La Maldición de Chalion (63 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Aventuras, #Fantástico

BOOK: La Maldición de Chalion
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De Baocia supo interpretar su expresión.

—El archidivino se entrevistará esta noche con su comandante. Creo que el tratado de matrimonio hará mucho por persuadirlo de que la nueva Heredera es leal a, er, el futuro de Chalion.

—Aun así, tienen sus juramentos de obediencia —murmuró Palli—. Sería preferible no obligarlos a romperlos.

Cazaril pensó en distintas distancias y el tiempo que costaría cubrirlas a caballo.

—Sin duda a estas alturas en Cardegoss ya estarán sobre aviso de la fuga de Iselle de Valenda. La noticia de la llegada de Bergon debe de pisarle los talones. Cuando de Jironal se entere verá que la regencia con la que contaba se le está escurriendo entre los dedos.

De Baocia sonrió eufórico.

—Cuando eso ocurra, todo habrá acabado. Los acontecimientos se suceden mucho más deprisa de lo que él, o cualquiera, a decir verdad, podría haber anticipado. —El vistazo soslayado que echó a Cazaril estaba cargado de temor reverencial.

—Mejor así —dijo Cazaril—. No debe verse impulsado a hacer ningún movimiento del que luego no pueda arrepentirse.

Si ambos bandos, ambos malditos, se enfrentaban en una guerra civil, sería perfectamente posible que ambos salieran perdiendo. Ésa sería la culminación ideal del mortífero obsequio del General Dorado, que toda Chalion se derrumbara sobre sí misma, agonizando. Para
ganar
sería necesario dirimir las disputas sin verter ni una gota de sangre. Aunque cuando Bergon liberara a Iselle de su sombra, el pobre Orico presumiblemente conservaría la suya, y de Jironal sería el dueño por poderes de la suerte de su señor…
¿Y qué hay de Ista, además?

—Aun a riesgo de ser irrespetuoso, dependen muchas cosas del momento en que fallezca el roya. Podría estabilizarse, saben ustedes.

La maldición sin duda empujaría a Orico hacia el destino más aciago posible. Podría considerarse que ésta era una guía más fiable si no hubiera tantas distintas maneras en que podía cernirse el desastre. La colección de fieras de Umegat había evitado, comprendió Cazaril, muchas más desgracias que un mero detrimento de salud.

—En aras de la previsión, tenemos que pensar qué migajas vamos a ofrecer al canciller de Jironal para restañar su orgullo… tanto antes del ascenso de Iselle a la royeza como después.

—No creo que vaya a conformarse con migajas, Caz —objetó Palli—. Hace una década que sólo le falta el título para considerarse el auténtico roya de Chalion.

—En ese caso sin duda debe de estar empezando a
cansarse
— suspiró Cazaril—. Si sus hijos reciben algún privilegio, se apaciguará. La lealtad a la familia es su debilidad, su punto flaco. —O eso sugería la maldición, que deformaba toda virtud en su pecado opuesto—. Despojadlo de su poder, pero mostraos favorables a su clan… arrancadle los dientes despacio y con cuidado, con eso será suficiente.

Miró de soslayo a Betriz, que escuchaba atentamente; sí, podía confiar en que la joven informara más tarde a Iselle de este debate.

En la otra cámara, Iselle y Bergon se levantaron. Ella apoyó la mano en el brazo que le ofrecía él, y ambos lanzaron sendas miradas furtivas a su pareja; a Cazaril le costaba imaginarse otras dos personas más complacidas la una con la otra. Aunque cuando Iselle entró en la sala de recepciones con su prometido y paseó la mirada triunfal por los asistentes reunidos, parecía casi igual de complacida consigo misma. El orgullo de Bergon tenía un aire ligeramente más deslumbrado, aunque dedicó un discreto asentimiento a Cazaril, que se había incorporado con dificultad.

—La Heredera de Chalion —dijo Iselle, e hizo una pausa.

—Y el Heredero de Ibra —añadió Bergon.

—Se complacen en anunciarles que pronunciaremos nuestros votos nupciales —continuó Iselle—, ante los dioses, nuestros nobles invitados ibranos, y las gentes de esta ciudad…

—Pasado mañana en el templo de Taryoon, a mediodía —concluyó Bergon.

La pequeña multitud rompió en vítores y felicitaciones. Y, a Cazaril no le cabía ninguna duda, en cálculos de la velocidad a la que podía avanzar una columna de tropas enemigas; la respuesta:
No tan deprisa
. Los dos jóvenes líderes, unidos y fortalecidos mutuamente, podrían actuar en estrecha coordinación como mejor les conviniera después del enlace. Cuando Iselle se hubiera liberado de la maldición por medio del matrimonio, el tiempo estaría de su lado. Conseguirían más apoyo a cada día. Cazaril, lleno del más profundo de los alivios, volvió a sentarse, sonriendo pese al angustioso dolor que le exprimía las entrañas.

25

En un palacio afanado en preparativos, Cazaril se encontró al día siguiente con que era la única persona que no tenía nada que hacer. Iselle había llegado a Taryoon con poco más que las ropas con las que había cabalgado; toda la correspondencia de Cazaril y los libros de los aposentos de la rósea seguían en Cardegoss. Cuando él quiso acercarse a ella y preguntar qué deseaba que hiciera, descubrió las habitaciones de Iselle atestadas de sirvientas al borde de la histeria, dirigidas por la tía de Baocia de la novia, entrando y saliendo todas con brazadas de vestidos.

Iselle pugnó por sacar la cabeza de su envoltorio de sedas para jadear:

—Acabas de recorrer a caballo más de mil kilómetros en mi nombre.
Descansa
, Cazaril. —Extendió el brazo, obediente, mientras una costurera le probaba una manga—. No, o mejor… dicta dos cartas al escribano de mi tío, una dirigida a todos los provincares de Chalion, y otra para el archidivino de cada templo, anunciando mi boda. Algo que puedan leer a la gente. Ésa será una tarea agradable y sosegada. Cuando tengas las diecisiete… no, las dieciséis…

—Diecisiete —corrigió su tía, a la altura del dobladillo de su traje—. Tu tío querrá una copia para los archivos de su cancillería. Ponte recta.

—Cuando todas estén listas, ponlas aparte para que las firmemos Bergon y yo mañana después de la boda, que luego nos ocuparemos nosotros de que salgan. —Asintió con firmeza, para enfado de la costurera que intentaba ajustarle la altura del cuello.

Cazaril hizo una reverencia y se apresuró a irse antes de que alguien le clavara un alfiler. Se quedó apoyado un momento en la barandilla de la galería.

Hacía un día espléndido, primaveral. El cielo era de un azul blanquecino, y la cálida luz solar inundaba el patio recién pavimentado, donde los jardineros estaban plantando árboles en flor que traían en baldes, organizándolos de modo que rodearan la fuente de la que ya manaba agua. Abordó a un sirviente que pasaba junto a él y pidió que le trajeran una mesa, que él mismo puso al sol. Y una silla con un cojín grueso y mullido, pues aunque gran parte de esos más de mil kilómetros eran ahora un recuerdo difuso en su mente, sus posaderas parecían acordarse de todos y cada uno de ellos. Se sentó con la cálida luz en el rostro, con los ojos cerrados, componiendo sus puntos, antes de ponerse a escribir. El escribano de de Baocia se llevó el resultado final para copiarlo sin tardanza con mucha mejor letra que la de Cazaril, y éste pudo reclinarse y cerrar los ojos, punto y final.

Ni siquiera los abrió para ver a quién pertenecían los pasos que se acercaban, hasta que lo sorprendió un repiqueteo en la mesa. Levantó la vista para encontrarse con un lacayo que, siguiendo las indicaciones de lady Betriz, le traía una bandeja con té, una jarra de leche, un plato de confitura y pan glaseado con miel y frutos secos. Betriz despidió al sirviente y sirvió el té ella misma; le acercó el pan y se sentó en el canto de la fuente para ver comer a Cazaril.

—Tienes la cara chupada otra vez. ¿Es que no has comido bien? —inquirió severamente la joven.

—Ni idea. ¡Pero mira qué día más radiante! Ojalá se aguante hasta mañana.

—Lady de Baocia piensa que sí, aunque dice que quizá llueva de nuevo para el Día de la Hija.

La fragancia de los naranjos en flor se agolpaba en el recinto del patio y parecía mezclarse con la miel en su boca. Bebió un poco de té para empujar el pan y, ocioso y maravillado, observó:

—Dentro de tres días hará exactamente un año que llegué caminando al castillo de Valenda. Quería entrar de pinche.

Los hoyuelos de Betriz asomaron a su rostro.

—Lo recuerdo. Nos conocimos la víspera del Día de la Hija, en la mesa de la provincara.

—Oh, yo ya te había visto antes. Cuando entraste a caballo en el patio con Iselle y… Teidez. —
Y el pobre de Sanda
.

Betriz pareció sorprenderse.

—¿Sí? ¿Dónde estabas? No te vi.

—Sentado en el banco junto a la pared. Estabas demasiado ocupada recibiendo las regañinas de tu padre por galopar de esa manera.

—Oh. —La muchacha suspiró y pasó la mano por el pequeño estanque de la fuente. Se sacudió las frías gotas con el ceño fruncido. Quizá la Hija de la Primavera exhalara el aire de ese día, pero el agua seguía perteneciendo al Viejo Invierno—. Es como si hubieran pasado cien años, no uno solo.

—Para mí es como si hubiera pasado en un parpadeo. El tiempo… ahora corre más que yo. Por eso resuello tanto, sin duda. —Al cabo, añadió con voz queda—: ¿Ha hablado Iselle a su tío de la maldición que pensamos romper mañana?

—No, claro que no. —Al verle arquear las cejas, explicó—: Iselle es la hija de Ista. No puede hablar de esas cosas, so pena de ser tildada de loca, como su madre, y lo pierda… todo. De Jironal pensó en eso. En el entierro de Teidez, no dejó escapar ni una sola ocasión de hacer algún comentario sobre Iselle a todos los lores o provincares que estuvieran escuchando. Si ella lloraba, era una extravagante; si se reía, qué raro que estuviera tan contenta en el funeral de su hermano; si hablaba, estaba frenética; si guardaba silencio, mira que se ha vuelto taciturna, ¿verdad? Era evidente que los hombres empezaban a ver lo que él quería que viesen, tanto si era verdad como si no. Hacia el final de su estancia allí, ya hacía aquellos comentarios incluso delante de ella, para ver si así conseguía asustarla o enfurecerla y luego acusarla de haberse convertido en una virago desequilibrada. También propagó flagrantes mentiras, pero Nan, la provincara y yo ya habíamos descubierto su juego y avisamos a Iselle, que controló su genio en presencia de él.

—Ah. Excelente muchacha.

Betriz asintió.

—Pero en cuanto oímos que los hombres del canciller venían para llevársela a Cardegoss, Iselle se volvió loca por escapar de Valenda. Porque cuando él la encerrara entre cuatro paredes, podría inventarse cualquier historia acerca de su forma de comportarse y, ¿quién estaría allí para negarlo? Podría conseguir que los provincares de Chalion aprobaran la extensión de su regencia en nombre de la pobre niña trastornada durante tanto tiempo como se le antojara, sin que nadie levantara la espada en su contra. —Cogió aliento—. Así que no se atreve a hablar de la maldición.

—Ya veo. Hace bien en mostrarse cauta. Bueno, dioses mediante, pronto habrá acabado todo.

—Dioses y castelar de Cazaril mediante.

Éste hizo un pequeño gesto de rechazo y probó otro sorbo de té.

—¿Cuándo se enteró de Jironal de que me había ido a Ibra?

—Creo que no sospechó nada hasta que el cortejo hubo llegado a Valenda y tú seguías sin aparecer por ninguna parte. La vieja provincara dijo que de Jironal había recibido informes de sus espías en Ibra… supongo que eso explica en parte por qué, pese a estar ansioso por regresar y aislar a de Yarrin de Orico, se negó a abandonar Valenda hasta que se hubieron instalado allí las tropas de su casa.

—Envió asesinos para interceptarme en la frontera. Me pregunto si pensaba que yo iba a volver solo, con la siguiente ronda de negociaciones. No creo que esperase ver tan pronto al róseo Bergon.

—Ni él ni nadie. Salvo Iselle. —Betriz acarició con los dedos la delicada lana negra de su capa chaleco, recogida sobre una rodilla. La siguiente mirada que le dedicó fue incómodamente penetrante—. Mientras te agotabas intentando salvar a Iselle… ¿has descubierto el modo de salvarte tú?

Cazaril guardó silencio un momento, antes de responder simplemente:

—No.

—Eso no… no es justo.

Cazaril paseó la mirada vagamente por el patio deliciosamente soleado, esquivando los ojos de la joven.

—Me gusta este edificio nuevo, es bonito. Y, sabes, no hay fantasmas en él.

—No cambies de tema. —Las arrugas de su entrecejo se volvieron más pronunciadas—. Siempre haces lo mismo cuando no quieres hablar de algo. Acabo de darme cuenta.

—Betriz… —Cazaril bajó la voz—. Nuestros pasos siguen caminos distintos desde la misma noche en que descargué la magia de la muerte sobre Dondo. No puedo volver atrás. Tú seguirás viviendo, y yo no. No podemos caminar juntos, ni siquiera… bueno, no podemos.

—No sabes de cuánto tiempo dispones. Podrían ser semanas. Meses. Pero si una hora es todo lo que nos dan los dioses, tanto más los insultaríamos desperdiciándola.

—No es la falta de tiempo. —Se revolvió agobiado—. Es el exceso de compañía. Piensa en nosotros juntos: tú, yo, Dondo, el demonio de la muerte… ¿no te parezco horrible? —Su tono se volvió casi implorante—. ¡Te aseguro que yo sí me parezco horrible a mí mismo!

Betriz se fijó en su barriga y luego miró al otro lado del patio, con las mandíbulas obcecadamente apretadas.

—No creo que estar encantado sea contagioso. ¿Crees que me falta valor?

—Eso nunca —exhaló él.

Mirándose los pies, Betriz gruñó:

—Arrasaría el cielo por ti, si supiera dónde está.

—¿Cómo, no te has leído el viejo libro de Ordol mientras ayudabas a Iselle a codificar esas cartas? Afirma que los dioses y nosotros ocupamos el mismo espacio al mismo tiempo, a una sombra de distancia. No es necesario ir a ninguna parte para alcanzarlos. —
Puedo ver su mundo desde donde estoy sentado, de hecho
. De modo que Ordol tenía razón—. Pero no puedes obligar a los dioses a hacer nada. Supongo que es justo. Tampoco ellos pueden obligarnos a nosotros.

—Ya empiezas otra vez. Cambias de tema.

—¿Qué piensas ponerte mañana? ¿Algún vestido bonito? Ya sabes que no puedes lucir mejor que la novia.

Betriz lo fulminó con la mirada.

Arriba, en la galería, lady de Baocia salió de los aposentos de Iselle y preguntó a gritos a Betriz algo complejo que tenía que ver con lo que a Cazaril le parecieron un montón de distintas telas. Betriz le hizo una seña y se puso de pie a regañadientes. Miró por encima del hombro bruscamente mientras se dirigía hacia las escaleras y dijo:

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