Read La llamada de los muertos Online
Authors: Laura Gallego García
No pudo seguir. Miró a Jonás, pidiendo ayuda.
—Sabéis que Dana cayó en coma después de haber servido de puente para que los espíritus derrotasen a los espectros, aquella noche, hace ya tantos años. Desde entonces ha estado caminando entre la vida y la muerte, y hemos logrado mantenerla aquí, con nosotros, gracias a la magia. En todo este tiempo no hemos apreciado la más mínima reacción en ella. Pero ayer...
—Ayer se movió -afirmó Salamandra-. Jonás cree que eso indica que algo va a cambiar...
—...Para bien o para mal -concluyó el Amo de la Torre-. Por eso creí conveniente avisaros.
Fenris asintió.
—¿Lo sabe Kai?
—Nadie se lo ha dicho, pero lo sabe, de alguna manera.
El mago elfo se asomó a la ventana y miró hacia abajo. Al pie de la Torre seguía Kai, sin moverse, sin reaccionar a nada, desde que Dana se había alejado de la vida.
—Dana -susurró Fenris-, ¿dónde estás? ¿Cómo has soportado estar tanto tiempo sin Kai?
«No lo he soportado», dijo Dana, conmovida. «Yo... oh, no, ojalá lo hubiese sabido...»
«Ahora ya lo sabes. Puedes volver a la vida, si lo deseas.»
Dana meditó largamente qué decisión tomar.
«Kai me echa de menos», dijo. «Pero si vuelvo lo ataré de nuevo a mí. Como dragón, tiene una larga vida por delante. ¿Cómo pedirle que se quede junto a una anciana humana?»
El Guardián no respondió. Dana cerró los ojos, sintiendo que el dolor traspasaba su alma. Cuando los abrió de nuevo y miró a su amigo, no había dudas en su mirada.
«No quiero volver», dijo. «Mi tiempo ya ha tocado a su fin.»
El Guardián asintió.
—¡Mirad! -exclamó Fenris-. ¡Parece que vuelve en sí!
Los ojos azules de Dana se abrieron momentáneamente. Lo primero que vio fue la mirada color miel de Fenris, su gran amigo. Ella sonrió y trató de hablar, pero sus cuerdas vocales llevaban años sin ser utilizadas y no respondieron.
—No hables -dijo Fenris-. Te pondrás bien.
Pero ella negó con la cabeza. Dio una mirada circular y sonrió de nuevo, y sus ojos brillaron con orgullo al detectar la túnica dorada de Jonás. Después volvió a mirar a Fenris.
—Has...ta... siempre -logró decir, en un susurro.
Y, con un suspiro, Dana, la Señora de la Torre, la Dama del Dragón, la última Kin-Shannay, abandonó el mundo de los vivos.
Al pie de la Torre Kai alzó la cabeza y supo que ella se había ido. Y sonrió.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza sobre la fría nieve.
Y, simplemente, se dejó morir, porque ya nada lo ataba al mundo.
Dana miró a su alrededor. De nuevo encontró al Guardián de la Puerta, que sonreía.
«¿Ya está?», preguntó.
«Ya está», asintió él.
«Ha sido... fácil, y difícil a un tiempo. Los echaré de menos a todos, en especial a...»
No pronunció su nombre, pero suspiró y cerró los ojos, llena de dolor.
El Guardián sonreía.
«Tienes buen aspecto», dijo. «Inconscientemente has elegido tu imagen de adolescente, y me parece muy apropiado.»
Dana frunció el ceño.
«¿Apropiado?», repitió. «¿Para qué?»
«¡Dana!»
Ella se volvió de pronto, incapaz de creer lo que estaba oyendo. Entre las brumas de la frontera vio aparecer a un muchacho rubio de unos dieciséis años que venía en su busca, con la ansiedad pintada en sus ojos verdes.
«Kai...», susurró ella.
Él llegó junto a ella. Se miraron.
«Kai, no puede ser: ¿Estás...?»
«Estoy muerto», afirmó él, como si fuese una gran noticia. «No me resultó muy difícil morir; no era la primera vez que lo hacía.»
Dana alzó la mano para acariciarle la mejilla, temerosa. Y lo sintió real, consistente, verdadero.
«Kai, no puede ser...»
«¿Qué no puede ser? Ahora somos iguales, Dana, por fin somos iguales. Te dije que sucedería algún día, y así ha sido.»
El muchacho le ofreció su mano, sonriendo. Dana la tomó, vacilante. Los dedos de él se cerraron sobre su mano, y ella suspiró, maravillada. Los había sentido cálidos y reales.
Sollozando, Dana se refugió en brazos de Kai. Él la estrechó con fuerza, y Dana bebió de aquel abrazo como si no hubiese nada más valioso en el mundo.
«Por fin», susurró. «Por fin.»
Cogidos de la mano avanzaron por la frontera, hasta que el Guardián les salió al paso.
«¿Saevin?», exclamó Kai, sorprendido.
El Guardián de la Puerta sonrió.
«Bienvenidos al Otro Lado», dijo solamente. «Disfrutad juntos de toda una eternidad que ya nadie podrá arrebataros.»
Se apartó para dejarles pasar.
Ellos avanzaron, sonriendo, hasta que vieron dos figuras que los esperaban entre la niebla; una de ellas, una mujer, vestía una túnica dorada. La otra era de muy corta estatura, y mostraba una cálida sonrisa en un rostro surcado de arrugas.
—Aonia... Maritta... -murmuró Dana.
—Bienvenida, niña -respondió la enana; miró a Kai, y su sonrisa se ensanchó-. Bienvenidos -rectificó.
Dana respiró profundamente y se abrazó a Kai. Sus dos anfitrionas dieron media vuelta y se perdieron entre las brumas del Más Allá.
Dana y Kai cruzaron una mirada, sonrientes y ebrios de felicidad, y las siguieron. Aún cogidos de la mano, dejaron atrás la vida para adentrarse en el que iba a ser su nuevo mundo para siempre. Dieron la espalda a la vida sin importarles lo que sucedería después, porque por primera vez eran iguales, y ya nada podría separarlos.
Y estarían unidos para siempre.
El Guardián de la Puerta los vio perderse entre las brumas del Más Allá, tan juntos que parecían un solo ser, y sonrió.
—Hasta siempre, Dana y Kai -susurró-. Los vivos no os olvidarán fácilmente.