La costa más lejana del mundo (27 page)

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

BOOK: La costa más lejana del mundo
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Póngase esta chaqueta, señor —dijo Killick en tono malhumorado al llegar corriendo adonde él estaba con una chaqueta en la mano—. Póngasela. La he hecho con algún propósito, ¿verdad? Me he pasado la maldita noche cortándola y cosiéndola —rezongó.

Gracias, Killick-dijo Jack sin prestarle mucha atención y se puso la chaqueta con capucha y luego gritó—: ¡Todos a desplegar velas! ¡Desplegar las sobrejuanetes y las alas de barlovento!

No hacía falta nada más. Cuando el capitán dio la orden, los marineros subieron a la jarcia y los obenques de ambos costados se oscurecieron por su presencia. El contramaestre dio algunos pitidos y los marineros largaron las velas, cazaron las escotas y movieron las vergas con extraordinaria rapidez. Entonces la
Surprise
se movió hacia delante bruscamente, formando grandes olas con la proa, y el serviola volvió a gritar que el barco estaba allí pero que había virado y ahora se dirigía al sur.

Señor Blakeney —dijo Jack a un guardiamarina empapado por la lluvia pero con la cara roja de excitación—, suba a la cruceta del trinquete con un telescopio y dígame qué ve.

El señor Blakeney comprobó que había virado y gritó que podía ver su estela y que navegaba a la cuadra.

Desde el alcázar, Jack y todos los oficiales que estaban en la parte de babor pudieron ver a lo lejos su silueta borrosa bajo la grisácea luz.

¿Puede ver alguna cofa de serviola? —preguntó.

No, señor —respondió el joven después de escrutarlo durante un lamo minuto—. No tiene ninguna.

Todos los oficiales sonrieron en ese momento, pues pensaron que los barcos que navegaban por aquellas aguas sólo eran balleneros o barcos de guerra, y ningún ballenero se hacía a la mar sin una cofa de serviola, ya que esa era una de sus partes esenciales. Por tanto, ese barco que se encontraba a pocas millas a sotavento era un barco de guerra y tal vez era su presa, la
Norfolk
, que debido a un accidente o al mal tiempo había tenido que repostar en algún aislado puerto del sur.

¡Cubierta! —gritó el primer serviola en tono angustiado—. ¡Es un paquebote!

Naturalmente, por allí podía pasar también el paquebote
Danaë
, y todos lo recordaron en ese momento. El hecho de que se encontrara allí indicaba que también había navegado a muy poca velocidad. Indudablemente, había virado en redondo y se acercaba tan rápido como podía a la
Surprise
para averiguar qué barco era.

¡Maldita sea! —dijo Jack mirando a Pullings—. Tendremos que hablar con su capitán dentro de poco. Izaremos el pequeño gallardete y la bandera cuando puedan verlos, pero no antes, porque el viento los desgastaría inútilmente.

Entonces fue a terminar de tomarse el café, y como le dijeron que el doctor Maturin estaba atendiendo a un paciente, desayunó solo. Pero pensó que el
Danaë
tenía algo extraño. Era evidente que su capitán no confiaba en que la bandera que ondeaba en la
Surprise
era realmente la suya y era lógico que desconfiara, pero había dado una respuesta a la señal secreta de modo que no se distinguía bien, a pesar de que ya había mucha claridad. También era extraño que hubiera orzado (pues eso indicaba que quería situarse a barlovento de la fragata) y que de vez en cuando se izaran en el palo mesana banderas de señales que no llegaban a extenderse bien. Era una embarcación veloz, como todos los paquebotes, y ahora tenía una gran cantidad de velamen desplegado y se alejaba de la
Surprise.

Pullings mandó a decir al capitán que no le gustaba la actual situación y Jack subió a la cubierta. Observó pensativo el paquebote con un pedazo de tostada en la mano. Se había identificado correctamente y tenía izada la bandera que le correspondía. En ese momento sus tripulantes izaron una hilera de banderas que indicaban «Llevamos despachos», y eso significaba que no podía detenerse ni ser detenido. A pesar de eso, Jack recordó que la respuesta a la señal secreta había sido ambigua y que habían bajado las banderas de señales antes de que se desplegaran completamente.

Repítela —ordenó Jack—. Y dispara un cañonazo por barlovento.

Puso el pedazo de tostada cuidadosamente sobre la cureña de una carronada y miró el
Danaë por
el telescopio. Parecía que los tripulantes no sabían qué hacer y que todo lo hacían torpemente. Las banderas subieron y bajaron otra vez, luego se hizo un nudo en la driza y después las banderas subieron y volvieron a bajar antes de que pudieran verse bien. Jack había usado ese truco muchas veces para ganar tiempo antes de capturar una presa. Puesto que el
Danaë
era una embarcación muy veloz, si hacía eso era probable que virara bruscamente y soltara algunos tomadores. Pero eso no serviría de nada. Jack estaba seguro de que el enemigo se había apoderado de él y de que trataba de escaparse.

Calculó aproximadamente la fuerza del viento y de la corriente y la velocidad del paquebote y dijo:

Que los marineros desayunen y luego viren la fragata. Si a ese barco le ha ocurrido lo que pienso y logramos capturarlo, lo llevarás a Inglaterra.

Gracias, señor —dijo Pullings con una amplia sonrisa.

Nada podía ser mejor para él, desde el punto de vista profesional. Seguramente no alcanzaría la gloria por ganar una batalla (el armamento del paquebote era mucho menos potente que el de la fragata y probablemente no entablaría un combate con ella), pero eso no tenía importancia, porque en ella quienes la alcanzaban eran el capitán y el primer teniente, y para un voluntario como él, el hecho de llevar a Inglaterra un barco recuperado era la mejor prueba de su diligencia y su buena suerte, y a ambas cosas las autoridades les concedían mucho valor cuando daban empleo.

Tendremos que perseguirlo un rato —dijo Jack, mirando a lo lejos mientras se hacía sombra sobre los ojos con la mano—. Díselo al doctor, porque le gusta ver las persecuciones.

Poco tiempo después, cuando la fragata navegaba hacia el sur a toda vela con el viento por la aleta, preguntó:

¿Dónde está el doctor?

Bueno, señor… —respondió Pullings—. Parece que estuvo despierto toda la noche porque la esposa del condestable está enferma y ahora se encuentra en la cámara de oficiales junto con el pastor, y ambos, sentados junto a la estufa, están clasificando sus insectos. Dice que si usted le ordena que suba a la cubierta y soporte la lluvia, el aguanieve o una tormenta, tendrá mucho gusto en obedecerle.

Jack se imaginó la cantidad de expresiones de enfado y protesta que el doctor habría dicho y que Pullings no estimaba conveniente repetir.

Tengo que decirle a Killick que también le haga una chaqueta con capucha, porque su sirviente no sabe coser. ¿Has dicho que la esposa del condestable está enferma? Pobre mujer.

Seguro que ha comido demasiado. Pero no podría estar en mejores manos. ¿Te acuerdas de cómo el doctor le sacó los sesos al señor Day en el alcázar de la
Sophie
y se los colocó correctamente enseguida? ¡Marineros de proa, suban la escota de la trinquetilla media braza!

Todos en la
Surprise
se dedicaban a hacerla avanzar hacia su presa, y eso era algo que el capitán y los tripulantes sabían hacer muy bien. Los marineros trabajaban perfectamente combinados, casi sin necesidad de recibir órdenes, y aprovechaban cualquier movimiento del mar y del viento para tirar de las brazas para orientar las velas y constantemente largaban y arriaban los foques y las velas de estay. Los tripulantes de la
Surprise
gustaban de perseguir presas y tenían más experiencia en capturarlas que la mayoría de los marineros. Además, cuantos más mercantes y barcos de guerra capturaban y más barcos recuperaban, más ganas tenían de capturar y recuperar otros. Ahora todos tenían el mismo deseo de alcanzar su presa que los piratas, y aunque parecía que nada podía aumentar su ahínco por perseguirla y atraparla, en este caso lo aumentaba el deseo de beneficiar al capitán Pullings (a quien todos apreciaban), ya que habían oído la promesa que Jack le había hecho. Con ese aliciente adicional, los marineros trabajaban con más afán, y aunque el
Danaë
navegaba velozmente y su tripulación era tan hábil que el capitán creía que mantendría la ventaja de cinco millas que llevaba a la fragata y la noche podría protegerlo de ella, fue obligado a ponerlo en facha a sotavento de la fragata cuando el sol aún estaba a cierta distancia del horizonte.

Dile al doctor que tiene que venir a la cubierta y disfrutar de la victoria tanto si quiere como si no —ordenó Jack y después, cuando Stephen apareció, dijo—: Éste es el paquebote del que nos hablaron. Los marineros de la
Norfolk
deben de haberlo capturado, pues su tripulación pertenece a ella. Ahí viene el oficial norteamericano. ¿Tienes algún comentario que hacer?

¿Podemos hablar después de que te hayas entrevistado con él? —preguntó Stephen, que no tenía ningún comentario que hacer en público—. Me alegro de que lo hayas recuperado sin disparar un tiro. No sabía que la persecución progresaba tan bien. El señor Martin y yo pensábamos que habría mucho ruido y muchas carreras antes del final.

Miró hacia el
Danaë
y vio a un pequeño grupo de hombres en el castillo que se daban palmadas en los hombros unos a otros y gritaban a los sonrientes tripulantes de la
Surprise
. Era evidente que esos hombres estaban prisioneros y que habían recuperado inesperadamente la libertad. Había otros hombres en el combés, y todos tenían una expresión triste. Era obvio que eran los tripulantes y que estaban cansados tras pasar todo el día tirando de los cabos y las brazas y largando y arriando velas. El capitán, que era un joven teniente, puso la expresión más serena que pudo cuando subió por el costado y saludó a los oficiales y a Jack, a quien ofreció su sable.

No, señor, puede quedarse con él —dijo Jack, negando con la cabeza—. Le aseguro que nos hizo danzar mucho para alcanzarle.

Creí que podríamos escapar —dijo el teniente—. Si el paquebote no hubiera perdido tanto velamen al sur del cabo de Hornos y hubiera tenido más y mejores tripulantes… Pero tengo la satisfacción de que ha sido capturado por una embarcación que tiene fama de veloz.

Creo que los dos necesitamos tomar algo —dijo Jack, guiándole a su cabina, y, volviendo la cabeza hacia un lado, ordenó—: Continúe, capitán Pullings.

El capitán Pullings continuó su trabajo diligentemente y acercó el paquebote lo más posible a la fragata para pasar a los hombres de una embarcación a otra antes de que terminara el día y de que llegara la tormenta que iba a haber casi con toda seguridad. Stephen y Martin, antes de volver a sentarse junto a la estufa, observaron durante un rato cómo las lanchas atravesaban las olas entre una embarcación y la otra para llevar tripulantes de la
Surprise
e infantes de marina al paquebote y traer de allí a los antiguos prisioneros, a los marineros norteamericanos, a un guardiamarina de piernas largas y los libros y documentos del
Danaë.

Aquí están sus papeles —dijo el capitán Aubrey cuando Stephen fue a hablar con él—. No nos proporcionan mucha información porque en el diario de navegación inglés no se escribió nada más desde que fue capturado, y en los restantes papeles sólo se cuentan detalles sobre el tiempo, que era bastante malo casi en todo momento. Pero los prisioneros, quiero decir, los marineros que tuvieron que tripular el
Danaë
cuando fue capturado, me dieron más información. Como el paquebote fue apresado de este lado del cabo de Hornos, no saben si la
Norfolk
está en el Pacífico o no, pero saben que apresó dos balleneros que navegaban rumbo a Inglaterra en el Atlántico Sur, y que uno de ellos hacía tres años que estaba navegando y tenía llenos todos los toneles. Mira, lee el borrador del informe oficial que daré a Pullings para que lo entregue cuando regrese a Inglaterra. Así podrás enterarte de todo en un momento y podrás ayudarme a mejorar un poco el estilo en las partes que estimes conveniente.

Stephen leyó el conocido principio: «En la
Surprise
, en alta mar (viento N cuarta al E y tiempo bastante bueno) 49°35' S, 63°11' O. Milord: Tengo el honor de comunicar a su señoría que…».

Luego dijo:

Mira, Jack, antes de seguir leyendo, quiero que me digas una cosa. Si hay un tesoro en el paquebote, ¿estará más seguro con Tom o con nosotros?

En cuanto al tesoro, el capitán de la
Norfolk
se lo llevó. Eran dos baúles de hierro llenos de oro. ¡Dios santo! Como era de esperar, no iba a dejarlo allí. Yo no lo habría dejado, ¡ja, ja, ja!

¿Y si hay documentos, valiosos documentos, escondidos en su armazón, crees que tienen más posibilidades de perderse si los lleva Tom o si los llevamos nosotros? —preguntó Stephen en voz tan baja como antes, y acercando su silla a la de Jack.

Jack le miró fijamente y dijo:

El problema son los barcos corsarios. Esa embarcación puede navegar más rápido que la mayoría de los barcos de guerra, salvo si hace mal tiempo, pero Tom tendrá que pasar por una zona frecuentada por barcos corsarios franceses y norteamericanos procedentes de las Antillas, y, además de que algunos son muy rápidos, él sólo tendrá un puñado de marineros, mosquetes y pistolas que parecen de juguete para defenderse de ellos. Tom no correrá un gran riesgo, pues el océano es muy grande, pero creo que esos documentos estarían más seguros en nuestras manos.

Entonces, antes que se haga de noche, quiero que tengas la amabilidad de ir al paquebote conmigo para registrar la cabina donde estaban los baúles.

Muy bien. De todos modos quería verlo. ¿Tenemos que llevar una bolsa?

No —respondió Stephen—, pero sería conveniente llevar una regla de una yarda.

Estaba intranquilo, pues pensaba que el dinero siempre complicaba las cosas y a veces podía causar graves problemas. Le parecía extraña la forma en que le habían hablado del escondite del
Danaë
, y, por el hecho de que sir Joseph le dijera en sus cartas que en Londres había una atmósfera de recelo, le parecía todavía más extraña. Debido a esas circunstancias, tenía deseos de no hacer nada. Había recibido instrucciones para actuar en una situación diferente a la que se le presentaba, y cualquier cosa que hiciera podría ser considerada inadecuada. No obstante, si no hacía nada y el paquebote era capturado, le considerarían estúpido, incompetente o algo peor. Pensaba que el escondite podría estar vacío porque el enemigo hubiese encontrado los documentos o el propio Cunningham, al ser apresado, se los hubiese entregado.

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