La dalia negra (17 page)

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Authors: James Ellroy

BOOK: La dalia negra
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F. N. 2917124. Denunciado 17/1/47 6:00 horas. Caballeros:

Éste es el primer informe sobre E. Short, F. M. 15/1/47, Treinta y Nueve y Norton, Leimert Park.

1. Treinta y tres confesiones falsas o quizá falsas por el momento. Los que eran claramente inocentes han sido liberados, los incoherentes y los desequilibrados retenidos en la prisión en espera de comprobaciones de coartadas y exámenes médicos. Los enfermos mentales conocidos están siendo interrogados por el doctor De River, psiquiatra titular, con apoyo de la Div. Det. Nada sólido todavía.

2. Resultados del post mort. prelim. y posteriores: víct. asfixiada hasta morir, hemorragia resultado cuchillada oreja a oreja a través boca. Ni alcohol ni narcóticos en sangre en el momento de la muerte. (Para det. ver caso archivo 14-187-47.)

3. D. P. Boston comprobando ambiente E. Short, familia, viejos novios y sus paraderos en momento del crimen. Padre (C. Short) tiene coartada válida: está eliminado como sospechoso.

4. D.I.C. Campamento Cooke está investigando informes de paliza recibida E. Short obra soldado cuando trabajaba en la cantina en 9/43. E. Short arrestada por beber alcohol sin edad legal para ello en 9/43, D.I.C. dice que soldados arrestados con ella se encuentran todos fuera del país, por lo tanto, eliminados como sospechosos.

5. Alcantarillas de toda la ciudad siendo dragadas en busca de ropa E. Short. Toda ropa de mujer encontrada será analizada en el lab. criminal central. (Ver inf. lab. criminal para det.)

6. Informes ciudad 12/1/47-15/1/47 reunidos y leídos. Una pista seguida: mujer de Hollywood llamó para quejarse sobre gritos que «sonaban extraños, como balbuceos» en H. W. Hills noches del 13/1 y 14/1. Resultado investigación: descartado como asistentes una fiesta haciendo ruido. Agentes en la zona: no hacer caso repetición.

7. De llamadas telefónicas verificadas: E. Short vivió la mayor parte del 12/46 en San Diego, en casa de Elvera French. Víct. conoció a hija señora French, Dorothy, en cine donde Dorothy trabajaba, contó historia (sin verificar) sobre haber sido abandonada por esposo. Los French la aceptaron en su casa y E. Short les contó varias historias contradictorias: viuda mayor cuerpo aéreo; dejada encinta por piloto marina; comprometida con aviador ejército. Víct. tuvo muchas citas con hombres diferentes durante su estancia en casa de los French. (Véanse entrevistas 14-187-47 para det.)

XXXXX8. E. Short dejó casa de los French 9/1/47 en compañía de hombre al que llamaba «Red» (desc. como: B. V., 25-30, alto, «apuesto», metro setenta u ochenta, cabello rojo, ojos azules). «Red» teóricamente viajante de comercio. Conduce un sedán Dodge de la preguerra con placas de Huntington Park. Iniciada búsqueda vehículo. Orden de búsqueda para «Red».

9. Información verificada: Val Gordon (B. H.) Riverside, Calif., llamó diciendo es hermana difunto mayor fuerza aérea Matt Gordon. Dijo: E. Short le escribió a ella y a sus padres en otoño 46, poco después May. Gordon muriera al estrellarse avión. Mintió acerca de ser prometida de Gordon, les pidió $. Padres señorita Gordon, se negaron a la petición.

10. Baúl perteneciente a E. Short localizado en oficina Railway Express, parte baja Los Ángeles (empleado R. E. vio nombre víct. y foto en periódicos, la recordó depositando baúl finales 11/46). Baúl siendo examinado. Copias centenar cartas amor a varios hombres (casi todos soldados), encontradas, y (muchas menos) notas escritas a ella. También, muchas fotos E. Short con soldados de uniforme. Cartas siendo leídas, nombres y descripciones hombres serán anotados.

11. Información telefónica verificada: antiguo ten. Cuerpo Aéreo J. G. Fickling llamó de Mobile, Ala., cuando vio nombre y foto E. Short en periódicos Mobile. Dijo él y víct. habían tenido «breve asunto» en Boston finales 43 y que «continuamente tenía como a diez hombres más haciendo cola». Fickling tiene coartada para momento del crimen. Eliminado como sospechoso, niega también haber estado nunca comprometido con E. Short.

12. Numerosas llamadas con pistas a todo el D.P.L.A. y oficinas del
sheriff
. Las que parecían de chalados descartadas, otras dirigidas a las áreas correspondientes a través Cent. Homicidios. Todas pistas siendo verificadas de forma cruzada.

XXXXXX13. Información direcciones verificadas: E. Short vivió en esas direcciones en 1946. (Nombres siguiendo direcciones son de quien ha llamado o residentes verificados misma dirección. Todos salvo Linda Martin comprobados en registros.)

13-A-1611 N. Orange doctor, Hollywood. (Harold Costa, Donald Leyes, Marjorie Graham) 6024 Carlos Ave., Hollywood. 1842 N. Cherokee, Hollywood (Linda Martin, Sheryl Saddon) 53 Linden, Long Beach.

14. Resultados hallazgos en solares vacíos DIC: no se encontró ropa de mujer, sí numerosos cuchillos y hojas de cuchillo, todos demasiado oxidados para ser arma del crimen. No se halló sangre.

15. Resultados batida Leimert Park (con fotos E. Short): nada (todas afirmaciones de haberla visto obviamente de chalados).

En conclusión: creo que todos los esfuerzos investigadores deberían centrarse alrededor interrogatorios relaciones conocidas de E. Short, en particular sus numerosos amantes. Sargento Sears y yo iremos a San Diego para interrogar sus R.C. de allí. Entre orden de búsqueda «Red» y los interrogatorios R.C.L.A. deberíamos obtener información significativa.

Russell A. Millard, Ten.,

Número de Placa 493, Central Homicidios

Me di la vuelta para encontrarme con Millard, que me observaba.

—Venga, sin pensarlo, ¿qué te parece todo eso? —dijo.

Hurgué en mi bolsillo arrancado.

—¿Se merece todo esto, teniente?

Millard sonrió; me di cuenta de que las ropas arrugadas y un poco de barba necesitada de la navaja no lograban empañar su aureola de clase.

—Creo que sí. Tu compañero piensa que sí.

—Lee está persiguiendo al hombre del saco, teniente.

—Ya sabes que puedes llamarme Russ.

—De acuerdo, Russ.

—¿Qué obtuvisteis tú y Blanchard del padre?

Le entregué mi informe de Millard.

—Nada detallado, sólo más datos sobre que la chica era una cualquiera. ¿Qué es todo eso de la
Dalia Negra
?

Millard golpeó con las palmas de las manos los brazos de su asiento.

—Podemos darle las gracias a Bevo Means por eso. Fue a Long Beach y habló con el conserje del hotel donde la chica estuvo el verano pasado. El conserje le dijo que Betty Short siempre llevaba vestidos negros ceñidos. Bevo pensó en esa película de Alan Ladd, La
dalia azul
, y lo sacó de allí. Supongo que la imagen servirá para tener por lo menos una docena más de confesiones al día. Como dice Harry cuando ha tomado unos tragos: «Hollywood te joderá cuando nadie más lo haga». Eres un tipo listo y duro, Bucky. ¿Qué piensas?

—Pienso que quiero volver a la Criminal. ¿Puedes hacer que Loew lo permita?

Millard meneó la cabeza.

—No. ¿Vas a responder a mi pregunta o no?

Dominé el impulso de golpear a lo que fuera o de suplicar.

—Le dijo que sí o que no al tipo equivocado en el momento y en el lugar equivocados. Y dado que por esa chica han pasado más tipos que neumáticos por la autopista de San Berdoo, y como ella no va a contárnoslo, yo diría que encontrar a ese tipo equivocado va a ser un trabajo de todos los demonios.

Millard se puso en pie y se desperezó

—Bien, chico listo, ve a la comisaría de Hollywood y reúnete con Bill Koenig. Luego, los dos vais a interrogar a los inquilinos de las direcciones de Hollywood que figuran en mi informe resumen. Concentraos en los amigos. Si puedes, no dejes muy suelto a Koenig y redacta tú el informe, porque Billy es prácticamente un analfabeto. Vuelve aquí cuando hayas terminado.

Obedecí, con mi dolor de cabeza convirtiéndose en jaqueca. Lo último que oí antes de salir a la calle fue a un grupo de polis que se estaban riendo de las cartas de amor de Betty Short.

Recogí a Koenig en la comisaría de Hollywood y fui con él a la dirección de la avenida Carlos. Estacioné delante del 6024.

—Tú tienes más rango, sargento —dije—. ¿Cómo quieres que juguemos la partida?

Koenig carraspeó ruidosamente y luego se tragó el nudo de flema que había logrado expectorar.

—Fritzie es el que pregunta pero se encuentra en cama, enfermo. ¿Qué te parece si hablas tú y yo me quedo en segundo plano, como apoyo? —Abrió su chaqueta para mostrarme una porra de cuero metida en el cinturón—. ¿Crees que va a ser un trabajo de músculos?

—Va a ser un trabajo de hablar —respondí, y salí del coche.

Había una anciana sentada en el porche del 6024, una casa marrón de tres plantas construida con madera de chilla y un letrero que ponía HABITACIONES PARA ALQUILAR sobre una estaca clavada en la hierba. La anciana vio que me acercaba, y cerró su Biblia.

—Lo siento, joven —me espetó—, pero sólo alquilo a chicas que tengan carrera y referencias.

Le enseñé mi placa.

—Somos agentes de policía, señora. Hemos venido para hablar con usted sobre Betty Short.

—Yo la conocía como Beth —respondió la anciana, y luego miró a Koenig, que estaba con los pies en el césped, mientras se hurgaba la nariz con disimulo.

—Está buscando pistas —dije yo.

La mujer lanzó un bufido.

—No las encontrará dentro de eso tan gordo que tiene en medio de la cara. ¿Quién mató a Beth Short, agente?

Saqué pluma y cuadernito.

—Para descubrir eso hemos venido aquí. ¿Podría decirme su nombre, por favor?

—Soy la señorita Loretta Janeway. Llamé a la policía cuando oí el nombre de Beth en la radio.

—Señorita Janeway, ¿cuándo vivió Elizabeth Short en esta dirección?

—Comprobé mis libros justo después de oír las noticias. Beth se quedó en mi habitación trasera de la tercera planta, a la derecha, desde el catorce de septiembre al diecinueve de octubre pasados.

—¿La envió alguien con referencias?

—No. Lo recuerdo muy bien, porque Beth era una chica tan guapa... Llamó a la puerta y dijo que subía por Gower cuando había visto mi letrero. Me contó que era aspirante a actriz y que necesitaba una habitación barata hasta que llegara su gran oportunidad. Yo dije que ya había oído eso antes y le expliqué lo bien que le iría perder ese horrible acento de Boston que tenía. Bueno, Beth se limitó a sonreír y me dijo: «Ahora es el momento de que todos los hombres acudan en ayuda de su rey», sin el más mínimo acento. Luego, añadió: «¿Ve? ¿Ve cómo sigo los consejos?». Estaba tan ansiosa de caer bien que le alquilé la habitación, aunque mi política es no alquilárselas nunca a la gente del cine.

Anoté la información pertinente y luego le pregunté:

—¿Qué tal inquilina era?

La señorita Janeway meneó la cabeza.

—Que Dios le dé reposo a su alma, pero se trataba de una inquilina horrible y me hizo lamentar el haber roto mi regla sobre la gente del cine. Siempre pagaba con retraso, siempre andaba empeñando sus joyas para comer e intentaba que la dejara pagar por días en vez de por semanas. ¡Quería pagar un dólar al día! ¿Puede imaginarse el espacio que ocuparían mis libros de contabilidad si le dejara hacer eso a todas mis inquilinas?

—¿Mantenía relaciones sociales con las demás inquilinas?

—¡Dios santo, no! Su habitación disponía de escalera particular, así que Beth no necesitaba entrar por la puerta principal como las demás chicas y nunca asistió a los cafés con pastas que yo les servía a las chicas al volver de la iglesia los domingos. Beth nunca fue a la iglesia y me dijo: «Las chicas están bien para hablar con ellas alguna vez, pero yo prefiero a los hombres de todas todas».

—Aquí viene mi pregunta más importante, señorita Janeway. ¿Tuvo Beth algún amigo mientras vivió aquí?

La anciana recogió la Biblia y la apretó contra sí.

—Agente, si hubieran entrado por la puerta principal como los pretendientes de las otras chicas, yo los habría visto. No quiero blasfemar de una muerta, así que limitémonos a decir que oí montones de pasos por la escalera de Beth a las horas menos convenientes.

—¿Mencionó alguna vez que tuviera enemigos? ¿Alguien a quien temiera?

—No.

—¿Cuándo la vio por última vez?

—A finales de octubre, el día en que se fue. Me dijo: «He encontrado una cueva más agradable», y lo hizo con su mejor voz de chica californiana.

—¿Le comentó adónde se iba?

—No —respondió la señorita Janeway. Luego se inclinó hacia mí como para hacerme una confidencia, al tiempo que señalaba a Koenig, que volvía al coche rascándose la ingle—. Tendría que hablar con ese hombre respecto a su higiene. Con franqueza, es repugnante.

—Gracias, señorita Janeway —repuse yo, regresando al coche e instalándome detrás del volante.

—¿Qué te ha dicho ese vejestorio de mí? —gruñó Koenig.

—Que eres encantador.

—¿De veras?

—De veras.

—¿Y qué más?

—Que un hombre como tú podría hacer que volviera a sentirse joven.

—¿De veras?

—De veras. Le he dicho que 10 olvide, que estás casado.

—No estoy casado.

—Lo sé.

—Entonces, ¿por qué le has mentido?

Metí el coche en el tráfico.

—¿Quieres que te mande notitas amorosas al trabajo?

—Oh, ya entiendo. ¿Qué ha contado de Fritzie?

—¿Conoce a Fritzie?

Me miró como si el retrasado mental fuera yo.

—Montones de personas hablan de Fritzie cuando él no está delante.

—¿Y qué dicen?

—Mentiras.

—¿Qué clase de mentiras?

—Mentiras con mala intención.

—¿Por ejemplo?

—Que pilló la sífilis por tirarse a las putas cuando trabajaba en la Antivicio. Que le dejaron un mes sin empleo y sueldo para que se curara con mercurio. Que le trasladaron a la Central por eso. Mentiras con mala intención, y cosas aún peores que eso.

Sentí escalofríos que me subían y bajaban por la columna vertebral. Giré para entrar en Cherokee.

—¿Como cuáles? —pregunté.

Koenig se acercó un poco más a mí, inclinándose desde su asiento.

—¿Me estás sonsacando o qué, Bleichert? ¿Buscas cosas malas que contar sobre Fritzie?

—No. Soy curioso, nada más.

—La curiosidad mató al gatito lindo. Recuerda eso. —Lo haré. ¿Qué sacaste en el examen de sargento, Bill?

—No lo sé.

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