La formación de América del Norte (11 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: La formación de América del Norte
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Envió a Inglaterra una enorme flota, que llevaría un ejército español desde las posesiones continentales de España al otro lado del Canal de la Mancha, a la misma Inglaterra. Ese ejército apoyaría a un levantamiento católico en la isla, establecería un gobierno amigo de España y pondría fin a la piratería inglesa.

La flota española (llamada la Armada Invencible), sin embargo, estuvo acosada por el infortunio desde el principio y nunca logró sus objetivos. Contra ella estaban los barcos conducidos por los veteranos ingleses endurecidos en las batallas y experimentados: Hawkins, Drake, Frobisher y los demás. También las tormentas vapulearon a la Armada, que finalmente se disgregó y fue casi totalmente destruida. El prestigio español nunca se recuperó totalmente y la confianza en sí mismo de los ingleses se elevó mucho.

En 1598 Felipe II murió, y aunque el Imperio español parecía tan extenso como siempre en el mapa y tan rico como siempre en teoría, las mal aconsejadas políticas de Felipe lo habían agotado. España estaba exhausta, y cada año que pasó después de la muerte de Felipe se hizo cada vez más débil y cayó cada vez más bajo.

También Francia, el otro posible competidor de España, estaba entrando en un período de creciente auto-confianza y poderío. Las guerras civiles de religión habían terminado. El jefe hugonote Enrique de Navarra era el rey legítimo, era Enrique IV de Francia. En 1593 convino en aceptar el catolicismo. Esto lo hizo aceptable para la mayoría francesa. Dispuso que se permitiera a los hugonotes la libertad de culto y en su reinado el poder de Francia empezó a crecer rápidamente.

Había una tercera región de Europa que tenía interés en las actividades de ultramar y que por primera vez estaba haciendo sentir su presencia. Eran los Países Bajos, allí llamados porque su territorio es la llanura de muy baja elevación que rodea a la desembocadura del Rin, directamente al Este, del otro lado del mar del Norte, con respecto a la Inglaterra meridional.

Durante el período medieval, los Países Bajos (que no sólo incluían lo que hoy llamamos los Países Bajos, sino también Bélgica y el extremo septentrional de Francia) eran muy avanzados en cultura y muy ricos. Constituían la región más urbanizada de Europa, aparte de Italia, y sus ciudades, llenas de hábiles artesanos y prósperos comerciantes, se resistieron firmemente contra la dominación extranjera.

A comienzos de los tiempos modernos, los Países Bajos formaban parte del Sacro Imperio Romano y, por lo tanto, eran parte de los dominios del emperador Carlos V (quien también gobernaba España como Carlos I). Cuando Carlos V abdicó, en 1556, un hijo, Felipe, recibió España, mientras que un hijo menor, Fernando I, fue hecho emperador.

Pero Carlos había pasado su vida luchando con Francia, y no quería que ésta se beneficiase con la división. Por ello entregó las partes de Alemania y de Italia que lindaban con Francia a Felipe II de España. De este modo esperaba mantener a Francia rodeada por fuerzas que obedecían a una sola voluntad. Una de las regiones entregadas a Felipe II eran los Países Bajos.

Pero esto acarreó problemas, no a Francia, sino a España. Las partes septentrionales de los Países Bajos se habían vuelto protestantes, y esto era aborrecible para el ultra-católico Felipe II. Este trató de imponer el catolicismo a la población de los Países Bajos, pero sólo consiguió empujarla a la revuelta declarada. Durante casi todo su reinado, Felipe luchó tenazmente en los Países Bajos, sin lograr nunca aplastar definitivamente a los rebeldes.

Desesperadamente, los rebeldes crearon una flota que les permitió controlar las costas de los Países Bajos. Entre esta flota y una ocasional ayuda de Inglaterra los rebeldes mantuvieron la lucha. Por la época de la muerte de Felipe II, España seguía combatiendo; pero las provincias septentrionales de los Países Bajos eran prácticamente independientes y siguieron siéndolo.

Hoy el nombre de «los Países Bajos» está limitado a esas provincias septentrionales que obtuvieron su independencia. La principal de esas provincias, la más poderosa y más rica, con la gran ciudad de Amsterdam como capital, es Holanda, y este nombre a veces es aplicado incorrectamente a toda la nación.

Las provincias meridionales, que permanecieron en poder de España durante todo el siglo XVII, eran llamadas «los Países Bajos Españoles».

Bajo la presión de la larga y desgarradora guerra con España, los Países Bajos habían creado una flota mercante que era la mejor del mundo. Los barcos neerlandeses estaban en todos los océanos, en todas partes había empresas neerlandesas; la industria neerlandesa era floreciente. Mientras España entraba en la decadencia, los Países Bajos se estaban convirtiendo en una gran potencia.

En 1600, pues, las tres potencias Inglaterra, Francia y los Países Bajos, estaban dispuestas a colonizar la costa oriental de América del Norte en aquellas regiones situadas al norte de la Florida en las que España ya no era suficientemente fuerte como para emprender la acción. Cada una de ellas tuvo éxito, y las consideraremos por turno, empezando por Inglaterra.

Virginia

La reina Isabel murió en 1603. Su sucesor, Jacobo I de la Casa de Estuardo, había sido rey de Escocia como Jacobo VI (era hijo de la ajusticiada María de Escocia), de modo que ahora Inglaterra y Escocia estuvieron unidas bajo un solo monarca
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Jacobo I era un hombre pacífico y se apartó de la política exterior bastante agresiva de Isabel. Desde la derrota de la Armada Española, España ya no era muy de temer, pero, con todo, Jacobo buscó su amistad. Puesto que España persistía en reclamar todos los continentes americanos, una verdadera amistad habría significado que Inglaterra abandonara los esfuerzos para colonizar Norteamérica. Pero esto no ocurrió.

En verdad, el impulso de la colonización se hizo cada vez más fuerte bajo Jacobo, a medida que la vida, en la metrópoli, se hizo cada vez más difícil. El coste de la vida estaba aumentando y el cambio de la agricultura a la cría de ovejas, aunque provechosa para los grandes terratenientes, empobreció a muchos pequeños granjeros. Hubo una cantidad creciente de ingleses dispuestos a olvidar el trágico destino de la colonia de Roanoke, a lanzarse al océano y las soledades y a abrigar esperanzas en la posibilidad de iniciar una vida nueva y mejor en un nuevo mundo.

La presión hacia la colonización dio origen a la formación de compañías privadas que pretendían controlar y explotar el movimiento para su (esperado) beneficio. Tales compañías privadas habían tenido éxito en el pasado. En 1553 un grupo de comerciantes londinenses había formado la Compañía de Moscovia, que pretendía organizar el comercio en pieles con Rusia a través del puerto ártico de Arjánguelsk. En 1600 la Compañía de las Indias Orientales fue formada para explotar las posibilidades del comercio con el Lejano Oriente. Habían dado beneficios. ¿Por qué no crear, pues, compañías para colonizar América del Norte?

El 10 de abril de 1606 dos grupos de ingleses, uno que vivía en Londres, el otro en Plymouth (y llamados, por lo tanto, la Compañía de Londres y la Compañía de Plymouth), obtuvieron permiso oficial para colonizar la costa oriental de América del Norte entre los paralelos 34° y 45° de latitud Norte (esto es, desde lo que es ahora Carolina del Norte hasta Maine).

Las compañías estuvieron al principio relacionadas, aunque se esperaba que la Compañía de Londres se concentraría en la mitad meridional de la región y la de Plymouth en la mitad septentrional. Los accionistas debían proporcionar los colonos y el capital y a cambio de ello decidirían la política de las futuras colonias, designarían al gobernador y se reservarían una parte justa de todo ingreso que pudiera obtenerse de la colonia.

La Compañía de Londres envió su primer embarque de colonos el 19 de diciembre de 1606. El 26 de abril de 1607 llegaron a la entrada de la bahía de Chesapeake. A la tierra del norte de la bahía la llamaron cabo Carlos y a la tierra del sur, cabo Enrique, por los hijos del rey Jacobo. Navegando por la bahía derechamente al Oeste dieron con la vasta desembocadura de un río al que llamaron río Jacobo, en homenaje al mismo rey.

Hicieron un reconocimiento del río y, finalmente, el 13 de mayo, eligieron el lugar para establecer una colonia sobre la orilla septentrional del río, a unos 40 kilómetros aguas arriba. Llamaron a la colonia «Jamestown» (Ciudad de Jacobo), nuevamente, en honor al rey. Constituyó el núcleo de la colonia de Virginia (persistió el uso del nombre que le dio Raleigh) y fue la primera colonia inglesa permanente en América del Norte.

Pero durante el primer año de su existencia Jamestown no mostró signos de ser permanente. Parecía destinada a no tener mayor éxito que la colonia de Roanoke, lo cual no es sorprendente, pues las dificultades eran muchas.

A fin de cuentas, los ingleses, en América del Norte, estaban tratando de crearse un hogar en medio de una soledad que no se parecía en nada a lo que estaban acostumbrados ni a lo que podían imaginar. Más aun, había una enorme extensión de agua entre ellos y su país, extensión que, en términos modernos, sólo puede compararse con la distancia entre la Luna y la Tierra. En verdad, los astronautas que fueron a la Luna, en constante comunicación con la Tierra y capaces de volver en tres días, estaban menos aislados y más cerca de su país que los primeros colonos de Virginia.

Además, se había hecho una propaganda excesiva de América. Los primeros colonos estaban convencidos de que iban a una fructífera tierra en la que los alimentos podían tomarse de los árboles y donde el hombre podía descansar en un edén moderno. El cuadro de Virginia, para el inglés de 1607, era similar al cuadro de una isla del mar del Sur para un americano expuesto al tipo de películas que Hollywood producía antes de la Segunda Guerra Mundial.

No cabe sorprenderse, pues, que entre los primeros colonos hubiese muchos hombres de buena posición que no tenían ninguna experiencia de trabajos manuales y los consideraban indignos de ellos. No habían imaginado que fuese necesario hacer trabajos manuales.

Cuando se vio que, para el éxito de Jamestown, era necesario trabajar duramente construyendo casas y sembrando cultivos, hubo mucha desilusión. Por supuesto, los colonos podían haber evitado el trabajo agrícola si hubiesen estado dispuestos a cazar y pescar, al estilo indio, pero no podían o tampoco querían hacerlo.

Durante meses, pues, se sentaron sin hacer nada, y a los seis meses, de los cien colonos, la mitad estaban muertos de hambre y enfermos. El hecho de que los demás no cediesen y de que Jamestown no fue un fracaso más se debió a un hombre que llevaba el opaco nombre de John Smith (quizás el más importante John Smith de la historia). Tenía veintiocho años en la época de la fundación de Jamestown y ya había estado rodando por el mundo durante doce años. Había prestado servicio en las guerras contra los turcos, según sus propios relatos, y (también según sus relatos) había tomado parte en una serie de temerarias hazañas y hechos de aventuras.

Era un hombre obstinado, sin mucho tacto y, además, siendo de humilde origen, no se llevaba bien con los hombres bien nacidos que había entre los colonos de Jamestown. Pero cuando las provisiones empezaron a escasear y todos los caballeros de Jamestown resultaron inútiles para toda tarea que no fuese la de comer, John Smith tuvo que hallar alimentos.

Para ello se necesitaba la ayuda de los indios, y Smith trató de persuadir a los indios a que les proporcionasen los víveres necesarios. Inició tratos con Powhatan, quien gobernaba una confederación formada por unos 9.000 indios de 128 aldeas esparcidas sobre lo que ahora está constituido por los Estados de Virginia y de Maryland. Powhatan proporcionó los alimentos que mantuvieron viva a la colonia
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La más famosa historia sobre John Smith es una que él mismo contó más tarde y de la que podemos estar seguros de que era verdadera. En diciembre de 1607, decía, Powhatan iba a hacerlo ejecutar por haber matado a un indio en una escaramuza. Cuando el verdugo elevó el hacha de piedra con la que iba a hacer pedazos la cabeza de Smith, la joven hija de Powhatan, Pocahontas, de sólo doce años de edad a la sazón, intervino. Al parecer, le había contado interesantes cuentos sobre Europa y la había intrigado con los extraños objetos que llevaba. La niña puso su cabeza sobre la de Smith y pidió a su padre que impidiese la ejecución. El «salvaje» indio mostró una piedad que un inglés no habría tenido en su lugar, y Smith salvó su vida. (Pocahontas más tarde se convirtió al cristianismo y adoptó el nombre de Rebeca, aunque, misericordiosamente, sólo se la conoce por el nombre de Pocahontas).

Smith mantuvo funcionando la colonia hasta que llegaron nuevos suministros y colonos, en enero de 1608. Para entonces, sólo 38 de los colonos originales seguían con vida; dos tercios de ellos habían muerto.

Pasado el invierno, Smith efectuó una exhaustiva exploración de la bahía de Chesapeake y de los tramos inferiores de los ríos que se vuelcan en ella. En la primavera, también obligó a los colonos a plantar cereales, usando técnicas aprendidas de los indios.

Permaneció al frente de la colonia hasta el otoño de 1609, aunque era atacado por los comerciantes lejanos de la Compañía de Londres, que ahora se llamaba la Compañía de Virginia, quienes estaban descontentos porque la colonia no había resultado ser muy provechosa. Finalmente, después de ser herido por una explosión de pólvora, el 5 de octubre de 1609 John Smith fue obligado a renunciar a su puesto y a retornar a Inglaterra.

Aunque ahora Jamestown parecía marchar bien, una vez recogida la cosecha, la desaparición de la mano fuerte de Smith llevó a un completo desastre. El invierno de 1609-1610 fue llamado «la época del hambre». Una expedición conducida por Thomas Gates que debía llegar con suministros y hombres halló en su travesía un huracán. Algunos barcos capearon el temporal, pero otros naufragaron frente a las Bermudas. Los sobrevivientes estuvieron allí durante casi un año, antes de lograr construir un par de barcos que los llevasen a Jamestown. (Se supone que el relato de este naufragio y la reaparición de muchos de la expedición que habían sido dados por muertos inspiró algunos detalles de la última obra de Shakespeare,
La tempestad
).

Cuando llegó Gates, aquellos de los colonos que subsistían (sólo sesenta) se hallaban en un estado tan deplorable que, al parecer, lo único que se podía hacer con ellos era embarcarlos de vuelta a Inglaterra, admitiendo que todo el proyecto de colonización había sido, una vez más, un fracaso.

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