18.
Entonces se asegura Lanzarote sobre los estribos, se lanza en medio del combate golpeando al primer caballero que encuentra en su camino con tanta fuerza que lo derriba a tierra junto con su caballo. Acomete a otro para llevar a cabo brillantemente su hazaña, pues la lanza aún no se había quebrado; alcanza a otro caballero, a quien golpea con tal fuerza que ni el escudo ni la loriga logran impedir que le haga una herida grande y profunda en el costado izquierdo; pero no lo ha herido de muerte. Lo empuja con fuerza, haciéndole caer del caballo a tierra con tanta violencia que al caer queda aturdido; entonces vuela la lanza en pedazos. Al ver este golpe, se paran muchos caballeros en el torneo y algunos dijeron que habían visto cómo el caballero novel daba un hermoso golpe. «En verdad, dicen otros, ha sido el mejor que se ha dado hasta hoy por la mano de un solo caballero, y no conseguirá repetirlo.» El compañero de Lanzarote deja correr a Héctor de Mares a quien espera en su camino; le golpea con tal vigor que le rompe la lanza en medio del pecho, pero Héctor le da con tal arte, con una lanza corta y gruesa, que lo derriba junto con su caballo. «Ahora podéis ver en tierra a uno de los hermanos del castillo de Escalot», se dicen, pues por el nombre del castillo eran conocidos los hermanos en cualquier lugar al que fueran; y ya que llevaban las mismas armas, todos pensaban que Lanzarote era uno de los dos hermanos de Escalot, por las armas que traía.
19.
Cuando Lanzarote vio que su huésped era lanzado a tierra delante de él con tanta fuerza, se entristeció mucho; deja correr a Héctor y sujeta una lanza buena y resistente; no se reconocen ninguno de los dos, pues ambos llevaban las armas cambiadas para participar en el torneo de forma más secreta; lo golpea con tanto vigor que lo abate delante de Galegantín el galés. Galván, que sabía quién era Héctor porque le había prestado las armas, cuando vio este golpe dijo al rey: «Señor, por mi cabeza, el caballero de las armas bermejas, que lleva una manga sobre su yelmo, no es el caballero que yo creía, sino otro; os lo digo con toda certeza, pues por la mano de uno de los hermanos de Escalot nunca salió un golpe semejante. —¿Y quién creéis que puede ser?, pregunta el rey. —No lo sé, señor, responde Galván, pero es muy valeroso.» Lanzarote se esforzó tanto que consiguió hacer montar a su compañero sobre el caballo, sacándolo de allí, donde había el mayor peligro. Boores, que iba abatiendo caballeros en el torneo y arrancando yelmos de las cabezas y escudos de los cuellos, logró encontrar a Lanzarote en medio de todos; no lo saludó, como si no lo conociera, sino que con toda su fuerza lo golpeó tan violentamente que, con una lanza fuerte y recta, le atraviesa el escudo y la loriga, metiéndole por el costado derecho el hierro de su lanza y haciéndole una herida grande y profunda. Venía con tanta fuerza y tan bien fijado al arzón que embiste a Lanzarote con tal violencia que lo derriba a tierra a él y a su caballo; al caer rompe la lanza. Pero Lanzarote no se quedó mucho rato así, pues su caballo era fuerte, rápido y ligero; Lanzarote no se detuvo por la herida, sino que atravesado por la angustia y el dolor saltó encima del caballo, montándolo de nuevo; a sí mismo se dice que no es muchacho el que le ha derribado, pues nunca encontró a nadie que le hiciera tanto; y, nadie que le hubiera hecho una buena obra en su vida, a poder ser, que no fuera recompensado de inmediato. Toma una lanza corta y gruesa que tenía uno de sus escuderos; entonces se dirigió hacia Boores; inmediatamente les dejan libre el campo al ver los del torneo que querían justar los dos, que ya habían llevado a cabo tantas hazañas y que eran tenidos por los dos mejores caballeros del campo. Lanzarote, que venía tan deprisa como podía su caballo, golpea a Boores tan violentamente que del caballo lo arroja al suelo, arrancándolo con la silla entre los muslos, pues se rompieron las cinchas y el petral. Galván, que había reconocido a Boores, al verlo en el suelo dijo al rey: «Ciertamente, señor, si Boores está en el suelo, no debe tomarlo por afrenta, pues no sabía quién era el caballero que ha realizado estas dos justas, con él y con Héctor; por mi cabeza, que es un buen caballero y si no hubiéramos dejado a Lanzarote enfermo en Camaloc, yo diría que es él.» Cuando el rey oye estas palabras, pensó que era Lanzarote; comienza a sonreír y dice a Galván: «Por mi cabeza, buen sobrino, quienquiera que sea el caballero, ha comenzado muy bien, pero a mi parecer creo que aún lo hará mejor al final.»
20.
Lanzarote, tan pronto como quebró la lanza, empuña la espada y comienza a dar grandes golpes a diestra y siniestra, abatiendo caballeros y matando caballos, arrancando escudos de los cuellos y yelmos de las cabezas, y haciendo tan grandes proezas por todas partes que no hay nadie que lo vea que no lo tenga por gran maravilla. A su vez, Boores y Héctor, que se habían puesto en pie y de nuevo habían montado sobre sus caballos, comienzan a hacerlo todo tan bien, que nadie tiene motivos para criticarlos; y hacían delante de todos los del palenque hechos de armas tan ostensibles que la mayoría de los de su bando tomaban ejemplo de atrevimiento por lo bien que lo hacían, adquiriendo ventaja en el torneo; obligaban a Lanzarote a retirarse y retroceder, pues ambos se le mantenían todo el tiempo delante y a tan corta distancia que le era necesario pasar junto a sus manos; este día no le permitieron dar buenos golpes y no debe extrañar, porque estaba herido de gravedad y había perdido mucha sangre, de manera que no disponía completamente de todo su dominio; y ellos dos eran caballeros de gran valor. No obstante, quisieran o no, fue tan valeroso que los de la ciudad, por fuerza, se tuvieron que replegar dentro y se llevó el premio del torneo por ambas partes; mucho perdieron los de dentro y bastante ganaron los de fuera. Cuando llegó el momento de separarse, dijo Galván al rey: «Ciertamente, señor, no sé quién es el caballero que lleva una manga sobre el yelmo; pero yo diría que, con toda justicia, ha vencido en este torneo y por eso merece el premio y la recompensa. Sabed que no me pondré nunca contra él hasta que sepa quién es, pues a mi parecer ha realizado muchos hechos de armas. —Ciertamente, dice Gariete, creo que no lo conozco; pero bien puedo afirmar que —para mí— es el mejor caballero que he visto en el mundo, si exceptuamos a Lanzarote del Lago.»
21.
Los hermanos dijeron tales palabras de Lanzarote que Galván pidió que le trajeran su caballo, pues quería enterarse quién era el caballero, para presentársele; otro tanto dice Gariete. Descienden entonces de la torre y van al patio. Lanzarote, tan pronto como ve que los de dentro han perdido todo, dice al caballero que había ido con él: «Buen señor, marchémonos de aquí, pues quedándonos más tiempo no podremos ganar nada.» Se van muy deprisa dejando en el lugar a uno de sus escuderos muerto, al que uno de los caballeros había matado accidentalmente con una lanza. El caballero le pregunta a Lanzarote hacia dónde querrá ir. «Yo desearía, le responde, estar en un lugar donde pudiera permanecer ocho días o más, pues estoy gravemente herido y el cabalgar podría perjudicarme mucho. —Entonces, dice el caballero, vayamos a casa de mi pariente, allí donde estuvimos anoche, pues nos encontraremos muy tranquilos, y no está demasiado lejos.» El lo acepta. Se van ocultando por entre unos jarales, ya que pensaba que, con certeza, alguno de la hueste del rey le seguiría para conocerle, pues aquel día le habían visto muchos caballeros en la reunión, no sólo los de la Mesa Redonda, sino también otros. Así se marchan muy deprisa, él y el caballero con uno de sus escuderos, y llegan al hostal donde habían dormido la noche anterior; descabalga Lanzarote ensangrentado; iba gravemente herido. Cuando el caballero ve la herida, se queda muy impresionado; hace venir lo antes que puede a un caballero anciano que vivía allí cerca y que se dedicaba a curar heridas; que, sin lugar a dudas, sabía más que nadie de los que entonces había en el país. Al verle la herida, dijo que pensaba poder curarlo con la ayuda de Dios, pero que no sería pronto, pues era grande y profunda.
22.
Así encontró Lanzarote alivio para su herida. Tuvo mucha suerte, pues si hubiera tardado un poco más, hubiera podido morir. Por aquella herida que recibió de mano de su primo Boores, tuvo que guardar allí cama durante semanas de tal forma que no podía llevar armas ni salir del hostal. Ahora deja la historia de hablar de él y vuelve a hablar de Galván y de Gariete.
23.
Cuenta la historia que cuando Galván y Gariete estuvieron montados para seguir al caballero que había vencido en la reunión, cabalgaron hacia donde creían que se había ido. Tras vagar cerca de dos leguas inglesas, m, deprisa que lo hubieran alcanzado sin duda si hubieran ido por el otro lado, se encontraron a dos escuderos que venían haciendo un gran duelo; iban a pie y llevaban e n brazos a un caballero recién muerto. Galván y Gariete se acercan directamente hacia ellos; les preguntan si; habían encontrado a dos caballeros armados con armas bermejas, uno de los cuales lleva sobre el yelmo una manga de dama o de doncella. Les responden que no han visto a ningún caballero armado así como dicen, pero que se han encontrado con muchos caballeros que vuelven del torneo. «Señor, dice Gariete a Galván, su hermano, ahora podéis convenceros en verdad que no han venido por esta parte, pues si hubieran pasado por aquí, tiempo ha que los habríamos alcanzado, pues hemos venido muy deprisa. —El que no los hayamos encontrado, responde Galván, me pesa mucho, os lo digo en verdad, pues ciertamente es tan buen caballero y tan valiente que bien deseaba haberlo conocido; si ahora lo tuviera aquí, conmigo, no me detendría hasta haberlo llevado ante Lanzarote del Lago, de manera que se hubieran conocido ambos.» Entonces preguntaron a los escuderos a quién llevaban. «Señores, les contestan, era un caballero. —¿Y quién le ha herido, les preguntan, de tal manera? —Señores, les responden, un jabalí al que perseguía a la entrada de este bosque.» Se lo mostraron a una legua de ellos. «Por mi fe, dice Gariete, es una gran desgracia, pues tiene figura de hombre que podría ser buen caballero.»
24.
Con esto se separan de los escuderos y se vuelven a Wincester; ya era noche cerrada cuando llegaron. El rey, al ver venir a Galván, le pregunta inmediatamente si ha encontrado al caballero. «Señor, le responde Galván, no, porque se ha ido por camino distinto del que nosotros tomamos.» El rey comenzó a sonreír; Galván lo mira y dice: «Buen tío, no es ahora la primera vez que os sonreís por ello.» El rey responde: «No es la primera vez que lo buscáis, ni, a mi parecer, será la última.» Entonces se da cuenta Galván de que el rey lo conoce; le dice: «¡Ay! Señor, ya que lo conocéis, bien podríais decirme por favor quién es. —No. De ninguna forma os lo diré por ahora, le contesta el rey, pues ya que él se quiere ocultar, yo haría una gran villanía si lo descubriera a vos o a otro; por eso me callo ahora. Con esto vos no perderéis nada, porque ya lo conoceréis en su momento. —Por mi fe, dice Galegantín el galés, no sé quién es, pero en verdad, os puedo decir que se ha marchado del torneo herido de gravedad y sangrando tanto que bien se le podría seguir por el rastro, pues la sangre le salía a borbotones por un herida que Boores le ha hecho justando. —¿Es eso verdad?, pregunta el rey. —Señor, responde Galegantín, sí; sabedlo con toda certeza. —Sabed, dice entonces el rey a Boores, que en toda vuestra vida, nunca hicisteis herida a ningún caballero de la que os arrepintierais más de lo que os arrepentiréis de ésta; si muere, en mala hora lo habréis visto con vuestros ojos.» Héctor, que piensa que el rey ha dicho estas palabras por el mal de Boores, avanza de un salto, enfurecido y encolerizado y dice al rey: «Señor, si el caballero muere por la herida, que muera, pues ciertamente con su muerte no nos podrá venir ningún mal ni ningún temor.» El rey se mantiene callado, pero comienza a sonreír con amargura y tristeza porque Lanzarote se había marchado del torneo herido y teme que esté en peligro de muerte.
25.
Mucho hablaron aquella noche del caballero de la manga que había vencido el torneo; y tuvieron muchos deseos de saber quién era, pero esto no pudo ser y por ahora no lo sabrían, pues el rey lo ocultó tan bien que por su boca no se supo nada antes de que volvieran a Camaloc. La mañana siguiente se fueron de Wincester y antes de partir hicieron pregonar un torneo, del lunes en un mes, ante Taneburg. Aquel Taneburg era un castillo muy fuerte y bien situado, a la entrada de Norgales. Cuando el rey se marchó de Wincester cabalgó hasta llegar al castillo que se llamaba Escalot, el mismo castillo en el que había visto a Lanzarote. El rey se albergó en la fortaleza, con una gran compañía de caballeros; pero ocurrió que Galván tuvo que bajar a la casa en la que Lanzarote había pasado la noche y le prepararon la cama en la misma habitación donde estaba colgado el escudo de Lanzarote. Aquella noche no fue Galván a la corte —se encontraba algo indispuesto—, sino que comió en su hostal con su hermano Gariete, con Mordrez y con otros caballeros, suficientes para hacerle compañía. Cuando se sentaron a cenar, la doncella, que había dado la manga a Lanzarote, le preguntó a Galván sobre la verdad del torneo y si había sido bueno y bien defendido. Galván le dijo: «Doncella, bien os puedo decir del torneo que ha sido el mejor que he visto en mucho tiempo. Lo ha vencido un caballero al que querría parecerme, pues es el más valiente que he visto desde que me fui de Camaloc; pero no sé quién es, ni cómo se llama. —Señor, le pregunta la doncella, ¿qué armas llevaba el caballero que venció el torneo? —Doncella, le respondió Galván, unas completamente bermejas, y sobre su yelmo tenía una manga, no sé si de dama o de doncella; en verdad os digo que, si yo fuera doncella, bien desearía que la manga fuera mía, porque con amor me amaría aquel que llevaba la prenda, que no he visto en ningún día de mi vida manga mejor empleada.» Cuando la doncella oye estas palabras, le entra una gran alegría, pero no osa manifestarla por los que hay delante. Tanto tiempo como estuvieron sentados los caballeros comiendo, los sirvió la doncella, pues en el reino de Logres era costumbre en aquel tiempo que si llegaban caballeros andantes a la casa de algún alto hombre, si allí había una doncella, cuanto más gentil mujer fuera, tanto más obligada estaba a servirles, y no se debía sentar a la mesa antes de que todos hubieran recibido sus manjares. Por eso sirvió la doncella hasta que Galván y sus compañeros hubieron comido. La doncella era tan hermosa y tan perfecta en todo que no podía haberla mejor. Galván la miraba complacido mientras estuvo sirviéndoles y le pareció que en buena hora habría nacido el caballero que a su voluntad pudiera tener deleite y solaz con aquella doncella.