La mujer de tus sueños (16 page)

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Authors: Fabio Fusaro & Bobby Ventura

Tags: #Autoayuda

BOOK: La mujer de tus sueños
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Vas a buscar una mesa o un sillón o algo que quede escondido de la puerta, con poca luz, lejos de cualquier posible ventana delatora. El lugar ya se vuelve más interesante, ¿no?

En medio de la velada, vas a estar haciendo cosas que si no estuvieras de novio no harías y que resultan muy convenientes para vos. Como por ejemplo, mirar la hora a cada rato, como quien está de trampa y tiene que hablar con la novia a una determinada hora o pasarla a buscar más tarde y todas esas huevadas que hacen los novios. Es más, no estaría mal que luego de mirar el reloj tres o cuatro veces, te excuses y vayas al viorsi y, tratando de que crea que no querés que se de cuenta, te lleves el celular. Tardes como si hubieras hecho una llamada y vuelvas con cara de «todo resuelto, la noche es nuestra».

Otra buena es estar poco rato. La llevás a tomar algo y rapidito a casa. A ver si todavía cae alguien conocido y te caza de trampa. Genial.

Conviene que las primeras citas sean cortas y que ella se quede con ganas de verte de nuevo.

Es muy probable que ahora te preste más atención todavía. Es más, son tan turras, que por ahí ese día te pide el número de teléfono. «Te doy el celular, que en casa no estoy nunca». No mentís y despertás sospechas. Cool.

Si vos te convenciste de que estás de novio con otra, ella también se lo tiene que creer. Te va a mirar con otros ojos.

Pero vos nunca le vas a decir que estás de novio con otra. Mentir nunca. Si ella saca conclusiones apresuradas por sí sola, es tema de ella.

Si te pregunta si estás de novio, le decís que no. No mentís, pero ella no te lo va a creer. Ideal. Porque les encanta cagarse los novios entre ellas. Es más, entraste en la categoría de «transable» sólo por un cambio de estado civil. Subiste veinte puntos en el top ten de apetecibles.

Además, vos sos un divino, la hacés cagar de risa, le das consejos sobre el laburo o la ayudás a estudiar… Y tu novia seguro que es una rubia teñida, bagayo, que se tiene bien merecido que le caguen el novio. Si supiera que le diste puerta a Pamela Anderson por salir con ella…

Los regalos

Mariela moría por las frambuesas. No, no hablo de nada erótico.

No conmigo, al menos. Hasta el día de hoy, estoy convencido de que las frambuesas le encantan para comerlas. Es algo que me confesó en alguna de nuestras charlas previas. Así que la primera vez que la pasé a buscar para salir, me le aparecí en la casa con un frasco grande de frambuesas de Neuquén. No era época, pero igual las conseguí. No recuerdo la cifra, pero sí que gasté una suma muy similar a mi sueldo. Cuando me vió paradito ahí en la puerta de la casa con el frasco en la mano, no entendía nada. Pensó que era un chiste. Cuando se convenció de que era verdaderamente un regalo para ella, estuvo un rato hablando del tema. Que qué divino ¿Cómo sabías? ¿Cuándo te dije? ¡Qué observador!

En ese momento supe que se acercaba inexorablemente el día en que nos besaríamos apasionadamente. Nunca voy a olvidar su sonrisa de niño con juguete nuevo.

Tampoco lo que sucedió inmediatamente después. Subió a dejarlo y tardó como veinte minutos. Cuando bajó de nuevo, me dijo: «Tardé porque me las capturó mi vieja y como justo iban por el postre, me cagaron el frasco… Por suerte, alcancé a rescatar un par… Dicen que muchas gracias».

Si quitamos el temita de que la familia de Mariela (y no ella) se lastró mi sueldo en un plumazo, el regalo fue perfecto. Impactó a full. Me diferenció de los regaladores profesionales de rosas y ositos de peluche. Me posicionó como pendiente por sus cosas. Le confirmó que moría por ella; algo que es un denominador común en este libro, por su eficacia.

Las chicas adoran a los tipos diferentes (tanto como nostros las adoramos a ellas cuando lo son). Adoran que uno esté pendiente de ellas. Por las cosas que quieren o buscan. Adoran que uno muera por ellas.

Es que a cualquiera le gusta.

¿Recuerdan a mi novia la 22? Bueno. Todavía me acuerdo el día en que decidí que verdaderamente quería tener algo con ella «after office». Se ofreció a acompañarme en busca de unos regalos para mis ahijadas para el día del niño. Y me acompañó. Y la tenías aconsejándome. Me encantó que se interesara por algo mío.

Y creo que ese es el mayo componente del lado afectivo de un regalo. Demostrar que te preocupaste por buscar algo que el otro desea. No te lo sacaste de encima con cualquier pavada.

¿Cómo pensás que quedó el tipo que salió después que yo con Mariela y le regaló una rosa en un restaurante, convencido de que con eso sumaba?

Ya hacer un regalo en la etapa de escarceos es algo que muy pocos hacen. Good.

No regales lo que puede regalar cualquiera de esos pocos. Perfect.

Regalale algo que ella quiera. Así tu regalo va a tener un plus que no tiene ningún otro: un lado afectivo. El lado afectivo es el mayo lado de un regalo. Vale mucho más que el lado económico (salvo que te esté gateando).

Esto es muy bueno por dos motivos. Primero: podemos hacer regalos aunque tengamos poca plata. Segundo: cualquier ser digno de nuestro amor, valora un regalo con el lado afectivo más fuerte que el económico.

Jimena es la hermosa hija de un señor con muchísimo dinero. Y su mamá está casada en segundas nupcias con uno que tiene más que ningún otro. ¿Qué le puede faltar a Jime? ¿Qué la puede sorprender? Un compact. No, un BMW Compact, no tiene ni para empezar. Le regalé un compact disc. La primera vez que hablamos, mencionó un grupo (no recuerdo cual) que le gustaba. Unos días más tarde le regalé un compact de ese grupo. Me preguntó por qué lo hacía y le respondí que ella me había dicho que le encantaba. Creo que fue determinante para que al día siguiente tocara el portero eléctrico de mi casa, con un «Vamos al cine». Subió. No fuimos nada al cine. Nos quedamos haciendo el amor en casa. Durante meses.

Los regalos suelen despertar algún tipo de reacción. Normalmente, positiva.

Pero vos podés aumentar el impacto.

Claro, que tenés que medirte. No sirve hacer un regalo cada vez que la ves. No solo tenés serias posibilidades de quebrar, sino que además vas a empalagar.

Los regalos tiene que ser pocos. No más de dos o tres.

Como dijimos antes, evitando lo que cualquiera puede regalar, y pensando muy bien en la persona que lo recibe y sus deseos. Si logramos que ella nos lo diga sin querer, mejor. No hay posibilidad de errar.

Y deben ser muy memorables. Nada de chucherías. Esto no significa en absoluto que sean caros. Pero la huevadita normalmente atenta contra la memorabilidad. Vos tenés que ir en busca del detalle. De eso que sorprende. De eso que desea pero por alguna razón (normalmente es que no se le ocurrió) no se compra ella misma. Investigá. Pensá. Es divertido.

Todo es cuestión de actitud

Con Brian somos como hermanos desde que teníamos seis años. A los catorce conocimos a Silvia en un baile de colegio. A Brian lo electrocutó al instante, razón más que suficiente para que no me fijara nunca en Silvia.

Los años pasaron… Brian se fue a vivir al campo… La juventud nos encontró a Silvia y a mi aún muy amigos y solteros… Pasó lo que tenía que pasar: Silvia me habilitaba amigas y curtía con Brian cada vez que éste venía del campo. ¿Qué pensaste? ¿Qué te iba a decir que Silvia y yo habíamos empezado a garchar al otro día que se fue Brian y todavía estábamos abotonados? ¡Qué mente vil, mi Dios! ¡Pero así nunca vas a tener amigos, chabón!

Cuestión que Brian se casa con otra y «Alduna» me comunica que pretende hacer sexualmente suya a Silvia, a quien había visto tres veces en su vida.

«Todo bien. Pero mirá que es una mina muy concheta, ya sabés… Y vos sos medio tosco; así que ni se te ocurra avanzarla antes de la quinta salida, porque te va a dar puerta y no la lenvantás más… En serio, boludo, mirá que es muy seria; no me hagas quedar para el orto».

El domingo siguiente, pasado el mediodía, recibo un llamado de «Alduna», susurrando:

«Hola, qué hacés? Te hablo así porque estoy en la casa de Silvia… Salimos ayer… Desde las once de la noche que estamos garchando en la cama de los viejos… Creo que no me queda agujero del cuerpo por hacerle… No, ella bajó a la cocina a buscar un pote de miel; ¡a la noche te llamo y te cuento!»

Todo es cuestión de actitud.

Ella estaba bárbara, tenía un lomazo, era una chica fina, inteligente y súper interesante. Tenía mil tipos atrás.

El era un flaco de rioba, no muy agraciado por la madre naturaleza, pero muy divertido e inteligente. Y un desastre para el encare: desprolijo, rústico, distraído.

Algunos podrán decir que la única razón por la que la ganó era su proverbial entrepierna. Pero es mentira (no, la entrepierna prominente es verdad; es mentira que se la ganó por eso). Ella no lo supo hasta después. Al primer beso llegaron porque la actitud de él era lo que a ella le gustaba.

Y es que las actitudes abren cualquier puerta.

Con Rambo nos habíamos hecho amigotes de dos playboys aunténticos y cuarentones, que a su vez eran amigotes de media farándula porteña. Y ahí nos tenías a nosotros dos ratas todo el tiempo compartiendo veladas con galancetes y tomando champán con chiquillas muy famosas. Pero a veces, los famosos llegaban al boliche o al Vip del boliche antes que nosotros. Entonces los cuarentones encaraban a los doorman como explica Richard Gere en «Gigoló Americano»: los hombre hacia atrás, el paso seguro, la mirada por encima del otro, una media sonrisa triunfadora. Y si el monigote de turno los paraba, preguntaban si el famoso con quien nos teníamos que encontrar ya estaba adentro, y entrábamos, mientras el patovica se quedaba arando (como cuando les preguntás cuánto es dos más dos).

Por esas cosas de la vida, a mi amigo «Tucho» muchas veces le ha tocado estar en reuniones de trabajo con tipos muy poderosos. Esos tipos que dan miedo de veras. Y él era el que tenía que convencerlos de tal o cual cosa.

¿Sabés qué hacía el «Tucho»? Ni bien le presentaban al magnate, se lo imaginaba cagando. Hay muy pocas situaciones en donde un ser humano se encuentra más vulnerable. Al haberlo imaginado así, le perdía el miedo y le podía hablar de igual a igual.

Para atraer la atención de la princesa, entrar a una disco, o para la vida, todo es cuestión de actitud.

Si encarás con buena onda, seguro de vos mismo e intentando impresionar por lo que sos como ser humano y no por lo que tenés o por el trabajo que hacés, ¿qué crees que lográs?

Si vos pensás que ella es sólo otra chica que te gusta; que es de carne y hueso y no una deidad como ella se cree; que tiene carencias, aunque sea millonaria; que tiene debilidades, aunque sea la más inteligente; que no es la última mujer de la tierra, ya tenés resuelta, al menos, la parte del miedo al encare que tanto te preocupa.

Lo que sigue es, simplemente, saber escoger las técnicas adecuadas para cada caso.

La puntada final

Ya sabés que está enamorada de vos. O al menos lo suponés. Todo indica que es de esa manera.

Algo en su mirada denota su sentimiento; fue ella la que te indujo a invitarla a salir o alguna amiga suya fue a buchonearte que estaba muerta con vos.

O tal vez no haya ocurrido nada de eso, pero el hecho es que después de algún tiempo de conocerte, ella aceptó una invitación tuya para salir.

Te rompés el coco pensando en el momento de la definición.

¿Qué le digo?

¿Cómo me acerco?

¿La beso directamente?

¿Le pregunto qué le pasa conmigo?

Un día, en medio de un flor de quilombo de laburo, me llama mi amigo Nando a la oficina.

Resulta que había invitado a salir a una chica que le gustaba y necesitaba con urgencia que le diera un consejo sobre cómo hacer para decirle lo que sentía, y ganársela.

«Uy Dios… Justo ahora» pensé; pero conociéndolo, sabía que si no le decía algo, era capaz de llamarme setenta y dos veces con sus típicos «No me cagués… No me cagués». Así que al tiempo que enviaba un fax a un cliente con el que estaba hablando por otra línea, para que aprobara un aviso que tenía que estar en un medio gráfico media hora más tarde, y mientras la telefonista intentaba pasarme otros dos llamados urgentes, le dije:

—Vos en un momento, cuando estén en el auto, poné un buen tema romántico, mirala con seguridad a los ojos y decile: «Cuando yo era chiquito y me contaban el cuento de Blancanieves, me la imaginaba exactamente igual a como sos vos». Inmediatamente después la tomás suavemente de la nuca, te acercas sonriendo levemente y le das un beso.

—¿Te parece? —preguntó mi amigo, dubitativo.

—Hacela, que es buenísima —le dije.

El fax había terminado de pasar y mientras el cliente por el otro tubo protestaba porque los logotipos no tenían el tamaño acordado, Nando me repetía todo nuevamente, como para estar seguro de haber entendido bien.

—Mañana llamame y contame —le dije.

Al otro día, la voz de la telefonista retumbó en el intercomunicador de mi escritorio.

—Fabio… Nando por línea cuatro.

«Uy, este me debe estar llamando por su celular desde el aire, por la patada en el orto que le debe haber pegado ayer la mina», pensé mientras lo atendía con un tímido «Hola».

—Boluuuudo… ¡Me la gané! ¡Me la gané! —me dice chocho de contento.

—¿En serio? —le digo —¿Hiciste la que yo te dije?

—¡Síííí! Sos un campeón. ¡La hice y me salió bárbaro!

Yo no lo podía creer. Estaba esperando que me llamara para putearme y resulta que ganó como el mejor.

—Bueno, contame todo… ¿Cómo fue? —le pregunté ansioso.

—Y… Estábamos estacionados en el auto… Puse un tema lento… La miré… Le dije que era igual a como yo me imaginaba a «Cenicienta», y le puse un beso.

—¡Pero pelotudo! —le digo —¡No te dije «Cenicienta»… Te dije «Blancanieves!»

—Uy… Yo le dije Cenicienta…

—¡Pero idiota! Cenicienta era un harapo de mina; toda sucia, llena de ceniza (de ahí el nombre) despeinada y mugrienta. ¡La que era hermosa era Blancanieves!

—Bueno, no importa —me dice —La cuestión es que yo le dije «Cenicienta» y me la gané igual.

Eso reforzó mi teoría de que si una mina está copada con vos, para dar la puntada final podés hacer cualquier cosa. Y si por el contrario, la chica no tiene ningún interés, así hayas planeado la mejor estrategia del mundo para definir, te va a ir mal.

Todo el trabajo previo es lo importante.

Si ese trabajo estuvo bien hecho, no vas a tener problemas en definir.

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