La estancia azul (19 page)

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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, policíaco

BOOK: La estancia azul
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El guardia señaló una hilera de plazas vacías de aparcamiento detrás de un edificio de tres plantas ocupado por la Internet Marketing Solutions Unlimited, Inc. Desde esas plazas se divisaba el parking trasero del Vesta's de Cupertino donde Jon Holloway, alias Phate, había practicado la ingeniería social con Lara Gibson hasta matarla. Cualquiera que hubiese estado en ese misterioso sedán podría haber tenido una vista inmejorable del coche de Phate, aunque no hubiese presenciado el secuestro en sí.

Pero Bishop, Shelton y la directora del Departamento de Recursos Humanos de Internet Marketing habían entrevistado a las treinta y dos personas que trabajan en el edificio y no habían podido identificar el sedán.

Ahora, los dos policías estaban entrevistando al guardia para ver si se había fijado en algo que los ayudara a descubrir el coche.

—¿Y está seguro de que, por fuerza, tenía que ser de alguien que trabaje en la empresa? —le preguntó Bob Shelton.

—Sí, tenía que ser así, por fuerza —les confirmó el guardia larguirucho—. Hay que mostrar el pase de empleado para entrar por esa puerta y llegar hasta el parking trasero.

—¿Y los visitantes? —preguntó Bishop.

—No, aparcan enfrente del edificio.

Bishop y Shelton se miraron el uno al otro, preocupados. Ninguna pista los llevaba a buen puerto. Salieron de la UCC hacia la Central de la policía en San José para llevarse la foto de la ficha de Holloway que les habían enviado desde la policía de Massachusetts. La foto mostraba a un joven delgado de pelo oscuro y rasgos comunes, sin nada distintivo en ellos: podía servir para cien mil otros muchachos de Silicon Valley y, por tanto, no era de gran ayuda. Ramírez y Tim Morgan se la habían mostrado al único tendero presente en la tienda de artículos teatrales Ollie, de Mountain View, pero éste no había reconocido a Phate.

El equipo de la UCC había hallado una sola pista: por teléfono, Linda Sánchez le había dicho a Bishop que el bot de Wyatt Gillette había localizado una referencia a Phate. Pero eso también los había conducido a un callejón sin salida.

«Bulgaria», pensó Bishop cínicamente. ¿Qué clase de caso era ése?

—Déjeme hacerle una pregunta, señor —le decía el detective al guardia de seguridad—. ¿Cómo es que se fijó en el coche?

—¿Cómo dice?

—Es un aparcamiento. Lo natural es que los coches estén aquí. ¿Por qué se fijó en el sedán?

—Bueno, lo cierto es que no es natural que los coches aparquen ahí detrás. Es el único que he visto en algún tiempo —miró a su alrededor y, una vez se hubo cerciorado de que no había nadie más, añadió—: Oigan, la compañía no marcha muy bien que digamos, la plantilla se ha quedado en cuarenta personas. Hace un año aquí había casi doscientas. Así que todos pueden aparcar delante, y lo prefieren. De hecho, el presidente los invita a hacerlo para que no parezca que la empresa está en las últimas —bajó la voz—. Si quieren la verdad, esta mierda del punto–com de Internet no es la gallina de los huevos de oro que dicen. Yo mismo ando buscándome otro trabajo, en Costco: en el sector minorista, allí sí que hay trabajos con futuro.

«Vale», se dijo a sí mismo Frank Bishop, mientras miraba el Vesta's Grill. «Piensa en esto: un coche estaba aquí cuando no había necesidad de aparcar en este lado. Haz algo con eso.»

Tuvo un asomo de pensamiento pero lo desechó.

Le dieron las gracias al guardia y volvieron hacia el coche por un sendero de gravilla que desembocaba en un parque que rodeaba el edificio.

—Una pérdida de tiempo —dijo Shelton.

Pero no hacía otra cosa que afirmar una gran verdad, pues la mayor parte de cualquier investigación no es sino una pérdida de tiempo, y no parecía desencantado por ello.

«Piensa», se repetía Bishop en silencio.

Haz algo con eso.

Era la hora de la retirada y se encontraron con algunos empleados que transitaban por ese mismo atajo hasta el aparcamiento delantero. Bishop vio que delante de ellos caminaba un ejecutivo de unos treinta años junto a una joven vestida con un traje recto. Iban riéndose y en un abrir y cerrar de ojos desaparecieron tras unos arbustos de lilas. Entre las sombras se abrazaron y se besaron con pasión.

Esa relación le trajo a la mente a su propia familia y Bishop se preguntó cuánto tiempo vería a su esposa y a su hijo la semana próxima. Sabía que no sería mucho.

Y, como suele suceder a veces, en su mente emergieron dos pensamientos que dieron lugar a un tercero.

Haz algo

Se paró de pronto.


con eso.

—Vamos —dijo Bishop y comenzó a correr de vuelta por donde habían venido. Estaba mucho más delgado que Shelton pero no en mejor forma, y resopló mientras regresaba al edificio de oficinas, y entretanto la camisa se le salía de nuevo con entusiasmo.

—¿A qué viene tanta prisa? —jadeó su compañero.

Pero el detective no respondió. Corrió por el vestíbulo de Internet Marketing de vuelta al Departamento de Recursos Humanos. Hizo caso omiso de la secretaria, quien se había levantado sobresaltada por su irrupción turbulenta, y abrió la puerta del despacho de la directora de Recursos Humanos, donde ella hablaba con un joven, quizá concretando una entrevista fuera de horas de trabajo.

—Detective —dijo la sorprendida mujer, viendo la alarma en los ojos del policía—, dígame qué pasa.

Bishop hizo un esfuerzo por recuperar el aliento.

—Tengo que hacerle un par de preguntas sobre sus empleados —miró al joven—. Y mejor que sea en privado.

—¿Podría perdonarnos, por favor? —le dijo ella al joven que tenía enfrente, quien se largó de la oficina con timidez.

Shelton se encargó de cerrar la puerta.

—¿Qué quiere saber? ¿Algo sobre el personal?

—Dejémoslo en algo personal.

Capítulo 00001111 / Quince

Ésta es tierra de logros, ésta es tierra de plenitud.

Esta es la tierra del rey Midas, donde nace el oro, aunque no gracias a los astutos trucos de Wall Street o a la musculosa industria del Medio Oeste, sino gracias a la más pura imaginación.

Esta es la tierra donde hay secretarias y conserjes millonarios gracias a las
stock options
, y donde otros pasan la noche subidos en el autobús de la línea 22 (entre San José y Menlo Park): ellos, como un tercio de los «sin techo» de la zona, tienen trabajos de jornada completa, pero no pueden permitirse pagar un millón de dólares por un pequeño búngalo ni trescientos mil dólares al mes por un apartamento.

El condado de Santa Clara, ese verde valle con unas dimensiones de cuarenta kilómetros por dieciséis, era conocido como «El valle del gozo en el corazón», aunque la dicha a la que hacía referencia este sobrenombre acuñado años atrás era culinaria y no tecnológica. Los albaricoques, las ciruelas, las nueces y las cerezas crecían en abundancia en esa tierra fértil situada a ochenta kilómetros al sur de San Francisco. El valle habría seguido unido a la agricultura, como otras partes de California (como Castroville y sus alcachofas o Gilroy y sus ajos), de no haber sido por la decisión de un hombre impulsivo llamado David Starr Jordán, presidente de la Universidad de Stanford, que estaba alojada en el corazón del valle de Santa Clara. Jordán decidió arriesgarse a invertir un poco de dinero en un invento casi desconocido de Lee De Forrest.

El tubo de audion del inventor no era como el fonógrafo ni como el motor de combustión interna. Era una innovación de esas que la gente normal no entiende y, de hecho, al público no le importó un comino cuando salió a la luz. Pero Jordán y otros ingenieros de Stanford creyeron que el invento tendría varias aplicaciones prácticas y en poco tiempo se vio que habían dado totalmente en el clavo: el audion fue el primer tubo electrónico de vacío y en última instancia hizo posible la aparición de la radio, de la televisión, del radar, los monitores médicos, los sistemas de navegación y por fin de los mismos ordenadores.

Una vez que se descubrió el potencial del pequeño audion, nada volvió a ser lo mismo en este valle fértil y plácido.

La Universidad de Stanford se convirtió en caldo de cultivo de ingenieros electrónicos, muchos de los cuales permanecieron en la zona tras graduarse: por ejemplo, David Packard y William Hewlett. También Russell Varían y Philo Farnsworth, cuya investigación nos dio la primera televisión, el radar y las tecnologías microondas. Los primeros ordenadores como el ENAC o el Univac fueron inventos de la costa Este, pero sus limitaciones (el tamaño inmenso y el intenso calor provocado por los tubos de vacío) hicieron que aquellos innovadores se mudaran a California, donde las empresas estaban realizando muchos avances en torno a un pequeño dispositivo conocido como el semiconductor, mucho menor y más frío y eficaz que los tubos. Desde ese mismo instante el Mundo de la Máquina dio un acelerón como el de una nave espacial: desde IBM hasta el PARC de Xerox, hasta el Instituto de Investigación de Stanford, hasta Intel, hasta Apple, hasta el millar de empresas punto–com repartidas hoy en día por este exuberante paisaje.

Silicon Valley…

Y ahora Phate conducía por el corazón mismo de esta tierra prometida (esta vez lo hacía en la hora punta vespertina), por el sureste de la autopista 280, en dirección a la Academia St. Francis para su cita con Jamie Turnen.

En el reproductor del Jaguar sonaba otra grabación de una obra de teatro: esta vez se trataba de Hamlet, en versión de Lawrence Olivier.

Mientras recitaba las frases al unísono con el actor, Phate dejó la autopista en la salida de San José y cinco minutos después pasaba frente al imponente edificio colonial español que albergaba la Academia St. Francis. Eran las 5.15 y tenía más de una hora para echarle un vistazo a la estructura.

Aparcó en una polvorienta calle comercial, cerca de la puerta norte, desde la que Jamie pensaba escapar. Desplegó un plano del edificio de la Comisión de Planificación y Zonificación y un mapa del Catastro Municipal, y durante diez minutos Phate estudió esos documentos. Luego salió del coche, y con calma dio vueltas alrededor del edificio, estudiando las entradas y las salidas. Volvió al Jaguar.

Subió el volumen del aparato, reclinó el asiento y escuchó las palabras que recitaba el actor mientras observaba a la gente que paseaba o andaba en bici por la acera mojada. Los observó fascinado. Para él no eran más (o menos) reales que el atormentado príncipe danés del drama de Shakespeare y durante un momento Phate no supo si se encontraba en el Mundo de la Máquina o en el Mundo Real.

Oyó cómo una voz (¿la suya?, ¿otra?) recitaba una versión algo distinta de la obra. «Qué gran cosa es la máquina. Cuan noble en discernimiento. Cuan infinita en aptitudes. Sus formas, sus movimientos, cuan expresivos y admirables resultan. Sus acciones, cuan angelicales. Sus accesos, cuan divinos.»

Comprobó el cuchillo y el botellín con pitorro que contenía la mezcla de líquidos cáusticos, todo ello cuidadosamente repartido en los bolsillos de su mono gris, en cuya espalda había bordado con cuidado las palabras: «AAA, Compañía de Limpieza y Mantenimiento».

Sólo le quedaban veinte minutos para saber si ganaría o perdería este asalto.

Phate frotó su pulgar contra el filo cortante de su cuchillo.

Sus acciones, cuan angelicales.

Sus accesos, cuan divinos.

* * *

Convertido ahora en Renegade334, Gillette había estado acechando (observando sin decir palabra) en el chat de #hack.

Estaba estudiando a su presa, Triple–X. Antes de ejercitar la ingeniería social sobre alguien, uno debe aprender tantas cosas sobre su objetivo como le sea posible para que su estafa resulte creíble. Fue realizando observaciones y Patricia Nolan anotaba todo lo que Gillette deducía sobre Triple–X. La mujer se había sentado muy cerca de él. Olía muy bien a perfume y él se preguntó si este aroma en particular formaba parte del plan de cambio de imagen.

Lo que habían llegado a averiguar sobre Triple–X era lo siguiente:

Se encontraba en la zona horaria del Pacífico (había hecho una referencia a la
happy hour
de un bar de copas cercano, y eran casi las 5.45 p.m. en la costa Oeste).

Probablemente, estaba en el norte de California (se había quejado de la lluvia y, según el Weather Channel —la fuente de más alta tecnología con que contaba la UCC para los pronósticos meteorológicos—, la mayor parte de la lluvia caída se concentraba en la zona de la bahía de San Francisco y alrededores).

Era americano, mayor y seguramente había tenido educación universitaria (su gramática y su puntuación eran muy buenas para un hacker —demasiado buenas para un ciberpunk—, y su uso de expresiones de jerga era correcto, lo que indicaba que no era un
Eurotrash–hacker
, pues a menudo éstos tratan de impresionar a los otros hackers utilizando expresiones que despedazan sin saberlo).

Era factible que estuviera en un centro comercial y que se hubiera conectado al chat desde un puesto de acceso a Internet, que seguramente sería un cibercafé (se había referido a un par de chicas que acababa de ver cuando se metían en una tienda de lencería; el comentario acerca del bar de copas sugería algo parecido).

Era un hacker serio y potencialmente peligroso (de ahí lo del centro comercial: la mayor parte de la gente que lleva a cabo actos de piratería informática tiende a evitar conectarse a la red desde el ordenador de su casa y usa terminales públicas por medio de módem).

Tenía un gran ego y se otorgaba a sí mismo el título de wizard y se consideraba el hermano mayor de los hackers más jóvenes del grupo (explicaba cuestiones esotéricas relativas a la disciplina de los hackers a los menos versados en esos asuntos pero no tenía paciencia con los sabihondos).

Ahora Gillette estaba casi a punto para rastrear a Triple–X.

En la Estancia Azul es fácil encontrar a alguien a quien no le importa que lo localicen. Pero si está resuelto a no dejarse descubrir, la tarea de rastrearlo es ardua y a menudo improductiva.

Por lo general, para rastrear una conexión a Internet y llegar hasta el ordenador de un individuo se necesita una herramienta de rastreo por Internet (como el HyperTrace de Gillette) pero puede que también sea necesario contar con un rastreo de la compañía telefónica.

Si el ordenador de Triple–X estaba conectado a Internet a través de un proveedor de servicios de Internet (como, por ejemplo, Horizon On–Line o America Online) por medio de fibra óptica o una conexión por cable de alta velocidad, en vez de vía conexión telefónica, HyperTrace les daría la latitud y longitud exactas del centro comercial en el que en ese momento estaba el hacker.

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