Authors: Gonzalo Giner
—Mira, dejémonos de rodeos y vayamos al grano. ¿Ya has interpretado el papiro? —Sus ojos le miraban desde una inquietante profundidad.
—Sí, ya lo he leído entero y...
—¿Tú crees en las profecías?
—Me temo que no, y menos aún en la que está escrita en ese papiro.
—¡Abre esos ojos tan limpios que tienes, y deja que penetre la luz en su interior! No digas de antemano que no a lo que no conoces, hermana.
Lucía se admiraba de su perfecto castellano y le contestó:
—Primero, no soy tu hermana, y segundo, ¿cómo no lo voy a hacer si soy una científica? Como tal, nunca doy por cierta una verdad hasta que no ha sido probada.
—¡Como quieras, Lucía! Si deseas saber cosas sobre mí o sobre nosotros te las contaré, pero antes necesito tu juramento de que vas a hacer, sin tener en cuenta tus más que seguras reservas lógicas, una cosa que te quiero pedir.
—Bueno, depende de lo que sea... —dudó Lucía, intranquila por lo que podía querer la israelí.
—Como tú misma dices, hasta que no llegas a probar una cosa, no sabes si es realmente cierta. ¿No es eso lo que has dicho?
—¡Sí, es lo que he dicho!
Raquel se enderezó en el sillón y adoptó un gesto lleno de gravedad. Su única esperanza para que se cumpliera la profecía como tanto deseaba se encontraba enfrente de ella. Era una desconocida y lógicamente desconfiada. Pero sabía de antemano que iba a ser la elegida. Creía en la predestinación y esa mujer, sin saberlo, había sido designada hacía cientos de años. Esto le había sido revelado por el Dios de la luz aquel día en que se vieron por primera vez.
—¡Júrame que vas a cumplir los pasos exactos que marca esa profecía y que lo harás el 7 de noviembre de este año!
—Espera, espera... ¡vas demasiado rápida! Yo no juraré nada que suponga mutilar a alguien, que, por lo que veo, es como acostumbráis a conseguir que se cumplan las profecías.
—Tranquila, a ti no te hará ninguna falta. A veces hemos tenido que emplear métodos dudosos, dejando de lado nuestras propias creencias basadas en el amor, el respeto a los demás y en la contemplación del bien, guiados por un fin tan maravilloso que dejábamos a un lado los medios que aplicábamos. En efecto, tuvimos que actuar con aquel joven cuando circunstancialmente nos lo encontramos, después de haber tratado de poner en marcha la profecía, y una vez que habíamos introducido todos los objetos que poseíamos en la Vera Cruz. Su aparición en los alrededores de aquel templo nos pareció de lo más providencial, pues en él se podía representar el tercer signo. Sólo ayudamos a que el detalle físico que le faltaba no fuera excusa para un total éxito de la profecía. —Ante la cara de espanto que ponía Lucía dejó de dar más detalles y trató de serenarla—. En tu caso, has de alcanzar el resultado sin el empleo de nada que te violente, sólo con la conjunción de las tres alianzas. ¡Con eso es suficiente!
—Lo que me estás pidiendo que haga me resulta de lo más extraño. Ni tampoco entiendo tu objetivo. ¿Quieres que junte esas tres supuestas alianzas a que haces referencia, bajo juramento, y sin apenas explicarme nada? —Se sentía muy rara. Aquello era totalmente absurdo. En su mente, y sin ninguna lógica, le estaban asaltando dos pensamientos antagónicos. ¿Cómo iba a atender, sin más, los deseos de una extremista religiosa? Pero por más que no se entendiera ni a ella misma, notaba como si un sereno y decidido impulso interior le estuviese empujando a hacer lo que aquella mujer le pedía. Era un deseo de total abandono, una fisura en sus entrañas que dejaba volar libre su voluntad hacia aquello que se le pedía. Sus labios se abrieron ajenos a su voluntad, para contestarle con una decidida actitud—: Bueno... sí, podría hacerlo, ¿por qué no...? —Vomitó esas palabras como si necesitasen proyectarse fuera de ella, evitándole un daño mayor en sus adentros si las conservaba por más tiempo.
La mujer suspiró algo más tranquila tras escuchar las palabras de Lucía.
—Te digo que sí, sin saber ni por qué lo hago. Pero ¿me puedes explicar, por qué debo hacerlo el día 7 de noviembre?
—Por una coincidencia de números. Para la cábala el siete se corresponde con el triunfo, es el principio de causa final, es el esfuerzo dirigido a un fin determinado. El mes de noviembre hace el número once en el total del año, y once acompañan al elegido, hasta sumar entre todos doce. Es necesario que sumemos once y siete para que nos den dieciocho y, separando las cifras, dieciocho son uno más ocho, que suman nueve. El número de la sabiduría, de la ciencia, de la plenitud. —Lucía trataba de seguir aquel extraño razonamiento numérico sin entender demasiado su propósito. La israelí siguió hablando—: A estas alturas imagino que sabes que somos una comunidad esenia. Por otro lado, sé que has estudiado bastante acerca de nosotros, pero seguro que muy poco sobre las tres alianzas que vas a reunir bajo tu reciente juramento. Es bueno que sepas que lo mismo que vas a tratar de hacer tú ahora, durante los últimos ocho siglos muchas de nuestras comunidades lo han intentado en distintas ocasiones sin éxito. Algunos dentro de la iglesia de la Vera Cruz. Sabemos que probaron todas las posibilidades que la profecía dejaba un poco abiertas, pero finalmente nunca pasó nada. Nosotros mismos lo hemos vuelto a intentar, como sabes, sin conseguirlo tampoco.
Lucía la cortó, ante la infinidad de preguntas que se le empezaban a agolpar en su cabeza.
—Vayamos por el principio. Háblame del papiro. En nuestras investigaciones hemos descubierto varias cosas. Primero, y hablando del contenido, entiendo que sólo se trata de un fragmento que formaría parte de una profecía más larga. Por su datación, hemos pensado que su autor pudo ser el profeta Jeremías. Además, tengo varias preguntas que me gustaría que me aclarases. ¿De dónde salió y cómo cayó en vuestras manos? Y segunda, ¿estamos en lo cierto y realmente es de Jeremías?
Raquel empezó a darle las claves necesarias para resolver sus dudas. Los fundadores de la comunidad esenia de Qumram habían sido doce sacerdotes del Templo de Salomón, que lo abandonaron para constituir una nueva orden en el desierto, para ellos una nueva tierra prometida tras otro éxodo. Los textos del profeta Jeremías se habían mantenido celosamente guardados en el templo, y sólo unos pocos habían leído la profecía completa. En efecto, uno de sus fragmentos había sido llevado con ellos, junto con el brazalete de Moisés, al nuevo templo que de forma simbólica se había constituido en Qumram. Al faltar ese fragmento que completaba la profecía, la Biblia nunca pudo recoger el contenido íntegro de lo que le había sido revelado por Yahvé.
Quiso anteponer a la continuación de su relato que, según se aseguraba en la tradición, Jeremías había ocultado parte del tesoro del templo, la propia Arca de la Alianza con las Tablas de la Ley y otros objetos sagrados, para protegerlos de Nabucodonosor. Le animó a leer con detenimiento el capítulo 31 de Jeremías en la Biblia. Allí se revelaba la llegada de una nueva alianza entre Yahvé y su pueblo, y como prueba de ello Jeremías daba la primera pista para entender que aquélla se habría producido, quedando ésta reflejada en la misma Biblia. La recitó de memoria: «Este lugar quedará ignorado hasta que Dios realice la reunión de su pueblo y tenga misericordia de él. Entonces el Señor descubrirá todo esto y se manifestará la gloria del Señor y la nube y el fuego, como se manifestaron en tiempos de Moisés y como cuando Salomón oró para que el templo fuese gloriosamente santificado». Cualquiera que no conociera la continuación de la profecía que poseían los esenios pensaría que el descubrimiento del lugar donde fue escondida el Arca y el resto de aquellos objetos coincidiría con aquella señal profetizada. Pero si fuera así, allí no encontrarían los tres símbolos de las tres alianzas. En todo caso podría pensarse que sólo los de una, la de Yahvé con Moisés.
Lucía recordaba el contenido del fragmento que recientemente había traducido, donde Jeremías daba el resto de las claves para desencadenar la profecía.
—Raquel, en efecto el papiro habla de tres alianzas y es cierto que el Arca y las Tablas de la Ley simbolizan la de Moisés. Pero nosotros hemos llegado a tener una fundada sospecha de que el brazalete que nos habéis tratado de sustraer se corresponde también con esa alianza. De ser así, ¿crees que estamos en lo cierto?, y ¿cuáles son entonces las otras dos?
—Para cada una de las tres alianzas de las que habla el profeta Jeremías existe un símbolo. Estamos seguros de que el brazalete es uno de ellos, el símbolo de la segunda. El medallón que has visto en el cofre es el mismo que mandó hacer Abraham para que fuera llevado por su hijo Isaac y sus descendientes, como símbolo de su sagrada alianza con Yahvé, y primera que Este estableció con el hombre. Ese medallón fue pasando de generación en generación hasta llegar a nuestras manos, hacia mediados del mil doscientos, cuando fue descubierto por un esenio, de nombre Gastón de Esquivez, que ocultaba su verdadera fe bajo la adscripción de templario, como otros muchos hermanos nuestros hicieron durante aquella época.
—Sé bastantes cosas sobre ese hombre. Incluso leí algo sobre el medallón, aunque he de reconocer que no sabíamos nada de su verdadero origen —dijo Lucía.
—Estábamos al tanto de tus investigaciones a través de uno de los nuestros que, como ya sabes, te vigilaba desde dentro del archivo. Volviendo al medallón, el templario Esquívez lo recuperó de manos de un cátaro, un tal Subignac, que lo había heredado de un antepasado suyo, que vivió la primera cruzada y la entrada en Jerusalén. Sabemos que llegó a sus manos a partir de una mujer judía, que era heredera descendiente directa del propio Isaac. Una mujer nacida en Hebrón, mi ciudad. Pero déjame que siga con los otros símbolos. Respecto del brazalete de Moisés, sobre el cual no me extenderé, pues veo que ya habíais llegado a su identificación, te contaré al menos cómo llegó a nuestras manos. Ese brazalete lo trajo a Navarra uno de los nuestros, Juan de Atareche, desde un recóndito lugar del mar Muerto, donde le fue encomendada su protección por nuestros hermanos de allí; Atareche perteneció a la hermandad esenia de Segovia, aunque fue comendador templario de Puente la Reina, en Navarra. Él mismo lo escondió en la Vera Cruz y allí estuvo durante muchas décadas. Cuando las cosas se pusieron feas para los templarios a principios del siglo XVI, Atareche ya había muerto hacía años, así que lo recogió Joan Pinaret, que era también templario y esenio como los anteriores. Éste se lo llevó a otra encomienda, la de Jerez de los Caballeros, cuando fue destinado a ella. El resto de los objetos, el medallón y el papiro, se repartieron entre la comunidad para ser escondidos en diferentes lugares. Nosotros sabíamos con cierta aproximación dónde se encontraban, y sólo hemos ido tratando de recuperarlos desde hace unos pocos años.
—El resto de la historia hasta llegar a manos de los Luengo, la conocemos bien —la cortó Lucía, que recordaba las conversaciones con Lorenzo Ramírez y Fernando en su finca.
—Para nosotros, los Luengo han supuesto una dificultad tras otra y nos ha obligado a emplear la violencia con ellos, como desgraciadamente le ocurrió a la mujer de Fernando. Desde hacía tiempo sospechábamos que podían tener algún objeto esencial para nuestras intenciones, aunque todavía no sabíamos nada del brazalete, pues ha sido ahora, a través de nuestro espía en el archivo, cuando lo supimos. —Raquel imaginaba el terrible efecto que iban a suponer en Lucía sus siguientes palabras. Adoptó un semblante sereno, una abierta mirada y un gesto de dulzura, para hacérselo lo más suave posible—. Hace unos años, un hermano nuestro que buscaba en su domicilio cualquier pista interesante para nosotros fue descubierto por ella y no le quedó más remedio que acabar con su vida, ante el escándalo de sus chillidos y la amenaza del atizador con que quiso agredirle. Aunque te parezca tremendo decirlo así, su destino estaba escrito.
—¿Fuisteis vosotros los que la matasteis? Esto ya se me hace insoportable. Me pregunto qué hago yo aquí, entre una panda de asesinos, tramando una locura apocalíptica. —Iba a tocar el timbre para avisar a la funcionaria y largarse cuanto antes de allí cuando se vio frenada por Raquel, que le pedía una última oportunidad para explicarse.
Empezó afirmando que ellos sólo perseguían la paz, que la violencia era el peor signo que acompañaba al mal y que, con ella, cada alma cargaba con el yugo de sus efectos hasta el final de los días. Le juró que aquello nunca dejaba sus conciencias en paz y que jamás pretendían usar el mal como medio, aunque había una única cosa que les consolaba cada vez que la sangre había empañado alguna de sus acciones. Una idea universal que ponía el significado a la vida y a la muerte.
—«Para construir, antes ha habido que destruir», Lucía. Si lo piensas con serenidad, no hay nada en este mundo que deje de cumplir la ley que acabo de exponerte. Debes confiar en mí, aunque te parezca un acto doloroso, impensable o repulsivo. Puedes y debes hacerlo. —Lucía se sentía mareada escuchando aquellas palabras que fluían con sabiduría desde esa mujer. La propia voluntad de sus actos estaba encadenada a la suya, y nada podía hacer para evitarlo. Continuó escuchándola, sintiéndose casi paralizada por el efecto de su poder—. El tercer símbolo es el que más nos ha costado identificar. —Raquel proseguía con su relato con toda naturalidad, tras saber superada aquella crisis—. Empezamos creyendo que se trataba de la cruz donde murió Jesús de Nazaret. Un objeto que para los cristianos representa la mayor de las alianzas con Dios. La Santa Cruz sería el testimonio del sacrificio y muerte del Hijo de Dios. Por ese motivo, la iglesia de la Vera Cruz siempre ha sido para nosotros una referencia fundamental en todos nuestros propósitos. Entre otras muchas razones, que las hay, porque allí mismo se veneraba un fragmento de esa cruz. La iglesia llegó a reunir los tres símbolos de las tres alianzas: la cruz de Jesús, el medallón de Isaac y el brazalete de Moisés. Ya teníamos las tres premisas que pedía la profecía, pero lamentablemente nunca llegó a funcionar. No se revelaron nunca los tres signos que profetizó Jeremías o, si lo hicieron, nunca pasó nada más. Nuestro grupo de Zamarramala averiguó por esas fechas que había aparecido un nuevo objeto sagrado; el comendador de Chartres se encargó de que el objeto y su portador llegasen hasta Esquivez. Supo que había sido incautado al mismísimo papa Inocencio IV en Éfeso cuando éste acababa de hacerse con él. Se trataba de un pendiente. El mismo que tienes en tu poder ahora. Un pendiente que había pertenecido a la madre del Nazareno. —Lucía estaba maravillada por la trascendencia de las revelaciones que estaba escuchando—. Al recibirlo en Zamarramala, el templario Esquivez debió pensar que podía ser éste, y no la cruz, ese tercer símbolo al que aludía la profecía. En verdad, al haberse establecido las alianzas entre Yahvé y los hombres, podía pensarse que la tercera alianza se habría producido a través de ella, como portadora de su propio Hijo, y no en Él o con algún objeto que hubiera pertenecido a Jesús. Pero aunque se probó con el pendiente, tampoco llegó a realizarse la profecía.