Read La llamada de los muertos Online
Authors: Laura Gallego García
—¡Tú! -exclamó-. ¿Qué haces aquí? ¿Y por qué puedes verme?
—Porque el Momento ha llegado -dijo el muchacho, dirigiéndole una mirada inescrutable.
Kai sintió que lo inundaba una oleada de ira.
—¡El Momento! -exclamó amargamente-. ¿De qué me sirve a mí el Momento si no puedo cambiar el hecho de que estoy muerto?
Saevin no dijo nada, pero lo miró fijamente. Sus ojos azules se encontraron con los ojos verdes de Kai, llenos de rabia y dolor. Uno junto al otro, los dos muchachos no parecían tan diferentes. Aparentaban una edad similar, aunque en realidad Kai rondaba el medio milenio. Y, sin embargo, Saevin parecía poseer una sabiduría mayor que la de Kai...
—¿Quién eres tú? -exigió saber.
—Desgraciadamente, solo un instrumento de alguien superior -respondió Saevin, y sus fríos ojos parecieron por fin mostrar un atisbo de sentimientos-. Pero ahora no tenemos tiempo para explicaciones, Kai; hemos de regresar a la Torre antes de que sea demasiado tarde.
—¿Qué? ¿De qué me estás hablando? Yo no voy a ir contigo a ningún sitio. Tú y tus demonios estáis de parte de Morderek...
—Solo momentáneamente -replicó Saevin-, porque era necesario. Podría decirse, Kai, que yo no estoy de parte de nadie, porque no me está permitido.
Kai sacudió la cabeza, confuso.
—La profecía iba a cumplirse de todas maneras -dijo Saevin-. Todo tenía que suceder exactamente como ha sucedido. Dana fue tentada por el mal, Iris escuchó la llamada de los muertos, Salamandra fue traicionada, Jonás abrió la Puerta, Conrado emprendió un peligroso viaje por el Otro Lado, Nawin está entregando su aliento vital, tú te has consumido en tu propio fuego...
—No... no tenía que suceder así -balbuceó Kai.
—Te equivocas. Todo tenía que suceder exactamente así.
Saevin avanzó hacia los restos calcinados del cuerpo de dragón de Kai. Se inclinó junto a ellos y recogió algo del suelo. Era una larga pluma dorada.
—¿Lo ves? -dijo-. ¿Por qué necesitas más pruebas?
—¿Qué quieres decir?
—Es una pluma de fénix. Acércate, Kai. Sospecho que este frasquito que hay aquí no es sino el agua de vida que trajo la Señora de la Torre.
Saevin alzó la pluma en voz alta.
—Ven, Fénix -dijo-. Acude a mi llamada.
Kai pensó que aquello era completamente absurdo, pero por un momento esperó que el ave fénix entrase por el enorme boquete del techo.
Se equivocó. De pronto una voz sin voz se oyó en sus corazones:
«¿Quién me llama? ¿Eres tú, Señor?»
Kai se quedó sin habla cuando vio que en el centro de la habitación acababa de aparecer un espíritu de color dorado y rojizo, un espíritu que parecía tener la forma de un bello y enorme pájaro.
—¿Qué es eso?
—Fénix, el espíritu -respondió Saevin calmosamente, como si fuera evidente; clavó en Kai una mirada seria y pensativa-. No solo los demonios escuchan mi voz, Kai -añadió suavemente.
Kai no supo qué responder. No entendía absolutamente nada. Saevin miró a Fénix y este pareció entender enseguida lo que debía hacer. Planeó sobre los restos del dragón y descendió en picado, atravesando el enorme cuerpo como si fuese humo. Hubo un breve resplandor y, cuando Kai volvió a mirar, le pareció que el dragón se estremecía...
No tuvo tiempo de pensar en nada más, porque algo tiró de él con fuerza...
Cuando abrió los ojos, miraba de nuevo desde el cuerpo del dragón.
—Estoy... vivo -murmuró, pero el dolor lo golpeó de pronto como una terrible maza.
Descubrió entonces que el dragón estaba vivo, pero horriblemente calcinado.
—Bebe esto -dijo Saevin, tendiéndole el agua de vida.
Con una mueca de dolor, Kai abrió las fauces, y Saevin derramó en ellas el contenido de la redoma. Kai sintió entonces cómo un torrente revitalizador recorría sus venas llenándolo de energía. Cuando volvió a mirarse a sí mismo vio que sus escamas volvían a relucir como oro bruñido.
—Increíble -murmuró-. ¿Cómo lo has hecho?
Saevin se encogió de hombros y se dirigió a las jaulas donde los animales chillaban de terror. Los fue liberando, uno tras otro.
—Dale las gracias a Fénix y al Momento -dijo finalmente-. Ya te he dicho que yo no soy más que un instrumento.
—Ya -murmuró Kai, aún confuso-. Y dime, ¿en qué consisten tus... habilidades, si puede saberse? ¿Por qué esa criatura te llamaba «Señor»?
Saevin sonrió con tristeza, pero no respondió. Kai frunció el ceño.
—¿Saevin?
—No tenemos mucho tiempo -dijo el muchacho; acababa de abrir la última jaula-. Hemos de buscar a Fenris.
Fenris corría por el extraño bosque del cráter del volcán, confuso y asustado. Había olvidado completamente su vida como elfo. Había olvidado que era algo más que un lobo. Solo recordaba la voz terrible de Morderek, el miedo que habían inspirado en él sus ojos, y su orden de marcharse lejos, muy lejos...
Algo en su interior lloraba porque sentía que había perdido una parte muy importante de su ser. Pero no sabía de qué se trataba. No lo recordaba, y tal vez no lo recordaría nunca. Sin embargo, intuía que esa dolorosa sensación de pérdida lo acompañaría para siempre, en una huida que duraría el resto de su vida.
De pronto hubo un cegador destello de luz, y Fenris frenó en seco y retrocedió unos pasos.
—¿Fenris?.
La voz le resultaba conocida, pero el olor del dragón disparó todas sus alarmas internas. Gruñó amenazadoramente mientras seguía retrocediendo.
—¿Qué le han hecho? -preguntó el dragón.
De pronto su conciencia racional despertó...
...Y Fenris se encontró, sin saber muy bien cómo, en medio del bosque, frente a Kai y Saevin.
—¿Qué demonios está pasando? -gruñó; fijó su mirada en Kai y Saevin y añadió-: Espero que tengáis una buena explicación para todo esto.
—Por supuesto -replicó Saevin-. Hemos despertado tu conciencia racional, y con ello te hemos devuelto tu capacidad de transformación, que tú habías perdido, aunque no te hubieses dado cuenta.
Fenris lo miró, suspicaz, y probó a transformarse. En apenas unos segundos volvía a ser un joven hechicero elfo.
—«Otro recuperará su verdadero cuerpo» -dijo Saevin, satisfecho.
Fenris se volvió hacia ellos.
—Estoy esperando una explicación -le dijo a Saevin.
—Debemos volver a la Torre -replicó este-. La Puerta ha sido abierta.
Fenris lanzó una mirada ceñuda a Saevin y se obligó a sí mismo, de mala gana, a concentrarse en el problema más urgente.
—Tardaremos mucho si vamos volando -dijo-. Y no tengo fuerzas para teletransportar también a Kai, es muy grande.
Saevin sonrió levemente y pronunció una palabra cuyo significado era desconocido para Kai, e incluso para Fenris. Al momento un rostro de rasgos difusos y alargados apareció ante ellos, un extraño rostro asexuado, sobrenatural, que poco o nada tenía de humano.
—¿Qué es eso? -susurró Kai, mientras Fenris retrocedía, suspicaz.
—Un limban -respondió Saevin-. Se mueven entre los pliegues del espacio físico. Para ellos no existen las distancias.
—¡Un limban! -repitió Fenris, estupefacto-. Pero, ¿cómo...?
—No lo entiendo -murmuró Kai-. Si puedes... hablar con todas estas criaturas... Si tienes tanto poder... ¿por qué estabas con Morderek?
—Ya te lo he dicho, tenía que asegurarme de que la profecía se cumplía, pero no estoy de su parte.
—¡Pero atacaste a Dana!
—No, Kai. Al invocar a ese demonio salvé la vida de Dana, porque si el bastón de Shi-Mae hubiese reaccionado, Morderek la habría matado. Ni siquiera él entiende del todo el poder que encierra ese objeto. El demonio los entretuvo a los dos hasta que la Puerta se abrió.
—Es otra manera de verlo -gruñó Kai, no muy convencido-. Pero no termino de entender tu papel en todo esto.
—No tardarás en entenderlo -dijo Saevin, y Kai percibió, de nuevo, una nota de tristeza en su voz.
Se volvió hacia el limban y le pidió que los llevase a los tres a la Torre. La criatura no respondió, pero se lanzó hacia ellos y los envolvió con su cuerpo inmaterial, y Kai y Fenris sintieron que todo empezaba a girar y a girar....
Los espectros aullaban y la barrera estaba a punto de venirse abajo.
Dana se dio cuenta de los apuros de los jóvenes magos y deseó ardientemente poder ayudarles, pero no debía apartar la mirada de Morderek, o él cruzaría la Puerta, y las consecuencias podían ser absolutamente imprevisibles.
Dana había arrojado contra Morderek una bola de fuego, y él había respondido con un hechizo de petrificación que la Señora de la Torre había logrado neutralizar a tiempo. Ahora, los dos simplemente se vigilaban el uno al otro, aguardando a que su oponente diese el siguiente paso, pero ambos eran perfectamente conscientes de las limitaciones que les imponía el lugar. No era una sala muy grande, y debían tener cuidado. No podían invocar a criaturas demasiado poderosas o de gran tamaño, puesto que corrían el riesgo de que destrozaran la Puerta, o de que dañasen a los magos que estaban conteniendo a los espectros.
No, ambos se jugaban mucho; los dos debían encontrar la manera de neutralizar al rival, pero estaban atados de pies y manos.
Su vida dependía de aquel espejo y aquella barrera.
—Parece que estamos en una encrucijada, ¿eh? -dijo Morderek.
Dana frunció el ceño y lanzó contra él una maldición tóxica.
Morderek sintió de pronto que su cuerpo se debilitaba rápidamente, como si hubiese ingerido un poderoso veneno o hubiese sido infectado por un virus especialmente agresivo. Efectuó enseguida un hechizo de autocuración, pero solo funcionó en parte. Satisfecha, Dana se disponía a arrojar sobre él un conjuro final cuando, nuevamente, el bastón del mago negro reaccionó por él, envolviéndolo en una brillante luz dorada.
Cuando el resplandor desapareció, Morderek se alzaba de nuevo, desafiante y completamente curado.
—Menudo mago -se burló Salamandra-. Eres incapaz de hacer nada por ti mismo. ¡Si no tuvieses ese bastón, habrías muerto hace mucho rato!
—Concéntrate en la barrera, Salamandra -la reprendió Conrado.
Morderek ignoró a la joven y alzó el bastón hacia Dana.
—Se acabó, Señora de la Torre -dijo-. He perdido la paciencia.
De pronto una súbita llamarada entró por una ventana y prendió en la túnica de Morderek, que aulló e inmediatamente invocó una pequeña nube de tormenta para que arrojase lluvia sobre él. Dana se volvió inmediatamente hacia la ventana y descubrió allí un enorme ojo de color esmeralda que le hacía un guiño de complicidad.
—¡Kai! -exclamó ella, encantada.
—Hemos vuelto, Dana -dijo la voz de Fenris junto a ella.
La barrera se resquebrajó, pero Fenris la reforzó con su propia magia.
—Saevin tiene algo que decirte -le indicó a la Señora de la Torre.
Ella frunció el ceño y miró al muchacho con interés. Iris había corrido inmediatamente a recibirle, y ambos se habían fundido en un cálido abrazo.
—Todo ha de suceder, Señora de la Torre -dijo Saevin, separándose suavemente de Iris-, porque así está escrito.
Morderek había apagado el fuego y volvía a estar dispuesto a enfrentarse a quien fuera. Fenris se aseguró de que la barrera volvía a estar firme y la abandonó para plantarle cara al mago.
—Muy bueno lo del hechizo espejo -reconoció-, pero apostaría a que no tienes ni la más remota idea de cómo lo has hecho, ¿eh?
Morderek alzó su bastón amenazadoramente.
—Tienes más vidas que un gato, Fenris, pero algún día se te acabará la buena suerte.
Dana se reunió con Saevin, que se había arrodillado junto a Nawin. La elfa presentaba ya el aspecto de una joven de unos veintidós o veintitrés años.
—Ya le han robado más de un siglo de vida -suspiró la Señora de la Torre; miró a Saevin fijamente-. Dime, ¿qué diablos está ocurriendo aquí?
—Los fantasmas quieren cruzar a nuestro mundo, pero eso es algo que no debe suceder bajo ningún concepto -dijo Saevin-. Y solo hay una manera de detenerlos.
—¿Cuál?
—Tú lo sabes -respondió Saevin misteriosamente-. Siempre hemos hablado de la Puerta, de una Puerta, pero en realidad puede haber varias.
Dana calló un momento, meditando sus palabras. Entonces comprendió; palideció mortalmente y sus ojos azules se abrieron al máximo.
—¿Quieres decir...?
—Supone un gran riesgo para ti, pero es la única manera -dijo Saevin-. Por eso estás aquí. Por eso naciste con los poderes de un Kin-Shannay.
—Aonia me dijo que había una razón -murmuró Dana-. Una razón para mi existencia.
—También había una razón para la mía -dijo Saevin-. Pero, a pesar de las profecías, siempre tenemos nosotros la última palabra. Yo puedo elegir, y tú también. Y a veces el camino correcto no es el más sencillo.
Dana asintió, pensativa. Parecía haber olvidado la doble lucha encarnizada que tenía lugar en la Torre, parecía haber olvidado a los espectros, que trataban de pasar a través de la barrera; a Morderek, que intentaba superar a Fenris en un peculiar duelo de magia; a Nawin, que envejecía cada vez más deprisa; a Iris, que la miraba con los ojos abiertos de par en par, sin comprender lo que estaba sucediendo; a Kai, que trataba de mirar a través de la ventana y acertar a Morderek con su llamarada sin llegar a rozar a nadie más.
—Ahora es tu decisión, Dana -concluyó Saevin.
Dana asintió, pensativa.
—Una decisión difícil -murmuró-. Si accedo... ¿cuáles serían las consecuencias?
—Eso ni siquiera yo puedo saberlo.
Dana se mordió el labio inferior y miró hacia la ventana; vio pasar el cuerpo de Kai, como una llama dorada.
—Kai -susurró-. Me has protegido durante tanto tiempo y no sabías por qué. Y quizá no lo sepas nunca.
—Al principio no sabía por qué te protegía -dijo Saevin suavemente-. Ahora lo sabe. Lo hace por amor, Dana.
—Pero al principio había una razón, aunque él no lo supiera. Porque suele haber una razón para todo -añadió, recordando las palabras de Aonia.
Se levantó trabajosamente. En sus ojos azules brillaba una nueva llama.
—¿Maestra? -susurró Iris, insegura.
—Dana... -murmuró Nawin.
Ella les brindó una cálida sonrisa.
—Suerte en la vida -dijo solamente.
Avanzó hacia el espejo sin dejarse intimidar por el ejército de espectros que trataban de pasar más allá de la Puerta.