La Casa Corrino (5 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Casa Corrino
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D’murr cerró sus ojillos y sintió que el Oráculo del Infinito llenaba sus sentidos, expandía su mente hasta que todas las posibilidades se desplegaban ante él. Sintió otra presencia que le observaba, como la mente consciente de la propia Cofradía, lo cual le proporcionó una sensación de paz.

Guiado por el antiguo y poderoso Oráculo, la mente de D’murr experimentó el pasado y el futuro del tiempo y el espacio, de toda la belleza de la creación, de todo lo perfecto. Tuvo la impresión de que el gas de especia de su tanque se dilataba hasta abarcar los rostros mutantes de miles de Navegantes. Las imágenes bailaban y cambiaban, de Navegante a humano y viceversa. Vio a una mujer, cuyo cuerpo se transformaba y atrofiaba hasta convertirse en poco más que un cerebro desnudo y enorme…

En el interior del Oráculo, las imágenes se desvanecieron, y le dejaron con una ominosa sensación de vacío. Con los ojos todavía cerrados, solo veía la nebulosa remolineante dentro del globo de plaz transparente. Cuando las tenazas del módulo se apoderaron de su tanque y lo izaron en el aire, en dirección al crucero que esperaba, D’murr se quedó pensativo e inquieto.

Veía muchas cosas en el espacio plegado, pero no todas…, ni siquiera las suficientes. Fuerzas poderosas e impredecibles obraban en el cosmos, fuerzas que ni siquiera el Oráculo era capaz de ver. Los simples humanos, incluso los líderes poderosos como Shaddam IV, no alcanzaban a entender lo que podían desencadenar.

El universo era un lugar peligroso.

6

La melange es un monstruo con muchas manos. La especia da con una mano y coge con todas las demás.

Informe confidencial de la CHOAM, dirigido exclusivamente al emperador

En el interior de un complejo de edificios de laboratorios subterráneos comunicados entre sí, el vehículo blanco en forma de cápsula corría por una vía. Traqueteó sobre los viejos raíles y se detuvo un momento antes de continuar.

El investigador jefe Hidar Fen Ajidica veía a través del suelo de plaz transparente pasos elevados, cintas transportadoras y sistemas técnicos que funcionaban al unísono para una misión vital.
Y todo bajo mi supervisión.
Aunque el emperador creía que era él quien dirigía los trabajos, ningún hombre de Xuttuh, antes llamado Ix, era tan vital como Ajidica. A la larga, todos los políticos y nobles, incluso los miopes representantes de su propia raza, los tleilaxu, empezarían a comprender. Entonces, sería demasiado tarde para impedir la inevitable victoria del investigador jefe.

La cápsula traqueteó hasta el pabellón de investigaciones, fuertemente custodiado. Antes de que su pueblo conquistara el planeta, las avanzadas instalaciones de fabricación ixianas habían deparado ingentes beneficios a la Casa Vernius. Ahora, los laboratorios y fábricas trabajaban para la gloria de Dios y el dominio de la raza elegida tleilaxu.

Hoy, no obstante, le aguardaban diversos malos tragos. Ajidica no albergaba el menor deseo de entrevistarse otra vez con el conde Fenring, el ministro imperial de la Especia, pero al menos tenía buenas noticias que darle, noticias que mantendrían apaciguadas a las tropas Sardaukar del emperador.

Durante los últimos meses, había supervisado una plétora de ensayos a gran escala con la especia artificial, análisis paralelos para comparar los efectos de la melange y el amal hasta el último detalle. Por pura casualidad, se había descorrido un velo de secretismo difícil de penetrar, cuando una espía de las brujas había caído en sus manos de forma inesperada. La mujer cautiva, que se hacía llamar Miral Alechem, servía ahora a propósitos más elevados.

El vehículo se detuvo ante el pabellón, y Ajidica bajó a la inmaculada plataforma blanca. Fenring ya habría llegado, y al hombre no le gustaba esperar.

Ajidica entró a toda prisa en un ascensor, que le bajó al nivel principal del pabellón, pero la puerta redonda no se abrió. Irritado, oprimió una alarma de emergencia y gritó por el comunicador:

—¡Sacadme de aquí, y deprisa! ¡Soy un hombre ocupado!

El ascensor era de diseño ixiano, pero una sencilla puerta no quería abrirse. ¿Cómo podía fallar algo tan básico? Demasiadas cosas estaban empezando a fallar en aquellas instalaciones tan perfectas en teoría. ¿Podía tratarse de un sabotaje de los tozudos rebeldes, o deficiencias del servicio de mantenimiento?

Oyó hombres que parloteaban al otro lado y herramientas que martilleaban contra la puerta. Ajidica detestaba los espacios cerrados, detestaba vivir bajo tierra. Tuvo la impresión de que la atmósfera cargada se espesaba a su alrededor. Susurró el catecismo de la Gran Fe y pidió con humildad a Dios que le dejara salir sano y salvo. Extrajo un frasco del bolsillo, sacó dos pastillas de sabor nauseabundo y las tragó.

¿Por qué tardan tanto?

Ajidica se esforzó por mantener la serenidad y repasó un plan que había puesto en marcha. Desde el inicio del proyecto, muchos años atrás, había estado en contacto con un pequeño grupo de tleilaxu que le ayudarían cuando escapara con los sagrados tanques de axlotl. En los confines del Imperio, protegido por los mortíferos Danzarines Rostro, instauraría su régimen tleilaxu, con el fin de alcanzar la verdadera interpretación de la Gran Fe.

Ya estaba todo preparado para ocultarle, a él, a su séquito de danzarines Rostro y al secreto del amal, en una fragata que le esperaría. Después de su huida, detonaría una bomba que destruiría todo el complejo de laboratorios. La enorme explosión pulverizaría la mitad de la ciudad subterránea. Antes de que el polvo se aposentara, estaría lejos, muy lejos.

Desde su planeta secreto, Ajidica tomaría medidas para cimentar su poder y reunir una fuerza militar que le protegería de la venganza imperial. Solo él controlaría la vital y barata reserva de melange sintética.
Quien controla la especia controla el universo.
A la larga, tal vez Ajidica se sentaría en el Trono del León Dorado. Con tal de que pudiera salir del maldito ascensor.

Por fin, entre ruidos metálicos y gritos, la puerta del ascensor se abrió, y dos ayudantes le miraron.

—¿Estáis bien, amo?

Detrás de ellos, con una expresión irónica en el rostro, estaba el conde Fenring. Aunque no era alto, se erguía sobre los dos tleilaxu.

—Pequeños problemas, ¿ummm?

Ajidica se irguió en toda su corta estatura y salió del ascensor apartando a codazos a sus ayudantes. —Venid conmigo, conde Fenring.

El investigador jefe guió al ministro de la Especia hasta una sala de demostraciones, una enorme cámara con paredes, suelos y techos de plaz blanco. La sala albergaba instrumentos científicos y receptáculos, así como una mesa roja rematada por una cúpula transparente.

—Ummm, ¿vais a enseñarme de nuevo uno de los gusanos del desierto? ¿También pequeño, espero, aunque no tan débil como el anterior?

Ajidica sacó un frasco de plaz que contenía un líquido anaranjado, que sostuvo bajo la nariz de Fenring.

—La última destilación de amal. Huele a melange, ¿verdad?

La nariz de Fenring se arrugó cuando inhaló. Sin esperar su respuesta, Ajidica oprimió un botón situado en la base de la cúpula. El plaz caliginoso se aclaró, y reveló arena que medio cubría a un gusano de un metro de largo.

—¿Cuánto hace que salió de Arrakis? —preguntó Fenring.

—Lo capturamos hace once días. Los gusanos de arena mueren lejos de su hogar, pero este debería vivir un mes más, tal vez dos.

Ajidica vertió el líquido anaranjado en un receptáculo colocado sobre la cúpula, El receptáculo cayó, se hundió en la arena y se inclinó hacia el gusano.

El animal serpenteó en dirección al amal con la boca abierta, que dejaba al descubierto diminutos dientes de cristal. Con un repentino y violento movimiento, el gusano se lanzó sobre la sustancia naranja y la devoró, con receptáculo incluido.

—Igual que la auténtica melange —dijo Ajidica, sosteniendo la mirada inquisitiva de Fenring.

—Pero los gusanos todavía mueren, ¿no?

El ministro de la Especia no abandonaba su escepticismo.

—Mueren tanto si les damos amal como si no. Da igual. No pueden vivir lejos de su desierto nativo.

—Entiendo. Me gustaría llevar una muestra al emperador. Preparadla.

—El amal es una sustancia biológica —contestó en tono condescendiente Ajidica—, y es peligrosa si no se manipula de la forma debida. El producto final solo será seguro cuando se le añada un agente estabilizador.

—Pues añadidlo, ¿entendido? Esperaré a que lo hagáis.

El investigador jefe meneó la cabeza.

—Estamos en el proceso de analizar cierto número de agentes. La melange es una sustancia extremadamente compleja, pero el éxito es inminente. Volved cuando os haga llamar.

—No me haréis llamar. Yo solo respondo ante el emperador.

—En tal caso —replicó Ajidica en tono arrogante—, informadle de lo que os acabo de decir. Ninguna persona distinguirá la diferencia entre el amal y la melange auténtica.

Al observar la frustración de Fenring, Ajidica sonrió para sí. El «agente estabilizador» era una patraña. Ni el emperador, ni los incompetentes superiores de Ajidica recibirían jamás el verdadero amal. En cambio, el investigador jefe huiría y se lo llevaría todo, sin dejar pistas sobre el verdadero sustituto de la potente especia, que él llamaba «ajidamal». Si la mezcla podía engañar a un gusano de Arrakis, ¿qué prueba más convincente podía existir?

—Siempre recuerdo que yo convencí a Elrood de que se iniciara este proyecto, ¿ummm? —dijo Fenring—. Por lo tanto, mi responsabilidad es tremenda. —Paseó por la pequeña sala—. Supongo que habréis realizado pruebas con la Cofradía Espacial, ¿no? Hemos de saber si un Navegante puede utilizar vuestra melange sintética, y ver caminos seguros a través del espacio plegado.

Ajidica se esforzó por encontrar una respuesta. No había esperado una pregunta semejante.

—¿No, al parecer? Ummm. ¿He tocado un punto sensible?

—Tranquilizaos, un Navegante no notará la diferencia.

Ajidica tocó el botón que oscurecía la cúpula donde estaba encerrado el gusano.

Fenring aprovechó su ventaja.

—Sin embargo, la prueba definitiva sería introducir amal en el tanque de un Navegante, ¿ummm? Solo entonces estaremos seguros.

—Pero no podemos hacer eso, señor —dijo Ajidica—. No podemos solicitar la cooperación de la Cofradía, pues el Proyecto Amal ha de seguir siendo secreto.

Los ojos del conde centellearon, mientras toda clase de planes se forjaban en su mente.

—Pero uno de vuestros Danzarines Rostro podría burlar la seguridad de la Cofradía. Sí, ummm. Yo acompañaré a vuestro Danzarín Rostro, para comprobar que todo salga a la perfección.

Ajidica meditó la propuesta. Este funcionario imperial tenía razón. Además, utilizar un Danzarín Rostro le brindaba otras posibilidades…, una forma de deshacerse de ese entrometido.

Sin que nadie más lo supiera, ya había diseminado cientos de Danzarines Rostro cultivados en tanques por lugares estratégicos de toda la galaxia, los había transportado en naves de exploración hasta confines desconocidos. Los Danzarines Rostro habían sido desarrollados siglos antes, pero sus posibilidades aún no se habían explorado al máximo. Eso iba a cambiar.

—Sí, conde Fenring. Dispondremos que un Danzarín Rostro os acompañe.

Con tantas distracciones, Ajidica pensó que nunca acabaría su trabajo.

Un ansioso grupo de políticos llegó de la ciudad sagrada de Bandalong, desde los planetas natales de los Bene Tleilax. Su líder, el amo Zaaf, era un hombre altivo, con ojos de roedor y la boca siempre deformada por una mueca de desdén. Ajidica no sabía a quién odiaba más, si a Fenring o a los ineptos representantes de los tleilaxu.

Teniendo en cuenta las capacidades científicas de los Bene Tleilax, no podía comprender cómo el amo Zaaf y otros líderes del gobierno manejaban con tanta torpeza los asuntos políticos. Olvidando la majestuosidad del lugar que ocupaban en el universo, se resignaban a ser aplastados por familias nobles
powindah
.

—¿Qué habéis dicho al ministro imperial de la Especia? —preguntó Zaaf cuando entró en el amplio despacho de Ajidica—. Debo recibir un informe completo.

Ajidica tamborileó con los dedos el sobre de plaz escarchado. Estaba cansado de dar explicaciones a desconocidos. Siempre hacían las preguntas más estúpidas.
Algún día, ya no tendré que lidiar con idiotas.

Después de que Ajidica resumiera la entrevista, Zaaf anunció en tono pomposo:

—Ahora, deseamos ver vuestras pruebas con el amal. Tenemos derecho.

Si bien Zaaf era su superior, Ajidica no temía al hombre, puesto que nadie podía sustituirle al frente del proyecto.

—Hay miles de experimentos en marcha. ¿Deseáis verlos todos? ¿Cuál es vuestra esperanza de vida, amo Zaaf?

—Mostradnos los más significativos. ¿No estáis de acuerdo, caballeros?

Zaaf miró a sus acompañantes. Asintieron y gruñeron. —Contemplad esta prueba, pues.

Con una sonrisa confiada, Ajidica cogió el frasco de ajidamal que guardaba en el bolsillo y vertió el resto de su contenido en su boca. Probó la sustancia con la lengua, inhaló el perfume a canela y tragó.

Era la primera vez que consumía tanto de una vez. Al cabo de pocos segundos, una agradable sensación de calor impregnó su estómago y cerebro, comparable a la mejor experiencia que había disfrutado con melange auténtica. Lanzó una risita al ver la expresión asombrada de sus visitantes.

—Hace semanas que lo hago —mintió—, y no he padecido trastornos. —Estaba convencido de que Dios no permitiría que le sucediera nada—. No cabe ya la menor duda.

Los políticos tleilaxu parlotearon entre sí, entusiasmados, y se felicitaron mutuamente como si hubieran contribuido de alguna manera al éxito. Zaaf exhibió sus pequeños dientes con una sonrisas y se inclinó hacia delante con expresión conspiradora.

—Excelente, investigador jefe. Nos ocuparemos de que seáis recompensado como merecéis. Pero antes, hemos de hablar de un asunto importante.

Ajidica, embriagado por los efectos del amal, escuchó a Zaaf. Los Bene Tleilax todavía estaban resentidos por el rechazo del duque Leto de su malintencionada oferta para obtener un ghola de Victor, su hijo muerto. Ansiosos por vengarse de lo que todavía creían un ataque de los Atreides, acaecido muchos años atrás, y furiosos por la continua resistencia ixiana en Xuttuh, que utilizaba al príncipe Rhombur Vernius como caudillo, Zaaf quería apoderarse de genes Vernius y Atreides para llevar adelante determinados planes.

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