. ¿Crees que le importa tu experimento?

Ben se incorporó en la silla.

—Owens, comprendo las presiones a las que estás sometido. Sé que La Ola ha llegado demasiado lejos...

Ben se detuvo y respiró profundamente.

—Ahora soy consciente de que he cometido un error. Una clase de historia no es un laboratorio de ciencia. No pueden hacerse experimentos con seres humanos y menos aún con alumnos de instituto que no entienden que forman parte del experimento. Pero por un momento olvidémonos de que ha sido un error y de que ha llegado demasiado lejos. Vamos a pensar en lo que tenemos ahora. Ahora mismo hay doscientos alumnos que creen que La Ola es genial. Todavía estoy a tiempo de darles una lección. Sólo necesito que me dejes el resto del día y podré darles una lección que nunca olvidarán.

Owens le miró con escepticismo.

—¿Y qué quieres que les diga a los padres y a los profesores mientras tanto?

Ben tuvo que volver a secarse el sudor de la frente con el pañuelo. Sabía que se lo estaba jugando todo, ¿pero qué otra cosa podía hacer? Él les había metido en este lío y él tenía que solucionar el problema.

—Diles que he prometido que todo habrá terminado esta noche.

Owens levantó una ceja.

—¿Y cómo piensas hacerlo?

Ben no necesitó mucho tiempo para exponer su plan. Al otro lado de la mesa, Owens vació su pipa y se quedó pensativo. Siguió un largo y embarazoso silencio.

—Ben, te seré muy sincero. Este asunto de La Ola ha perjudicado mucho al Instituto Gordon y estoy muy disgustado. Te concederé el día de hoy. Pero te lo advierto: si no funciona, tendré que pedirte que presentes tu dimisión.

—Sí, lo comprendo —asintió Ben.

Owens se levantó y le dio la mano.

—Espero que todo salga bien —dijo con aire solemne—. Eres un buen profesor y sentiríamos mucho perderte.

Al salir al pasillo, Ben no tuvo tiempo de pensar en las palabras de Owens. Tenía que encontrar a Alex Cooper y a Carl Block, y tenía que actuar deprisa.

En la clase de historia, esperó primero a que los chicos estuvieran atentos.

—Tengo que realizar un anuncio especial sobre La Ola. Esta tarde, a las cinco, habrá una reunión en el auditorio, sólo para miembros de La Ola.

David sonrió y le guiñó el ojo a Laurie.

—El motivo del encuentro es el siguiente —continuó el señor Ross—. La Ola no es sólo un experimento escolar. Es mucho, mucho más que eso. Sin que vosotros lo supierais, desde la semana pasada, profesores de todo el país como yo hemos reclutado y entrenado a una brigada juvenil para mostrar al resto de la nación cómo puede conseguirse una sociedad mejor. Como ya sabéis, este país acaba de vivir una década en la que una constante inflación de dos cifras ha debilitado seriamente la economía. El desempleo ha aumentado sin parar y tenemos el peor índice de criminalidad de la historia. La moral de los Estados Unidos nunca había estado tan baja. A menos que se revierta esta tendencia, cada vez habrá más personas, entre ellas los fundadores de La Ola, que creerán que nuestro país está condenado.

David ya no sonreía. Esto no era lo que esperaba oír. El señor Ross no parecía dispuesto a acabar con La Ola. Al contrario. ¡Parecía estar pontenciándola más que nunca!

—Tenemos que demostrar que mediante disciplina, comunidad y acción podemos transformar totalmente este país. Fijaos en lo que hemos conseguido en este instituto en sólo unos pocos días. Si podemos cambiar las cosas aquí, podemos cambiarlas en todas partes.

Laurie lanzó una mirada de terror a David. El señor Ross continuó.

—En fábricas, hospitales, universidades, en todas las instituciones...

David no pudo aguantar más y se levantó de su silla.

—¡Señor Ross! ¡Señor Ross!

—¡Siéntate, David! —ordenó el profesor.

—Pero, señor Ross, nos dijo...

Ben no le dejó continuar.

—He dicho que te sientes, David. No me interrumpas.

David volvió a sentarse, incapaz de creer lo que estaba oyendo, y el señor Ross continuó.

—Bien, escuchad con atención. ¡Esta tarde, en el encuentro, el fundador y líder nacional de La Ola hablará por la televisión para anunciar la formación de un Movimiento Nacional de Juventudes de La Ola!

Se oyó una ovación generalizada de los alumnos. Aquello era demasiado para David y Laurie. Se levantaron, esta vez para enfrentarse a la clase.

—Esperad, esperad —imploró David—. No le escuchéis. No le escuchéis. Miente.

—¿Acaso no veis lo que está haciendo? —preguntó Laurie preocupada—. ¿Acaso ya no podéis pensar por vosotros mismos?

Poco a poco el silencio inundó la clase y todos se quedaron mirándolos.

Ben sabía que tenía que actuar deprisa, antes de que Laurie y David hablaran más de lo debido. Sabía que había cometido un error. Les había pedido que confiaran en él y no había considerado la posibilidad de que le desobedecieran. Pero enseguida vio que iban a hacerlo. Chasqueó los dedos.

—Robert, quiero que te hagas cargo de la clase hasta que yo regrese de acompañar a David y a Laurie al despacho del director.

—¡Señor Ross, sí!

El señor Ross abrió enseguida la puerta para que salieran David y Laurie.

Los dos se encaminaron despacio hacia el despacho de Owens, seguidos por el señor Ross. Todavía podían oír las voces fuertes y decididas que coreaban en la clase: «¡Fuerza mediante disciplina! ¡Fuerza mediante comunidad! ¡Fuerza mediante acción!».

—Señor Ross, anoche nos engañó —dijo David con amargura.

—No, no lo hice, David. Pero os dije que tendríais que confiar en mí —contestó el señor Ross.

—¿Y por qué deberíamos hacerlo? —preguntó Laurie—. Usted empezó lo de La Ola.

Era una buena observación; Ben no encontró razón alguna por la que debieran confiar en él. Lo único que sabía era que tenían que hacerlo. Tenía la esperanza de que por la tarde lo comprendieran.

David y Laurie se pasaron casi toda la tarde esperando fuera del despacho de Owens, para poder verle. Estaban tristes, deprimidos y convencidos de que el señor Ross les había engañado para que no le estorbaran en lo que parecía iban a ser las últimas horas antes de que el movimiento de La Ola del Instituto Gordon entrara a formar parte del movimiento nacional de La Ola, que se había desarrollado simultáneamente en otros institutos de todo el país.

Ni siquiera el señor Owens parecía estar de su parte cuando accedió por fin a verles. Sobre la mesa, tenía una nota del señor Ross y, aunque ninguno de los dos podía leer lo que decía, estaban seguros de que les acusaba de haber interrumpido la clase. Pidieron al director que pusiera fin a La Ola e impidiera el encuentro de las cinco, pero Owens se limitó a decir que todo saldría bien.

Por último, les dijo que volvieran a clase. David y Laurie no se lo podían creer. Estaban tratando de evitar lo más grave que había ocurrido jamás en el instituto y el director parecía no darse cuenta.

Después de salir del despacho, en el pasillo, David lanzó los libros en su taquilla y la cerró de un portazo.

—Ni hablar —le dijo indignado a Laurie—. Yo no me quedo más aquí. Me marcho.

—Espera a que guarde mis libros —le pidió Laurie—. Me voy contigo.

Pocos minutos después, cuando iban ya por la acera, Laurie se percató de que David estaba cada vez más deprimido.

—No me puedo creer que haya sido tan tonto, Laurie —repetía David sin parar—. No me puedo creer que me metiera en esto.

Laurie le apretó la mano.

—No has sido tonto, David. Has sido idealista. En La Ola había algunas cosas buenas. Si todo hubiera sido malo nadie habría querido entrar en ella. Lo que pasa es que no ven lo que tiene de malo. Creen que con La Ola todo el mundo es igual, pero no comprenden que esto no te permite ser independiente.

—Laurie, ¿es posible que estemos equivocados respecto a La Ola? —preguntó David.

—No, David. Tenemos razón.

—¿Y por qué no lo ven los demás?

—No lo sé. Es como si todos estuvieran en trance. Ya no quieren ni escuchar.

David asintió, desesperado.

Todavía era pronto y decidieron ir a dar un paseo por un parque cercano. Ninguno de los dos quería regresar a casa. David no sabía qué pensar de La Ola y del señor Ross. Laurie seguía creyendo que era una moda y que los chicos no tardarían en cansarse, fuera quien fuera el organizador o el lugar en el que se organizara. Lo que le daba miedo era lo que podían hacer los miembros de La Ola antes de hartarse de ella.

—De repente, me siento muy solo —dijo David mientras paseaban entre los árboles del parque—. Es como si todos mis amigos se hubieran vuelto locos y yo fuera un proscrito, sólo porque me niego a ser igual que ellos.

Laurie sabía muy bien lo que sentía, porque a ella le pasaba lo mismo. Se acercó a él y David le pasó el brazo por la cintura. Se sentía más unida a David que nunca. ¿No era extraño que vivir algo negativo como aquello sirviera para unirles más? Laurie se acordó de la noche anterior y de lo deprisa que David se había olvidado de La Ola cuando vio que le había hecho daño. De repente, se abrazó a él con fuerza.

—¿Qué te pasa? —preguntó David sorprendido.

—Nada.

—Ah.

David miró para otro lado.

Laurie volvió a pensar en La Ola. Trató de imaginarse el auditorio del instituto aquella tarde, lleno de miembros de La Ola. Y ese líder que iba a hablarles por televisión desde algún lugar. ¿Qué les diría? ¿Que quemasen los libros? ¿Que obligaran a todos los que no fueran de La Ola a ponerse bandas en el brazo? Era un disparate que ocurriera algo así... De repente, Laurie recordó algo.

—David, ¿te acuerdas del día en que empezó todo esto?

—¿El día en que el señor Ross nos dio la primera consigna?

—No, David; el día anterior. El día en que vimos aquella
peli
sobre los campos de concentración nazis que me impresionó tanto. ¿Te acuerdas? Nadie podía entender que los demás alemanes ignoraran lo que estaban haciendo los nazis y pretendieran que no lo sabían.

—¿Y?

—David, ¿te acuerdas de lo que me dijiste cuando estábamos comiendo? —preguntó Laurie, mirándole.

David trató de recordarlo, pero movió la cabeza.

—Me dijiste que nunca podría volver a suceder.

David la miró un momento y sonrió con ironía.

—¿Sabes una cosa? Ya sé que esta tarde hay un encuentro con el líder nacional y ya sé que yo he formado parte del movimiento, pero no acabo de creerme que esté sucediendo. Es demencial.

—Yo estaba pensando lo mismo —dijo Laurie, que de repente tuvo una idea—. David, volvamos al
insti.

—¿Por qué?

—Porque quiero verle. Quiero ver a ese líder. Te juro que no me creeré que esto está sucediendo de verdad hasta que no lo vea con mis propios ojos.

—Pero el señor Ross ha dicho que sólo era para los miembros de La Ola.

—¿Y qué más da?

David se encogió de hombros.

—No lo sé, Laurie. No sé si quiero ir. Es que... Ya he caído en las garras de La Ola una vez y podría caer de nuevo si volvemos.

Laurie se echó a reír.

—¡Lo dudo mucho!

17

Mientras Ben Ross se dirigía hacia el auditorio, no podía creer lo que veía. Delante de él, dos de sus alumnos sentados junto a una mesita en las puertas del auditorio estaban comprobando las tarjetas de socio. Los miembros de La Ola acudían en tromba y muchos llevaban pancartas e insignias. Ross no pudo evitar pensar que antes de La Ola habría hecho falta una semana entera para organizar a tantos alumnos. Hoy, con un par de horas había bastado. Suspiró. En cuanto a la disciplina, comunidad y acción, todo era positivo. Se preguntó lo que iban a tardar en aparecer otra vez los deberes sucios, si conseguía «desprogramar» a sus alumnos. Sonrió. ¿Era éste el precio que había que pagar por la libertad?

Other books

Maxwell’s Movie by M. J. Trow
Third Time Lucky by Pippa Croft
Dancer by Colum McCann
Saturday by Ian Mcewan
A Regency Christmas Pact Collection by Ava Stone, Jerrica Knight-Catania, Jane Charles, Catherine Gayle, Julie Johnstone, Aileen Fish
Patricia Rice by Wayward Angel