¿Por qué no serán todas directas como Alejandra?
Como no lo son, te quedan dos alternativas: o jugás el jueguito enfermo o las dejás de garpe, que es mucho más efectivo.
Que sepa que tenés onda con ella. Y jugale al palo enjabonado.
Ella habla, vos no escuchás. Ella llega, vos te vas. A ella le interesa el priodismo, vos detestás a los periodistas.
Recordemos: siempre con elegancia, buena onda, respeto. El fin; con clase. Y por supuesto, sin dejar de hacerle saber tu interés en ella.
Entonces, te a va mirar de otra forma. Te va a mirar distinto a todos los que hacen un esfuerzo por ella. ¿Tendrá otra? ¿En realidad no le importaré? ¿Me querrá coger y nada más? ¿Por quién me toma? Después, en algún momento, cuando se haya asegurado de que le gustás pero dude, porque no concretaron todavía, va a poner en funcionamiento su cabeza y va a ver que es bueno que tengan diferentes intereses; que es bueno que le seas sincero. Va a ver que no sos el típico babosón que le anda detrás ciegamente. Va a saber que no te maneja con un dedito.
Y todo esto es muy bueno para vos.
Mozo, la cuenta… Paga la señorita.
Están los badulaques que la persiguen sin parar por toda la discoteca; los mequetrefes que la llaman día y noche cada cuarenta y ocho minutos; los tarambanas que le hacen de remisero todo el tiempo; los bodoques que sin ella no son nada. Los hombres comunes hacen agrandar hasta a mi tía Delia.
Ahora te invito a hacer una prueba: fijate qué cara pine si ella dice mal una palabra, si no conoce a alguien muy conocido, si no sabe en qué continente queda tal o cual país, y vos la gastás.
Gastala.
Está sentada a tu lado y por accidente ella vuelca su trago. Vos le decís: «Esto de compartir la mesa con gente de la realeza no es para mí».
Ella se va a reír.
Llega a la facultad con le pelo hecho una furia, dado que la agarró ese lindo vientito que se levanta antes de la tempestad. Ahí mismo, antes de que choquen tus labios contra su mejilla en un beso, le mandás al oído: «¡Caramba! ¡Pero qué paquetería pasara por lo de Giordano antes de venir a clase!»
Ella se va a reír.
Gastarla suele ser un arma efectivísima, no solo en el período de conquista sino durante toda la relación; pero claro, hay varias cosas a tener en cuenta si querés tener éxito con el gaste.
La primera regla: guarda con los defectos físicos. Muchísimo más con el peso. Para muchas minas con la figura no se jode, así que antes de mandarle el clásico «Hay que aflojar con los postres» mejor que compruebes que ella realmente tiene mucha onda con vos. Lo mismo vale para un «Te voy a pedir que antes de salir te repases el bigote. Yo se que te afeitas a la mañana, pero a esta hora de la noche ya tenés una pelusa que raspa». La frase se la mandó Alduna a «la ferretera», pero una vez que la había besado. Una vez que besaste, la cosa cambia… Ahora que me acuerdo, estaba muy buena «la ferretera».
Felipe les suele mandar cosas como «Que lindos ojos… ¡Lástima la cara!» o «Me hacés acordar a un ángel… ¡Angel David Comizzo!». Un genio el tipo. Porque sabe cuando decirlas para generar una sonrisa en lugar de un puñal por la espalda.
La segunda regla está íntimamente relacionada con esto último: todo debe ser dicho con altura. Paso a explicar: no vas a ser el primero en gastar a una minita. Lo que sucede es que cuando los tipos las gastan, el noventa y cinco por ciento de las veces lo hacen de calientes porque la susodicha no les da pelota. Entonces agraden, no gastan. Es mala onda. Es una grasada. Y en el noventa y cinco por ciento de ese noventa y cinco por ciento, la agresión tiene que ver con lo físico. Por eso, todo debe ser dicho con onda. Es una broma y debe quedar muy claro para todos que queremos que quede en ese plano, que no estamos agrediendo ni insultando. Yo encuentro que a las minas se las puede gastar casi con cualquier cosa, siempre que uno lo haga con elegancia. Mientras que, del otro lado, una agresión debe ser la peor manera de intentar iniciar una relación.
La tercera es no gastarlas delante de todo el mundo. Cuanto más sutiles y reservados seamos, mejor. A nadie le gusta quedar mal parado delante de mucha gente, aunque seamos todos amigos; mucho peor si se trata de un grupo en donde ella no es conocida. Es como cuando el profesor te hacía mierda en plena clase. Lo odiabas y pasabas el resto del día planeando la forma más dolorosa de darle muerte. Y si pasaba el primer año de algún ciclo, mucho peor. Ya se buscaban a los familiares, el auto, la profesora amante. Además, tiene más onda cuando la cosa es entre vos y ella (y a lo sumo un cómplice del romance). Es como un secreto, como un código. Y esas cosas unen a la gente. «Unen»… No se si la cazaste…
La regla final: el gaste de una sola vía es agresión si no te bancás que también te gasten a vos; por lo tanto, bancátela si lo hacen.
Después de todo, es parte del juego. Vos gastás y aceptás que te gasten. Con clase, con espíritu sanamente competitivo, con estoicismo de caballero. Como el noble militar que acepta perder una batalla en la guerra. Con admiración hacia el enemigo por la oportunidad que no desaprovechó. Oportunidad, por otro lado, que vos solito le diste.
Si jodés pero no aceptás que te joda, no existís. No tiene nada de malo ser gastado. Es un juego. Divertite. Si no, sólo vas a lograr que en algún momento tus chistes se tomen para el orto. O que te jodan muchísimo más de lo que vos lo hacés.
Así que, mi amigo, si vos sos el blanco del gaste, a bancarla.
Tené en cuenta que raramente las señoritas cargan con tino y sentido de la oportunidad, pero sí suelen hacerlo con elegancia y sutileza; ¡y que a veces dicen cosas cómicas las muy pelotudas!
BREVE LISTA DE TOPICOS CON LOS QUE SE LAS PUEDE GASTAR Y SALIR AIROSO.
Todos tenemos defectos y lo sabemos. Puede pasar que no reconozcamos alguno que otro, pero sabemos que ahí está, dispuesto a hacernos sentir mal o hacernos pasar un papelón en cualquier momento.
Bien. Reconocido esto, y sin olvidar las reglas establecidas en el capítulo, digamos que a las chicas se las puede gastar con sus defectos no físicos. Tipo:
En la época en que llovía y se ligaban los teléfonos, era muy común terminar hablando con cualquier desconocido por el tubo. Normalmente, las conversaciones no pasaban de un pedido de disculpas o de una pelea por quién debería cortar y abandonar la línea. Era un país divertido. Claro, después vino Cálo Primero de Aniiáco, nos puso en el primer mundo y nos volvimos aburridos como los alemanes o los dinamarqueses.
Cuestión que un día estábamos hablando con el Turco (mi amigo, no Cálo) y se nos liga con dos minitas. El Turco era una máquina y yo ponía la cuota de humor. Después de casi una hora de conversar, les arrancamos una cita. Estábamos como locos. Siguiendo una vieja táctica del Turco, llegamos tarde. El lugar estaba hasta las pelotas. El entró y yo esperé afuera; si no había minitas solas, nos íbamos a la mierda. El Turco salió a los diez segundos.
«Ni entres. Están todas las mesas ocupadas. En una hay dos cosas solas que parecen minas; mejor nos vamos a la mierda, a ver si son ellas. ¡Rápido. Antes de que nos salgan a correr!»
Peor suerte corrió Mariano. Pasó como un mes tratando de convencer a una mina que había enganchado por teléfono después de una lluviecita, y la mina, nada. Le había dado su teléfono, pero nada. Se reían de la coincidencia de que ella se llamaba «Mariana» y él «Mariano», pero nada. Hasta ella lo llamaba a él (señal inequívoca de onda), pero nada. Tenían unas charlas recalientes, y nada. Incluso una vez quedaron en salir, finalmente. Y gracias a Dios que «nada», porque un rato antes de la hora señalada, la mina lo llama para confesarle que, en realidad, ella no se llamaba «Mariana» sino «Mariano».
Guarda con el teléfono. Guarda con el e-mail y el chat.
Es hermoso cuando te pasás una hora y media hablando con esa chica que tanto deseás, y te parecen diez minutos.
Pero si todavía la relación no alcanzó ese nivel de conexión, puede pasar que hablés diez minutos y a ella le pareza una hora y media. Bajá un cambio. Dejala con las ganas. Cortale con algún pretexto pelotudo, como para que piense que ella te está aburriendo a vos. Vas a ver cómo se esmera por tirar chistes. Cortale y decile que la llamás en un rato, y no llames ni bosta. Llamala y decile que la llamás en un par de días y suspendela una semana.
Vos, como en el minimalismo: «Menos es más». ¿Para qué hablar media hora de sus estudios, si lo que querés es invitarla a salir? Si habás todo por teléfono, cuando la ves (que es lo que importa), ¿de qué van a hablar?
«Hola, beauty. ¿Cómo estás?… ¿Todo bien?… Ah, qué bueno… ¿Podés hablar ahora o estás ocupada?… Te llamo porque quería verte… ¿Hoy cómo venís?»
El «Podés hablar» es importante. Parece gilada, pero le das la oportunidad de que si está ocupada, con otro chabón o incómoda para hablar, te corte sin dolor para vos. Y le hacés creer que la conversación es importante y que la vas a llenar de halagos antes de cursar la invitación. Entonces, cuando la cursás sin anestesia, sorprendés. Eso, sí: tirala en una etapa en que sepa que la vas a invitar, porque si no, el sin anestesia se vuelve en contra. Acordate que en momentos clave, como cuando se entera de que le gustás, para ella es fundamental que la seduzcas.
Otra: puede pasar que llames y no esté. Una y otra vez.
Acá hay que diferenciar el estado de la relación.
Para cuando nunca la llamaste y, obviamente, en la familia no te conocen, la cosa sería así: «Dejame tu mensaje después de la señal». Nunca. ¿Me oíste? Nunca dejes tu mensaje después de la señal. Si atiende la mamá, el hermano o el papá, decís que sos un telemarketer que estás haciendo una encuesta telefónica sobre Paula Cahen D’ Anvers.
Jamás parecer un desesperado. Un «sos mi única oportunidad de salir con alguien del sexo opuesto en veinte años».
Si no está, no está. Si piensa que no la llamaste, mejor. Se va a pegar al teléfono a esperar.
Facundo es el hijo de Jorge. Un gentleman, don Jorge. Un tipo con clase. Un dandy. Un jodón como pocos. Vaya a saber por qué, le molestaba que a Facundo le dijeran «Fafa». El tema es que Fafa se engancha una minita que lo traía de los pelos. Amor a primera vista. Tanto se gustaban, que ella le dijo «Te llamo el sábado» y él confió. E hizo bien, porque ella llamó. Pero atendió Jorge.
—Hola, buenas tardes. ¿Está Fafa?
—No. Facundo viajó a Córdoba a ver a su abuela.
La niña no entendía nada. El cristal se rompió. Ella no volvió a llamar. Él tampoco, dado que, como Jorge nunca le dijo que la niña lo había llamado, creyó que ella no estaba interesada en él o que lo quería chicanear. Cuestión que nunca más se hablaron. Hasta que a los tres o cuatro meses, se encuentran de casualidad.
—No me llamaste nunca.
—Quedamos en que vos me llamabas a mí.
—Yo te llamé y tu viejo me dijo que te habías ido a Córdoba a ver a tu abuela… Volviste y no me llamaste.
—¡Yo no tengo ninguna abuela en Córdoba!
Nunca dejes mensaje. Ni en el contestador, ni por medio de la mamá, el hermano o el papá.
Ahora, la cosa cambia si hay una mínima relación o la familia ya sabe de vos, de «el pretendiente». Ahí, la cosa sería más o menos así: siempre se saluda amablemente a quien atienda. Nunca se trata a los potenciales suegros de suegros, o potenciales cuñados de cuñados. Si atiende uno de nuestro sexo, enseguida le preguntás por la pretendida. Lo peor es hacerse el simpático cuando su padre y su hermano bien saben que vos sos «el hijo de puta que se la quiere coger»; y por más simpático, nunca vas a dejar de serlo. Ahora si la que atiende es mujer, siempre se mantiene una breve conversación de cortesía sobre cualquier pelotudez inofensiva, como el clima. Inexorablemente se pregunta «¿Cómo estás?», disimulando la falta total de interés. Esta breve plática se finaliza cortésmente con un «Quisiera hablar con Inés» y no con «¿Estaría Inés?», «¿Me da con Inés?», «¿La perra de su hija anda por ahí?» y frases por el estilo. Cuando nos contestan, se cierra, por supuesto, agradeciendo. Nos den con Inés o no.
Acá también te puede atender un contestador. Tampoco dejás tu mensaje después de la señal. Nada peor que mamá le diga «Te llamó Alejandro dos veces. Una vez lo atendí yo y otra tu hermana. Y dejó cinco mensajes en el contestador… Decime… Será amoroso, pero ocupó todo el cassette el muy estúpido».
Finalmente, guarda con el día que llamás. Nunca un lunes. Los lunes llama el mequetrefe que parchó todo el fin de semana. Nunca de un jueves para un sábado. De un jueves para un sábado llama el mequetrefe inseguro. La llamás el mismo día de la salida (a menos que la quieras invitar a un lugar que tengas que tomar tus recaudos, como un concierto) y si no puede, ella es la que se lo pierde. Sin rencores. Con clase. Como compungido de verdad; como si vos sos el que se lo estuviera perdiendo, le mandás: «Uy, que cagada… Te iba a decir si venías al Clubland, que tengo un pase para el Vip… No te preocupes, le digo a mi tío». Nunca un rencoroso. Pero que crea que dentro de diez minutos te llama y le cortás el rostro porque vas con otra. Sutil. Caballero. Duele más.