Fue hacia la consola de armamento y el sargento le cedió su puesto, contemplándola con respetuoso temor mientras se apartaba. Daala se sentó y echó un vistazo a los controles, familiarizándose con ellos en un instante. Había pasado el último año aprendiendo a convertirse en parte del futuro del Imperio, en vez de conformarse con permanecer atrapada en su pasado.
—Estoy derivando toda la energía de las baterías turboláser para concentrar toda la potencia de nuestro primer ataque en el cañón iónico —dijo.
El oficial táctico tosió y la miró, visiblemente nervioso.
—Pero almirante... El cañón iónico sólo hace que los sistemas eléctricos y los ordenadores dejen de funcionar. ¿Está segura de que eso bastará para cumplir nuestro objetivo? —preguntó, bajando la mirada hacia las lecturas de la fortaleza rocosa de Teradoc y contemplándolas con los ojos entrecerrados.
—Será suficiente para alcanzar mi meta —dijo Daala.
Los navíos de la clase Victoria se aproximaron, esquivando los restos helados del sistema anular, y Daala centró el cañón iónico del
Tormenta de Fuego
y puso un dedo sobre el botón de disparo.
—¡Almirante! —gritó el sargento de armamento—. Esas coordenadas corresponden a...
Daala desenfundó su arma y disparó una ráfaga aturdidora contra el sargento. Arcos de cegadora luz eléctrica rodearon al responsable del armamento, y su cuerpo se derrumbó sobre la cubierta en un amasijo de miembros. Daala disparó el cañón iónico antes de que los otros ocupantes del puente pudieran reaccionar.
El arma del
Tormenta de Fuego
eructó un estallido de energía disruptora que se esparció sobre la torre del puente del
Torbellino
, el Destructor Estelar de Harrsk. Relámpagos de terrible intensidad deslizaron un millar de dedos malévolos por encima del casco, desactivando sus sistemas de mando, ordenadores y armas.
La dotación del puente del
Tormenta de Fuego
saltó de sus asientos entre un estallido de gritos, y Daala se puso en pie.
—Estoy al mando de esta nave —dijo, alzando la voz para acallar las objeciones—, ¡y todos ustedes seguirán mis órdenes!
Después alzó su pistola desintegradora y colocó el dial de potencia en la posición MATAR.
—Cualquier persona que cuestione mis órdenes será ejecutada al instante por amotinarse contra la legítima comandante de esta nave —siguió diciendo—. ¿Lo han entendido?
Daala sólo les concedió un segundo para que la contemplaran en un temeroso silencio.
—Vamos a retroceder. Seguiremos un curso paralelo al del
Torbellino
. La nave de Harrsk no puede moverse, por lo que incrementaremos la potencia de nuestros escudos para protegerla en el caso de que alguna de las naves de Teradoc decida perseguirnos.
La aturdida dotación del puente apenas había empezado a moverse para obedecer sus órdenes cuando unos potentes golpes sordos reverberaron por todo el casco del
Tormenta de Fuego
. Dos de los tres Destructores Estelares de la clase Imperial restantes habían empezado a disparar contra la nave de Daala.
—Son leales al Señor de la Guerra Harrsk —dijo el navegante.
—No saben lo que están haciendo —respondió Daala—. Si alguno de ustedes sintiera el más pequeño amor por el Imperio, habría hecho esto hace mucho tiempo.
—Nuestros escudos están a máxima potencia, almirante —dijo un miembro de la dotación del puente con voz temblorosa—. Estamos a cubierto y mantenemos cubierto al
Torbellino
, pero el campo de los escudos es bastante difuso. No podremos soportar un ataque a gran escala si los navíos de la clase Victoria, o los nuestros, deciden acabar con nosotros.
—Abran un canal de comunicaciones —dijo Daala—. Usen todas las bandas de transmisión. Quiero asegurarme de que nuestros Destructores Estelares escucharán el mensaje con tanta claridad como los de Teradoc..., y los del Señor de la Guerra Harrsk.
Entró en la zona de transmisión y aspiró una profunda bocanada del aire procesado del puente. Las buenas naves imperiales tenían un acre olor a limpieza metálica, y ese olor dio nuevas fuerzas a Daala para seguir el camino que le marcaban sus convicciones.
—Aquí la almirante Daala —dijo—, al mando del Destructor Estelar de la clase Imperial
Tormenta de Fuego
. Sirvo al Imperio. Siempre he servido al Imperio, y nunca dispararé contra ningún leal servidor del Imperio. —Tragó saliva con expresión sombría—. He ejecutado un ataque preventivo contra el Destructor Estelar del Señor de la Guerra Harrsk para impedir que atacara otra fortaleza imperial. El ataque de Harrsk es una respuesta directa a una acción hostil emprendida por el Supremo Almirante Teradoc. También condeno esa acción. No puedo seguir tolerando que se desperdicien tantos esfuerzos y se malgasten tantos recursos que podrían emplearse de forma mucho más provechosa en la destrucción de bases rebeldes.
»Muchos de vosotros habéis oído hablar de mis intentos de destruir a la Alianza Rebelde, cuando yo sólo contaba con cuatro Destructores Estelares, información anticuada y ningún apoyo del Imperio.
La imagen de Harrsk la interrumpió entre un ruidoso estallido de estática. A Daala le sorprendió que hubiera conseguido volver a hacer funcionar su sistema de comunicaciones con tanta rapidez, pero también la complació.
—¡No la escuchéis! ¡Es una traidora y una renegada! —gritó Harrsk—. Ordeno a la tripulación leal del
Tormenta de Fuego
que reduzca a Daala usando la fuerza y que la ejecute. Sus crímenes son obvios.
Daala siguió empuñando la pistola desintegradora, pero permitió que su cañón se inclinara hacia abajo mientras barría a la dotación del puente con la mirada.
—¿Es realmente tan obvio mi crimen? —preguntó—. Lo único que quiero es detener esta guerra civil para que podamos enfrentarnos a nuestro verdadero enemigo. ¿De verdad creéis que el Señor de la Guerra Harrsk actúa en defensa de los intereses del Imperio..., o meramente está interesado en su poder personal?
»No estoy intentando hacerme con el control de esta flota. No quiero poder personal o un liderazgo político. Lo único que pido es que se me permita mandar tropas. Serviré a las órdenes de cualquier líder que consagre todas sus fuerzas a la labor de derrotar a la Alianza Rebelde de una vez y para siempre.
Los dedos de Daala volaron sobre los controles del sistema de comunicaciones, y no tardó en abrirse paso a través de la transmisión cargada de interferencias para poder volver a dirigirse a todas las naves. Vio que estaban rodeados por un enjambre de docenas de navíos carmesíes de la clase Victoria, una acumulación de armamento lo suficientemente poderosa para aniquilar a los Destructores Estelares de Harrsk..., pero de momento no habían abierto fuego.
Daala fue hasta el puesto de mando del puente del
Tormenta de Fuego
, dando la espalda a la dotación para demostrar la confianza que tenía en ellos. Seguía estando extremadamente tensa, pero se negaba a permitir que se le notara. Vio por el rabillo del ojo cómo el navegante se levantaba lentamente de su asiento y empezaba a desenfundar su desintegrador reglamentario. Daala se preparó para girar sobre sus talones y disparar contra él sin ningún aviso previo, pero un jefe de operaciones puso la mano sobre el antebrazo del navegante y evitó que disparase. Un estremecimiento de alivio recorrió todo el cuerpo de Daala.
Tecleó los códigos de los sistemas de control principales del
Tormenta de Fuego
e introdujo su código de acceso, alegrándose de haber obligado a Harrsk a otorgarle plenos privilegios de acceso al ordenador antes de que consintiera en dirigir el ataque contra la fortaleza de Teradoc. Harrsk no había sospechado nada, y Daala había conseguido el derecho a decir la última palabra en cada decisión.
El ordenador del
Tormenta de Fuego
sólo reconocía a la almirante Daala. Sus dedos teclearon una orden en la que apenas se había atrevido a pensar ni siquiera cuando estaba a bordo de su nave. Daala la verificó, y después pulsó el botón de EJECUCIÓN.
Volvió a hablar por el campo de transmisión.
—Si esto es lo que mi Imperio ha acabado llegando a ser, ya no deseo seguir siendo su servidora —dijo—. Acabo de iniciar la cuenta atrás de autodestrucción del Destructor Estelar
Tormenta de Fuego
.
La conmoción en el puente fue más débil esta vez, como si la dotación aún no se hubiera recuperado de su perplejidad ante el primer acto de amotinamiento de Daala.
—La cuenta atrás ha empezado. La nave del Señor de la Guerra Harrsk está atrapada dentro de mis escudos deflectores y no puede hacer nada para escapar. La autodestrucción tendrá lugar dentro de quince minutos estándar a menos que Harrsk ordene el cese inmediato de todas las hostilidades.
El vicealmirante Pellaeon estaba sentado en su puesto del no muy espacioso puente de mando del Destructor Estelar de la clase Victoria 13X. y estudiaba aquel inesperado cambio en la situación sintiéndose tan complacido como perplejo. Su gorra ceñía impecablemente sus grises cabellos. Pellaeon tiró suavemente de su largo bigote rubio mientras iba meditando en las implicaciones del mensaje transmitido en la banda ancha del espectro.
Si el enemigo hubiera proseguido su veloz ataque por sorpresa, no cabía duda de que la flota de Destructores Estelares de la clase Imperial habría infligido serios daños a la fortaleza del Gran Almirante Teradoc. El enjambre de navíos de la clase Victoria de Pellaeon habría podido acabar con las naves restantes, pero habría tenido que pagar un precio muy_ alto para conseguirlo.
Y entonces la líder de aquella represalia tan inesperada como repentina había iniciado una acción ofensiva contra una de sus propias naves. El Señor de la Guerra Harrsk no había encabezado la carga, algo que no tenía nada de sorprendente, y había preferido permanecer a salvo en uno de los Destructores Estelares de la retaguardia.
Pero aquella almirante Daala...
Pellaeon se echó hacia atrás hasta apoyar la espalda en el acolchado de su asiento. Había oído hablar de ella dos años después de que la derrota del Gran Almirante 'Thrawn hubiera significado la humillación y la caída en desgracia para Pellaeon. Daala había surgido de la nada y había lanzado un ataque en solitario contra los rebeldes. Con una flota tan pequeña no podía tener ninguna esperanza de acabar alzándose con la victoria, pero Daala sólo parecía interesada en causar daños realmente significativos lo más deprisa posible. No tenía ninguna estrategia global, únicamente un ardiente deseo de destrucción.
Pellaeon había admirado sus esfuerzos para actuar, especialmente porque los otros comandantes imperiales parecían preferir las luchas internas. Recorrió con la mirada la minúscula cubierta de control de un navío de la clase Victoria, la nave más pequeña que había mandado desde hacía mucho tiempo. Pellaeon creía en el plan de crear una enorme flota de naves mas pequeñas y versátiles concebido por el Supremo Almirante Teradoc, pero aun así echaba de menos la grandeza de mandar el Quimera.
Pellaeon hizo que su flota se aproximara un poco más, con el armamento preparado pero sin abrir fuego, y su nave acabó deteniéndose sobre los Destructores Estelares de la clase Imperial varados en el espacio. Bajó la mirada hacia la nave de la almirante Daala, y contempló cómo había dejado incapacitado al
Torbellino
en la que viajaba el Señor de la Guerra Harrsk. Su repentino revolverse contra su líder había sido una táctica interesante, desesperada e inexplicable..., pero Pellaeon admiraba la pureza de su propósito. Daala era una persona que, al igual que Thrawn, poseía la capacidad de centrar todas sus energías en un objetivo y consagrar todos los recursos y las tácticas a alcanzar esa meta. Comparados con ella, tanto el Supremo Almirante Teradoc como el Señor de la Guerra Harrsk parecían un par de niños maleducados que intentaban asustarse el uno al otro.
Oyó el apasionado discurso en el que Daala suplicaba un frente unificado contra el verdadero enemigo. Varios tripulantes de la nave de Pellaeon emitieron murmullos de asentimiento. Pellaeon se guardó sus opiniones para sí mismo, aunque también estaba de acuerdo con ella. Mientras contemplaba la imagen de Daala, Pellaeon se preguntó cuáles serían sus gustos en cuestiones artísticas.
—Vicealmirante Pellaeon, si su amenaza de autodestruir las naves es auténtica... Bueno, en ese caso tal vez deberíamos retroceder —dijo su navegante—. Si esos dos Destructores Estelares estallan seremos alcanzados por la onda expansiva y sufriremos graves daños, y eso suponiendo que no nos destruya.
Pellaeon permaneció rígidamente inmóvil durante un momento y después sacudió la cabeza en una envarada negativa.
—No, seguiremos donde estamos —dijo—. Abran un canal de comunicaciones.
La dotación de su puente le contempló con asombro.
—¿Desea que abramos un canal de comunicaciones con el
Tormenta de Fuego
, señor? —preguntó el oficial de comunicaciones.
—No, lo quiero en la banda abierta. Quiero que todas las naves oigan esto.
El oficial de comunicaciones parpadeó, y después asintió y obedeció la orden de Pellaeon.
Pellaeon se levantó lentamente de su sillón negro.
—Aquí el vicealmirante Pellaeon, comandante de la flota del Supremo Almirante Teradoc, enviando una orden específica de mantener la posición actual a todas mis naves.
Varios navíos carmesíes habían empezado a alejarse de su red de confinamiento. Los Destructores Estelares de Harrsk ya estaban retrocediendo, y se iban alejando más y más a cada momento que transcurría.
—Como gesto de buena fe y en señal de respeto a la petición de la almirante Daala, ordeno el cese inmediato de las hostilidades por nuestra parte. Una luz roja empezó a parpadear casi al instante en el panel de comunicaciones del 13X. El oficial se volvió hacia Pellaeon.
—Tengo un mensaje urgente del Supremo Almirante Teradoc, señor.
El oficial de comunicaciones enarcó las cejas, claramente intimidado y aguardando órdenes.
—Hablaré con él desde el puente —dijo Pellaeon, irguiendo los hombros—. Todos pueden escuchar.
La imagen de Teradoc apareció en la pantalla. Estaba resoplando y tenía el rostro enrojecido. La circunferencia de su barriga se había triplicado durante el último año.
—¿Qué cree estar haciendo, Pellaeon? —gritó—. ¡Le ordeno que aproveche su ventaja! Utilice esta oportunidad para acabar con los Destructores Estelares de Harrsk mientras están debilitados. Ahora podemos aniquilarle por completo.