»Era demasiada tranquilidad, demasiado aburrimiento para su inquieto espíritu, siempre ávido de fuertes emociones. Primero empezó con pequeñeces, pero rompiendo, eso sí, la promesa que hacía tiempo le había hecho a Shallem de no asustarme con sus poderes.
»La primera vez que lo hizo era de noche y yo estaba durmiendo. Desperté súbitamente, como nos ocurre a menudo, sin justificación aparente, cuando alguien perturba nuestro sueño observándonos con fijeza.
»Y allí estaba: el ángel de la Anunciación de Fray Angélico con sus emplumadas alas multicolores, su media melena rubia y las manos cruzadas sobre el pecho, envuelto en un halo de luz.
»—Y el ángel del Señor anunció a Juliette —declamó con una melódica voz.
»Me quedé estupefacta; sentada en la cama, agarrándome a las sábanas, contemplaba el prodigio muda de admiración. Luego, el ángel levantó sus ojos vítreos hacia mí y, dirigiéndome un gesto burlón e insinuante, de pronto, desapareció, o, mejor dicho, se transmutó con tal rapidez que era imposible para el ojo humano percibir el cambio. Pero allí, en el lugar donde el ángel ficticio había estado, el real se retorcía entre risas histéricas.
»Yo estaba anonadada. Nunca había observado ninguna transformación tan espectacular, aunque sabía que podían llevarlas a cabo. Pero verlo con mis propios ojos… semejantes cambios de la materia… Fue mucho más duro que cuando la serpiente asomó por su boca, pues ahora no contaba con el abrazo protector de Shallem.
»Mientras Cannat se reía, yo me sujetaba el pecho tratando de calmar mi corazón desbocado.
»Me harté de insultarle, pero todas las presuntas ofensas que se me ocurrían le hacían una gracia indecible.
»—Oh, continúa, por favor —me pedía entre risas cuando yo terminaba con mi consabida sarta de injurias.
»Pero aquella primera vez fue sólo el aperitivo que abrió el voraz apetito de malsana diversión de Cannat. Pues, una vez probado el primer bocado, ya no pudo parar.
»Sus miríficas transformaciones se sucedieron a diario durante un tiempo, arrancándome incontenibles alaridos de terror que a él le resultaban hilarantes. Se me aparecía bajo todas las formas que quepan en su imaginación: reptiles espantosos de cuya existencia yo ni siquiera conocía; entes mitológicos formados por una amalgama de distintos animales, reales o ficticios; cuerpos humanos… Recuerdo una vez en que permaneció junto a mí en el saloncito, durante toda una tarde, bajo la apariencia de una mujer.
»—Me encanta ser mujer —afirmó con una voz tan aguda y cristalina que únicamente en la entonación recordaba a la auténtica—. Una vez lo fui durante más de diez años. Pero no es un cuerpo tan práctico como el de un hombre…
»Pero un día…, Dios mío…, aquella fue su más odiosa metamorfosis. Un día se transformó en el propio Shallem.
»Lo vi en el umbral, con su melena oscura mal recogida tras las orejas, en un gesto tan suyo; sus dulcísimos y siempre húmedos ojos verdeazulados, que yo creía inimitables, con su amorosa expresión; sus labios, rojos y apetecibles como granadas exquisitas; la recia robustez de su cuerpo y su viril apostura, casi discordante con la delicada ternura que irradiaba su rostro. Sí, aquella era la imagen exacta de Shallem y, sin embargo, mi ser no se emocionó ante su aparición ni por un solo instante. No en vano un retacito de su alma avivaba la mía.
»—¿Por qué me haces esto? —le grité, al tiempo que me dirigía airadamente a su encuentro—. ¿Por qué me odias de este modo?
»—No necesitas mi respuesta —me contestó con la cálida voz de Shallem—. Sin embargo, te equivocas. Yo no te odio, realmente.
»Me acerqué a él lo máximo que pude. ¡Dios! Qué engaño más sofisticado y diabólicamente perfecto.
»—Porque si lo hiciera —continuó calmosamente—, habría acabado contigo hace ya mucho tiempo. ¿Sabes cuándo? El mismo día en que Shallem te llevó a su templo. Para entonces, yo ya sabía que acabarías siendo su juguete predilecto. Pero ¿por qué privarle de ese placer que tan caro le iba a resultar? Me gusta ver a Shallem enfrentado con el mundo, radiante de furia, preparado para la lucha. Y a él también le divierte. ¡A veces resulta tan monótono vivir eternamente en este insulso mundo de humanos! Son buenas cierta dosis de tensión y una pizca de emoción para desentumecer nuestras facultades divinas. Y eso sólo lo proporciona la liza contra los nuestros, los dioses, los poderosos. Matar humanos carece de emoción. No hay un desafío real. Tú has sido el pretexto para una hermosa contienda, que, espero, tendrá las dimensiones adecuadas.
»"Por otro lado, ¿cuánto puede durarle a Shallem el capricho por materia tan perecedera? ¿Los ochenta años que te ha prometido, como máximo? ¿Qué es eso en la infinita vida de un ángel? Puedo esperar.
»"Luego volverá a mí, más hastiado que nunca de su existencia entre los hombres, lo mismo que ha hecho mil veces. Oh, sí, querida, ¿pensabas que eras la única? —me preguntó, sonriendo odiosamente.
»—Mientes —le increpé—. Sólo quieres hacerme daño.
»—¿Puedes estar segura? —me interrogó, lanzándome una perversa mirada.
»—Sí, lo estoy. Dirías cualquier cosa con tal de verme sufrir.
»—De eso sí puedes estarlo —aseguró, y comenzó a hacer avanzar lentamente hacia mí su perfecto disfraz, y yo, temerosa de su encanto diabólico, retrocedí—. ¿Sabías que pudo evitar que tu cuerpo envejeciera, y no lo hizo? —me preguntó, pasándose el cabello por detrás de la oreja, como Shallem solía hacer—. Aún podría hacerlo, si quisiera. ¿Por qué no lo hará? ¿Eh? ¿Tú qué crees? —me había acorralado contra la pared, apoyando sus brazos sobre ella—. Pero ¿sabes?, espero que no se canse de ti antes de la fecha de tu muerte. Así tendré la oportunidad de desnudar mi hombro para que llore sobre él. Me encanta consolarle. ¡Es tan dulce! La más tierna de las obras divinas.
»—Y tú la más dañina.
»—Pero, querida mía, ¡aún no hablas con conocimiento de causa!
»—¿Cómo es posible que Shallem te quiera? —murmuré.
»—¿Cómo es posible que te soporte a ti? —gritó—. ¡Esa es la pregunta! —luego calmó su voz—. Mira mis labios —me rogó, con la más seductora de las voces de Shallem—, jugosos como fresas maduras. Son los labios que tanto ansías, los que tanto echas de menos. —Se inclinó hacia mí, hasta que aquella copia inmejorable del cabello de Shallem se deslizó como una cascada oscura deteniéndose sobre mi hombro. Y luego añadió susurrante—: Son los labios húmedos y cálidos de Shallem; los que tanto deseas. ¿No quieres besarlos?
»Por un segundo me asustó un fugaz anhelo de dejarme embriagar por la seductora ilusión.
»—Ser abominable —le espeté.
»—¡Juliette! —exclamó falsamente asombrado. Y, después, me preguntó con voz conmovedora—: ¿Es que ya no me quieres?
»—No me embaucarás, monstruo —le dije.
»—Oh, querida, no es lo que pretendo. No me negarás que no estás precisamente en el momento de mayor atractivo de tu vida —miró mi abultado vientre y sonrió con sarcasmo—. ¿De veras crees que a Shallem le importaría que copulásemos juntos? Te equivocas. Le encantaría.
»—Cerdo.
»—¿Cuánto tiempo crees que te recordará después de tu muerte? ¿Una semana? ¿Un mes? No sufras. Yo le ayudaré a olvidar. Yo le consolaré de tu pérdida.
»—¡Vuelve a tu ser, maldito!
»—Oh, no, querida, no te equivoques en eso. Tú eres la maldita. Yo soy un ángel. —Y sacudió la cabeza como si lo dijese con inocente convicción.
»—¡Adopta de nuevo tu auténtica forma o me iré! ¡Me iré, te lo juro!
»—¿Y a mí qué me importa si te vas? —gritó—. ¿Qué me importa lo que te ocurra? ¡Apártate de mi lado y no vivirás dos segundos!
»—¿Y si no me importa morir? ¿Y si me expongo a la muerte y ésta me acepta? ¿Qué le dirás cuando Shallem te mire a los ojos y averigüe la verdad?
»—¿Y qué crees? ¿Qué se abalanzará sobre mí dispuesto a vengar a su amada, como en la obra de un teatrillo callejero? —gritó—. ¿Qué mierda piensas que eres para él comparada conmigo? Un pasatiempo de unos años; dulce y hermosa, pero pasajera compañía en su experiencia como mortal. Eso eres. No más. Criatura miserable y perecedera cuya carne apestará un día con hedor insoportable. Ni siquiera nuestros cuerpos se constituyen de la misma materia. Aborréceme si quieres, pero créeme cuando te digo que jamás llegarás a conocer, ni en superficie, al ser que tanto amas. No podría expresar en palabras humanas el tiempo transcurrido desde nuestra divina creación, somos parte del mismo espíritu, esencia de la misma esencia, y, aun así, ni yo mismo le conozco. Shallem es una criatura muy complicada; yo, en cambio, soy tremendamente sencillo, ¿no te parece?
»—Monstruo falaz —le insulté. Pero él sólo soltó una risilla sardónica.
»—¡Qué lamentable falta de elocuencia sufres! —dijo.
»A la hora de acostarnos, Cannat, por hacerme daño, aún conservaba la apariencia de Shallem. Sus palabras acerca de la auténtica inmortalidad que éste me había negado reverberaban en mi cerebro. Yo había creído en ellas. Shallem había podido evitar que yo envejeciese, que yo le abandonase, y no lo había hecho; no había querido hacerlo. Tal vez Cannat tenía razón, y Shallem sabía que, por más que ahora me quisiera acabaría cansándose de mí. Todo parecía apoyar esta idea, y yo no podía soportar la pena que me causaba. Cannat se tumbó de lado, junto a mí, y fue paseando su dedo índice por cada curva de mi trémulo cuerpo. Luego se acercó y depositó un beso en mi mejilla; hundió su rostro entre mi hombro y mi cabello y, con su brazo cruzado inocentemente sobre mi pecho, pareció quedarse dormido. El corazón me golpeaba en el pecho como un tambor.
»Cuando, después de aquel día, perdí, o fingí perder el miedo a sus horribles transmutaciones, Cannat se cansó de su juego.
»Estuvo tranquilo durante unos días, e incluso se mostró más amable conmigo. Me contestaba ampliamente cuando le preguntaba por la situación de Shallem, o si corríamos peligro inminente nosotros. También encontró gusto en pasear conmigo por el campo durante la noche y contarme historias fascinantes que usted daría su vida por conocer, pero que no viene al caso narrarle. Lo hacía con el mismo placer con que me instruía en el saloncito de casa cuando Shallem estaba, pero con más… con más intimidad, con mayor complicidad; no solamente como un modo de pasar el tiempo, sino como el padre que enseña al hijo los entresijos de la vida que cree ser el único en conocer.
»Tal vez el hecho de hacerme partícipe de los misterios que un mortal no debe conocer, o recordar durante su vida como tal, era para Cannat un modo más de fastidiar sutilmente a Dios. Quién sabe.
»Pero la inacostumbrada falta de acción hacía padecer a Cannat extraños altibajos en su conducta cuya víctima, por supuesto, era yo.
»El cénit del terror llegó un día sin que nada lo hubiese provocado o advertido. Así es Cannat, le gusta dar sorpresas imprevistas.
»Fue un terror sutil y sofisticado que sólo a un ángel malévolo podría ocurrírsele y que sólo él era capaz de llevar a cabo.
»Aquel día había estado muy cariñoso; sospechosamente cariñoso. Me había subido en brazos hasta la cima de una colina donde habíamos almorzado. Fue agradable. Hacía un buen día; soleado, pero no demasiado caluroso. Llevamos una cesta con comida y mucho vino que, según ya le he mencionado, a Cannat le encantaba, aunque, como es de suponer, no le hiciera el menor efecto.
»Nos sentamos a la sombra de un gran árbol y allí almorzamos tranquilamente.
»—¿Quieres que te muestre algo? —me preguntó cuando hubimos acabado.
»Su expresión era la de un niño afanoso por enseñar sus pequeños tesoros.
»—Claro —le contesté enseguida, pensando que se trataría de alguna planta u animalito oculto bajo tierra, que para Shallem y para él constituían admirables maravillas.
»Se puso en pie con el rostro encendido y me tendió las manos para ayudarme a levantar.
»—Está un poco lejos —admitió, y, con mirada pícara, añadió—: Pero te cogeré en brazos y llegaremos… volando.
»De pronto se me ocurrió sospechar ante tanta deferencia.
»—¿No estarás tramando algo malo? —le inquirí.
»—¡Oh, no! Te parecerá muy aleccionador, ya lo verás —me miró de forma inquisitiva, casi implorante, esperando mi conformidad—. Valdrá la pena, te lo prometo —insistió.
»—Si me llevas a algún lugar para asustarme se lo contaré a Shallem. También yo te lo prometo —le amenacé, como una niña.
»—Shallem lo vio y no se asustó…
»Aquel comentario sí que picó mi curiosidad. Deseé saber qué era lo que Shallem había visto y de lo que no me había hablado. Mi usual interés por conocerlo todo sobre él pudo más que mis temores. Cannat permanecía mirándome expectante.
»Aún no había vencido todos mis reparos cuando la respuesta salió de mis labios como dotada de voluntad propia.
»—Bueno, vamos.
»Él esbozó una amplia y angelical sonrisa y me cogió en brazos.
»—Agárrate bien —me recomendó.
»Al principio no caí en la cuenta de lo que pretendía hacer. Estaba embobada contemplando sus ojos desde aquella posición. Aquel día lo había pasado bien, y, puesto que llevaba una temporada bastante amable, empezaba a sentir una especie de afecto por él. Ya sabe, el síndrome de Estocolmo. Fue cuando noté que nos elevábamos en el aire, como si nuestra masa corporal se hubiese hecho nula, cuando, percatándome de lo que estaba ocurriendo, me aferré a su cuello, gritando, espantada. Vi el suelo a gran distancia por debajo de nosotros mientras continuábamos nuestro ascenso. De repente, una idea que me causó pánico se me pasó por la cabeza. ¿Y si Cannat me dejaba caer? “Te haré probar tu inmortalidad”, me había amenazado. ¿Y si era eso exactamente lo que pretendía?
»Subimos tanto que comencé a sentir asfixia. Jamás hubiera sospechado que llegaría a aferrarme a Cannat con tanta fuerza, pero la sensación de ingravidez me resultaba tan espantosa como el temor a la caída libre.
»Llegados a un punto, Cannat se detuvo. Yo tenía mi mejilla firmemente apoyada contra su cabello, de modo que no me era posible verle la cara a no ser que despegase mi cabeza de la suya; cosa que, por mi seguridad, no estaba dispuesta a hacer, a pesar de sus esfuerzos para intentar mirarme a los ojos.
»—Mírame —me ordenó—, o tendré que soltar una mano para obligarte a hacerlo.
»Lentamente, y cerciorándome de no aflojar la tensión en torno a su cuello, volví mi rostro hacia el suyo. En mi vida había visto unos ojos más azules que los suyos, con la inmaculada pureza de aquel cielo sin nubes reflejándose en ellos. Jamás había sido más ángel que en aquel momento, con su cabello rubio ondeando contra el látigo del viento, y flotando ingrávido a cientos de metros del suelo. Florencia aparecía a lo lejos, más diminuta que las figuritas de un belén. Mi colisión contra el suelo era una posibilidad inminente y sin embargo, yo no veía otra cosa que el reflejo de mis ojos en los suyos iluminados por su sonrisa.