La dama del lago (17 page)

Read La dama del lago Online

Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La dama del lago
4.62Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Camino libre. —Fringilla se levantó, casi tan violentamente como no hacía mucho Milva—. ¡Venga! En los desfiladeros os esperan la nieve, la helada y el destino. Y esa expiación que os es tan necesaria. ¡Camino libre! Pero el brujo se queda aquí. ¡En Toussaint! ¡Conmigo!

—Pienso —le repuso el vampiro con serenidad— que estáis en un error, señora Vigo. El sueño que el brujo sueña es, lo reconozco con una reverencia, un sueño encantador y hermoso. Pero todo sueño, si se sueña demasiado tiempo, se transforma en pesadilla. Y se despierta uno con un grito.

Las nueve mujeres, sentadas a la enorme mesa redonda del castillo de Montecalvo, clavaron sus ojos en Fringilla Vigo. En Fringilla, que de pronto había comenzado a tartamudear.

—Geralt se fue a las bodegas de Pomerol el ocho de enero temprano. Y volvió... creo que el ocho por la noche... O bien el nueve por la mañana... No lo sé... No estoy segura...

—Más ordenado —pidió Sheala de Tancarville con la voz suave—. Por favor, más ordenado, señora Vigo. Y si hay algún fragmento de la narración que os produzca daño, simplemente os lo saltáis.

Por la cocina, asentando cuidadosamente sus patas uñosas, caminaba la gallina pintarazada. Olía a caldo de pollo.

Se abrieron las puertas con un chasquido. Geralt entró en la cocina. En su rostro, moreno a causa del viento, tenía un cardenal y una costra de color violeta y negro a causa de la sangre coagulada.

—Venga, compaña, a hacer las maletas —anunció sin preliminar alguno—. ¡Nos vamos! Dentro de una hora, ni un minuto después, quiero veros a todos en la colina, detrás de la ciudad, allí donde está el poste. Con el equipaje, a caballo, listos para un camino largo y difícil.

Aquello bastó. Como si hubieran estado esperando aquella noticia desde hacía mucho tiempo, como si desde hacía mucho tiempo hubieran estado preparados.

—¡En un pispás! —gritó Milva, levantándose—. ¡Yo andaré lista en media horilla!

—Yo también. —Cahir se levantó, soltó la cuchara, miró al brujo con atención—. Pero querría saber de qué se trata. ¿Un capricho? ¿Una pelea de amantes? ¿O partimos de verdad?

—Partimos de verdad. Angouléme, ¿por qué pones esa cara?

—Geralt, yo...

—No tengas miedo, no te dejaré. He cambiado de opinión. A ti hay que vigilarte, mocosa, no hay que apartar la vista de ti. Venga, he dicho, a prepararse, llenad las alforjas. Y de uno en uno, para no levantar sospechas, al otro lado de la ciudad, junto al poste en la colina. Nos encontraremos allí dentro de una hora.

—¡Al punto, Geralt! —gritó Angouléme—. ¡Joder, por fin!

En un abrir y cerrar de ojos sólo quedaron en la cocina Geralt y la gallina pintarazada. Y el vampiro, que continuaba sorbiendo tranquilamente el caldo de pollo con croquetas.

—¿Estás esperando una invitación especial? —preguntó el brujo con voz fría—. ¿Por qué sigues sentado? ¿En vez de ponerle los arreos a la muía Draakul? ¿Y de despedirte del súcubo?

—Geralt —dijo Regis tranquilo, al tiempo que extraía una segunda ronda de la cazuela—. Para despedirme del súcubo necesito el mismo tiempo que tú para despedirte de tu morenilla. Suponiendo que tengas intenciones de despedirte de tu morenilla. Y dicho sea entre nosotros: a los jóvenes los podrás mandar a hacer el equipaje con gritos, violencias y empujones. Para mí necesitas algo más, aunque no sea más que a causa de mi edad. Te pido alguna explicación.

—Regis...

—Explicación, Geralt. Cuanto antes comiences, mejor. Te ayudaré. Ayer por la mañana, como habíais quedado, te encontraste en las puertas con el apoderado de las viñas de Pomerol...

*****

Alcides Fierabrás, el apoderado de los viñedos de Pomerol de negra barba a quien había conocido en El Faisán en la vigilia de Yule, estaba esperando al brujo junto a la puerta, con una muía, aunque iba vestido y aderezado como si tuviera intención de viajar allá lejos, lejos, al confín del mundo, hasta la Puerta de Solveigi y el desfiladero de Elskerdeg.

—En cualquier caso no es que esté cerca —respondió al ácido comentario de Geralt—. Vos, señor, venís del ancho mundo y por ello pareceos que nuestro pequeño Toussaint es un rinconcete, pensáis que aquí de frontera a frontera se puede tirar un gorro y seco incluso. Mas estáis en yerro. A los viñedos de Pomerol, adonde nos encaminamos, no es corto el camino, si al mediodía llegamos, habrá que tenerlo por gran éxito.

—Yerro es entonces —dijo el brujo con sequedad— el ponerse en marcha tan tarde.

—Cierto, yerro será. —Alcides Fierabrás le miró y se sopló los bigotes—. Mas no sabía que fuerais de los de levantarse al romper el alba. Porque esto no es normal en aquí entre los grandes señores.

—No soy un gran señor. En camino, señor apoderado, no perdamos tiempo en pláticas vanas.

—De los mismos labios me lo habéis quitado.

Atravesaron la ciudad para acortar el camino. Geralt al principio quiso protestar, tenía miedo de que se quedaran atascados en algunas de las callejas llenas de gente que tan bien conocía. Sin embargo, como se vio, el apoderado Fierabrás conocía mejor tanto la ciudad como la hora en que no había tráfico en las calles. Cabalgaron deprisa y sin problemas.

Entraron en la plaza, dejaron a un lado el cadalso. Y la horca con su ahorcado.

—Cosa de riesgo es —el apoderado señaló con un movimiento de cabeza— el ajuntar rimas y cantar canciones. En especial, públicamente.

—Severos son aquí los jueces. —Geralt entendió al punto de qué se trataba—. En cualquier otro lugar por una burla como mucho toca la picota.

—Depende de sobre quién sea la burla —valoró sereno Alcides Fierabrás—. Y de cómo esté rimada. Nuestra señora condesa buena es, y entrañable, pero como se enfade...

—A las canciones, como dice cierto amigo mío, no se las puede acallar.

—A las canciones no. Pero al cantador sí, miradlo.

Atravesaron la ciudad, cruzaron la puerta de los Toneleros enfrente del valle del Blessure, que se agitaba y espumeaba vivamente en los rápidos. Sólo quedaba nieve en las sombras y huecos de los campos, pero hacía bastante frío. Les pasó un grupo de caballeros, que de seguro se dirigían hacia el paso de Cervantes, a la atalaya fronteriza de Vedette. Todo se llenó del color de los escudos pintados y de las capas y gualdrapas bordadas con grifos, leones, corazones, lises, estrellas, cruces, vacas y otros artificios heráldicos. Tronaban los cascos, chasqueaban las enseñas, resonaba cantada con voz potente una estúpida canción acerca de la suerte del caballero y de su amada, la cual, en vez de esperar, se dio mucho antes.

Geralt siguió a la comitiva con la mirada. La visión de los caballeros andantes le trajo a la memoria a Reynart de Bois-Fresnes, el cual apenas acababa de volver del servicio y recuperaba fuerzas en los brazos de su burguesa, cuyo marido, mercader, no volvía por las mañanas ni las tardes, de seguro retenido en algún lugar del camino por ríos desbordados, bosques llenos de ñeras y otras locas fuerzas de la naturaleza. El brujo no pensaba en arrancar a Reynart del abrazo de su amada, pero lamentaba verdaderamente el no haber trasladado el contrato con los viñedos de Pomerol a otro momento posterior. Apreciaba al caballero, le faltaba su compañía.

—Vayamos, señor brujo.

—Vayamos, señor Fierabrás.

Caminaron por el camino real en dirección al río. El Blessure se retorcía y hacía meandros, pero había muchos puentes, así que no se vieron obligados a alargar el camino. De los ollares de Sardinilla y de la muía resalía vapor.

—¿Qué pensáis, señor Fierabrás, va a durar mucho el invierno?

—En el Saovine heló lo suyo. Y bien dice el refrán: «Saovine de yelos, ponte el sombrero».

—Entiendo. ¿Y a vuestras viñas? ¿No les afecta el frío?

—Año hubo de más fríos.

Cabalgaron en silencio.

—Mirad allá —habló Fierabrás, al tiempo que señalaba—. Allá en la umbría está la aldea de Los Bajos Pelados, En aquellos campos, cosa rarísima, crecen cacerolas.

—¿Cómo?

—Cacerolas. Se crían en el seno de la tierra, de por sí, no más que por arte de la naturaleza, sin ayuda humana alguna. Tal y como en otros sitios crecen patatas o nabos, en Los Bajos Pelados crecen cacerolas. De todo tipo y diferentes formas.

—¿De verdad?

—Que se me coman los gusanos. Por ello tiene Los Bajos Pelados contactos comerciales con la aldea de Tambores, en Maecht. Puesto que allá, por lo que dice la gente, crecen tapaderas de cacerolas.

—¿De todo tipo y diferentes formas?

—En el clavo disteis, señor brujo.

Siguieron adelante. En silencio. El Blessure se retorcía y espumeaba entre las peñas.

—Yallá, mirad, señor brujo, están las ruinas del antiquísimo castillo de Dun Tynne. De creer los cuentos, fuera él testigo de terribles escenas. Walgerius, al que llamaban Robustus, mató allí de forma sangrienta y entre crueles tormentos a su infiel esposa, al amante de ésta, a la madre de ésta, a la hermana y el hermanó de ésta. Y luego sentóse y lloró, sin decir por qué...

—He oído hablar de ello.

—¿Anduvisteis ya por acá?

—No.

—Ja. Largo corrieron los cuentos.

—En el clavo disteis, señor apoderado.

—¿Y aquella —señaló el brujo— tan esbelta torrecilla, allá, tras aquel castillo? ¿Qué es lo que sea?

—¿Aquélla? ¿El santuario aquél?

—¿De qué deidad?

—Y quién se va a acordar.

—Cierto. Quién se va.

Hacia el mediodía distinguieron los viñedos, que caían suavemente hacia el Blessure por las faldas de las colinas, cubiertas por las rizadas ramas de unas vides ordenadamente dispuestas, ahora tristes, desnudas y secas. En la cumbre de la colina más alta, azotados por el viento, se erguían hacia el cielo una torre, un grueso donjón y las barbacanas del castillo de Pomerol.

A Geralt le interesó el que el camino que llevaba hasta el castillo estuviera gastado, arañado por los cascos de los caballos y las llantas de las ruedas no menos que el patio principal. Se veía claramente que mucha gente dejaba el camino para entrar al castillo de Pomerol. Se abstuvo de preguntar hasta el momento en que vieron junto al castillo algunos carros uncidos, cubiertos con lonas, vehículos sólidos y poderosos usados para el transporte a larga distancia.

—Mercaderes —le aclaró el apoderado cuando le preguntó—. Comerciantes de vino.

—¿Mercaderes? —se asombró Geralt—. ¿Cómo es eso? Pensaba que los pasos de las montañas estaban cubiertos de nieve, y que Toussaint estaba aislado del mundo.. ¿De qué forma llegaron aquí los mercaderes?

—Para los mercaderes —dijo el apoderado Fierabrás con gesto serio— no hay mal camino, a lo menos para aquéllos que tratan seriamente su proceder. Ellos, señor brujo, tienen la siguiente regla: si el fin lo merece, habrá de hallarse un modo.

—Ciertamente —dijo Geralt con lentitud— es ésa regla acertada y digna de emulación. En toda situación.

—Sin chanzas. Mas verdad es que algunos de los tratantes anidan acá desde el otoño, no pueden irse. Pero no dejan decaer el espíritu y dicen, bah, y qué más da, a cambio andaremos los primeros en la primavera, antes de que la competencia aparezca. Ellos lo llaman: pensar positivamente.

—Y también tal regla —Geralt afirmó con la cabeza— es difícil de rechazar. Una cosa sola me resulta chocante, señor apoderado. ¿Por qué los mercaderes están aquí, en estos despoblados, y no en Beauclair? ¿La condesa no se digna darles hospitalidad? ¿Desprecia acaso a los mercaderes?

—Para nada —respondió Fierabrás—. La señora condesa los convida a menudo, mas ellos la rechazan cortésmente. Y se quedan en las viñas.

—¿Por qué?

—Beauclair, dicen, no es más que banquetes, bailes, jaranas, borracheras y amoríos. Allá el hombre se apoltrona, embrutece y pierde el tiempo, en vez de pensar en el comercio. Y hase de pensar en lo que de verdad sea importante. En el fin, que todo lo justifica. Sin pausa. Sin alterar los pensamientos con zarabandas. Entonces, y sólo entonces, se alcanza el fin buscado.

—Ciertamente, señor Fierabrás —dijo el brujo con lentitud—. Contento estoy de nuestro común viaje. Mucho he de aprovechar las nuestras pláticas. Mucho, de verdad.

Pese a lo que el brujo esperaba, no entraron en el castillo de Pomerol, sino que siguieron un poco más allá, hacia un promontorio al otro lado del valle sobre el que se elevaba otro castillejo, algo más pequeño y mucho peor cuidado. El castillo se llamaba Zurbarrán. Geralt se alegró ante la perspectiva del próximo trabajo, puesto que Zurbarrán, oscuro y dentado a causa de las derruidas almenas, tenía un aspecto que ni pintado para ser ruina maldita, sin duda alguna repleta de hechizos, monstruos y desvarios. En su interior, en el patio, en lugar de monstruos y desvarios contempló a unas cuantas personas enfrascadas en tareas tan fantásticas como hacer rodar unos barriles, cepillar unas tablas y clavarlas con ayuda de clavos. Olía a madera nueva, a cal nueva y a estiércol antiguo, a vino amargo y amarga sopa de guisantes. Al poco sirvieron la sopa. Hambrientos a causa del camino, el viento y el frío, comieron ansiosos y en silencio. Les acompañaba un asistente del apoderado Fierabrás, el cual le fue presentado a Geralt como Simón Gilka. Les servían dos muchachas rubias de cabellos de al menos dos codos de longitud. Ambas le lanzaron al brujo unas miradas tan expresivas que éste decidió ocuparse de inmediato del trabajo. Simón Gilka no había visto al monstruo. Tan sólo conocía su aspecto por relatos de segunda mano.

—Negro era como la pez, mas cuando se arrastrara por la pared, se podían ver los ladrillos a través suyo. Como la gelatina era, si me entendéis, señor brujo, o, con perdón, como los mocos. Y tenía las patas largas y finústicas, y cuantiosas patas tenía, a lo menos ocho o más quizá. Y Yontek se quedó quieto parao, quieto parao, mirando hasta que al cabo se le ocurrió algo y se lió a gritar: «¡Desparece, piérdete!», y hasta añadió un exorcismo: «¡Y asá te murieras, jodeputa!». Y antonces el bicharraco, ¡sis, sis, sis! Siseó y hasta luego Lucas. Y huyó como alma que lleva el diablo. Entonces los mozos dijeron: si hay un moustruo, pues, coño, darnos un aumento por currar en situación prejudicial para la salud, y si no, pues nos vamos al gremio y os denunciamos. Vuestro gremio, les dije, me la puede...

—¿Cuándo se vio al monstruo por vez primera? —le interrumpió Geralt.

—Unos tres días hace. Así como antes de Yule.

—Dijisteis —el brujo miró al apoderado— que antes de Lammas.

Other books

The King's Fifth by Scott O'Dell
Seeing Other People by Gayle, Mike
The Huntsmen by Honor James
The Weight of Numbers by Simon Ings
Demon's Pass by Ralph Compton
Heart of Winter by Diana Palmer
Mystery of Holly Lane by Enid Blyton
Blackbird by Abigail Graham