Durga se irguió como si se sintiera muy ofendido, y después dejó escapar una ruidosa carcajada directamente surgida de su enorme estómago.
—Me gustas, Leia Organa Solo. Me alegra saber que voy a tratar con una mujer fuerte y decidida que no se asusta por cualquier cosa. Deseo continuar estas negociaciones en algún momento futuro. Permíteme que te invite a visitar Nal Hutta cuando te resulte más conveniente, y que te diga que me encantaría recibirte allí.
Leia asintió con una inclinación de cabeza que no la comprometía a nada.
—Pensaré en ello, Durga —dijo—, si mis múltiples obligaciones me lo permiten.
Durga le hizo una reverencia desde lo alto de su plataforma repulsora y se despidió de todos.
Los guardias gamorreanos hicieron girar la plataforma y tiraron de sus cordoncillos de terciopelo rojo, remolcando la plancha flotante hasta sacarla al pasillo. Los androides de servicio rechinaron y crujieron mientras cerraban las pesadas puertas.
Leia se dejó caer sobre el respaldo de su sillón, y sólo entonces se dio cuenta de que estaba sudando profusamente. Han le dio unas palmaditas en la mano.
—Sí, creo que realmente deberíamos pasar más tiempo con los hutts ——dijo—. Parecen una especie tan agradable... Y ahora, ¿qué me dirías de ir a comer algo?
Calista estaba sola en la jungla mientras la noche iba cayendo sobre Yavin 4. Un pálido resplandor procedente del gigante gaseoso que se iba poniendo rápidamente manchaba el cielo cerca del horizonte. Los árboles massassi se alzaban hasta alcanzar grandes alturas, desplegando sus siluetas de muchas ramas sobre el telón de fondo del púrpura que se ennegrecía poco a poco. Las estrellas no tardaron en hacerse visibles, lucecitas que parpadeaban encima de una capa de negrura.
No se había alejado mucho del Gran Templo en el que Luke Skywalker había fundado su Academia Jedi. La pirámide de varios niveles llevaba miles de años en pie, y se elevaba hacia el cielo como un recortable negro de líneas angulosas rodeado por la oscuridad crepuscular.
Calista estaba sentada en el suelo, con sus largas piernas cruzadas delante de una hoguera hecha con las ramas secas que había ido reuniendo, concentrándose y sin permitirse ninguna distracción. Su cabellera rubia estaba despeinada y revuelta por el viento, pero sus ojos grises permanecían clavados en las llamas. El calor se iba difundiendo en oleadas, suaves pero insistentes, que hacían retroceder el húmedo frescor que se extendía por las planicies.
Calista clavó la mirada en las llamas y empujó, pero no sintió nada, ni siquiera un destello de sus antiguas capacidades. Lenguas de fuego delicadas como plumas lamían los troncos, tiñendo la corteza con un suave resplandor anaranjado. Chispas diminutas salían disparadas al aire para moverse en veloces espirales, como cazas estelares envueltos en una luminosa incandescencia que se perdieran en la nada. Calista torció el gesto y se esforzó un poco más, intentando tocar las llamas y mover las ascuas con su mente.
Pero no ocurrió nada. Calista no sintió ninguna comunión con el fuego.
Los otros estudiantes Jedi de Luke podían hacer bailar las llamas, apartándolas del fuego como láminas flexibles para crear rostros e imágenes, retorciéndolas hasta formar trenzas. Era uno de los ejercicios Jedi más sencillos. Calista había aprendido cómo hacerlo muchos años antes, y por aquel entonces ni siquiera había necesitado concentrarse. Pero por mucho que lo intentara en aquel momento, las llamas se negaban a responder. Sus poderes Jedi la habían abandonado.
Se puso en pie con un largo suspiro de frustración y separó los troncos a patadas para que la hoguera fuese muriendo poco a poco. Un chorro de chispas salió disparado hacia el cielo, como si una nueva batalla espacial acabara de estallar en el vacío, y las ascuas lucharon para mantener su brillo.
Calista volvió a la gran pirámide de piedra, caminando con paso lento y cansino y preguntándose cuándo regresaría Luke. El fuego emitió un último crujido detrás de ella y murió, apagándose con un último destello que no tardó en extinguirse.
Calista se estaba preparando para acostarse cuando respondió a una llamada a su puerta, y se sorprendió al ver a Tionne, otra Jedi, inmóvil en el pasillo.
—He encontrado algo en los archivos —dijo Tionne, con sus ojos color madreperla abriéndose y cerrándose rápidamente en su rostro lleno de nerviosa impaciencia. Tenía las facciones esbeltas y angulosas, el mentón puntiagudo, los pómulos bastante marcados y unos ojos muy grandes, y todo ello estaba rodeado por una larga cabellera plateada que le daba la apariencia etérea de un elfo—. No es gran cosa, pero pensé que te gustaría saberlo.
Su voz poseía una delicada cualidad musical, y no tenía nada de sorprendente que a Tionne le gustara mucho cantar, acompañándose con un instrumento de cuerda que ella misma había diseñado y construido.
Tionne no era una de las estudiantes más poderosas de Luke, pero había demostrado ser su ayudante más capaz y una de las mejores maestras de la Academia Jedi. Siempre se había sentido fascinada por las leyendas y tradiciones de los Jedi, y había compilado una gran historia de las mil generaciones de Caballeros Jedi que habían servido a la Antigua República.
—Entra —dijo Calista, invitándola a pasar con un gesto de la mano—.¿De qué se trata?
Tionne enarcó sus cejas, tan rubias que eran casi blancas.
—Quizá te gustará saber que por lo menos no estás sola... No en la historia, en cualquier caso.
Calista se irguió y la miró con más atención. —¿Otros Jedi han perdido sus poderes antes'? —Sí, hubo otro.
Tionne se sentó sobre las mantas arrugadas del catre en el que dormía Calista, y sus misteriosos ojos de un color perlino se abrieron un poco más. No había nada que le gustase más que contar las leyendas Jedi que tan bien conocía y tanto amaba.
—Se llamaba Ulic Qel—Droma, y era un gran señor de la guerra que combatió en la Guerra del Sith, luchando en el lado del mal junto con Exar Kun. Traicionó a Kun y llevó a los Caballeros Jedi hasta este lugar, donde aprisionaron al espíritu de Kun en los templos y devastaron toda la luna. Pero al volverse hacia el lado oscuro Ulic Qel—Droma se condenó a sí mismo para siempre, y fue despojado de sus capacidades para usar la Fuerza en una última confrontación.
—Pero ¿cómo? —preguntó Calista—. La Fuerza está en todas las cosas. ¿Cómo es posible que un Caballero Jedi prive a otro de la capacidad de utilizarla?
—Ulic no fue privado de nada —replicó Tionne . Se podría decir que se le colocó una venda que le impedía ver la Fuerza. Ulic ya no tenía acceso a ella.
—Pero ¿cómo se me puede haber llegado a imponer esa especie de ceguera? —preguntó Calista—. ¿Fue meramente una consecuencia de que mi espíritu entrara en otro cuerpo?
—El cuerpo de Cray —dijo Tionne, y sintió que se le formaba un nudo en la garganta.
Calista se acordó de que la Jedi de los cabellos plateados había conocido muy bien a Cray y de que había estudiado con ella en el pasado..., y de repente el espíritu de Calista habitaba el mismo cuerpo, mientras que Cray había muerto en una misión suicida contra el Ojo de Palpatine.
—No puedo explicarlo —siguió diciendo Tionne con un encogimiento de hombros—. Lo único que puedo decirte es lo que he descubierto. Cada pequeño fragmento de información nos permite avanzar un poco más hacia la solución final. Algún día... —y Tionne puso sus largos y delicados dedos sobre el antebrazo de Calista— encontraremos la respuesta.
Calista asintió y se puso en pie para acompañar a Tionne hasta la puerta. El Gran Templo había quedado sumido en el silencio con la llegada del anochecer, y los otros estudiantes Jedi estaban durmiendo o meditando en sus habitaciones. El pequeño androide astromecánico Erredós avanzaba lentamente sobre las losas del pasillo, pareciendo perdido sin Luke Skywalker.
Calista se juró que seguiría intentándolo y que seguiría buscando. Tenía que haber alguna manera. Había esperado durante mucho tiempo dentro del ordenador y por fin había encontrado el amor de su vida en la persona de Luke, y haría cuanto estuviese en sus manos para no perderlo. Pero no podría ser parte de él, tal como una auténtica Jedi podía llegar a ser parte de un auténtico Jedi, hasta que recuperase su capacidad para usar la Fuerza. Hasta que llegara ese momento, Calista no podría dárselo todo.
Habían dispuesto de muy poco tiempo para estar juntos antes de ser bruscamente separados y la separación les había dejado a solas con su pérdida, para que cada uno mirase a los ojos del otro soportando la presencia de una barrera invisible interpuesta entre ellos que ninguno de los dos podía atravesar.
Calista tragó saliva, pero su garganta siguió estando reseca. A pesar de todas sus reservas, ardía en deseos de que Luke Skywalker volviera a estar junto a ella.
Cuando Luke regresó varios días más tarde, Calista supo al instante que no había tenido éxito en su búsqueda. No podía leer su mente de la manera en que antes había podido captar emociones gracias a su potencial Jedi, pero su expresión abatida y su manera de moverse le indicaron con toda claridad que no había encontrado las respuestas que buscaba.
Fue a recibir a Luke a la pista de descenso que se extendía delante de la pirámide. Los otros estudiantes fueron apareciendo uno a uno para dar la bienvenida al hogar a su Maestro Jedi. Calista corrió hacia él. Luke fue rápidamente hacia ella, encantado de verla. La rodeó con sus brazos y la apretó contra su pecho, pero no dijo nada.
Calista le besó y después le habló en susurros con los labios pegados a su oreja.
—¿El general Kenobi no respondió a tu llamada? —preguntó.
Luke la miró con cara de incomprensión, abriendo y cerrando sus ojos azul hielo, y después sonrió.
—Siempre se me olvida que llevas tanto tiempo siendo una Jedi que conociste a Obi—Wan cuando era un joven líder militar. —Luego desvió la mirada—. No, no respondió a mi llamada... Pero eso no significa nada —se apresuró a decir, como si quisiera tranquilizarla—. Voy a seguir intentándolo..., y tú también.
—Puedes apostar a que lo haré —asintió Calista—. Haría cualquier cosa para que pudiéramos estar juntos.
—Yo también —dijo Luke—. Si al menos supiera qué he de hacer...
—Vamos a saludar a los demás. —Calista deslizó un brazo alrededor de su cintura. Luke le devolvió el gesto, y los dos fueron hacia el templo—.Siento que no encontraras la respuesta —siguió diciendo Calista—, pero el tenerte de vuelta aquí ya basta para hacer que me sienta muy feliz.
—Al menos eso sí puedo dártelo —dijo Luke—, pero espero que podamos tener más..., muchísimo más.
—Lo tendremos —murmuró Calista.
Un diluvio de agua caliente caía sobre la jungla y repiqueteaba en las relucientes hojas de la vegetación. El Maestro Skywalker lo ignoró, o lo aceptó, mientras guiaba a su grupo de estudiantes a lo largo de los senderos empapados que atravesaban la espesura en los alrededores del Gran Templo. Gotitas de agua que parecían brillar bailoteaban sobre sus túnicas Jedi.
Kyp Durron alzó la mirada hacia los retazos de cielo de un color gris plomo que se podían divisar por entre las copas de los enormes árboles. La lluvia acarició su rostro con dedos perlinos que fueron resiguiendo los contornos de su mentón y se deslizaron por el hueco de su garganta. Otros podrían haber considerado que la oscuridad y la tormenta eran un mal presagio, pero la lluvia traía vida a la luna de las junglas, y Kyp consideraba que suponía un cambio beneficioso después de tanto calor húmedo.
Cilghal, la Jedi de Mon Calamar¡, caminaba directamente detrás del Maestro Skywalker. Los pliegues de su túnica color azul océano ondulaban a su alrededor, ya empapados, aunque parecía como si la tela hubiera sido concebida para estar siempre mojada. Su piel color rosa salmón relucía y la calamariana abría y cerraba sus grandes ojos de pez, acogiendo la lluvia con visible satisfacción.
Kyp caminaba al lado de Dorsk 81, el clon alienígena cuya lisa piel aceitunada y rasgos redondeados le daban un aspecto curiosamente suavizado, como si un proceso inexplicable hubiera borrado todos sus ángulos y contornos afilados. Dorsk 81 tenía la piel de un delicado color verde claro, grandes ojos amarillos y un rostro franco e inocente. El clon alienígena llevaba mucho tiempo tratando de adquirir un poco de seguridad y confianza en sí mismo, y había tenido que luchar con generaciones de predecesores de su línea que eran absolutamente idénticos y carecían de todo talento. Durante el último año Kyp y Dorsk 81 se habían hecho muy amigos. Tenían personalidades totalmente opuestas y eso podría haber hecho que se llevaran mal, pero cada uno llenaba de alguna manera inexplicable los huecos del otro.
El Maestro Skywalker guió al grupo de estudiantes por entre las silenciosas masas de maleza, llevándolos a los lugares en los que incluso las aves y los insectos estaban callados y se escondían debajo de gruesas hojas para protegerse del aguacero.
Acabaron llegando a la orilla de un gran río que se abría paso a través de la jungla, una ancha cinta de agua verdosa que hervía de vida. La corriente fluía muy deprisa, y miles de pequeños alfilerazos puntuaban su superficie al ser golpeada por la lluvia.
Kyp miró más allá del río y a través de la lluvia, y pudo ver las ruinas de otro templo massassi, la enorme masa medio desmoronada del Templo del Cúmulo de la Hoja Azul. La gran estación generadora instalada cerca de él zumbaba y despedía nubes de vapor bajo el diluvio de aquel atardecer.
El Maestro Skywalker se detuvo en la orilla. Sus pies se hundieron levemente en el barro y extendió las manos junto a los costados como si estuviera dibujando líneas de Fuerza desde debajo de la superficie. Luke Skywalker se quitó el capuchón con un encogimiento de hombros. Su cabellera de un color castaño muy claro se había oscurecido debido a la lluvia, y los mechones empapados estaban pegados al cráneo. Gotas de lluvia centellearon sobre sus mejillas cuando se volvió hacia los estudiantes Jedi.
—Me complace poder conmemorar este nuevo cambio —dijo— El río fluye, al igual que lo hace la Fuerza, que nunca termina y siempre está en movimiento... Os traje a Yavin 4 para iniciar vuestra instrucción. Ahora lo único que puedo hacer es colocaros en el comienzo del camino del lado de la luz y abrir vuestras mentes a las posibilidades de la Fuerza. Todos tendréis que completar vuestro adiestramiento por vuestra cuenta. Cada uno de vosotros debe decidir cuándo ha llegado ese momento.