Y es así para toda la esfera ecuménica. No se ha conseguido ningún progreso ecuménico en un solo tema durante su pontificado, aparte del problemático acuerdo romano-luterano sobre la justificación de los pecadores (Augsburgo, 1999). Por el contrario, los no católicos hablan de campañas de propaganda católica romana realizadas por el papa, pues sus representantes solo son aceptados como «extras» y no como asociados en pie de igualdad. Muchas Iglesias ortodoxas autóctonas tildan de proselitismo las actividades de la iglesia católica romana en los países de la Europa del este, y esto ha provocado tensiones en las relaciones entre la iglesia ortodoxa y Roma, y ha propiciado un enfriamiento extremadamente perturbador del clima ecuménico, decepción y frustración entre aquellos con inclinaciones ecuménicas en las iglesias antiguas, y también, desgraciadamente, un renacimiento de los viejos complejos anticatólicos y las antipatías que habían desaparecido en los «siete años de vacas gordas».
Así, la estanflación —el estancamiento de los cambios reales y la inflación de los gestos y palabras vagas— en el seno del catolicismo y la estanflación del mundo ecuménico se han encontrado Si Juan XXIII fue el papa más significativo del siglo XX, Juan Pablo II es el más contradictorio.
Sin embargo, felizmente el movimiento conciliar y ecuménico, aunque constantemente entorpecido desde arriba, continúa floreciendo en sus raíces, en las comunidades concretas. La consecuencia es un alejamiento creciente de la «iglesia de abajo» con respecto a la «iglesia de arriba» que llega hasta la indiferencia. Pues, más que nunca, la vida pastoral de una comunidad, su actividad litúrgica, su sensibilidad ecuménica y su dedicación a la sociedad depende de los sacerdotes y del laicado que la lidera.
Pero entre Roma y las comunidades están los obispos, y son de gran importancia en esta crisis Por el momento, los obispos —quienes en muchas comunidades de los cinco continentes se muestran considerablemente más abiertos a las necesidades y las expectativas de las personas que muchos miembros de la cuna en sus cuarteles generales— se hallan bajo una doble presión por parte de las bases populares y por parte de las órdenes de Roma Aquí el papa también hace uso en ocasiones de los obispos de un modo muy personal para que hagan declaraciones en público contra la ordenación de las mujeres, el control de la natalidad o para ofrecer consejo a las mujeres allí donde se produzca un conflicto de intereses sobre si se debe o no interrumpir un embarazo La política personal es de vital importancia a la hora de emprender cambios de largo alcance en el Vaticano, como en cualquier otro sistema político Y dado el actual giro de Roma en su política, el privilegio de nombrar obispos (del que la cuna se ha apropiado progresivamente en el curso de la historia) es sin ningún género de dudas el principal instrumento de represión, si dejamos al margen los nombramientos de cardenales y el favoritismo hacia los teólogos que se amoldan al sistema, ambos prerrogativa única del papa.
Más que nunca, la estrategia global del Vaticano se basa en la sustitución del episcopado abierto de los tiempos del concilio por obispos doctrinarios que siguen la línea marcada, que no son menos concienzudamente examinados para evaluar su cumplimiento pleno de la ortodoxia, para después revalidar su juramento, que los funcionarios del Kremlin de antaño Pero no solo hay reservas en las grandes órdenes de los jesuitas, franciscanos y dominicos sobre un papa autoritario; incluso en la cuna romana se oyen lamentos y bromas sobre la «eslavofilia» y la «polaquización» de la iglesia. En efecto, la publicación jesuita romana
Civiltá Cattolica
, adalid en 1869-1870 de la definición de la infalibilidad, ha criticado abiertamente en un artículo de fondo «los excesos de divinización del papa y el bizantinismo de la corte», esa «infalibilidad» que no está exenta de «servilismo» y es «característica de una mentalidad cortesana» (2 de noviembre de 1985).
Por desgracia, debo señalar que en muchos países se está produciendo un proceso de erosión de la autoridad de la Iglesia, acompañado de deserciones y una actitud de indiferencia, e incluso de hostilidad, hacia la iglesia por parte de los medios de comunicación y de la población en general Incluso entre la población católica de Alemania la infalibilidad del papa ha perdido credibilidad, excepto entre una pequeña minoría fundamentalista De acuerdo con un informe, solo el 11% de los alemanes todavía consideran al papa infalible, y un 76% apoyan la petición Pueblo e Iglesia (Instituto Forsa, 1995) que reclama un cambio Una amenaza aún mayor es que en los cuarenta años transcurridos desde el concilio el número de asistentes asiduos a las iglesias ha disminuido en dos tercios y los bautismos a la mitad, mientras que el número de candidatos al sacerdocio y los nuevos sacerdotes se han reducido a un mínimo histórico Pronto la mitad de los puestos para sacerdotes quedarán sin cubrir A pesar de la influencia de la secularización, la historia hará a los papas y a los actuales obispos católicos de Alemania tan responsables de ello como a sus predecesores de los tiempos de la Reforma.
Detrás de las tensiones actuales, facciones y enfrentamientos no solo hay diversas personas, naciones y teologías, sino también dos modelos diferentes de iglesia, dos «constelaciones dominantes» o «paradigmas». La elección consiste en volver a la constelación romana, medieval, antirreformista y antimodernista o seguir adelante en dirección a un paradigma moderno/posmoderno. ¿Qué curso tomarán los acontecimientos?
Hay signos de esperanza en el sentido de que la renovación de la iglesia católica avanza, y mi comentario sobre la historia más reciente de la iglesia no debe entenderse como pesimista o fatalista. Antes bien, los acontecimientos siguientes me han aportado a mí y a otros el coraje suficiente para seguir adelante.
La actual situación plantea aún con mayor urgencia la pregunta de cómo se desarrollarán los acontecimientos en esta iglesia y en el mundo cristiano. Como es natural, nadie conoce la respuesta, m siquiera Juan Pablo II, quien naturalmente desea un Juan Pablo III como su sucesor, pero no sabe si tal vez hay un Gorbachov católico escondido entre los cardenales. Incluso en el colegio cardenalicio muchos están convencidos de que no se puede seguir así. Si la iglesia católica (romana) ha de tener futuro como institución en el siglo XXI necesita un Juan XXIV. Como su predecesor de mediados del siglo XX, debería convocar un concilio Vaticano III que nos llevara del catolicismo romano a un verdadero catolicismo.
La visión del papado defendida por la hermandad de la iglesia católica, basada en el Nuevo Testamento, es diferente de la burocracia de la iglesia romana. Es el punto de vista de un papa que no se halla por encima de la iglesia y del mundo en una posición divina, sino en la iglesia como un miembro más (en lugar de en cabeza) del pueblo de Dios. Es la visión de un papa que detenta el gobierno único, pero incorporado a un colegio de obispos, un papa que no es el señor de la iglesia, sino, como sucesor de Pedro, un «sirviente entre los sirvientes de Dios» (como decía Gregorio I Magno). Haría falta un papa como Juan XXIII para retomar la idea original de la iglesia y del obispo de Roma.
Mirando al futuro esto significa que el problema de la primacía romana que tan profundamente separa a oriente de occidente debe debatirse abiertamente y enfocarse de modo que ayude a encontrar una solución ecuménica tomando como base los siete concilios ecuménicos aceptados por ambas partes y el consenso de los padres de la iglesia primitiva. Las infelices decisiones de los concilios Vaticanos I y II, tomadas sin contar con las iglesias de oriente, deben reconsiderarse teológicamente. A la luz de la figura extremadamente humana de Pedro en el Nuevo Testamento y a la luz de las exigencias de hoy en día, la iglesia en su conjunto necesita más bien una primacía de honor, inefectiva en la práctica; también necesita algo más que una primacía de la ley, que en la práctica resulta contraproducente. Necesita una primacía constructiva de la atención pastoral, una primacía pastoral en el sentido de liderazgo espiritual, inspiración, coordinación y mediación; el modelo de Juan XXIII. ¿Hay posibilidades de que esto se produzca, tal vez tras el próximo cónclave o en el siguiente?
En muchos lugares la vitalidad espiritual y organizativa de la iglesia católica permanece intacta; más aún, ha resucitado. La gente más cercana a las raíces de sus sociedades trabajan solidariamente con los que sufren, con gran dedicación, «en el camino a Jericó»: son la «luz del mundo» y la «sal de la tierra». La teología de la liberación latinoamericana, los movimientos pacifistas católicos de Estados Unidos y de Europa, los movimientos ashram en la India y los grupos de base de muchos países en los hemisferios norte y sur son ejemplos de cómo la catolicidad de la iglesia católica no solo es un principio de fe sino una realidad humana que se vive en la práctica.
No hay nada en el presente que nos anime a albergar esperanzas; resignación, frustración en incluso la erosión de la hermandad de creyentes han dejado su impronta en los últimos decenios. Muchos se hallan más pesimistas que optimistas cuando piensan en el futuro de la iglesia católica. Pero aquellos que como yo han experimentado el cambio histórico de Pío XII a Juan XXIII, que entonces no se creía posible, o los que han experimentado la caída del imperio soviético, pueden decir casi con toda confianza que debe producirse un cambio, incluso una revolución radical, dada la presente acumulación de problemas. De hecho, solo es cuestión de tiempo.
Cuatro condiciones deberán cumplirse si la iglesia ha de tener futuro en el tercer milenio.
El derrumbe del comunismo en 1989 ha dejado claro que el mundo ha entrado en un período posmoderno: después de 1918 y 1945 hay una tercera oportunidad para lograr un nuevo orden más pacífico y más justo. ¿Será posible abrir el camino a una economía nueva y responsable que vaya más allá del estado del bienestar, que no podemos costear, y del neoliberalismo antisocial? ¿Y pueden haber también nuevas políticas de responsabilidad más allá de la
realpolitik
inmoral y la
idealpolitik
inmoral? Aquí también el requerimiento va dirigido a las iglesias y las religiones: no habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones. Y se demanda en particular a la iglesia católica que cumpla urgentemente las cuatro condiciones antedichas si en verdad desea adecuarse a la nueva era del mundo.
Sin embargo, la pregunta «¿Adónde se dirige la iglesia católica?» será malinterpretada como preocupación exclusiva de la iglesia a menos que, al mismo tiempo, se medite el siguiente problema más amplio: «¿Adónde se dirige la humanidad?» En este caso, al menos para mí, la solución no pasa por decir, por ejemplo, «de la iglesia global a la ética global», sino «con la iglesia del mundo hacia una ética global». Es la búsqueda de una ética común para la humanidad la posible contribución de todas las iglesias y religiones, incluso de los no creyentes. Nuestro planeta no podrá sobrevivir sin una ética global, una ética a nivel mundial.