Sabía que le quería. Eso lo había notado.
Pero ¿sería suficiente? ¿Dónde se encontraba él mismo? ¿En realidad quería vivir con otra persona? No lo sabía. A través de Baiba se había librado de la soledad que le había acechado después del divorcio de Mona. Era un gran paso, un alivio enorme. Tal vez tendría que contentarse con eso. Al menos por ahora.
Se fue a la cama pasada la una. Eran muchos los interrogantes que poblaban su cabeza.
Se preguntaba si Pedro Santana estaría durmiendo.
Gertrud fue a recogerle el día siguiente a las siete, era el 17 de septiembre. Todavía llovía. Su padre iba muy erguido en el asiento delantero del coche, vestido con su mejor traje. Wallander vio que Gertrud le había cortado el cabello.
—Ahora nos vamos a Roma —dijo su padre con alegría—. Imagínate. Por fin es real.
Gertrud los dejó en Malmö delante de la estación de ferrocarril, donde partieron con el autobús del aeropuerto que pasaba por Limhamn y Dragör. En el transbordador su padre insistió tercamente en salir a cubierta, en la que soplaba un fuerte viento. Señaló hacia la tierra firme sueca, hacia un punto al sur de Malmö.
—Allí creciste. ¿Te acuerdas?
—¿Cómo lo podría olvidar? —respondió Wallander.
—Tu infancia fue muy feliz.
—Lo sé.
—No te faltó nunca de nada.
—Nada.
Wallander pensó en Stefan Fredman. En Louise. En el hermano que intentó sacarse sus propios ojos. En todo lo que les habla faltado y que les había sido robado. Pero se esforzó por rechazar esos pensamientos. Estarían allí, volverían. En ese momento se encontraba de viaje con su padre. Eso era lo más importante. Todo lo demás tendría que esperar.
El avión despegó exactamente a las diez cuarenta y cinco. Su padre estaba sentado al lado de la ventanilla y Wallander en el asiento de en medio.
Era la primera vez que su padre se encontraba en el interior de un avión.
Wallander lo estuvo mirando mientras el avión tomaba velocidad y lentamente despegaba separándose de tierra firme. Había inclinado la cara hacia la ventanilla para poder mirar.
Wallander notó que sonreía.
La sonrisa de un anciano, que había logrado sentir la alegría de un niño una vez más en su vida.
Esto es una novela. Eso significa, sobre todo, que ninguno de los personajes que aparecen en ella existe en la realidad; aunque no siempre es posible, y ni siquiera preciso, evitar las similitudes.
Por lo demás, doy las gracias a todos los que me han ayudado a lo largo de este libro.
HENNING MANKELL,
Paderne, julio de 1995
[1] El tuteo inmediato entre desconocidos y personas de distinto rango es la forma habitual de comunicación en Suecia. Aunque pueda resultar llamativo para los lectores de habla hispana, se ha optado por mantener este rasgo sociológico en la traducción. (N. de las T.)