Read La llamada de los muertos Online
Authors: Laura Gallego García
Conrado trató de gritar, pero no pudo.
«¡Huye!», gritó Aonia.
Conrado deseó huir. Sintió que su cuerpo se movía muy lentamente, sintió el aliento de los espectros en la nuca, supo que lo atraparían. «¿Cómo mueve uno un cuerpo en un mundo en el que no hay cuerpos?», se preguntó su mente lógica, aterrorizada.
Tropezó con sus propios pies y cayó al suelo. La enorme masa espectral, de un color azul eléctrico, se abalanzó sobre él...
«No me importan las razones de Morderek», se dijo Dana. «Solo Kai es importante. Solo nuestro futuro juntos.»
Sentía la mirada cristalina del fénix clavada en su alma.
«Entonces, ¿por qué es tan difícil?», pensaba la Señora de la Torre. «Estoy persiguiendo la realización de un sueño. ¿Cómo puede estar mal esto que estoy haciendo?»
No tenía respuesta para aquellas preguntas. Quizá las formulaba al ave fénix que iba a ser sacrificada para que Kai volviese a ser humano. La criatura parecía tener todas las respuestas, pero Dana sabía que no iba a contestarle.
—Señora de la Torre -intervino Morderek-. Se acerca el Momento.
Había entrado sigilosamente y se había colocado tras ella. Dana se volvió hacia él y lo miró fijamente, tratando de leer en el interior de su alma.
Jonás se había situado ante el espejo, con las manos en alto, concentrándose en la Puerta y respirando lenta y pesadamente, acumulando magia antes de comenzar a pronunciar las palabras mágicas. Sabía que para hacer aquello que estaba a punto de hacer era necesario poseer mucho poder, como Dana, o un gran dominio sobre la técnica de la magia, como Conrado, que había estudiado mucho más que cualquier mago de su edad.
Jonás no tenía ni lo uno ni lo otro. Pero tenía fe y valor, y estaba dispuesto a correr el riesgo. No le importaba no haber sido un estudiante brillante, no le importaba saber que nunca llegaría a ser Archimago. Confiaba en su fuerza de voluntad más que en su magia.
Iris y Conrado estaban atrapados en el Más Allá. Y él no podía fallarles.
Lentamente, comenzó a pronunciar las palabras que abrirían la Puerta.
Conrado abrió los ojos lentamente y se atrevió a mirar. Lo que vio lo llenó de alivio y extrañeza.
«¿Se van?»
«Parece ser que algo ha atraído su atención», dijo la voz sin voz de Aonia, muy cerca de él.
Conrado se puso en pie torpemente, aún temblando.
«Debes volver a tu mundo, deprisa», lo apremió Aonia.
Conrado vaciló un momento.
«Antes... debo preguntarte algo. ¿Podrías ayudarme a buscar el alma de una niña que está aquí atrapada?»
Aonia sonrió y lo tomó de la mano. No fue un contacto material, pero Conrado, de alguna manera, lo sintió, y le pareció cálido en comparación con el frío que reinaba en el mundo de los muertos.
De pronto, todo comenzó a girar... y cuando las cosas volvieron a la normalidad, ellos dos se hallaban en otro lugar. El ejército de espectros no se veía por ninguna parte.
«¿Está Iris aquí?»
«Está aquí.»
«Qué extraño... yo pensaba que los espectros la tendrían secuestrada, o algo así.»
Aonia rió con voz suave y cantarina.
«¿Por qué iban a hacer eso?»
«¿Por qué si no la atrajeron hasta la Puerta? Necesitaban un puente y una fuente de vida...»
«Sí, necesitaban un puente, y por eso la llamaron a través del espejo, y ella los oyó, debido a la proximidad del Momento. Pero la fuerza vital de Iris no basta para saciar las necesidades de los fantasmas. Están usando a Iris para aproximar ambas dimensiones, como si este mundo fuese un barco que se acercase a puerto, e Iris un cabo que les lanzaran desde tierra. Pero han de buscar vida en otra parte. Si sorbiesen la fuerza vital de esa niña, la matarían enseguida, y el vínculo se rompería antes de que llegase el Momento.»
«Pero entonces, ¿quién...?», empezó Conrado, pero se interrumpió al ver algo un poco más allá.
Iris.
La muchacha estaba acurrucada en un rincón, encogida sobre sí misma, con los ojos cerrados. Su imagen era tan incorpórea como la de Aonia. Conrado se inclinó junto a ella y trató de rozarla, pero su mano pasó a través de la figura de la niña. Ella, sin embargo, sí sintió el contacto, porque despertó y le miró, un poco perdida.
«Llévatela, marchaos antes de que sea demasiado tarde», dijo el fantasma de la hechicera.
«¿Demasiado tarde...?»
«¿Sabes lo que ha hecho reagruparse a los espectros?, replicó ella. «Alguien está abriendo la Puerta.»
Kai sobrevolaba la Cordillera de la Niebla. Sus movimientos eran cada vez más lentos y pesados, y aunque él quería atribuirlo al hecho de que llevaba a tres personas sobre su lomo, lo cierto era que temía encontrar a Dana... y detenerla.
«¿Quién ha dicho que yo no quiero volver a ser humano?», se preguntaba a sí mismo. Lo que Dana le había mostrado con su magia era también su más anhelado sueño. Tener un cuerpo humano y poder abrazarla al fin...
—Debe de estar por aquí cerca -dijo entonces Salamandra-, si este patán no nos ha mentido.
Y al decir esto último propinó una patada a Hugo, que montaba delante de ella; pero, debido a la forzada posición que tuvo que adoptar para ello, su puntapié no causó apenas daño al mercenario.
Hugo les había confesado que Morderek le había dicho que le pagaría una sustanciosa suma si guiaba a Salamandra ante él cuando ella se lo pidiera; pero solo debía hacerlo si ella acudía sola. Por este motivo, al enterarse de que Fenris y Kai acudirían al encuentro de Salamandra, había avisado a Morderek, y él había salido a buscar a la joven maga para enfrentarse a ella antes de que llegasen sus amigos.
Al escuchar la historia del mercenario, Salamandra no había dudado en registrar sus bolsillos, descubriendo en uno de ellos la pequeña bola de cristal que Hugo había usado para comunicarle a Morderek el cambio de planes de la joven maga. Fenris no había permitido que Salamandra emplease la bola de cristal para ponerse en contacto con Morderek y decirle que seguía viva y dispuesta a hacérselo pagar; era mejor coger al mago negro por sorpresa.
De modo que Salamandra se veía obligada a contener su impaciencia y desahogarse con Hugo, por el momento, todo lo que le permitía su postura a lomos de Kai.
Fenris, por su parte, escudriñaba el horizonte con su aguda visión élfica.
—¿Ves algo, Kai? -le preguntó al dragón.
—¿Eh...? No, no, nada todavía.
—Me pregunto... -murmuró Fenris para sí mismo, mirando pensativo a Kai; pero no llegó a terminar la frase.
El mago elfo era el único del grupo que había notado el gesto serio y la mirada entristecida del mejor amigo de Dana.
La Señora de la Torre percibió algo turbio en el fondo de la mirada de Morderek, pero se volvió hacia el fénix, aún con el puñal en la mano. La imagen de Kai, Kai humano, Kai, aquel muchacho rubio cuyos ojos brillaban con ternura cuando le sonreía, le quemaba el corazón.
—Lo siento -susurró-. Te quiero con toda mi alma, pero... no puedo hacerlo.
Dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo. La daga ritual resbaló entre sus dedos y rebotó contra las baldosas del suelo.
Kai sintió que algo le traspasaba el alma. Por un momento pareció perder las fuerzas y cayó unos metros, pero enseguida remontó el vuelo.
—¡Eh! -exclamó Salamandra-. ¡Ten cuidado, me has dado un susto de muerte!
Kai no respondió. Estaba tan unido a Dana que, aun en la distancia, había percibido claramente su dolor. Y supo que su amiga había tomado una decisión, y que no había elegido el camino más fácil.
«Oh, Dana...», suspiró. «Habría sido bonito, habría sido perfecto... de otra manera. La vida y la muerte nos han enseñado que lo nuestro no puede ser. Te comprendo, cuesta tanto aceptarlo...»
Cerró los ojos para contener las lágrimas. Sintió la mano de Fenris oprimiéndole el nacimiento del ala de-recha, en señal de consuelo, y supo que el perspicaz elfo había intuido el dilema que había estado devorando su alma.
Dana pronunció, con suavidad, una breve palabra mágica, y la cadena que retenía al ave fénix se desvaneció como si jamás hubiese existido. El mágico pájaro lanzó un grito de triunfo, abrió las alas y alzó el vuelo...
En apenas unos segundos, había escapado por la ventana abierta, hacia la libertad.
Morderek se había quedado mudo de sorpresa.
—Pero... ¿qué has hecho?
La Señora de la Torre se volvió hacia el que había sido su alumno años atrás.
—Lo siento, era necesario. Y siento haberte molestado; ha sido un error venir aquí.
El mago negro temblaba de rabia.
—¡Lo has estropeado todo! -chilló-. La profecía no se cumplirá si Kai no recupera su verdadero cuerpo.
Dana lo miró con cierto estupor, comprendiendo de pronto las palabras de Shi-Mae.
—¿Conocías la profecía? Según eso, ¿esperabas mi llegada? ¿Me has... estado engañando?
—No te valdrá de nada saberlo, Señora de la Torre -replicó Morderek; sus ojos relampagueaban de furia-, porque vas a morir.
Alzó la mano, y un objeto se materializó en ella, acudiendo a su silenciosa llamada. Dana lo reconoció casi inmediatamente.
—¡El bastón de Shi-Mae! -exclamó-. Ahora empiezo a entenderlo todo.
Se puso en guardia. Si Morderek había logrado controlar el bastón de la poderosa Archimaga elfa, y parecía que lo había hecho, aquella no iba a ser una batalla sencilla. A pesar de su juventud, Morderek podía llegar a igualarla en magia.
El mago negro alzó el bastón y sonrió levemente.
—Hasta nunca, Señora de la Torre.
Jonas sintió que la puerta cedía poco a poco. Se mordió el labio inferior y frunció el ceño en señal de concentración. Tenía los ojos cerrados y, por tanto, no podía ver si se había operado algún cambio en el espejo, pero no era necesario.
Sabía que lo estaba consiguiendo. Lo notaba, lo intuía, lo presentía.
Al Otro Lado, los espectros aullaron, rebosantes de odio, y se agolparon junto al lugar donde debería abrirse el paso al mundo de los vivos. Tras ellos, pero manteniendo una prudente distancia, una gran multitud de fantasmas aguardaba también su oportunidad para cruzar la Puerta y volver a la vida.
Los espectros rugían de impaciencia. Todos los habitantes del mundo de los espíritus podían oírlos... pero su voz era inaudible para las criaturas vivas y, por tanto, el joven mago que trataba de abrir la Puerta no podía saber lo que estaba sucediendo detrás del espejo.
Dana saltó a un lado para evitar un rayo mágico salido del bastón de Morderek. Rodó por el suelo hasta quedar protegida por una de las jaulas, inspiró profundamente y pronunció las palabras de un hechizo. De pronto, Morderek parpadeó, confuso y temeroso; se miró las manos y vio que se le estaban congelando rápidamente. Cuando el hechizo de hielo alcanzaba ya sus hombros, el mago negro, con un soberano esfuerzo de voluntad, concentró todas sus energías en el bastón mágico. Lentamente, su mano derecha comenzó a descongelarse, y Morderek no tardó en liberarse completamente del hechizo.
Pero Dana ya lanzaba su siguiente conjuro. El ataque con hielo no había sido más que una maniobra de distracción que podía darle tiempo para invocar a aliados más poderosos. Morderek lo descubrió, súbitamente, cuando sintió que el suelo temblaba bajo sus pies. De improviso, las baldosas se resquebrajaron y algo surgió de debajo de la tierra con furiosa violencia. Todo el edificio se tambaleó. Morderek, inseguro, creó una barrera mágica de protección. El hechizo se cerró justo a tiempo; cuando el mago negro alzó la mirada, vio que ante sí, rozando el techo con su cabeza deforme, se alzaba un enorme gólem de piedra, mirándolo con sus ojos negros y profundos como pozos sin fondo.
El gólem gruñó y descargó su puño sobre Morderek. Este se esfumó en el aire en el último momento, y el enorme puño de piedra golpeó el suelo de la habitación, haciendo que todo temblase y que las paredes se resquebrajasen aún más. Morderek se materializó justo detrás de él y apuntó con su bastón a la enorme mole pétrea. Apenas una palabra mágica, y un potente rayo salió del bastón para impactar en el gólem, que estalló en mil pedazos.
Dana se refugió en su escondite para protegerse de los trozos de piedra proyectados por la explosión del gólem. Un poco desconcertada ante la facilidad con que Morderek se había deshecho de la criatura, se preguntó si tendría tiempo de invocar a un demonio o un elemental. Necesitaba para ello mucha concentración, y era algo que no podía obtener en un duelo de magia.
Si todo seguía como hasta el momento, ella y Morderek no podrían hacer otra cosa que lanzar hechizos elementales, hechizos que ambos sabían muy bien cómo parar. Las fuerzas estaban igualadas, y ninguno de los dos vencería a no ser que pudiese introducir en la lucha un elemento desestabilizador.
Lanzó un nuevo hechizo contra Morderek, tratando de ganar tiempo. El mago detuvo el rayo mágico con su bastón, y un intenso fulgor iluminó el objeto. Dana comprendió enseguida lo que estaba pasando: el bastón de Shi-Mae había reaccionado y desataba todo su poder.
Morderek pareció sorprendido y asustado al principio, y estuvo a punto de dejar caer el bastón. Pero finalmente lo aferró con fuerza y logró controlarlo.
Dana percibió el inmenso poder que emanaba de aquel objeto, y se preguntó si sería capaz de hacerle frente. No estaba muy segura de lograrlo.
De pronto, la temperatura de la habitación descendió considerablemente, sin razón aparente. Otro poder había entrado en juego, eclipsando el del bastón, cuya luz se apagó de forma súbita.
Dana se estremeció. Sintió que se le helaba la sangre. Alzó la mirada.
Ante ella se hallaba una criatura humanoide verde, delgada, con cuernos de cabra y ojos amarillos, que la miraba malévolamente. «Un demonio», pensó ella, conmocionada. Los demonios eran inmortales, y si aquel luchaba en favor de Morderek, no había nada que hacer. «Pero ¿cómo lo habrá conseguido?», se preguntó.
Tras el demonio descubrió de pronto una figura vestida con una sencilla túnica blanca, una túnica de aprendiz de primer grado. Oyó la risa complacida de Morderek.
—Bien hecho, Saevin -dijo el mago negro.
Jonás sabía que la resistencia inicial estaba vencida. Un poco más de energía mágica y la Puerta se abriría, y él pasaría al Otro Lado a rescatar a sus amigos...
De pronto, alguien entró en la estancia, y Jonás oyó un grito de horror que le pareció muy lejano, pero no se volvió ni abrió los ojos. Se hallaba tan concentrado en lo que estaba haciendo que no se daba cuenta de que la pulida superficie mostraba rostros cambiantes, rostros feroces que no eran más que ojos furiosos y gargantas que gruñían rezumando odio.