La Cosecha del Centauro (10 page)

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Authors: Eduardo Gallego y Guillem Sánchez

BOOK: La Cosecha del Centauro
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Era el gran momento de Eiji. Adoptó un aire profesional, competente.

—¿Habéis detectado otros cambios de comportamiento en la fauna?

—No; de momento, éste es el único, pero ¿te parece poco? —¿Las habéis combatido?

—¿Eh? ¡Ah, no! —Kurt alzó las manos, en un gesto que proclamaba inocencia—. Nos quedamos tan sorprendidos, y los daños han sido tan escasos, que dimos aviso a las demás colonias. Las noticias vuelan; nos enteramos de lo ocurrido con las hadas de Eos, y dedujimos que ambos sucesos podrían estar relacionados. De momento, nos limitamos a observar extravagancias —concluyó, sin dejar de mirar a las laboriosas chicharras.

—Ya... ¿Se han mostrado hostiles frente a los seres humanos?

—¡Qué va! —El colono se acercó a la piedra y agarró una chicharra pequeñita—. Son mansas; se dejan manosear, y sus compañeras no reaccionan.

Eiji estudió al animal. Era de una especie diferente al bichillo que había analizado momentos antes, aunque detectó ciertas similitudes. Sin duda, estaban lejanamente emparentados. También se hacía la muerta, para despistar a los depredadores.

—No es nada personal, hija —le susurró Eiji, en son de burla—, pero vas a ir derechita al tarro.

El bioanalizador cumplió con su función, y pasó los datos a la memoria. Mientras, los expedicionarios se dedicaban a contemplar fascinados el ir y venir de las chicharras en su colmena. Por eso, les sobresaltó la palabrota que soltó Eiji. Se volvieron hacia él, alarmados. El biólogo, enfundado en su aparatoso traje, miraba al aparato como si éste hubiera enloquecido.

—Según este cacharro —lo blandió al estilo de una cachiporra—, las chicharras son
idénticas, gen a gen
, a las hadas de Eos, Wanda. Si nos fijamos en el genoma, ¡se trata de
la misma especiel

—Pues se parecen como un huevo a una castaña —replicó Bob, flemático—. Las hadas son gráciles, aladas y estúpidas, mientras que las chicharras... Además, Eos y Erewhon están separados por bastantes años luz.

—Pues eso es lo que hay —Eiji estaba muy excitado; se dirigió a Asdrúbal, que había permanecido callado todo el rato—. Comandante, necesito unos cuantos voluntarios y un equipo completo de recogida de muestras.

En Erewhon había edificios destinados a la investigación. Resultó sencillo adaptar uno de los laboratorios biológicos a las necesidades de Eiji. Estaba bien equipado, aunque los científicos locales miraban con ojos de deseo mal disimulado a los artilugios traídos de la
Kalevala.

En medio del recinto estaba la colmena de piedra. La habían arrancado de su lugar gracias a unos cortadores láser, y traído hasta allí con una plataforma agrav. Las chicharras no parecían haberse inmutado con el traslado forzoso, y seguían enfrascadas en sus cosas. Un campo de fuerza evitaba posibles fugas de las más aventureras. En las mesas de disección, cual insectil galería de los horrores, yacían los cadáveres desmembrados de buen número de ellas.

Llevaban varios días en Erewhon, esperando a que Eiji concluyera sus prospecciones por el continente. A todos les apetecía proseguir el viaje, pero el biólogo insistió en que se trabajaba más a gusto en tierra firme, sobre el terreno, y Asdrúbal le dio el visto bueno. Aunque de personalidad inmadura, era competente. Se le podía permitir ese capricho. Mientras, los demás, por culpa del pésimo clima, se vieron obligados a quedarse en la casa comunal y a fomentar las relaciones sociales.

Finalmente, Eiji, con aire misterioso, convocó una reunión informativa, y los implicados se dirigieron al laboratorio. Alguien con sentido práctico había excavado una red de túneles desde la casa comunal al resto de los edificios, y no hubo que salir al exterior. Los integrantes de la comitiva caminaban en fila india y en silencio, cada uno sumido en sus cavilaciones o, simplemente, pensando en las musarañas. Wanda se puso al lado de su sobrino y le atizó un codazo disimulado.

—Intenta no mirar de forma tan descarada el culo de Nerea, chaval —le advirtió por el comunicador privado—. Se te nota demasiado.

Bob se guardó de replicar en voz alta, pero apartó la mirada de su objetivo y enrojeció. —No digas disparates, tía.

—¿Disparates? ¡Ja! En mis años mozos, cuando me rondaba un montón de moscones, vi esa mirada fija, inconfundible, que persigue cierta parte de nuestra anatomía. Los hombres, siempre pensando en lo único...

—Wanda, te estás figurando unas cosas...

—No lo arregles, que es peor. —Su semblante seguía inmutable mientras caminaba, aunque en su fuero interno se estaba divirtiendo horrores—. Eso sí, reconozco que la chica está bien formada, aunque algo flaca. Tienes buen gusto, pillín... Bien que has ido tras ella estos días, dándole la tabarra, ¿eh?

—Tía...

—Al menos, aún no te ha mandado a paseo. Deduzco que tienes posibilidades. —Ya basta, ¿no?

Bob estaba tan pendiente de aquel diálogo silente que estuvo a punto de atropellar a Nerea cuando la comitiva se paró en seco ante la puerta del laboratorio. El incidente quedó en un leve empellón. Al sentir el abordaje por la retaguardia, la piloto se volvió, extrañada.

—Perdona... —farfulló Bob, azorado.

—Estos jóvenes de hoy tienen la cabeza llena de pájaros —entró al quite Wanda—. Mira por dónde andas...

Nerea sonrió, quitándole importancia, y entraron al laboratorio. Allí, sin más preámbulos, Eiji les rogó que tomasen asiento y empezó con sus explicaciones. Se le notaba sobreexcitado.

—Amigos míos, queda fuera de toda duda que hadas y chicharras son genéticamente idénticas. Es la prueba definitiva de que fueron dispuestas aquí por unos misteriosos seres a los que desde ahora llamaré
sembradores
, si os parece bien.

—Amén —dijo Wanda—. Si pertenecen a la misma especie, ¿cómo explicas las diferencias de forma? No se parecen en nada...

—¡Ahí está la gracia! —replicó, con voz un tanto quebrada; Wanda pensó que a lo mejor se había atiborrado de estimulantes—. Aunque los genomas de hadas y chicharras sean idénticos, hay unas moléculas que regulan qué genes se expresan, y en qué orden. Cambios pequeños en el desarrollo embrionario, al sumarse de forma no lineal, dan lugar a resulta dos espectacularmente distintos. Tiene sentido —continuó, con la mirada perdida—. Fijaos: los sembradores disponen de un número relativamente reducido de especies para poblar mundos, pero pueden
programarlas
para que se adapten a entornos tan distintos como los de Eos y Erewhon. Sólo se trata de activar o bloquear ciertos reguladores. —Ahora, el biólogo se enfrentó a Wanda, y sonreía—. No tendría que extrañaros. Vosotros también modificáis organismos cuando colonizáis planetas. En realidad, convertís a animales y plantas en
herramientas biológicas
que cumplen vuestros propósitos.

—Nosotros manipulamos el genoma. Introducimos ADN útil en las especies que seleccionamos —repuso Bob—. Sin embargo, los sembradores juegan con moléculas reguladoras de la expresión génica... Interesante.

—Sí. Aunque los genomas de las chicharras estén fijados artificialmente, y sean incapaces de mutar, su expresión es sumamente plástica. Tenemos así adaptación sin mutaciones. ¡Toma ya!

En los últimos días, Kurt había sido informado de la teoría de la panspermia en la Vía Rápida. Sin embargo, lo que a él le preocupaba era
lo suyo
:

—Bueno, pero ¿cómo explica eso el cambio de conducta en las chicharras?

—Pues resulta que
los cambios ambientales modifican la expresión de los genes
de estas criaturas —soltó Eiji con solemnidad.

Se hizo el silencio, mientras los demás trataban de digerir aquella información.

—¿Qué cambios ambientales? —preguntó Kurt, claramente a la defensiva.

—Por suerte, tenemos la respuesta. Hemos capturado chicharras del continente, y las comparamos con nuestras amigas. —Eiji señaló a la colonia que presidía el laboratorio—. A la hora de preparar el suelo para los invernaderos, lo fumigasteis con bromuro de metilo, ¿verdad? Es muy barato producirlo.

Se trata de un biocida prohibido desde hace milenios. También se carga a los bichos alienígenas, por azares de la bioquímica.

El semblante de Kurt se crispó. Aquello había sonado como una acusación.

—Lo empleamos en dosis adecuadas y en condiciones estrictamente controladas. Velamos por la fauna autóctona y...

—Y yo me lo creo. —A Eiji no parecía importarle el enojo del colono—. Pero el bromuro que usáis para esterilizar el suelo se filtró y llegó, en dosis no letales, a las chicharras solitarias. Dentro de sus cuerpos, se unió a ciertas moléculas y algunos genes que estaban reprimidos se desbloquearon. Ahí tenéis el resultado. La tasa reproductora ha aumentado de manera increíble y de repente se han convertido en animales sociales. En pocas generaciones, se ha desarrollado incluso un sistema de castas.

»Pero el proceso no se detiene ahí. Al tornarse gregarias, las chicharras alteran el entorno, lo cual, a su vez, afecta a la expresión de nuevos genes. Se modifica el comportamiento aún más, y se genera una espiral de cambio de consecuencias imprevisibles. El proceso se retroalimenta hasta que al final se alcanza algún tipo de equilibrio...

—O todo se va al carajo —sentenció Asdrúbal. Era difícil contemplar la modesta colmena de chicharras y que la mente no la asociara con las ruinas de VR—218.

—En cualquier caso, hasta a mí me asusta lo brutal del cambio —prosiguió Eiji, después de una pausa dramática—. Tras la exposición al bromuro, en un par de generaciones desarrollaron la capacidad de segregar un ácido capaz de corroer la roca. Así excavan sus madrigueras. El sistema de castas vino a continuación y... ¿En qué se convertirán si nada las para?

Asdrúbal no fue el único en rememorar la imagen de VR—218.

—¿A que estamos pensando en lo mismo? —dijo Nerea. —¿Seríais tan amables de ponerme al corriente? —Kurt estaba bastante molesto.

—Ruinas en mundos muertos —respondió Eiji, y le expuso un resumen del tema. Luego se desentendió del colono y se dirigió a Wanda—. Eso me llevó a retomar el tema de las hadas majaretas. Envié un mensaje en el que ordenaba a los robots que dejamos en Eos que capturaran ejemplares en distintos lugares, los analizamos y... En efecto, algo en el ambiente ha activado ciertos genes, en este caso relacionados con la actividad del sistema nervioso. Eso ha provocado cambios de conducta. ¿Tienen algún propósito final, o se deben al azar?

—¿Cuál podría ser el desencadenante en el caso de las hadas? —preguntó Bob.

—Sólo se me ocurre uno:
la actividad humana.
Alteramos el medio, eso afecta de algún modo a los bichos, ciertos genes durmientes se expresan y...

—Eso quiere decir que todos los mundos de la Vía Rápida habitados por colonos pueden estar a punto de sufrir catástrofes ecológicas —concluyó Asdrúbal.

Otro silencio sepulcral. La animosidad de Kurt se había esfumado como por ensalmo. Ahora sólo quedaba un hombre desconcertado, atemorizado.

—¿Qué... qué deberíamos hacer? ¿Erradicar las chicharras?

—Si me permiten —intervino Manfredo con su exquisitez habitual—. No soy ecólogo, pero la eliminación de una especie puede conllevar consecuencias imprevisibles en los ecosistemas.

—¿Qué consecuencias ni qué niño muerto? —fue la desabrida respuesta de Kurt—. ¡Sólo son unos bichos insignificantes!

—Tal vez se trate de una
especie clave
—insistió el arqueólogo—. Su eliminación podría generar estrés en otras (por ejemplo, sus depredadores), y estamos hablando de criaturas cuya expresión del genoma es sensible a los cambios ambientales. Además... En Eos hallamos ruinas alienígenas. Determinamos que las construcciones fueron literalmente devoradas por microorganismos. ¿Y si, por imprudencia, provocáramos la aparición de cepas de microbios asesinos, capaces de sintetizar venenos mortíferos o atacar a las personas? Mediten sobre ello.

En pocos minutos de charla ya llevaban unos cuantos silencios sepulcrales. Éste fue el más largo e incómodo.

—O sea, es como si estuviéramos sentados sobre un barril de nitroglicerina —dijo Wanda al cabo de un rato, resignada.

—En los viejos tiempos rezaban— añadió Manfredo—. No servía para remediar los problemas, pero al menos consolaba.

—Fantástico —murmuró Wanda. Mientras, las chicharras, ajenas a las tribulaciones de sus carceleros, seguían tallando laberintos en la roca.

Erewhon había quedado muy atrás. La
Kalevala
surcaba de nuevo el hiperespacio, camino del centro galáctico. Bob paseaba por las dependencias de la nave, en apariencia ocioso. Realmente iba de caza, a ver si podía enterarse de secretos tecnológicos. Le costaba acostumbrarse a la
Kalevala.
Pese a que no era una astronave grande, el interior daba sensación de amplitud y desahogo. Había unos pasillos que recorrían los costados de proa a popa. Aparte de su función primordial de conectar dependencias, durante ciertas horas se permitía a los tripulantes fanáticos del deporte usarlos como improvisada pista de atletismo.

—Si tuvieran que cultivar la tierra o llevar una casa repleta de críos, seguro que no tendrían que recurrir a eso para quemar calorías —había sentenciado Wanda el primer día, nada más cruzarse con un esforzado corredor echando el bofe, y Bob le dio la razón.

Aquella tarde todo estaba inusualmente tranquilo. Los tripulantes descansaban o se ocupaban de otras tareas, así que Bob caminaba solitario y un tanto aburrido. Decidió buscar a alguno de los científicos para preguntarle si habían averiguado algo interesante, cuando al doblar un recodo estuvo a punto de darse de bruces con Nerea. La piloto iba vestida con pantalones cortos y una camiseta vieja que dejaba el ombligo al aire y muy poco espacio a la imaginación. Corría descalza, y lo de
piernas bien torneadas
no era una mera frase hecha para referirse a ellas. El sudor hacía que la tela se le pegase al cuerpo. Se paró al lado de Bob, y éste tragó saliva. «Mírala a los ojos. A los o-j-o-s», se dijo, forzándose a no actuar como un pajarillo hipnotizado por una serpiente. Antes de que pudiera pronunciar una frase para salir del paso, ella se le adelantó, sonriente: —¡Hola, Bob! Pareces un alma en pena, vagando sin rumbo...

—Pues... Pensaba reunirme con Eiji, a ver si tenía novedades sobre las chicharras —dijo, tratando de mantener la compostura—. ¿Sabes por dónde anda?

—Creo que reservó la sala de hologramas. Algo está tramando, seguro. Oye; concédeme un cuarto de hora para que me duche y me ponga presentable, y te acompañaré a echar un vistazo. ¿Hace? A cambio, luego te pagas unas rondas en la cantina.

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