…amor… pronto… joder… sí y… corta… ahora… amor… corta… sí, sí
…
Sí.
Las palabras eran densas. Bellis se apartó de ellas… física, literalmente, retrocedió un paso para alejarse del punto flaco en el metal. Las palabras, los sonidos, se emitían con rapidez, tan llenas de pasión y necesidad que tenían que ser contenidas o se convertirían en un chillido sin palabras.
corta sí amor corta
Dos chorros de palabras, masculina y femenina, solapadas, entrelazadas e inextricables… inextricables en sus ritmos.
¡Jabber misericordioso!
, pensó Bellis. Uther Doul la observaba, impasible.
¡Corta y corta y amor y corta!
, pensó Bellis y se dirigió hacia la puerta, horrorizada. Pensaba en lo que estaban haciendo, en sus habitaciones, apenas a unos metros de distancia.
Doul la sacó de aquel terrible cuchitril. Ascendieron atravesando capas de metal hacia el aire de la noche. Doul no dijo nada.
¿Qué estás haciendo?
, pensaba ella mientras miraba su espalda.
¿Por qué me muestras esto?
No había visto nada salaz en su comportamiento. No lo entendía. Rígido, elocuente y formal en sus propios aposentos, hablando sin parar de teorías e historias extraordinarias para no quedarse en silencio, se había convertido, en aquellos corredores, en un niño truculento con un escondite secreto. Y con algo parecido al orgullo mudo y sin articular que ella hubiera esperado de un niño así, la había llevado hasta su guarida privada y le había mostrado su secreto. Y ella no podía ni imaginar por qué.
Se estremeció al recordar las exclamaciones jadeantes, las retorcidas declaraciones de pasión de los Amantes. De amor, suponía. Recordó sus cortes, sus cicatrices. La sangre y la piel abierta, el fervor. Se sentía como si fuese a vomitar. Pero no era la violencia, ni los cuchillos que utilizaban, ni lo que hacían lo que la horrorizaba. No era nada de eso. Los pecadillos no la perturbaban en absoluto, podía entenderlos.
Se había convertido en algo más. Era la emoción en sí misma, el intenso, vertiginoso, enfermizo y vomitivo ardor que había oído en aquellas voces lo que la aterraba. Estaban tratando de atravesar a cortes la membrana que los separaba y verterse en una hemorragia el uno sobre el otro. Deshacer su integridad por algo que estaba mucho más allá del sexo.
Aquella cosa violenta y gimiente que ellos tomaban por amor, se le antojaba a ella más parecida a la
masturbación
y la repugnaba.
Bellis se sentía horrorizada por ella. Horrorizada, amenazada y asqueada.
Durante el día Shekel estaba ocioso.
Como la mayoría de los jóvenes macarras que merodeaban por los alrededores de Puerto Basilio, se ganaba la vida del mismo modo en que lo había hecho en Nueva Crobuzón: haciendo recados, llevando y trayendo mensajes y mercancías, manteniendo los ojos y los oídos abiertos y gracias a las propinas ocasionales que le daban sus patrones. Su sal empezaba a ser inteligible, aunque aún no fluido.
Pasaba un poco más de la mitad de las noches con Angevine. Ella dormía en el
Castor
de Tintinnabulum, bajo el campanario. A menudo volvía a altas horas de la noche, pues las reuniones de Tintinnabulum con sus colegas, con Krüach Aum y Bellis y los Amantes se prolongaban hasta muy tarde y Angevine iba a buscar libros y otros materiales para él, a la biblioteca o a su laboratorio secreto del barco. Regresaba cansada y Shekel trataba de conseguir que se relajara con masajes inexpertos y una buena cena.
Ella no hablaba mucho sobre el proyecto del avanc, pero su tensión y su excitación no se le pasaban por alto a Shekel.
Las demás noches las pasaba en la que todavía consideraba su propia casa, la que compartía con Tanner Sack.
Tanner no se encontraba allí siempre. Como le ocurría a Angevine, el proyecto lo obligaba a trabajar en un horario largo y difícil. Pero cuando estaba presente, hablaba más que ella de lo que estaba haciendo. Le describía a Shekel el extraordinario aspecto de la brida, sumergida en las aguas transparentes, los bancos de peces tropicales que circulaban entre sus eslabones, que ya empezaban a desarrollar una costra de plantas y moluscos tenaces y que de noche se recogían con luces frías. Todas aquellas horas de trabajo, horas de soldar y probar y sugerir, de actuar como diseñador, capataz y obrero, dejaban a Tanner exhausto y muy feliz.
Shekel mantenía las habitaciones limpias y calientes. Cuando no estaba cocinando para Angevine, cocinaba para Tanner.
Estaba preocupado.
Dos noches antes, el Diseñor, Shekel había despertado de repente, un poco después de la medianoche, en sus viejas habitaciones del barco factoría. Se había incorporado y había permanecido un rato en silencio y sin moverse.
Había mirado a su alrededor, bajo las pálidas sombras proyectadas por las luces y estrellas del exterior: la mesa y las sillas, el cubo, los platos y sartenes, la cama vacía de Tanner
(de nuevo trabajando hasta tarde)
. Aunque la habitación estaba sumida en las sombras, no había lugar en ella para esconderse y Shekel podía ver que estaba solo.
Y, a pesar de ello, se sentía como si no lo estuviera.
Encendió una vela. No había ningún sonido o luz inusual pero seguía pensando que apenas un momento antes había visto u oído algo, lo pensaba una y otra vez, como si sus recuerdos anduviesen un paso por delante de él, mostrándole algo que aún no había ocurrido.
Al cabo de algún tiempo volvió a dormirse y a la mañana siguiente despertó con apenas un recuerdo vago de la sensación premonitoria que lo había asaltado. Pero la noche siguiente la misma sensación de intrusión vino con el anochecer, mucho antes de que se hubiera ido a la cama. Se quedó allí, en una concentrada y estúpida quietud, mirando a su alrededor de forma vaga. ¿Se habían movido aquellas prendas? ¿Esos libros? ¿Esos platos?
La atención de Shekel saltaba rápidamente de un objeto a otro, de una pila de cosas o un cajón o una prenda a la siguiente y sus ojos se movían entre ellas exactamente como si estuvieran siguiendo el movimiento de alguien por la habitación, alguien que estuviera toqueteando o registrando cuanto había allí. Sentía cólera y miedo a un tiempo.
Quería huir pero la lealtad a Tanner lo mantuvo en aquellas habitaciones. Le hizo encender las lámparas y empezar a cantar en voz alta y cocinar rápida y ruidosamente hasta que Tanner regresó; por fortuna, más temprano que la noche anterior, cuando los sonidos del exterior se apagaron.
Para alivio y sorpresa de Shekel, cuando abordó el tema de sus extrañas intuiciones, Tanner reaccionó con interés y seriedad.
Miró a su alrededor y musitó con cautela:
—Son tiempos extraños, muchacho —exhausto como estaba, se levantó y siguió la ruta que Shekel le describía a lo largo de la habitación. Levantaba los objetos junto a los que iba pasando y los examinaba cuidadosamente. Canturreaba para sus adentros y se frotaba la barbilla.
—No veo ni rastro de nada, Shekel —admitió. Sus ojos no se relajaron—. Son tiempos extraños. En este momento hay toda clase de gente intentando toda clase de cosas… corren mentiras y rumores y Jabber sabe qué más. Hasta ahora, los que tienen problemas con Anguilagua y el proyecto no han hablado demasiado alto… eso vendrá más tarde, no te quepa duda. Pero puede que haya alguien que esté tratando de torpedear las cosas de otra manera. No es que yo sea un pez gordo en este asunto, Shekel, pero se sabe que estuve en la isla y se sabe que estoy trabajando en la construcción del arnés. Puede que alguien se haya colado aquí para… no lo sé… torpedear las cosas. Para buscar algo que podría servir de algo a los suyos. Como si fuera tan tonto como para guardar los planos en casa. La gente está tensa. Las cosas están yendo demasiado deprisa. Parece como si nadie las tuviera bajo control. —Miró a su alrededor una vez más y entonces se percató de que Shekel lo estaba mirando fijamente—. Me siento tentado de decir que mejor que vengan. Si estás en lo cierto, mientras no nos roben y no nos hagan nada, por mí que los follen. No tengo miedo. —Esbozó una sonrisa de bravuconería y Shekel lo imitó.
—Lo mismo digo —dijo el muchacho en voz baja—. Lo mismo digo.
Cuando al día siguiente le contó la experiencia a Angevine, ella reaccionó casi de la misma manera que Tanner.
—Puede ser que haya entrado alguien —dijo con lentitud—. Éstos son tiempos extraños, ya lo sabes. La gente está excitada y algunos están asustados. Dudo que un intruso invisible sea lo más raro con lo que tengamos que lidiar durante las próximas semanas, amor mío. Desde que se han incrementado los horarios de funcionamiento de las fábricas, la gente ha empezado a murmurar. No hay ingenieros para hacerse cargo de las reparaciones habituales, no hay componentes de maquinaria ni fundiciones suficientes para atender a otros proyectos. «Con toda la potencia que tiene esa plataforma» empiezan a decir, «¿cuándo empezará a trabajar para
nosotros
? ¿Y, además, cuánta necesita el maldito avanc?». Bueno, pues necesita un montón, Shekel. Un verdadero montón, ahora y siempre —lo miró a los ojos y le tomó la mano—. Y las murmuraciones que oyes ahora, en Soleado y Raleas y Otoño Seco sobre todo, pero no solo allí, van a aumentar. Cuando la gente empiece a entender que hay cosas más importantes a las que dedicar el petróleo y la leche de roca que sus propios planes.
Hablaba con aire ausente, como si estuviera recordando conversaciones escuchadas a Tintinnabulum y los demás y Shekel no podía más que asentir.
—Los agitadores ya están empezando a aparecer —musitó—. Vordakine en Raleas, Sallow en Soleado. El misterioso Simón Fench. Panfletos, pintadas, rumores… Y la buena gente empieza a tener sus dudas, también. He oído que Hedrigall, que es leal hasta sus huesos de madera, incluso
conoce
al tal Fench y bebe con él de vez en cuando. La gente se enardecerá cuando el avanc sea invocado… algo tan maravilloso los emocionará. Pero eso no será el fin, Shekel, créeme.
Bajo el calor sofocante del episódico verano ecuatorial de Armada, el Parque Crum floreció.
La última vez que Bellis lo había visitado, había estado todo verde: húmedo y exuberante, envuelto en un aroma a savia. Ahora el verde estaba cubierto por una manta de colores primaverales y estivales: un mantillo de flores precoces bajo sus pies y aquí y allá y alrededor de las yemas de los árboles; las primeras y brillantes plantas veraniegas pugnaban con la vívida maleza, las candelias y los narcisos. El parque era un hervidero de pequeña vida.
Bellis había ido a visitarlo, pero no en compañía de Silas, sino de Johannes Lacrimosco, y experimentaba una leve y picara alegría por sentirse como si de alguna manera estuviera siendo infiel.
Paseaba por su ruta favorita, siguiendo lo que antaño había sido un pasillo entre los camarotes de uno de los barcos y ahora era un cañón cubierto de hiedra. Las paredes estaban tapizadas de flores de la pasión y las ventanas rotas apenas resultaban visibles bajo una maraña de raíces. En el lugar en el que los viejos camarotes-colina se hundían en la superficie cubierta de verde y el pasillo emergía al sol, había un margen de madreselva agreste envuelto en un enjambre de abejas.
Éste es un buen momento
, pensó Bellis cuidadosamente mientras caminaba, seguida por un Johannes tímido e inseguro.
Pero tendrás que librarte de ello en cualquier momento, Johannes… tendrás que hablar
.
Y después de varios minutos de césped y flores, cuando el único sonido era el vibrato de los insectos de verano, lo hizo.
Hablaron largo y tendido sobre los trabajos que estaban teniendo lugar bajo la ciudad.
—He bajado en submarino un par de veces —le dijo Johannes—. Es algo extraordinario, Bellis. La velocidad a la que lo están construyendo… es verdaderamente asombrosa.
—Bueno, ya he visto a qué ritmo han desguazado al
Terpsícore
, entre otros —dijo ella—. Así que me lo puedo imaginar.
Johannes no sabía si confiar en ella, pero estaba ansioso por volver a sentir el lazo que una vez habían compartido. Bellis podía sentir cómo trataba de acercársele, como se explicaba a sí mismo cualquier brusquedad que ella pudiera demostrar.
—No me has contado gran cosa sobre la isla —dijo.
Bellis suspiró.
—Fue duro —dijo—. No me gusta hablar de ello.
Pero le dio algo más que esto: le habló del insoportable calor, del constante miedo, de la mansa curiosidad de los anophelü y del hambre devoradora de sus hembras.
Él estaba tratando de evaluarla. Ella se preguntaba si creía que estaba siendo discreto y sutil.
—Ayer se llevaron a Aum —continuó y Johannes se volvió hacia ella, sorprendido—. Le he estado enseñando sal durante un par de semanas. Aprende a una velocidad que me asusta. Toma notas sobre todo lo que digo… ya ha reunido más que suficientes para un libro de texto. Pero, a pesar de todo, no creo que sea capaz de mantener una conversación sin mi ayuda… aún no. Pero ayer por la tarde, cuando había terminado con Tintinnabulum y el comité de ingenieros, se lo llevaron y me dijeron que no me necesitarían durante algún tiempo. Quizá ellos tengan mejor opinión que yo sobre su sal, O quizá uno de sus otros expertos en Kettai Alto haya practicado lo bastante como para sustituirme —esto último lo dijo con una sonrisa de superioridad y Johannes rió durante unos segundos—. Llevan mucho tiempo diciéndome que tenía que conseguir que se expresara en sal con fluidez lo antes posible; que necesitaban su ayuda para proyectos que no me concernían. Están tratando de librarse de mí.
Se volvió hacia Johannes y sostuvo su mirada. Estaban solos en un claro, rodeados por árboles y rosales silvestres hinchados de flores.
—Estoy dejando de ser útil y la verdad es que me encanta porque estoy terriblemente cansada. Pero, según parece, apenas han empezado a aprovechar a Aum. Y no fue ningún miembro del grupo habitual el que se lo llevó. Fue Uther Doul, junto con hombres y mujeres a los que no había visto nunca. No sé lo que está ocurriendo. Me da la impresión de que la invocación del avanc no será más que el principio.
Johannes apartó la mirada y acarició las flores.
—¿Ahora te das cuenta, Bellis? —dijo en voz baja—. Por supuesto que es así. Van a pasar más cosas. Dada la magnitud de lo que estamos intentando con el avanc, resulta difícil de imaginar, pero parece ser que no es más que un…
preludio
a lo que verdaderamente está ocurriendo. Y lo que esto pueda ser, lo ignoro. Han decidido que es mejor que yo no esté implicado. ¿Sabes? —dijo—, en realidad es cuestión de suerte el que yo llegara a participar en esto —
¿Suerte?
, pensó Bellis, incrédula—. Entre quienes lo sabían, los que habían visto las viejas cadenas, hay quien lleva
décadas
diciendo que Armada debería tratar de convocar a un avanc. Pero los Amantes los ignoraban, no mostraron el menor interés durante años. Eso es lo que he oído. Todo cambió cuando Uther Doul llegó a la ciudad y empezó a trabajar para ellos. No sé lo que hizo o lo que les dijo pero de repente el proyecto del avanc fue reactivado. Algo que él les contó hizo que el viejo plan fuera desempolvado, por primera vez desde que esas cadenas fueron construidas… y nadie sabe cuándo fue eso o lo que pasó. Y después de todo esto, ha terminado para mí. Han pasado a otras cosas.