En una sala de Chat todas esas contras se encuentran absolutamente neutralizadas. Por eso chateando somos todos ganadores.
«Me levanté una mina por internet», es la clásica frase del banana medio pelo que nunca antes en su vida levantó nada.
¿Por qué quitamos mérito a estos intrépidos ciberganadores? Porque así levanta cualquiera. En Internet no ponemos la cara. Somos unas letritas con un nombre inventado, de manera tal que la damisela que se encuentre al otro lado del cable dejará librada a los deseos de su imaginación nuestra apariencia. Esos nombres inventados, más comúnmente denominados «nicks», pueden ir desde súper eróticos tirando a porno, como «Introductor anal», «Supercogedor» o «El trípode», a dulces y románticos como «Tu caramelito», «Enamoradizo» o «Solito».
Al ingresar a una sala de chat cada uno da rienda suelta al levante a su manera. Total, se puede salir y volver a entrar con otro nick. Borrón y cuenta nueva y aquí no ha pasado nada. Es así como los ciberbananones, muchas veces arrancan con una frase tipo «¿Hay alguna chica de capital que tenga ganas de coger?» ¿Se imaginan a ese pelotudo entrando a una reunión, parándose en el medio del living y diciendo eso?
Otros en cambio, eligen el camino más suave: «¿Hay alguna chica que desee hablar conmigo?» En definitiva es más o menos lo mismo, porque todos sabemos cual es la verdadera intención del que directamente pide por una mujer en la sala de chat, pero bueno, por lo menos va con más carpa.
La vez pasada fueron protagonistas de una romántica charla un tal «Principe Azul» con otra tal «Gatúbela». Ella le hablaba de una forma que era evidente que la pelotuda creía que hablaba con un verdadero príncipe sacado de un cuento de hadas. Seguramente no se detuvo ni un momento a pensar que su príncipe azul lo más probable es que tuviera su mano derecha en el Mouse y con la izquierda se estuviera rascando los hongos de las bolas por medio del agujero que se le hizo en su calzoncillo después de cuatro días de no cambiárselo. ¡Príncipe azul las pelotas! Gordo pedorro, sin dientes, transpirado, cachondo y con mal aliento.
Lo más cómico de todo es que el dogor también se estaría haciendo la película imaginando a Michelle Pfeiffer en su traje de cuero ceñido a su perfecto cuerpo, cuando en realidad la que teclea del otro lado es una de esas tantas que encuentran en Internet una única posibilidad de que alguien les de pelota. Esas que cuando las ves, te dan ganas de preguntarles ¿no te duele la cara? Y que en lugar de «Gatúbela» debería haberse puesto «Bufalúbela».
Mientras el príncipe sea de Argentina y la gata de México, lo más probable es que no pase nada malo y simplemente la historia se reduzca a que cada uno sienta que es una fiera del levante. El quilombo sobreviene varios días en la misma ciudad y después de cibermasturbarse durante varios días y evitando enviar fotografías por email, porque cada uno saber que si lo hace está perdido, deciden encontrarse.
Uy Dios… Que garrón, ¿Y éste era el príncipe? ¿Y ésta era la Gatúbela? Pero bueno, como el gordo andaba necesitado de una buena destapada de cañería y el bagayo de Gatúbela casi ya no se acordaba de cuando fue la última vez, si es que hubo alguna vez, le dan para adelante, haciéndole honor a aquel viejo dicho que dice «un polvo y un vaso de agua no se le niega a nadie».
Después «El príncipe» llega a la oficina y dice: —Vengo de cogerme una minita que me gané en Internet.
—¿En serio Gordo? ¿Y qué tal está? —preguntan sus compañeros de trabajo, ávidos de conocer el resto de la repugnante historia.
—Y… seis puntos… Pero no saben como coge —responde el caradura.
De ahí en más se pone a relatar en detalle las piruetas que se mandó con Gatúbela a toda la barra del laburo, cosa que jamás haría un príncipe.
Gatúbela, a todo esto, ya sabiendo que la experiencia había sido «debut y despedida», y absolutamente desilusionada, no se lo cuenta ni al loro.
Si nos levantamos una mina por Internet tenemos que tener en cuenta que si en lugar nuestro hubiese aparecido cualquier otro con algún nick parecido, se la hubiera levantado también. Porque en realidad, la mina se conectó para levantarse un tipo y vos caíste justo.
Tal vez pensás que con las cosas románticas o eróticas que le dijiste la dejaste loca y perdidamente enamorada de vos. ¿Enamorada de quien, Pasqual? Si no te conoce.
Escondido en la intimidad de tu bunker, sin que nadie pueda saber quien sos ni donde estás, teniendo la posibilidad de cometer cualquier error, diciendo cualquier barrabasada, sin ningún tipo de pudor total nadie te ve ni te verá y sin hacerte el más mínimo problema si te echan flit porque podés desaparecer y transformarte en otra persona con un simple golpe de enter, no vale. Así cualquiera.
Lo más cómico es que tal vez todo ese jugueteo anónimo se lo estemos haciendo a un cacatúa impenetrable y nos creamos Patrick Swayze en «El Duro» después que el bicharraco se muestra interesado en nosotros.
Dejémonos de joder. Si queremos divertirnos un rato, está bien; pero no esperemos encontrar la chica de nuestros sueños adentro de un monitor, ni creamos que somos unos playboys imparables porque nos ganamos una mina chateando. Eso lo hace cualquiera.
Y no te olvides: «Las lindas no chatean».
Si existe un lugar por excelencia en donde encontrar mujeres en cantidad es en un boliche bailable. Sí… Ya se… Ahora se dice boliche bailable. Según el año en que se esté leyendo este libro y también la edad del lector, la denominación aplicada al susodicho recinto con poca luz, humo de cigarrillo, música a todo volumen, mujeres por doquier vestidas para matar y hombres en busca de ellas de manera frenética, puede variar desde boite a vaya a saber qué, pasando por boliche, disco, discoteca, pista, etc.
Ahora que ya sabemos de qué se trata, vamos a acordar llamarlo «boliche», ¿ok?… Gracias.
El hecho de que, como dijimos líneas arriba, sea el lugar por excelencia para encontrar mujeres en cantidad, hace presuponer que también es el lugar por excelencia para ganarnos una.
Error. Grave error.
Llega el sábado a la noche y arrancamos con los preparativos.
Una cuidadosa selección de las pilchas a utilizar, un buen baño, una buena afeitada, algunas prácticas frente al espejo de miradas matadoras (algunas de ellas con apoyadita de mano al costado del botiquín, toalla en la cintura y algún resto de crema de afeitar aún en nuestro rostro), una dosis de perfume (o no), en fin… Toda la rutina previa a una exitosa noche de levante que terminará con nuestras solitarias penas.
Porque seamos sinceros… Nos mentimos a nosotros mismos cuando decimos que vamos en busca de sexo. Si quisiéramos sólo sexo, por menos plata de la que necesitamos para pagar la entrada al boliche, algún trago para la mujer afortunada con nuestra elección y el telo, podríamos ir a otro lado y obtenerlo sin necesidad de hablar sobre signos zodiacales, estudios, trabajos, y según el aparato que nos toque, costumbres aborígenes, cine irlandés, conciertos de arpa, cocina belga, etc.
En realidad lo que nosotros buscamos es una mujer de la cual obtener bastante más que sexo.
El hecho es que, mientras nosotros estamos desarrollando todo ese despliegue de armamento seductor, hay otros trescientos tipos (el número depende del tamaño del boliche) que están haciendo exactamente lo mismo en sus respectivos baños con el objeto de seducir a la misma chica. Ustedes dirán «pero también hay trescientas chicas». Eso es cierto, pero también es cierto que ellas piensan que pueden elegir entre esos trescientos tipos porque todos se prepararon para levantársela «a ella» y van a intentarlo.
De hecho, si la mina está de cinco puntos para arriba, ni bien atraviese la puerta de entrada va a ser asaltada por decenas de tontas frases intentando ser ingeniosas. Ni hablar de las sonrisas estúpidas que emiten los que las atacan en barra, tomándolas como si fueran un juego que están compartiendo con sus amigos.
Todo esto hace que las mujeres, además de agrandarse como sorete en kerosene, se pongan molestas y extremadamente selectivas. Es entonces en el boliche, donde si queremos ganar, tendremos que agudizar nuestro ingenio al extremo para ir al ataque con algo distinto al resto. Con una frase que nos diferencie de los otros doscientos noventa y nueve, al menos ciento cincuenta también están tratando de ser originales, esto se hace bastante difícil.
Es importante saber que todas esas mujeres suponer que cada uno que se acerca a decir lo que sea, lo único que en realidad busca es ensartarlas como un pollo al spiedo. O sea que cuando les digamos «A vos te conozco de otro lado», «Qué linda pulserita» o «Tenés cara de tener sed, ¿Tomamos algo?», lo que en realidad ella va a decodificar es «Me gustas y te quiero coger».
Esto no sería tan grave si no fuera que la oferta para ellas es tan grande y que saben que siempre puede aparecer detrás nuestro alguien con más facha que nosotros, o alguien a quien ellas tengan visto de otro día y les guste, o algún conocido de otro lado que saben que esa noche estará allí, etc.
A todo lo descripto anteriormente, hay que sumarle que la carita que practicamos frente al espejo es imposible utilizarla, dado que para que escuche lo que le decimos debemos pegarnos de prepo a su oreja y pegarle un grito, debido a que el volumen de la música no permite hacerlo de otra manera. Es probable que debamos repetir la frase dos o tres veces hasta que puedan entenderlas y lo más usual es que cuando lo logren, nos miren con cara como diciendo «¿Eso era»?
Esa misma mujer que nos ignora o nos trata como estúpidos bajo las luces destellantes y al compás de la ensordecedora música, rodeada de decenas de otros tipos que buscan de ella lo mismo que nosotros y se lo demuestran sin ningún tipo de pudor, sería una presa totalmente accesible si la encontráramos en el cumpleaños de una prima, o fuera nuestra nueva compañera de trabajo o facultad.
Mi amigo el Negro, a sabiendas de todas estas contras que tiene el boliche, tenía una estrategia.
Hay que tener en cuenta que el Negro tiene facha. Bah… Facha… En realidad, el Negro, para los ojos de nosotros sus amigos, es lo más feo que hay en plaza; pero vaya a saber por qué cosas de la vida, a las mujeres les gusta.
El tipo tiene algo que lo diferencia del resto. No se si es su color, su mirada, su actitud, o su aspecto de árabe que si le ponés una túnica blanca y le colgás una cimitarra nadie dudaría que es un petrolero con una cuenta en el extranjero de carios millones de dólares.
La realidad es que no sólo no tiene un mango, sino que además su capacidad de avanzar con un planteo inteligente o crear una frase matadora es realmente nula.
Entonces, ¿qué hacía el tipo?
Se paraba en la barra o en algún lugar visible, serio, con cara de estar pensando en algo mucho más importante que levantar una chiquilla, mientras a su alrededor, todos los demás hombres lo favorecían haciendo contrastar sus estúpidas conductas, con el halo de seriedad e incógnita que él emanaba.
Cuando divisaba a su víctima se limitaba a mirarla sin perder su seria e intrigante compostura y esperaba a cruzar alguna mirada con ella, cosa que en el 90% de los casos sucedía. A la tercera vez que se encontraban las miradas, el Negro dejaba su bebida en la barra, se encaminaba hacia ella con paso lento pero seguro y sin dejar de mirarla, se le acercaba y le decía «No te voy a hacer el verso. No me gusta y se que a vos tampoco. ¿Por qué no me das tu teléfono, te llamo en la semana, vamos a tomar algo y hablamos tranquilos?» Si ella dudaba, entonces él se apresuraba a decirle «Esperá que voy hasta la barra a buscar algo para anotar».
De cada quince intentos que hacía, conseguía un teléfono, y al obtenerlo ya no seguía intentando capturar otros. Creía que era muy malo para él que la chica que se lo dio lo viera repitiendo el acto con otra. O sea que, o se quedaba divirtiéndose con sus amigos o sencillamente se iba con su numerito en el bolsillo.
Lo que ganaba con esto era sacar a la mina del terreno de ella, el boliche, para llevarla a otro en donde pudieran estar, al menos, en igualdad de condiciones.
En síntesis, el Negro esperaba hasta el miércoles siguiente y efectuaba el llamado que los llevaría a estar frente a frente, compartiendo un trago o un café sentados en una cómoda mesa, donde la música no los aturdiera y nadie le dijera a ella mil boludeces ni la tomara del brazo.
Si ella había aceptado salir, por algo era y el Negro, en «su» terreno, se la terminaba ganando.
El boliche tiene además el agravante de que hasta el bagayito se pone difícil, porque con tanto baboso alrededor siente que es una especie de Nicole Kidman en «Terror a Bordo». La mina cinco o seis puntos, con la súper producción previa, las luces de colores y el humo, parece ser una diosa que nos hará sentir unos tremendos ganadores si logramos que nos acepte una salida al cine. Claro que cuando al encontrarnos con ella a la luz del día, sin tanto maquillaje disimulado por los efectos lumínicos y sin ropa de guerrera, notemos que tiene un culo del tamaño de un TV de 30 pulgadas, mal aliento, bigotes y voz de pito, vamos a querer que nos trague la tierra.
En las condiciones que brinda el boliche, para ganarse a la diosa de verdad, a la que realmente buscamos, tenés que ser Brad Pitt en «Leyendas de Pasión», cuando en otro lugar tal vez te alcanzaría con ser simplemente vos mismo.
La originalidad es una de las principales herramientas para tener éxito con las mujeres.
Hay muchas maneras de ser distinto, y por supuesto, no todas son efectivas. Si vamos a una cita vestidos con escafandra, tanques de oxígeno y patas de rana, seguramente seremos originales y distintos, pero muy difícilmente el éxito nos acompañe.
Cuando estamos elaborando una estrategia de seducción, tenemos muy en cuenta los estándares generalmente aceptados por las mujeres, los arquetipos de conductas, los modelos que sacamos de películas, etc.
Seleccionamos cuidadosamente nuestra manera de vestir, no sea cosa de ponernos alguna prenda de un color demasiado llamativo, elegimos la música que vamos a escuchar en el auto teniendo en cuenta que sea algo actual, escogemos el lugar apropiado para llevarla evaluando si está de moda, etc.
Por otro lado, tenemos excesivo cuidado con respecto a nuestra conversación, evitando a ultranza decir alguna grasada o mostrar algo de nuestra personalidad que no concuerde con los gustos de ella.