La lista de los doce (55 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

BOOK: La lista de los doce
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Entonces, de repente, los dos hombres salieron a la superficie, frente a frente. Solo que la pistola de Brandeis presionaba la barbilla de Knight. Lo tenía.

—¡Siempre he sido mejor que usted, Knight!

Knight habló entre dientes:

—¿Sabe, Brandeis? Desde esa noche en Sudán, he pensado en miles de maneras de matarlo. Pero, hasta ahora, no había pensado en esta.

—¿Eh? —gruñó Brandeis.

Y entonces Knight agarró a Brandeis, lo giró en el agua y lo colocó en la trayectoria de un tiburón tigre que se abalanzaba sobre ellos.

El tiburón de tres metros embistió a toda velocidad a Brandeis, inmovilizándolo con sus fauces (que quedaron a escasos centímetros del cuerpo del propio Knight). Pero el animal solo tenía ojos para Brandeis, atraído por la sangre de su mano derecha.

—Duerme con un ojo abierto, cabrón —dijo Knight.

Atrapado en las fauces del tiburón, Brandeis solo pudo mirarlo… y gritar mientras lo devoraba vivo.

Knight salió del agua y de la espuma sanguinolenta, que otrora había sido Wade Brandeis, y corrió junto a Schofield.

Knight se reunió con Schofield tras la guillotina, en el punto donde el capitán acababa de arrastrar el cuerpo de Rufus para que quedara fuera de la línea de fuego de los cuatro hombres de ExSol, que en esos momentos estaban atravesando las islas de piedra del foso.

Schofield también había cogido algunas armas: dos fusiles de asalto Colt Commando, un MP-7, una de las pistolas H&K de 9 mm… y el chaleco de Knight, provisto de todos sus dispositivos, que se lo había quitado a uno de los hombres de Delta muertos.

Madre se unió a ellos.

—Madre —dijo Knight—. La última vez que la vi estaba dentro de ese almacén del Talbot, justo antes de que los hombres de Larkham le lanzaran una granada. ¿Qué hizo, esconderse en el suelo?

—Que le den al suelo. Ese maldito almacén pendía del techo de la bodega. Allí había una trampilla. Y ahí es donde fui. Pero claro, luego todo el puto barco se hundió…

Knight dijo:

—Entonces, ¿cómo supo que estábamos aquí?

Madre sacó una Palm Pilot de una bolsa impermeable que llevaba en el chaleco.

—Tiene unos juguetitos de lo más molones, señor Knight. Y tú… —Madre se volvió hacia Schofield—. Tú tienes MicroDots en las manos, joven.

—Me alegro de verte, Madre —dijo Schofield—. Es bueno tenerte de vuelta.

Una ráfaga de disparos provenientes de los hombres de ExSol impactó en la guillotina.

Schofield se volvió de inmediato mientras contemplaba la puerta abierta a menos de diez metros de allí.

—Voy a subir a por ese Killian. Madre, quédate con Rufus y ocúpate de esos cabrones. Knight, puede venir o quedarse. Es su elección.

Knight le sostuvo la mirada.

—Voy.

Schofield, que todavía llevaba su chaleco con tiras, le dio a Knight uno de los fusiles, la pistola de 9 mm y el chaleco completo que había cogido.

—Tenga. Sabe usar estas cosas mucho mejor que yo. En marcha. Madre, cúbrenos, por favor.

Madre alzó su arma y disparó a los mercenarios de ExSol.

Schofield corrió hacia la puerta. Knight salió tras él… no sin antes coger rápidamente algo de Madre.

—¿Para qué lo quiere? —gritó Madre a sus espaldas.

—Tengo el presentimiento de que voy a necesitarlo —fue todo lo que Knight dijo antes de desaparecer por la puerta tras Schofield.

7.4

El Caballero y Espantapájaros.

Subiendo a la carrera la escalera de piedra en espiral iluminada por antorchas, emergiendo de las profundidades de la mazmorra, dos guerreros con idénticas e increíbles destrezas, cubriéndose entre sí, avanzando de manera conjunta con sus fusiles Colt Commando disparando sin tregua.

Como si los seis hombres de ExSol que protegían la escalera hubiesen tenido alguna posibilidad.

Como Schofield había sospechado, Cedric Wexley había enviado a sus seis mercenarios restantes a ese lado del foso para frenar su huida.

Los mercenarios se habían dividido en tres parejas, ubicadas a intervalos regulares en la escalera, que disparaban desde los nichos de las paredes.

Los dos primeros mercenarios quedaron reducidos a jirones por los disparos de los guerreros que ascendían por las escaleras.

La segunda pareja no los vio venir porque dos
shuriken
doblaron la curvada escalera cual bumeranes y se incrustaron en sus cráneos.

La tercera pareja fue más lista.

Les había tendido una trampa.

Habían esperado en el extremo superior de la escalera, en el interior del largo túnel de piedra situado tras la antesala (el túnel con las canaletas desde las que se lanzaba aceite hirviendo), el mismo túnel que conducía al despacho de verificación, donde Wexley se encontraba en esos momentos junto a Killian y Delacroix.

Schofield y Knight llegaron al extremo superior de la escalera, vieron a los dos mercenarios en el túnel y a los otros tras ellos.

Pero, esa vez, cuando Schofield se movió, Knight no lo hizo.

Schofield atravesó a la carrera la antesala, disparando a los dos mercenarios en el túnel, abatiéndolos mientras ellos intentaban hacerle lo mismo a él.

Knight corrió tras él gritando:

—¡No, espere! Es una tram…

Demasiado tarde.

Las tres puertas de acero descendieron de los techos del túnel y la antesala. Una cuarta selló la escalera por la que se subía a la antesala.

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

Y Schofield y Knight quedaron así separados.

Schofield: atrapado en el túnel con los dos mercenarios de ExSol abatidos.

Knight: atrapado en la antesala.

Schofield se quedó inmóvil en el túnel sellado.

Había alcanzado a los dos mercenarios: uno yacía muerto en el suelo mientras el otro gimoteaba.

La voz de Killian se oyó por los altavoces:

—Capitán Schofield. Capitán Knight. Ha sido un placer conocerlos a los dos…

Knight se giró y vio los seis emisores de microondas dispuestos en círculo alrededor del techo, incrustados en la piedra.

—Mierda… —murmuró.

La voz de Killian resonó:

—… Pero el juego termina aquí. Ahora comprendo por qué sus cabezas son tan valiosas.

En el interior del despacho, Killian los observaba a través de una pequeña ventana de plexiglás que le permitía contemplar el túnel. Vio a Schofield allí, atrapado cual rata.

—Adiós, caballeros.

Y Killian pulsó los dos botones del mando a distancia que activaban las trampas de cada sala: los emisores de microondas de la antesala de Knight y el aceite hirviendo del túnel de Schofield.

Killian oyó primero los zumbidos de la antesala, seguidos rápidamente del sonido de repetidos disparos.

Eso había pasado antes.

En alguna ocasión, los prisioneros habían intentado echar abajo las puertas de acero de la antesala. Nunca había resultado. En un par de ocasiones, algunos incluso habían intentado disparar a los emisores, pero las balas no eran lo suficientemente potentes como para penetrar en estos, ubicados en emplazamientos reforzados.

Entonces, el aceite amarillo y humeante comenzó a salpicar la pequeña ventana de plexiglás que separaba a Killian del túnel en el que se hallaba Schofield, impidiéndole ver lo que allí dentro ocurría.

Pero no necesitaba ver a Schofield para saber lo que estaba pasando.

Cuando el aceite hirviendo comenzó a abrirse paso por el túnel, Killian pudo oír los gritos de su compañero.

7.5

Un minuto después, cuando los gritos y los disparos hubieron cesado, Killian abrió las puertas de acero…

… Y se encontró con algo sorprendente.

Vio los cuerpos de los dos hombres de ExSol en el suelo del túnel en carne viva, abrasados por el aceite. Uno de ellos tenía los brazos quietos en una postura defensiva. Había muerto gritando, agonizando, intentando protegerse del aceite.

A Schofield, sin embargo, no lo veía por ninguna parte.

En su lugar, en el extremo del túnel que daba a la antesala había una forma oscura del tamaño de un hombre: una bolsa para cadáveres, en posición vertical. Era una bolsa negra de plástico y polímero. Una Markov Tipo-III, para ser más precisos. La mejor jamás creada por los soviéticos, y el único objeto que Brandeis no le había quitado al chaleco de Schofield. Capaz de aislar en su interior cualquier tipo de contaminación química, en ese momento todo apuntaba a que también había conseguido mantener a raya el aceite hirviendo.

En menos de un segundo, la cremallera de la bolsa para cadáveres se abrió desde el interior y Schofield salió con su MP-7 en ristre.

Su primer disparo impactó en la mano de Killian, lo que hizo que el mando a distancia saliera despedido de su mano, manteniendo así las puertas de acero abiertas.

Su segundo disparo le voló el lóbulo izquierdo a Killian. Al ver el arma de Schofield, Killian se había agachado por acto reflejo tras el marco de la puerta. Un nanosegundo más lento y el disparo le habría volado la cabeza.

Schofield corrió por el túnel en dirección al despacho sin dejar de disparar.

Cedric Wexley le disparaba guarecido tras la entrada al despacho. Las balas volaban en todas direcciones. Trozos de piedra caían en las paredes que flanqueaban el túnel. La ventana panorámica hasta el techo del despacho se hizo añicos.

Pero la pregunta clave en un enfrentamiento así era sencilla: ¿quién se quedaría primero sin munición? ¿Schofield o Wexley?

Fue Schofield, a tres metros de la entrada del despacho.

—¡Mierda! —gritó, y se guareció tras una columna de piedra que a duras penas lo cubría.

Wexley sonrió. Lo tenía.

Pero entonces, extrañamente, otros disparos atacaron la posición de Wexley; disparos que provenían de detrás de Schofield, del extremo del túnel que daba a la antesala.

Schofield también se quedó perplejo y se volvió…

… Y vio a Aloysius Knight corriendo por el túnel con su Colt Commando en ristre y disparando.

Schofield alcanzó a ver la antesala en la distancia, tras Knight.

En el suelo de piedra había casquillos de 9 mm, una docena de ellos, vestigios de los disparos de Knight durante la activación de los emisores de microondas.

Pero no eran casquillos normales.

Esas balas tenían una banda de color naranja a su alrededor.

Los emplazamientos de los seis emisores de microondas de la antesala podían resistir las balas normales. Pero no tenían nada que hacer con las balas de gas expansivo de Knight.

Todo lo que Schofield necesitaba era los disparos de Knight.

Wexley se vio obligado a disparar y en cuestión de segundos él también se quedó sin munición. Por desgracia, también Knight.

Schofield echó a correr.

Corrió hacia el despacho a gran velocidad, golpeándole a Wexley en la nariz, rompiéndosela de nuevo.

Wexley rugió de dolor.

Y Wexley y Schofield lucharon. Un combate mano a mano brutal. Un Recces sudafricano frente a un marine estadounidense.

Pero cuando comenzaron a luchar y se tornaron en una masa borrosa de sacudidas y golpes, Delacroix dio un paso adelante, se sacó del puño derecho de su camisa un cuchillo y se abalanzó sobre Schofield.

El cuchillo se encontraba a escasos centímetros de la espalda de Schofield cuando alguien le sujetó la muñeca. Delacroix se volvió y se topó con la mirada de Aloysius Knight.

—Eso no es muy limpio por su parte —dijo Knight un instante antes de que Delacroix le clavara en el muslo un segundo cuchillo que ocultaba en el puño derecho de su camisa.

Las manos de Delacroix se movían veloces como un rayo, obligando al renqueante Knight a retroceder.

Los cuchillos eran los más afilados que Knight había visto nunca. O sentido. Uno de ellos le rajó el rostro, dibujándole una línea de sangre en la mejilla.

Lo que otrora había sido un atildado banquero suizo se había convertido en esos momentos en un perfectamente equilibrado espadachín con la destreza propia de…

—La Guardia Suiza, ¿no, Delacroix? —dijo Knight mientras se movía—. Nunca me lo había dicho. Vaya, vaya.

—En mi mundo —resopló Delacroix—, un hombre debe saber defenderse.

Mientras tanto, Schofield y Wexley intercambiaban puñetazos junto a la entrada.

Wexley era más grande y fuerte que Schofield, además de habilidoso.

Schofield, sin embargo, era más rápido, y sus ahora famosos reflejos le permitían evitar los golpes más letales de Wexley.

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