La dama del lago (14 page)

Read La dama del lago Online

Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La dama del lago
9.55Mb size Format: txt, pdf, ePub

Siempre iban allí. Durante las dos semanas que llevaban en Beauclair. Geralt, Regis, Cahir, Angouléme y Milva. Sólo Jaskier desayunaba en otro lado.

—¡A él —comentó Angouléme mientras untaba el pan— la manteca con torreznos se la traen a la cama! ¡Y le hacen reverencias!

Geralt tendía a pensar que era precisamente así. Y precisamente aquel día decidió comprobarlo.

Encontró a Jaskier en la sala del homenaje. El poeta llevaba en la cabeza una boina color carmín, grande como un pan de harina de flor, y vestía un doublet del mismo tono, ricamente bordado con hilo de oro. Estaba sentado en un taburete con el laúd en las rodillas y con torpes movimientos de cabeza reaccionaba a los cumplidos de las damas y cortesanos que le rodeaban.

Por suerte, no se veía a Anna Henrietta en el horizonte. De modo que Geralt rompió el protocolo sin vacilar y se acercó osadamente a la escena. Jaskier lo distinguió al punto.

—Tengan la bondad vuesas mercedes —se infló y agitó la mano de forma verdaderamente regia— de dejarnos solos. ¡El servicio ha de alejarse también!

Dio una palmada, y antes de que rebotara el eco ya estaban solos en la sala del homenaje, junto con las armaduras, las pinturas, las panoplias y el fuerte olor a polvos dejado por las damas.

—Bonita diversión —afirmó Geralt sin exagerado retintín— es el echarlos así, ¿no? Debe de ser un sentimiento bonito, el dar una orden con gesto de señor, una palmada, un fruncimiento de ceño monárquico. Mirar cómo se van de espaldas, como los cangrejos, doblándose ante ti en reverencias. Bonita diversión, ¿no? ¿Señor favorito?

Jaskier frunció el ceño.

—¿Quieres algo concreto? —preguntó con acidez—. ¿O es sólo hablar por hablar?

—Se trata de algo muy concreto. Tan concreto que no se puede más.

—Habla entonces, te escucho.

—Necesitamos tres caballos. Para mí, Cahir y Angouléme. Y dos de refresco. En conjunto tres buenos alazanes más dos de carga. De carga, bueno, pueden ser mejor muías, cargadas con provisiones y heno. Imagino que tu condesa te valorará hasta ese punto, ¿no? ¿La habrás servido lo suficiente, espero?

—No habrá en ello problema alguno. —Jaskier, sin mirar a Geralt, se puso a afinar el laúd—. Sólo me asombran tus prisas. Diría que me asombran hasta el mismo nivel que tu sarcasmo.

—¿Te asombran las prisas?

—Para que lo sepas. Se acaba octubre y el tiempo está empeorando visiblemente. Un día de éstos nevará en los puertos.

—Y te asombras de las prisas. —El brujo meneó la cabeza—. Pero bien que me lo hayas recordado. Consígueme también ropa de abrigo. De piel.

—Pensaba —dijo despacio Jaskier— que íbamos a pasar aquí el invierno. Que nos quedaríamos aquí...

—Si quieres —lanzó Geralt sin pensárselo—, te quedas.

—Quiero. —Jaskier se levantó de pronto, depositó el laúd a un lado—. Y me quedo.

El brujo aspiró sonoramente. Guardó silencio. Miró el gobelino en el que se representaba la lucha de un titán con un dragón. El titán, firmemente de pie sobre dos pies izquierdos, intentaba quebrarle la mandíbula al dragón, pero el dragón no parecía muy entusiasmado.

—Me quedo —repitió Jaskier—. Amo a Anarietta. Y ella me ama.

Geralt seguía callado.

—Tendréis vuestros caballos —siguió el poeta—. Mandaré preparar para ti una yegua de raza llamada Sardinilla, se entiende. Se os equipará, aprovisionará y se os vestirá abrigadamente. Pero yo os aconsejo sinceramente que esperéis hasta la primavera. Anarietta...

—¿Estoy oyendo bien? —El brujo recuperó por fin la voz—. ¿No me engaña el oído?

—La razón —bufó el trovador— la tienes sin duda embotada. En lo que se refiere a otros sentidos, no lo sé. Repito: nos amamos, Anarietta y yo. Me quedaré en Toussaint. Con ella.

—¿Como qué? ¿Amante? ¿Favorito? ¿O puede que conde consorte?

—El estatus jurídico formal me es del todo igual —reconoció Jaskier con sinceridad—. Pero no se puede excluir nada. El matrimonio tampoco.

Geralt calló de nuevo, contemplando la lucha del titán con el dragón.

—Jaskier —dijo al fin—. Si has bebido, desembriágate. Si no has bebido, entonces bebe. Entonces hablaremos.

—No entiendo —Jaskier frunció el ceño— por qué hablas así.

—Piensa un poco.

—¿En qué? ¿Tanto te ha enfurecido mi relación con Anarietta? ¿Quieres, puede ser, apelar a mi razón? Ahórratelo. Yo ya he reflexionado sobre ello. Anarietta me ama...

—¿Conoces el refrán que dice: el favor de la princesa monta a caballo? Incluso si esa tu Anarietta no es una frívola, y frívola, perdona mi sinceridad, ella me parece, entonces...

—¿Entonces qué?

—Que sólo en los cuentos las condesas se casan con los músicos.

—En primer lugar —Jaskier se infló— hasta un patán como tú debe haber oído hablar de los matrimonios morganáticos. ¿Tengo que sacarte ejemplos de la historia antigua y moderna? En segundo lugar, puede que esto te asombre, yo para nada soy de los de más abajo. Mi familia, los Lettenhove, proceden de...

—Te estoy oyendo —Geralt le interrumpió de nuevo, enfadándose— y me embarga el asombro. ¿Si es de verdad mi amigo Jaskier quien habla tales chorradas? ¿Si ciertamente mi amigo Jaskier ha perdido toda pizca de razón? ¿Si es Jaskier, al que conocía como realista, quien ahora, sin venir a cuento, comienza a vivir en la esfera de las ilusiones? Te voy a abrir los ojos, cretino.

—Ajá —dijo Jaskier lentamente, apretando los labios—. Qué curiosa inversión de papeles. Yo estoy ciego, tú por tu parte te has convertido en atento y vigilante observador. Por lo común era al contrario. ¿Y cuál de las cosas, por curiosidad, que son visibles para ti soy incapaz de ver? ¿Eh? ¿A qué tengo, en tu opinión, que abrir los ojos?

—Aunque no fuera más que a que tu condesa —el brujo arrastró las palabras— es una niña malcriada, de la que ha surgido una mujer malcriada, arrogante y ridícula. A que te regaló con suspiros fascinada por la novedad y te mandará al garete en cuanto que aparezca un nuevo músico con un repertorio más nuevo y fascinante.

—Bajo y vulgar es lo que dices. ¿Eres consciente de ello, espero?

—Soy consciente de tu falta de consciencia. Estás loco, Jaskier.

El poeta guardó silencio, acariciando el mango de su laúd. Tardó un tiempo en hablar.

—Nos fuimos de Brokilón —comenzó lentamente— en una misión de locos. Aceptando un riesgo irracional, nos lanzamos a la búsqueda loca y sin la más mínima posibilidad de éxito de un espejismo. Una quimera, una alucinación, un sueño loco, un ideal absolutamente inalcanzable. Nos lanzamos en persecución como locos, como tontos. Pero yo, Geralt, no dije ni una sola palabra de queja. No te llamé loco, ni me burlé. Porque dentro de ti había esperanza y amor. Ellos te conducían en esa misión de locos. A mí al fin y al cabo también. Pero yo ya alcancé mi espejismo, y tuve tanta suerte que mi fantasía se hizo realidad y mi sueño se cumplió. Mi misión se ha terminado. Encontré lo que es difícil encontrar. Y tengo intención de conservarlo. ¿Y esto es locura? Locura sería si lo abandonara y lo soltara de mis manos.

Geralt guardó silencio tanto tiempo como lo había guardado Jaskier antes que él.

—Verdadera poesía —dijo por fin—. Y en ella es difícil ganarte. Así que no diré ya ni palabra. Has derribado todos mis argumentos. Con la ayuda, lo reconozco, de argumentos en verdad certeros. Adiós, Jaskier.

—Adiós, Geralt.

*****

La biblioteca del palacio era ciertamente enorme. La sala en la que se albergaba superaba por lo menos dos veces en tamaño a la sala del homenaje. Y tenía un techo de cristal. Gracias a ello estaba bien iluminada. Geralt se imaginó sin embargo que en verano debía de hacer allí un calor de todos los demonios.

Los pasos entre las estanterías y los anaqueles eran estrechos y angostos, anduvo con cuidado, para no tirar los libros. Tenía también que saltar por encima de los volúmenes que estaban colocados en el suelo.

—Estoy aquí —escuchó.

El centro de la biblioteca desaparecía entre los libros, colocados en montones y pilas. Muchos de ellos yacían completamente desordenados, de uno en uno o en cúmulos pintorescos.

—Aquí, Geralt.

Se introdujo en los librescos cañones y gargantas. Y la halló. Estaba de rodillas entre unos incunables arrojados al suelo, hojeándolos y ordenándolos. Vestía un sencillo vestido gris, subido un tanto para estar más cómoda. Geralt pensó que se trataba de una vista extremadamente atractiva.

—No te molestes por este desorden —dijo, al tiempo que se limpiaba la frente con una manga, porque en las manos llevaba puestos unos finos guantes de seda muy sucios por el polvo—. Están haciendo inventario y catalogando. Pero a petición mía interrumpieron los trabajos, para que pudiera estar sola en la biblioteca. Cuando trabajo no soporto tener una mirada extraña en la nuca.

—Lo siento. ¿Tengo que irme?

—Tú no eres un extraño. —Frunció un tanto sus ojos verdes—. Tu mirada... me produce placer. No te quedes así. Siéntate aquí, sobre estos libros.

Se sentó sobre
La descripción del mundo
, editado in folio.

—Este galimatías —con un ambiguo gesto señaló a su alrededor— me ha facilitado inesperadamente el trabajo. Pude llegar a algunos tomos que normalmente están allá en el fondo, bajo una roca inamovible. Las bibliotecarias de la condesa movieron los montones con un gigantesco esfuerzo, gracias al cual vieron la luz del día algunas joyas de la literatura, verdaderos mirlos blancos. Mira. ¿Habías visto alguna vez algo así?

—¿
Speculum aureum
? Lo he visto.

—Lo olvidé, perdona. Tú has visto mucho. Esto era un cumplido, no un sarcasmo. Pero echa un vistazo a esto, oh. Es la
Gesta regum
. Comenzaremos por esto para que entiendas quién es de verdad tu Ciri, qué sangre fluye por sus venas... Tienes la cara más enfadada que de costumbre, ¿sabes? ¿Cuál es la razón?

—Jaskier.

—Cuenta.

Contó. Fringilla escuchó, sentada en un montón de libros, con un pie sobre el otro.

—En fin —suspiró cuando él hubo terminado—. Reconozco que me esperaba algo de este estilo. Anarietta, hace mucho que lo advertí, muestra síntomas de enamoramiento.

—¿Enamoramiento? —bufó él—. ¿O de antojos de gran señora?

—¿Tú no crees —lo miró inquisitivamente—, por lo que parece, en el amor verdadero y limpio?

—Mi fe —cortó— no es precisamente el tema del debate ni tiene nada que ver con ello. Se trata de Jaskier y de su estúpida...

Se interrumpió, perdiendo de pronto su seguridad.

—Con el amor —dijo Fringilla lentamente— es como con un cólico nervioso. Mientras no te dé un ataque ni siquiera puedes imaginarte qué es eso. Y cuando te lo describen, no lo crees.

—Algo de ello hay —reconoció el brujo—. Pero también hay diferencias. La razón no te preserva de un cólico nervioso. Ni lo cura.

—El amor se burla de la razón. Y ahí yace su belleza y encanto.

—Su estupidez, más bien.

Ella se levantó y se acercó a él, al tiempo que se quitaba los guantes. Sus ojos daban la sensación de ser oscuros y profundos detrás de la cortina de sus pestañas. Olía a ámbar, a rosas, a polvo de biblioteca, a papel podrido, a minio y colorante de imprenta, a tinta china, a estricnina, con la que se intentaba envenenar a los ratones de la biblioteca. Aquellos olores no tenían mucho que ver con un afrodisíaco. Por ello, más extraño fue que funcionara.

—¿No crees —dijo ella con la voz cambiada— en el impulso repentino? ¿En la atracción brusca? ¿En el encuentro de dos bólidos que vuelan en trayectoria de colisión? ¿En los cataclismos?

Extendió la mano, tocó su hombro. Él la tocó a ella en el hombro. Los rostros se acercaron aún con cierta reserva, atentos y en tensión, los labios se unieron también con cuidado y delicadeza, como si temieran espantar a una criatura muy, pero que muy asustadiza.

Y luego los bólidos se encontraron y tuvo lugar el cataclismo. Cayeron sobre un montón de folios que se desparramaron por todos lados bajo su peso. Geralt metió la nariz en el escote de Fringilla, la abrazó con fuerza y sujetó por detrás de las rodillas. En la operación de subirle el vestido por encima del talle le estorbaron diversos libros, entre ellos el
Vidas de los profetas
, lleno de misteriosas iniciales e ilustraciones, así como el
De haemorrhoidibus
, un interesante, aunque controvertido, tratado de medicina. El brujo empujó los volúmenes a un lado, tiró del vestido con impaciencia. Fringilla alzó los muslos voluntariosa. Algo le molestaba en el hombro. Volvió la cabeza.
La ciencia del arte del parto para mujeres
. Rápidamente, para no tentar al demonio, miró en dirección opuesta.
De las aguas calientes sulfurosas
. Cierto, cada vez hacía más calor. Con el rabillo del ojo vio el frontispicio del libro abierto en el que descansaba su cabeza.
Notas sobre la inexcusable muerte.
Aún mejor, pensó.

El brujo forcejeaba con las bragas. Ella alzó los muslos, pero esta vez sólo levemente para que pareciera un movimiento fortuito y no una ayuda. No lo conocía, no sabía cómo reaccionaba ante las mujeres. Si acaso a las que saben lo que quieren no preferiría aquéllas que fingen que no saben. Y si no le desanimaba el que las bragas ofrecieran resistencia.

El brujo sin embargo no parecía mostrar ningún síntoma de desánimo. Se podría decir que antes al contrario. Viendo que ya era hora, Fringilla abrió las piernas con entusiasmo e ímpetu, haciendo caer un montón de libros y fascículos amontonados en pilas, los cuales se derramaron sobre ellos como un alud. El
Derecho hipotecario
, encuadernado en curtida piel, se apoyó en sus nalgas y el
Codex diphmaticus
, adornado con guarniciones de latón, cayó en la muñeca de Geralt. Geralt valoró y aprovechó la situación al vuelo: colocó el obeso tomo donde había que hacerlo. Fringilla chilló, porque las guarniciones estaban frías. Pero sólo un momento.

Suspiró profundamente, soltó los cabellos del brujo, extendió los brazos y sus manos aferraron sendos libros, la mano izquierda sujetó la
Geometría descriptiva
, la derecha el
Esbozo sobre reptiles y anfibios
.

Geralt, que la sujetaba por las caderas, sin quererlo derrumbó de una patada otro montón de libros, estaba sin embargo demasiado ocupado como para preocuparse por los folios que llovieron sobre ellos. Fringilla, jadeando espasmódicamente, hundió la cabeza entra las páginas de
Notas sobre la inexcusable...

Other books

Hanging Curve by Dani Amore
Gabriel's Bride by Amy Lillard
Where Have All the Leaders Gone? by Lee Iacocca, Catherine Whitney
Foreign Land by Jonathan Raban
The Exception by Adriana Locke
Jack and Susan in 1913 by McDowell, Michael
Educating Ruby by Guy Claxton
Beware of the Cowboy by Mari Freeman