El arúspice retorció la daga para rematarlo.
La multitud estalló en una carcajada cuando un tomate maduro voló por los aires y le dio al guardaespaldas de Craso en plena cara. Le siguió una lluvia de fruta roja. Dispuesto a vengarse, el golfillo amoratado había regresado con un montón de refuerzos. La banda de niños sucios y harapientos gritaba de alegría mientras lanzaba tomates robados al guardaespaldas, que los maldijo y blandió la espada. Los niños esquivaban con facilidad sus amagos. Los hombres sonreían y señalaban, intentando animar a ambos bandos. Nadie prestaba ya atención a los dos soldados.
Fue la oportunidad perfecta para Tarquinius. Dejó suavemente a Gallo en el suelo y lo colocó boca abajo para que la mancha roja del pecho no resultara visible. A continuación, se mezcló entre la gente y fue directo a la calle más cercana que salía del Foro. A dos docenas de pasos ya no se le distinguiría desde los escalones del templo. Aunque alguien se diera cuenta, no podrían apresarlo.
Pero del encuentro fortuito con Gallo se había librado por los pelos. No debía repetirse. Tarquinius se internó en un callejón, se quitó la capa ensangrentada y envolvió el hacha con ella. Tendría que ser incluso más cauteloso; a partir de entonces, aquella arma tan distintiva se quedaría en sus aposentos. Nadie debía sospechar quién era el etrusco ni por qué estaba en Roma.
El olor a carne de cerdo asada de un puesto cercano inundó el olfato de Tarquinius y el estómago le respondió con un gruñido. El arúspice metió la mano en el portamonedas mientras se acercaba al tentador aroma. Esbozó una sonrisa.
Partía. Olenus había estado en lo cierto una vez más.
Escuela de gladiadores Ludus Magnus, 56 a.C.
A Romulus le parecía un tanto peligroso meterse en el catre estando Lentulus a escasos metros de distancia, pero no tenía otro sitio adonde ir. El
ludus
estaba lleno de hombres duros y ninguno de ellos le había ofrecido protección tras la pelea. Ni siquiera Cotta.
Soltó un juramento.
Probablemente Memor esperara que la pelea se zanjara aquella noche con un puñal clavado discretamente entre las costillas de uno de los dos. No era así como Romulus quería terminar la discusión, pero el godo no era de fiar. Como no sabía muy bien qué hacer, se entretuvo en el patio iluminado por las estrellas hasta mucho después de que otros luchadores volvieran a las celdas. Varias manchas oscuras en la arena seguían marcando el lugar en el que había muerto Flavus. Romulus se estremeció. Había sido muy fácil apuñalar al
murmillo
, pero empezaba a asimilar la atrocidad de haber matado a un hombre.
Ya era un gladiador de verdad.
—¿Ha sido la primera vez?
Romulus se volvió sobresaltado y vio a Brennus asomado a la puerta.
—Sí. —Hizo una pausa antes de que las palabras le salieran a borbotones—. Di una oportunidad a Flavus. Le dije que soltara a Astoria pero no se lo tomó en serio.
—Ese cabrón merecía morir. A diferencia de muchos hombres a los que conocerás. De todos modos tendrás que matarlos, o acabarás muerto tú.
Romulus observó la gran mancha de sangre y se imaginó herido y tendido en la arena. Flavus se había desangrado en unos pocos minutos de agonía. Tenía remordimientos. El
murmillo
no le había hecho nada a él directamente. Entonces recordó el ofrecimiento de Flavus a los otros gladiadores.
—Querían violar a Astoria —musitó.
El galo frunció el ceño.
—¿Por eso le has apuñalado?
—En parte. —En el rostro del joven había culpabilidad e ira a partes iguales. «Tendría que habérselo contado a Brennus antes de llegar a esto», pensó.
Brennus parecía confundido, y por eso le explicó de qué había ido alardeando Lentulus por ahí.
El fornido luchador se quedó visiblemente satisfecho.
—Nadie más ha intentado ayudar, ¿verdad?
Romulus negó con la cabeza.
—De todos modos, ojalá hubiera sido Gemellus.
—¿Quién?
—El comerciante que me vendió. El cabrón también vendió a mi hermana a un burdel. Sólo los dioses saben qué le ha hecho a mi madre.
Los ojos de Brennus se ensombrecieron al recordar ciertas cosas.
—La vida puede llegar a ser muy pero que muy dura. —Le tendió una mano gigantesca—. Me alegro de que te cargaras a Flavus.
Romulus se la estrechó.
—Ahora sólo hay que encargarse de Lentulus.
—No tienes de qué preocuparte —dijo Brennus en tono conspirador—. Te llamas Romulus, ¿verdad?
—Sí.
—Buen nombre.
—¿Matar se va haciendo más fácil? —preguntó Romulus, ligeramente atemorizado.
—En cierto modo sí. —Brennus rió sardónico—. Yo intento no preocuparme por ello. Lucho. Mato rápido. Zanjo el asunto.
Romulus descubrió que el galo le caía bien, aunque detectó verdadera tristeza en su voz. A pesar de ser famoso por el temor que infundía, Brennus parecía un hombre honorable.
—¿Necesitas un sitio donde dormir?
Asintió.
—A mí tampoco me gustaría cerrar los ojos con ese cabroncete cerca. —Brennus indicó a Romulus que entrara en su celda—. Duerme aquí, en el suelo. No es demasiado cómodo pero nadie te cortará el pescuezo.
Romulus observó el patio a oscuras con inquietud. No estaba seguro de qué hacer.
—Es lo mínimo que puedo ofrecerte. —Brennus le hizo una seña—. Ayudaste a salvar a mi mujer.
Romulus no tenía más opciones, aparte de regresar a su propio catre. Se encogió de hombros y entró picado por la curiosidad en los aposentos de Brennus. En el suelo ya no había cadáveres; habían llevado a los
murmillones
al depósito como si fueran piezas de carne. Astoria estaba muy ocupada con un cubo de agua y un trapo, pero todavía quedaban algunas salpicaduras de sangre.
La habitación era sencilla y tenía muy pocos muebles. En un extremo había una cama bastante grande y un par de alfombras de lana al lado. En una mesa de madera desvencijada había restos de pan y de carne. A los pies del catre había dos soportes con más armas de las que Romulus creía posible que un hombre fuera capaz de tener. Había escudos y lanzas apoyados de cualquier manera contra la pared y otros objetos desperdigados. Era el recinto donde vivía un gladiador famoso.
Cuando entró, Astoria le sonrió.
—Gracias otra vez, Romulus.
—No ha sido nada. —Romulus inclinó la cabeza un tanto azorado.
—Ha sido mucho más que eso. El hombre me estaba pinchando en el cuello con un puñal.
Romulus sonrió al recordar tanto la visión del espléndido cuerpo desnudo de Astoria como el puñal de Flavus.
—Has hecho bien. —Brennus señaló la alfombra más gruesa con la mano vendada—. Siéntate. Luego podemos prepararte algo menos provisional. No creo que vayas a volver a ocupar una celda con otros luchadores en breve.
Astoria le tendió un pedazo de pan y una loncha gruesa de carne de buey. Brennus se acercó a una muela que había en un rincón y se puso a afilar una lanza larga con movimientos hábiles.
Romulus le observaba. Había pocos gladiadores en el
ludus
que utilizaran una similar.
—¿Por qué usas eso?
—Es la hoja de mi gente. —Brennus alzó orgulloso la larga lanza de hierro—. ¡Y no existe mejor arma en el mundo! —Apuntó con ella a Romulus—. Tiene mayor alcance que esas navajas que usáis vosotros los romanos. Pero está claro que se necesita fuerza para blandiría bien.
Romulus se sonrojó y bajó la mirada al suelo. Todavía no era suficientemente fuerte para luchar con la espada.
—Todavía no has luchado de verdad, ¿no?
—No.
—Te he visto entrenar con
el palus
. No se te da mal.
Para Romulus era motivo de orgullo que Brennus se hubiera fijado en él.
El galo endureció el tono de voz.
—Pero Lentulus te descuartizará si no te andas con cuidado.
—Entonces, ¿qué debo hacer? —Era todo oídos.
—Le he visto luchar en otras ocasiones. Ese godo es un chulo —le advirtió Brennus—. Se abalanzará sobre ti. Intentará asestarte un golpe asesino con fuerza bruta. Tendrás que repelerle el tiempo suficiente para poder herirle. —Echó una mirada al filo de la hoja para detectar imperfecciones—. Así Lentulus te dará espacio. Y tiempo para pensar.
Romulus iba comiendo pensativo la carne y el pan. Cotta era un buen maestro, pero algunos hombres del
ludus
decían que enseñaba técnicas viejas y anticuadas. Si bien la envergadura y fuerza de Brennus resultaban decisivas para su habilidad en la lucha, el galo también era experto en armas. Quizás aprendiera algo que pudiera salvarle la vida más adelante.
—Guárdate ese cuchillo de caza en el cinturón. Te será útil si hay un cuerpo a cuerpo y la situación se pone fea. —Brennus imitó la acción de apuñalar—. Has sabido dar a Flavus una estocada mortal.
—Eso me lo enseñó Cotta.
—Ese libio es un buen hombre. Recuerda lo que te ha enseñado. Nunca hay que olvidar las nociones básicas.
—¿Nociones básicas?
—Protégete con el escudo. Lanza una estocada. Retrocede. —Brennus sonrió—. Sigo recordándolo cada vez que lucho.
—Pero yo te he visto dar media vuelta y atacar algunas veces.
—Sólo cuando sé cómo se mueve el contrincante. —Brennus se dio un golpecito en la cabeza—. Y piensa. Se tarda un poco en tomarle la medida al enemigo. Hasta ese momento, más vale ir a lo seguro.
—Es lo que haré, Brennus.
Romulus le escuchó un buen rato mientras el galo se explayaba sobre técnicas de lucha y le enseñaba movimientos nuevos. Era impresionante verle empuñar una espada.
—En la arena tienes que luchar de acuerdo con las normas de los gladiadores. —Miró fijamente a Romulus—. Eso es lo que dice Cotta, ¿verdad?
El joven luchador asintió.
—Eso está bien si se trata de un combate ordinario por puntos. Pero cuando es a muerte… —Brennus hizo una pausa—. Haz lo que haga falta.
—¿Qué quieres decir?
—Lánzale arena a la cara. —El galo arrastró una sandalia robusta por el suelo—. Dale un cabezazo con el borde del casco.
Romulus se quedó boquiabierto.
—Dale una patada en los huevos si puedes.
—Eso no está bien.
Brennus miró a Romulus con expresión astuta.
—¿Crees que Lentulus dudará si caes en la arena?
Romulus negó con la cabeza.
—La lucha en la arena no se rige por lo que está bien o está mal —declaró el galo con tristeza—. Se rige por una sola cosa: la supervivencia. ¡Tu vida o la del otro!
Mata o te matarán. Las opciones eran inequívocas.
—Romulus debería dormir —intervino Astoria—. De lo contrario estará demasiado cansado para luchar contra ese hijo de perra.
—Haz caso siempre de lo que te diga tu mujer. —Besó a Astoria en la mejilla.
—¿Y cuándo me escuchas tú? —repuso ella, acariciándole el brazo.
Romulus se alegró de tumbarse en la alfombra, tapado con una manta de lana. Los otros dos no tardaron en acostarse en la cama de al lado y el galo empezó a roncar enseguida. En circunstancias normales, el ruido hubiese impedido dormir a Romulus, pero la tensión que lo atenazaba había cedido y sólo le quedaba el agotamiento. Cerró los ojos y se dejó invadir por el sueño.
Por la mañana los dioses decidirían quién iba a morir: si él o Lentulus.
Brennus despertó a Romulus mucho antes del alba. Todavía estaba oscuro pero Astoria avivaba el fuego de un pequeño brasero.
—Antes de una lucha es importante estirar los músculos. —Brennus le hizo hacer una serie de ejercicios hasta que se quedó satisfecho.
Astoria los observaba mientras se desentumecían. Cuando hubieron terminado, les señaló unos cuencos de gachas humeantes.
—Sentaos a comer.
—Gracias, pero no tengo hambre.
—Come. Por lo menos unas cuantas cucharadas.
—Me entrarán náuseas.
—Falta más de una hora para el amanecer y entonces tendrás hambre. —Brennus se sentó y devoró la generosa ración que Astoria le había servido—. No es bueno luchar con el estómago vacío.
Romulus hizo el esfuerzo de comerse la avena cocida. Le sorprendió que supiera mucho mejor que la bazofia salida de las cocinas del
ludus.
—Tiene miel. —Astoria le había visto la expresión.
Comieron en silencio.
El galo se limpió la boca, se acercó a los soportes donde estaban las armas y eligió una espada corta.
—Prueba ésta a ver si te va bien de tamaño —dijo—. Es un poco pequeña para mí pero a ti debería servirte.
Romulus empuñó el
gladius
y admiró el diseño sencillo de la empuñadura metálica y el filo letal de la hoja recta. Calibró el peso con la mano.
—La noto bien.
—Toma esto también. —Brennus le ofreció un bonito escudo circular revestido de cuero rojo oscuro.
Romulus deslizó el brazo izquierdo por los asideros y se agachó, atisbando por encima del borde de hierro con la espada preparada.
—Éstos son de mucha mejor calidad que los que me deja utilizar Cotta.
—Pagué mucho dinero por ellos. Las armas de calidad no decepcionan.
—Es más pesado de lo que parece.
Brennus sonrió.
—Mira la parte inferior.
Romulus alzó el escudo.
—¡El metal está afilado como una cuchilla!
—Puedes cortarle el brazo o la pierna a un hombre con él. O partirle el casco. Como hice ayer con Narcissus.
La historia de esa lucha ya había circulado por el
ludus
y aumentado la fama del galo todavía más. Muchos decían que no existía ningún gladiador en Italia capaz de vencer a Brennus.
—El tonto podría estar vivo todavía si no hubiera intentado apuñalarme al final —dijo entristecido el grandullón.
—Y si yo no hubiera matado a Flavus, Astoria habría muerto.
—No hay clemencia en el
ludus
—convino Brennus—, así que es mejor que siempre tengas preparada una pequeña sorpresa. Y nunca des por supuesto que la lucha ha terminado hasta que le hayas cortado el cuello al otro. O que Caronte le parta el cráneo.
—Mataré a Lentulus. —Romulus se sorprendió de hablar con tanta firmeza.
Brennus le dio una palmadita en el hombro.
—¿Qué me dices de tus muñequeras y tus canilleras? Todavía deben de estar en tu celda.
—No las quiero. Sin ellas me muevo más rápido.
El respeto se reflejó en los ojos de Brennus.