La Maldicion de la Espada Negra (15 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: La Maldicion de la Espada Negra
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—No nos hagas perder el tiempo, niña —le dijo Elric—, o perderéis vuestras vidas. ¿Hay un desván en esta casa? La niña asintió.

—Entonces subid, deprisa. Nos ocuparemos de que no os hagan daño.

Y allí se quedaron los dos amigos; detestaban presenciar la locura asesina que había hecho presa de los bárbaros. Oyeron los terribles sonidos de la matanza y olieron el hedor de la carne muerta y la sangre derramada.

Un bárbaro, cubierto de sangre ajena, arrastró por los cabellos a una mujer hasta llegar a la casa. La mujer no intentó resistirse; en su rostro se reflejaba el horror que le produjo cuanto había presenciado.

—Búscate otro nido, halcón —gruñó Elric—. Éste es para nosotros.

—Aquí hay sitio suficiente para lo que quiero —respondió el hombre.

Los músculos tensos de Elric reaccionaron en contra de su voluntad. Su diestra se dirigió veloz hacia su cadera izquierda; los largos dedos se cerraron alrededor de la empuñadura negra de Tormentosa. El acero saltó de la vaina cuando Elric avanzó; con los ojos carmesíes echando chispas de odio, enterró la espada en el cuerpo del hombre. Volvió a hundir en él la espada, y sin ninguna necesidad, partió en dos al bárbaro. La mujer se quedó donde estaba, consciente pero inmóvil.

Elric levantó su cuerpo inerte, se lo entregó con suavidad a Moonglum y le ordenó bruscamente:

—Llévala junto a los otros.

Una vez acabada la matanza, los bárbaros comenzaron a incendiar parte del poblado y luego se dedicaron al pillaje. Elric se asomó a la puerta.

Poco había que saquear, pero como aún estaban sedientos de violencia, emplearon sus energías en destrozar objetos inanimados y en incendiar las moradas en ruinas.

Tormentosa colgaba de la mano de Elric mientras el albino observaba el poblado en llamas. Su rostro se convirtió en una máscara de sombras y luces saltarinas a medida que el fuego lanzaba hacia el cielo neblinoso llamas cada vez más altas.

A su alrededor, los bárbaros hablaban del patético botín; de vez en cuando, el grito de una mujer se imponía a los demás sonidos, entremezclado con gritos rudos y el fragor del metal.

Oyó después unas voces cuyo tono se diferenciaba del de las más cercanas. Los acentos de los saqueadores se entremezclaron con uno nuevo: un tono suplicante y lastimero. Entre el humo apareció un grupo capitaneado por Terarn Gashtek.

Terarn Gashtek llevaba una cosa ensangrentada en la mano; era una mano humana cortada a la altura de la muñeca; contoneándose tras él avanzaron varios de sus capitanes, entre los cuales iba sujeto un anciano desnudo. La sangre le manaba a borbotones del brazo destrozado y le bañaba el cuerpo.

Terarn Gashtek frunció el entrecejo al ver a Elric y le gritó:

—Y ahora, occidental, verás cómo aplacamos nosotros a los Dioses, con unas ofrendas mejores que la harina y la leche agria que solían ofrecerles los puercos como éste. No tardará en danzar a mi antojo, te lo garantizo..., ¿no es así, sacerdote?

El tono lastimero desapareció de la voz del sacerdote cuan— do el anciano miró con ojos brillantes a Elric. Lanzó entonces un grito agudo y repelente.

—¡Aullad a mi alrededor, perros! —exclamó escupiendo las palabras—, pero Mirath y T'aargano serán vengados por la muerte de su sacerdote y la devastación de su templo..., habéis traído aquí el fuego, pero por el fuego moriréis. —Y señalando a Elric con el muñón añadió—: Y tú... , tú eres un traidor y lo has sido en muchas causas, lo veo escrito en ti. Aunque ahora... eres... —El sacerdote hizo una pausa para tomar aliento.

Elric se humedeció los labios con la lengua.

—Soy lo que soy —dijo—. Y tú no eres más que un viejo que pronto va a morir. Tus dioses no pueden dañarnos, porque no les tenemos ningún respeto. ¡Y no pienso escuchar más tus divagaciones seniles!

En el rostro del anciano sacerdote se reflejaba el conocimiento de los tormentos pasados y de los que le esperaban. Dio la impresión de estar meditando sobre ello y permaneció callado.

—Ahórrate el resuello para gritar —le dijo Terarn Gashtek al sacerdote.

—Portador del Fuego, es de mal augurio matar a un sacerdote —le recordó

Elric.

—Amigo mío, me parece que eres débil de estómago. No temas, si lo sacrificamos a nuestros dioses, sólo puede traernos buena suerte.

Elric se alejó. Cuando entró en la casa, un grito agónico surcó la noche, seguido de una risa que no tenía nada de agradable.

Más tarde, mientras las casas ardientes continuaban iluminando la noche, Elric y Moonglum, llevando a hombros unos pesados sacos y sujetando una mujer cada uno, avanzaron hasta el borde del campamento fingiéndose borrachos. Moonglum dejó los sacos y a las mujeres en compañía de Elric y regresó para volver poco después con tres caballos.

Abrieron los sacos para que salieran los niños y observaron en silencio como las mujeres montaban a caballo y ayudaban a los niños a subirse también.

Luego partieron al galope.

—Esta misma noche —dijo Elric, despiadado— hemos de poner en práctica nuestro plan, tanto si el mensajero ha avisado a Dyvid Slorm como si no. No soportaría tener que presenciar otra matanza como la de hoy.

Terarn Gashtek había bebido hasta perder el conocimiento. Yacía despatarrado en la estancia de una de las casas que se habían salvado del incendio.

Elric y Moonglum se le acercaron sigilosamente. Mientras Elric vigilaba que no entrase nadie, Moonglum se arrodilló junto al jefe bárbaro y, con dedos ligeros y extremo cuidado, buscó entre los pliegues de la ropa del nombre. Sonrió satisfecho cuando sacó al gato, que no dejaba de menearse; en su lugar dejó una piel de conejo rellena de paja que había preparado de antemano con tal fin. Sujetando con fuerza al felino, se incorporó y le hizo una seña a Elric. Los dos salieron cautelosamente de la casa y atravesaron el caos del campamento.

—He averiguado que Drinij Bara está en el carro grande —le informó Elric a su amigo—. Date prisa, el mayor peligro ha pasado.

—Cuando el gato y Drinij Bara hayan intercambiado su sangre y el hechicero haya recuperado su alma, ¿qué pasará, Elric?

—inquirió Moonglum.

—Nuestros poderes combinados quizá logren contener a los bárbaros, pero... —se interrumpió al ver que un nutrido grupo de guerreros se acercaba a ellos.

—Es el occidental y su pequeño amigo —rió uno de ellos—. ¿Adonde vais, camaradas?

Elric advirtió de inmediato que la matanza de aquel día no había saciado por completo su sed de sangre, y que buscaban pelea.

—A ninguna parte en especial —repuso. Los bárbaros les rodearon.

—Hemos oído muchas historias sobre tu espada, extranjero —dijo el portavoz del grupo con una sonrisa socarrona—, y me gustaría compararla con un arma de verdad. —Sacó la cimitarra del cinturón—. ¿Qué me dices?

—Preferiría ahorrarte la experiencia —repuso Elric fríamente.

—Muy generoso..., pero a mí me gustaría que aceptaras la invitación.

—Déjanos pasar —le ordenó Moonglum. Los rostros de los bárbaros se crisparon y el jefe del grupo dijo:

—¿Es así como le hablas a los conquistadores del mundo? Moonglum dio un paso atrás y desenvainó la espada, mientras el gato se debatía en su mano izquierda.

—Será mejor que acabemos con esto —le dijo Elric a su amigo.

Desenvainó la espada rúnica. El acero entonó una melodía suave y burlona; al oírla, los bárbaros quedaron desconcertados.

—¿Y bien? —inquirió Elric, manteniendo enhiesta su espada. El bárbaro que lo había retado no parecía muy seguro de lo que debía hacer. Después, se obligó a gritar:

—El acero limpio puede soportar cualquier brujería —y se abalanzó sobre el albino.

Agradecido por aquella nueva oportunidad de vengarse, Elric paró el embate, empujó hacia atrás la cimitarra y lanzó una estocada que rajó al nombre en el torso, por encima de la cadera. El bárbaro profirió un grito y cayó muerto. Moonglum, enzarzado en duelo con un par de hombres, mató a uno de ellos; pero el otro se abalanzó sobre él y en uno de sus lances hirió al pequeño oriental en el hombro. Moonglum aulló y dejó caer al gato. Elric intervino y eliminó al contrincante de Moonglum; Tormentosa entonó entonces una endecha triunfal. El resto de los bárbaros se dieron media vuelta y echaron a correr.

—¿Qué gravedad reviste tu herida? —inquirió Elric resollando; Moonglum no le contestó, se hincó de rodillas y se puso a buscar en la oscuridad.

—Date prisa, Elric... ¿Ves al gato?, lo solté cuando luchaba. Si lo perdemos... es nuestro fin.

Presas del frenesí, comenzaron a buscar por el campamento.

Pero nada lograron, pues el gato, con la destreza propia de su especie, se había ocultado.

Momentos después, de la casa ocupada por Terarn Gashtek les llegó el sonido de un altercado.

—¡Ha descubierto que le han robado el gato! —exclamó Moonglum—. ¿Qué hacemos ahora?

—No lo sé..., seguir buscando y esperar que no sospeche de nosotros.

Continuaron la búsqueda sin ningún resultado. Mientras lo hacían, se les acercaron varios bárbaros. Uno de ellos les anunció:

—Nuestro jefe quiere hablar con vosotros.

—¿Por qué?

—Os lo dirá él mismo. Andando.

A regañadientes siguieron a los bárbaros, que los condujeron ante el enfurecido Terarn Gashtek. El Portador del Fuego aferraba la piel de conejo rellena en una mano que más bien parecía una garra y los miraba con el rostro crispado por la ira.

—¡Me han robado la cuerda con la que tenía sujeto al hechicero! —rugió—. ¿Qué sabéis vosotros de esto?

—No te entiendo —dijo Elric.

—Me han robado al gato... y he encontrado este harapo en su lugar. Hace poco os sorprendieron hablando con Drinij Bara, y creo que esto ha sido obra vuestra.

—No sabemos nada —dijo Moonglum.

—El campamento es un caos —aulló Terarn Gashtek—, llevará un día entero reorganizar a mis hombres..., y cuando están desatados de este modo no obedecen a nadie. Pero cuando haya impuesto el orden, interrogaré a todos mis hombres. Si decís la verdad, seréis liberados; entretanto, os daremos todo el tiempo que os haga falta para hablar con el hechicero. —Hizo una señal con la cabeza—. Lleváoslos, desarmadlos, atadlos y metedlos en la perrera de Drinij Bara.

Mientras se los llevaban de allí, Elric masculló:

—Debemos escaparnos y encontrar a ese gato, pero mientras tanto, no hemos de malgastar esta oportunidad de hablar con Drinij Bara.

—No, hermano hechicero —dijo Drinij Bara en la oscuridad—, no te ayudaré. No pienso arriesgar nada hasta que el gato y yo no estemos juntos.

—Pero Terarn Gashtek ya no puede amenazarte.

—Pero ¿y si captura al gato?

Elric no contestó. A pesar de las incómodas ataduras, logró moverse un poco sobre las duras tablas del carro. Se disponía a continuar con sus esfuerzos para persuadir al mago cuando alguien levantó el toldo y una figura atada cayó al lado de ellos. En medio de la oscuridad, preguntó en la lengua oriental:

—¿Quién eres?

El hombre contestó en la lengua del Oeste:

—No te entiendo.

—¿Eres occidental? —preguntó Elric en la lengua común.

—Sí. Soy un mensajero oficial de Karlaak. Fui capturado por estos chacales apestosos cuando regresaba a la ciudad.

—¿Qué? ¿Eres el hombre que enviamos a ver a Dyvim Slorm, mi pariente? Soy Elric de Melniboné.

—Mi señor, ¿entonces estamos todos presos? Por todos los dioses... Karlaak está perdida.

—¿Has logrado entregar el mensaje a Dyvim Slorm?

—Sí..., logré dar con él y su banda. Afortunadamente, se encontraban más cerca de Karlaak de lo que sospechábamos.

—¿Y qué contestó a mi petición?

—Dijo que unos cuantos jóvenes podrían estar dispuestos, pero que incluso con el auxilio de la brujería, tardaría un cierto tiempo en llegar a la Isla del Dragón. Existe una posibilidad.

—Es todo lo que nos hace falta..., pero no servirá de nada a menos que cumplamos con el resto de nuestro plan. Hemos de recuperar el alma de Drinij Bara, para que Terarn Gashtek no pueda obligarle a defender a los bárbaros. Tengo una idea..., se trata del recuerdo de un antiguo parentesco que los de Melniboné teníamos con un ser llamado Meerclar. Doy gracias a los dioses por haber descubierto esas drogas en Troos y por conservar mi fuerza. Ahora he de llamar a mi espada para que acuda a mí.

Cerró los ojos y relajó cuerpo y mente; luego se concentró en un único punto: la espada Tormentosa.

La simbiosis que unía a hombre y espada había existido durante años y todavía perduraban ciertos lazos.

—¡Tormentosa!, —gritó Elric—. ¡Tormentosa, únete a tu hermano! Ven, dulce espada rúnica, ven asesina de linajes forjada en el infierno, tu amo te necesita...

Afuera comenzó a soplar un viento gimiente. Elric oyó gritos de temor y un silbido. Entonces, la cubierta del carro se partió en dos dejando entrar la luz de las estrellas y la espada gimiente que se balanceaba en el aire, sobre su cabeza. Luchó por incorporarse, sintiendo náuseas por lo que se disponía a hacer, pero reconfortado en cierto modo por el hecho de que en esa ocasión no le guiaba un interés egoísta, sino la necesidad de salvar al mundo de la amenaza del bárbaro.

—Dame tu fuerza, espada mía —gimió mientras con las manos atadas aferraba la empuñadura—. Dame tu fuerza, y esperemos que sea la última vez.

El acero se retorció en sus manos; Elric notó una horrible sensación cuando la fuerza de la espada, la fuerza robada a cientos de hombres valientes, como el vampiro roba la sangre de sus víctimas, fluía en su cuerpo estremecido.

Quedó dotado entonces de una fuerza peculiar que no era enteramente física. Su rostro pálido se crispó cuando se concentró para controlar el nuevo poder y la espada, que amenazaban con poseerlo por completo. Cortó sus ataduras y se puso en pie.

En ese mismo instante, un grupo de bárbaros se acercó al carro a toda carrera. Elric se apresuró a cortar las tiras de cuero que ataban a los otros, e inconsciente de la presencia de los guerreros, gritó otro nombre.

Hablaba en una nueva lengua, una lengua extraña que en circunstancias normales no habría podido recordar. Era una de las lenguas que los Reyes Hechiceros de Melniboné, los antepasados de Elric, habían aprendido hacía cientos de siglos, incluso antes de la creación de Imrryr, la Soñada.

—Meerclar de los Gatos, soy yo, tu pariente, Elric de Melniboné, el último de su linaje que hizo votos de amistad contigo y tu pueblo. ¿Me oyes, Señor de los Gatos?

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