La espía que me amó (22 page)

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Authors: Christopher Wood

Tags: #Aventuras, #Policíaco

BOOK: La espía que me amó
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—¿Qué diablos está sucediendo?

—No lo sé. El
Lepadus
estaba llegando por popa. Pensé que se disponía a embestirnos.

—Si lo hubiera hecho, no estaríamos hablando. ¿Qué ocurrió antes de eso? ¿Por qué perdimos energía?

—No lo sé. Es como si estuviéramos siendo interferidos.

—Justamente —la fría voz de Anya sonó muy cerca—. Estas técnicas están siendo perfeccionadas en la Unión Soviética. Por eso yo tenía mis reservas concernientes a la realización de esta operación.

—Podría expresarlas más enérgicamente la próxima vez.

«Si es que había una próxima vez», pensó Bond. Oyó el silbido del aire cuando Carter activó el periscopio, y se preguntó por qué el mar se había calmado tan repentinamente. Tenían que estar en la superficie, y, sin embargo, apenas se notaba ningún movimiento. Algunos hombres sostenían encendedores, y las llamas se mantenían inmóviles. El único sonido que se percibía era un extraño ruido metálico. Bond sintió un picor en el cogote.

—¿Qué puede ver usted?

—Nada. No capto nada. Sólo negrura.

—¡Jesucristo! —la voz procedía de un miembro de la tripulación. Bond pudo sentir las semillas del pánico que pronto se esparcirían por el submarino—. ¿Qué vamos a hacer, capitán? ¿Abrir la escotilla?

La voz de Carter era resuelta.

—No, hasta que yo sepa qué demonios hay ahí afuera.

Se produjo entonces una violenta explosión a un par de metros detrás de Bond, y éste instintivamente saltó a un lado. El casco del submarino estaba vibrando. Fuera lo que fuese lo que ocurría en el exterior, estaba calculado para destrozar los nervios. Bond cogió un encendedor y lo sostuvo contra el casco. Un perno cilíndrico de metal había sido disparado a través del costado del submarino. Había un pequeño agujero en su centro. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Dónde estaban?

—Capitán: tiene usted exactamente dos minutos para abrir las escotillas y entregar la nave.

La voz llegaba amortiguada y debía proceder de un micrófono adherido al casco del submarino. Pese a la distorsión, el tono suave, mesurado, era familiar: Stromberg. Bond vio cómo los ojos de Anya brillaban en la oscuridad. Leyó en ellos lo mismo que él sentía: miedo.

—La alternativa es la exterminación por gas cianhídrico. Llenaremos el casco entero de gas si es necesario. Reunirá usted a los hombres sobre cubierta, desarmados. Cualquiera al que se le encuentre un arma o trate de esconderse será muerto a tiros. Disponen ustedes ahora sólo de un minuto y medio.

Bond oyó como los hombres respiraban en la oscuridad. Un encendedor se apagó. ¿Qué posibilidades había? ¿Escapar a través de los tubos lanzatorpedos? No había tiempo. ¿Máscaras de gas? Inútiles contra el gas cianhídrico.

—Tiene usted un minuto, capitán. Preparados para activar los cilindros de gas.

Carter sudaba.

—¡Bastardos! Nos tienen con el agua al cuello.

Empezó a moverse hacia la escotilla. Hubo un relajamiento de la tensión en la sala de control. Bond se volvió hacia Anya.

—Esconde ese pelo. Stromberg no sabe que estamos a abordo. Quizá tengamos nuestra oportunidad cuando veamos el decorado.

Anya asintió con la cabeza, y empezó a meter cabello bajo el casco. El calor en la sala de control era insoportable. Bond se secó la frente con la manga, maravillándose de la dureza de aquellos hombres preparados para estar bajo la superficie durante meses, en cada ocasión.

—De manera que la vida sigue siendo atractiva para usted, capitán.

La voz de Stromberg crepitó a través del casco.

—Muy juicioso. Reúna a sus hombres inmediatamente. Les queda poco tiempo.

Carter apareció con una linterna. Parecía un hombre a punto de perder la razón. Su cara estaba vacía y cansada.


Okay
, muchachos, a formar en la cubierta delantera. Dense prisa.

Se volvió hacia Bond, pero no habló.

—¿Dónde estamos? —preguntó Bond.

Carter habló como si encontrara dificultad en creer sus propias palabras.

—Estamos dentro del petrolero.


Bozhi moi!

Las largas piernas de Anya la arrastraron hacia la escotilla con Bond a sus espaldas. ¿Había Carter perdido la cabeza? Bond vio un óvalo de luz sobre su cabeza y se izó hasta el puente de navegación. Lo que contempló entonces le hizo abrir los ojos asombrado. ¿Cuáles habían sido las palabras de Carter? «¡No es posible!». La primera impresión era estar dentro de una catedral. Un enorme espacio cerrado por altísimas paredes con un techo abovedado allá a lo lejos. Pilares, columnas, contrafuertes. Todo el conjunto estaba diseñado para conducir la mirada hacia un enorme vitral de colores que irradiaba luz y se extendía de una a otra pared. Las sombras sepulcrales daban paso a una incandescencia celestial. Pero éste no era un lugar de culto. Al mirar más detenidamente, la reja colocada sobre las ventanas de colores se convertía en una persiana de acero que ocultaba la parte frontal de una sala de control brillantemente iluminada. Las columnas se convertían en vigas de acero, que sostenían pasarelas, pórticos y planchas, unidos por tramos de escaleras y que corrían tanto a lo largo de la estructura como a través de su ancho. Los puntos clave de acceso a las galerías estaban servidos por ascensores, y entre ellas, con puntos de acceso a intervalos regulares, corría una especie de ferrocarril neumático por galería tubular. Esto era bastante sorprendente, pero se trataba sólo del comienzo. Virtualmente el área entera limitada por las cuatro paredes era un enorme muelle marino dividido en dos malecones en tres muelles de amarre. El morro del
Wayne
estaba en la bahía central, y a ambos lados había otros dos submarinos. Bond trató de contener su asombro. Como concepción, era más fantástico que cualquier cosa que jamás hubiera visto o imaginado. Un barco construido con la apariencia de un petrolero, capaz de tragarse submarinos. ¿Y cuales eran los otros dos submarinos que ya estaban aquí? Uno era británico y el otro ruso. Trató de leer los nombres a través del resplandor de los focos que apuntaban a su cara.

—¡Aprisa! No tengo fama de paciente.

Nuevamente, Stromberg intimidando con su voz. Bond bajó la escalerilla hasta la cubierta preguntándose de dónde procedía la voz. Por todas partes había hombres apuntándoles con metralletas. Un tubo de goma, adherido al perno que había sido disparado a través del casco, corría desde el costado del
Wayne
hasta uno de los numerosos cilindros de gas estibados en una vagoneta. Junto al hombre que tenía su mano descansando alerta sobre la tapa del cilindro de gas había otro sosteniendo lo que parecía una perforadora neumática. Ésta debía ser el arma usada para disparar los proyectiles de gas. Los hombres llevaban la misma insignia de la SS y el pez que la tripulación del
Riva
, e iban vestidos con el mismo uniforme azul. Sin excepción parecían amenazadoramente alertas y bien entrenados. La admiración de Bond por Stromberg crecía en proporción a su temor y aborrecimiento. Aquel hombre
era
capaz de hacer chantaje al mundo entero.

—¡Ése es el
Potemkin
!

Anya susurró las palabras mientras se movía junto a Bond con su cabeza baja. Bond no dijo nada, pero miró más allá de la columna de acero al submarino que estaba frente a él. Pudo tan sólo leer las letras… «ger». ¡
Ranger
! ¡Gracias a Dios! Pero, ¿qué había pasado con la tripulación? ¿Los había matado Stromberg? Pensó esto mientras la tripulación del
Wayne
iba alineándose en la cubierta delantera. ¿Con qué iban a enfrentarse, con un pelotón de ejecución? Bond vaciló, preguntándose si merecía la pena saltar sobre el guardián más próximo. Pero aun cuando le arrebatara el arma al hombre, sería instantáneamente acribillado desde arriba. Era mejor esperar y ver.

—Prisioneros, al calabozo.

Bond soltó un suspiro de alivio, y se relajó. No iban a ser asesinados; al menos, todavía no. Los guardias hicieron un gesto con los cañones de sus armas, y la tripulación del
Wayne
empezó a desfilar hacia el muelle. Bond miró al frente y vio tres pesadas puertas de acero situadas en el mamparo que había bajo la galería que daba a la sala de control. Había dos guardias armados junto a las puertas y a través de unas pequeñas aberturas cuadradas se distinguía un enjambre de caras decepcionadas.

—¿Por qué no nos enviasteis los marines? —preguntó una voz con acento
cockney
.

Bond esperó hasta encontrarse fuera de la vista del puente situado bajo la amplia galería y volvió la mirada al interior del
Lepadus
. Resultaba evidente ahora por qué la nave tenía una proa recta en vez de abultada. Pudo ver la línea que señalaba el punto de unión de las dos enormes puertas. Una vez más se maravilló de la enormidad del concepto. Producir algo de este tamaño y complejidad debió de costar incontables millones de libras. ¿Cómo esperaba Stromberg recuperar semejante gasto? Debía de tratarse de algo más que de simple dinero.

—¡Alto!

La voz resonó a través de los altavoces como un disparo. Los guardias inmediatamente levantaron sus armas, y la fila de prisioneros se detuvo tropezando los hombres unos con otros. Bond sintió que su corazón latía con fuerza. ¿Qué había ocurrido? Miró a Anya, pero ésta tenía sus ojos fijos en las aceitosas aguas del muelle.

—Creo que tenemos huéspedes inesperados. ¡Guardias, traigan a Mr. y Mrs. Sterling a la sala de control!

Podía percibirse una siniestra burla en la voz, y a Bond se le cayó el alma a los pies. ¿Cómo habían sido descubiertos? Y entonces lo vio, girando mientras corría por su carril como un ventilador eléctrico. Montado a 18 m. de altura sobre sus cabezas, había un dispositivo explorador de televisión que enviaba sus imágenes a la sala de control. Un guardián irrumpió en las filas, y Bond reconoció a uno de los hombres que habían estado en el laboratorio. Con una desagradable mirada maliciosa en su cara, hundió su arma en el estómago de Bond hasta enterrar casi la mira en la carne.


Vas-y!

Bond hizo una mueca de dolor y resistió la tentación de romperle la crisma con su propia arma. Algo le decía que iba a necesitar toda la fuerza de que disponía. Anya fue sacada de las filas, y ambos empujados a un tramo curvo de escaleras que llevaban desde el muelle a la sala de control. Un torrente de abucheos en ruso e inglés surgió de las rejas de los calabozos. Bond se dio cuenta que las puertas estaban aseguradas por volantes, como la caja de seguridad de un Banco. Al menos las tripulaciones del
Ranger
y el
Potemkin
parecían tener ganas de pelea. No esperaba otra cosa que poder proporcionarles una.

El tramo de escaleras terminaba más allá del lado de estribor de la sala de control, y Bond echó una mirada a las gigantescas persianas de acero que permanecían abiertas, como una serie de pantallas, siendo la separación entre ellas lo suficientemente ancha como para permitir que un hombre pasara sin torcer los hombros. La sala estaba dominada por un globo de 12 m. de altura, iluminado internamente, y que daba vueltas con lentitud. En diversos puntos de su superficie, diferentes luces coloreadas estaban centelleando. Alrededor del globo había una consola circular manejada por seis técnicos que operaban sobre una galaxia de computadoras, y unidades de transmisión. Detrás del globo había una larga batería de pantallas de televisión de circuito cerrado vigiladas por un equipo de monitores. Bond sonrió tristemente. No era extraño que los hubieran visto. No debía de existir parte alguna del buque que Stromberg no pudiera tener bajo su atenta vigilancia. El hombre no dejaba nada al azar.

—Buenos días, Mr. Sterling, o quizá podemos prescindir de los pseudónimos, comandante Bond y mayor Amasova.

Stromberg surgió de un sillón giratorio situado frente al globo que le permitía tener una visión de conjunto de lo que estaba sucediendo en la sala de control. Se deslizó hacia ellos con su extraño andar fantasmagórico, dando la impresión a primera vista de ser un venerable mandarín vestido con una túnica negra.

—Han llegado ustedes justo a tiempo. Estoy a punto de iniciar la operación Armageddon.

Antes de que Bond pudiera hablar, se hizo a un lado y se dirigió a un hombre barbudo que llevaba el uniforme de capitán de la marina mercante y que se mantenía atentamente de pie en la entrada de la sala de control.

—Proceda con la operación, capitán.

—Sí, señor.

El hombre giró sobre sus talones, y se retiró de la sala de control. Segundos más tarde, se oyó su voz por el sistema de altavoces.

—Atención todo el personal. Tripulaciones Stromberg Una y Dos, embarquen en sus submarinos. Repito. Tripulaciones Una y Dos, embarquen en sus submarinos.

Mientras Bond miraba asombrado, las pasarelas situadas sobre el
Ranger
y el
Potemkin
empezaron a llenarse de hombres, y toda la estructura retumbó con el ruido de los pies en movimiento. Fueron desfilando como dos columnas de hormigas hacia los submarinos.

Bond miró a Anya. La expresión de ésta reflejaba su asombro. ¿Armageddon? El supremo conflicto entre naciones. ¿El fin del mundo?

Nuevamente se oyó una voz por los altavoces.

—Ambas tripulaciones a bordo, capitán. Carga de cohetes completada.

Las tapas de las escotillas fueron deslizadas en su lugar. Las cubiertas estaban vacías. El agua brillaba como la superficie de una piscina.

Bond se volvió hacia Stromberg, el cual estaba mirando hacia abajo sin expresión.

—¿Qué significa esto, Stromberg?

Stromberg colocó las puntas de sus dedos juntas en un gesto similar al de la plegaria. Habló suavemente.

—Los dos submarinos, generosamente donados por sus respectivos Gobiernos, se harán a la mar dentro de un momento. Les han sido facilitados sus blancos, y a medianoche habrán alcanzado ya sus posiciones de fuego. Poco después de medianoche, Nueva York y Moscú dejarán de existir —hablaba en un tono preciso, mesurado, que resultaba espeluznante—. No tengo necesidad de decir a ninguno de ustedes lo que significa. Las represalias por lo que ambas grandes potencias tomarán como un ataque a traición premeditado serán inmediatas. Estallará la guerra nuclear a una escala sin precedentes. El mundo tal como lo conocemos será destruido.

Se produjo un silencio interrumpido sólo por el chapoteo contra el muelle. La voz del capitán llegó por el sistema de altavoces.

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