—Mi nombre es Joe Sullivan. Soy policía. ¿Puede usted ser tan amable de abrir?
—¿Policía?
—Sí. ¿Puede abrir?
—¿De qué se trata?
—No voy a decir nada, señor Poe, antes de que usted abra la puerta.
—¿Hay algún problema?
—Sólo quiero hacerle unas preguntas, Poe, nada más.
Abre la puerta y mira afuera. El aspecto del policía hace que se arrepienta. Dice:
—¿Hay algún problema? Mi esposa duerme.
—Si lo prefiere, podemos caminar.
Edgar asiente con la cabeza.
Están en el umbral y hablan. Un poco más allá, unos chiquillos arrojan botones de bronce contra una pared.
Edgar pregunta:
—¿De qué se trata?
El policía se frota la barbilla puntiaguda. Tiene los ojos muy pequeños y muy juntos, aunque su mirada brilla con insistencia. Edgar mira al suelo. No se avergüenza, sólo se comporta como si lo hiciera, sin saber por qué debe prestarse voluntariamente a esta parodia humillante y ridícula. Pero, un momento, ¿no es precisamente un juego similar —piensa mientras mira los zapatos negros del policía y descubre los cordones atados con dos lazos delicados— el que él intente explicar los signos más obvios de la ignominia?
—Se trata de las mujeres de la calle Chrystie, señor Poe —dice el investigador marcando cada palabra.
—¿Qué?
—El asesinato. En el apartamento.
—Comprendo.
—Nos indicaron su novela.
—¿Ah, sí?
—Se parece, ¿verdad? Quiero decir. El desarrollo de los hechos se parece a lo que sucedió con las dos mujeres.
—Es cierto.
—¿Imagino que no sabe nada acerca de por qué?
—No.
—No sé, señor Poe. En principio vengo para informarle; seguramente esto es sólo una casualidad. Por supuesto que puede hablarse también de una reproducción…
—¿Una reproducción?
Alguien, una persona confundida, puede haber leído la novela, haber hecho una terrible lectura, y puede haber decidido imitarla.
—¿Usted cree eso?
—Seguramente es una casualidad.
—¿Sí?
—Bueno —dice el policía, y deja vagar la vista hacia la calle.
—Si hay algo que usted quiera agregar, entonces…
Extrae una libreta y una pluma del bolsillo. Escribe rápido su nombre en una hoja, la arranca y se la entrega a Edgar.
—Ahí tiene usted mi nombre.
—Gracias.
Edgar duda, no sabe qué decir. El policía se le adelanta.
—Era sólo para… informarle.
—Sí.
—Que tenga un buen día.
—Gracias, igualmente.
Mientras el policía se aleja por la calle con pasos largos y rígidos, Edgar se queda mirándolo desde los escalones. Cuando la figura está a punto de desaparecer, baja hasta la calle y lo sigue.
Después de un rato lo pierde de vista, pero continúa de todos modos recorriendo las calles en una y otra dirección hasta que se calma lo suficiente como para detenerse.
Cuando entra en la pequeña cocina esa misma noche, Sissy lo espera en pie con un sobre en la mano. Parece muy confundida.
—¿Qué sucede?
—Hoy ha venido un hombre, temprano.
—¿Y?
—Un sobre —murmura ella, y le entrega un sobre.
Él lo coge, pero no lo abre. Las manos le tiemblan levemente, puede que sea la figura del policía lo que lo ha puesto nervioso.
—¿Qué tipo de hombre, Sissy?
—Un hombrecillo raro.
—¿Qué?
—Cara arrugada, blanca como la tiza. Tenía acento sureño.
—¿No dijo cómo se llamaba?
—No —dice Sissy, que se humedece los labios.
Edgar mira el sobre que tiene en la mano.
Lo abre con cuidado y extrae la primera hoja del manuscrito.
Escrito con vacilantes letras de molde se puede leer: «La cuenta de Baltimore».
Samuel
La cuenta de Baltimore
NB. No se han hecho revisiones despuésde corregir la carta.
Lo que sigue se reproduce tal cual fue entregado a Virginia Poe en mayo de 1844.
N
o puedo escribir. Lo poco que puedo lo aprendí de usted eres un genio. Lo que escribo no es tan elegante, pero contiene secretos que le interesarán. Desde que nos separamos en Baltimore he viajado por Norteamérica ahora es tiempo de que le cuente mi historia.
A partir de ahora le enviaré cartas maestro de forma que sepa que no lo he olvidado sino que trabajo por su triunfo.
Por las noches duermo como un niño y sueño con su rostro. Todos mis sueños son felices. Soy una persona feliz.
Primero le contaré sobre mi madre. Trabajó durante un tiempo en una casa en la ciudad pero cuando yo llegué la enviaron a la plantación. Queda en las afueras de Richmond me parece que usted nunca estuvo por ahí sir. Lo primero que recuerdo es que yo estaba en el bosque con otras personas cantaban mientras trabajaban. También recuerdo la piel blanca de la mujer del vigilante las manos blancas. Mi madre era la más bella de las mujeres en la plantación ella era blanca en las palmas de las manos pero negro brillante en el resto de la piel. Yo estaba en el suelo en la cabaña y miraba su piel fina mientras ella dormía si yo la miraba mucho ella abría los ojos y susurraba qué miras.
Sabes que no puedes venir aquí.
Soy blanco como el algodón cabello blanco brazos blancos frente blanca. No tengo color el vigilante dijo que lo arruino para los trabajadores y soy malo para el tabaco. Una noche vino a buscarla yo vi su piel blanca al lado de la de ella cuando se incorporó me miró a la cara yo cerré los ojos pero demasiado tarde. Al día siguiente vino a la cabaña y quería que yo saliera. Te voy a desollar susurró después nadie podrá decir que eres blanco.
El vigilante me llevó al bosque dijo vas a vivir aquí afuera hasta que seas negro como los otros. Mi madre lo arañó pero no sirvió. El vigilante me ató a un árbol en el bosque. Me preguntó quién es tu padre pero no pude responder porque no sabía quién era. Me arrancó piel con el látigo pero yo no grité solamente lo miraba. Mi mirada hizo que cesase. Bebió de la botella y arrojó el látigo. Cuando regresó estaba con sus hijos con pequeñas manos furiosas hicieron un pozo en el suelo y me pusieron en una caja que tenían. Estuve sentado ahí abajo hasta que no supe ya quién era.
Cuando murió la esposa del vigilante él se fue y vino uno nuevo. Él fue quien me sacó de la tierra. Unos días después mi madre y yo fuimos vendidos otra vez al señor en la ciudad.
Vivimos junto a cuatro hombres y otra mujer en el sótano de la casa. Al principio yo dormía adentro con mi madre y la otra mujer pero después dormí con los hombres. Yo estaba feliz todo el tiempo lo único que extrañaba era un buen trabajo pero los hombres no me dejaban hacer nada con ellos. Yo era uno de los esclavos más felices. Pero no podía trabajar con ellos.
Mi madre me contó del cariño que el señor tenía por los esclavos.
El señor dice mío a los esclavos negros mi negro mi propiedad.
Yo fui siempre tu propiedad sir.
Escribiste historias fantásticas y me las mostraste. En una de ellas un amo de la tierra era emparedado en un cobertizo por su propio hijo. Yo creo que te sentabas a la ventana a ver cómo los esclavos levantaban el cobertizo. Creo que fue así como se te ocurrió la idea para esa historia. Las paredes crecían despacio. Los insectos danzaban sobre las cabezas de los esclavos. La luz del sol calentaba las piedras como lámparas de calor. Ahora sólo restaba el suelo.
La noche después de que te fueras a la universidad, no pude dormir. En el sótano había cuatro hombres acostados uno al lado del otro sobre las colchonetas Benjamin Peter Rich y Jake. En la oscuridad yo tenía que sentir con los dedos de los pies para encontrar lugar entre brazos y caras alcancé la puerta sin que los otros se despertaran.
La luna era una luz gris sobre los tejados. Me paré bajo los magnolios y miré hacia las ventanas del maestro. Vacía habitación vacía cama ningún ruido ahí dentro.
Desde la ciudad me llegaba el ruido de la vida nocturna un violín furioso un negro que cantaba niños que corrían carreras en el césped. Todo era silencio en torno a la casa que llamaban Moldovia. El viento en las higueras me traía un olor dulce y amargo. La noche anterior, unos chiquillos pobres habían entrado en el sótano y habían robado verduras.
Una ira deliciosa crecía en el cuerpo. Mis manos. Cambian de forma.
Se anudan. Destruyen. Construyen un mundo nuevo.
Duermo en el jardín y estoy feliz.
A la mañana siguiente vino el señor Allan y dijo que el suelo del cobertizo podía esperar. Hay que plantar nuevos magnolios alrededor del cobertizo.
Frente a la puerta había veinticuatro arbustos y los hombres utilizaron todo el día para plantarlos.
Otra noche más o quizá fueran dos no recuerdo. Todavía no podía dormir y me quedé en pie bajo los árboles en la noche. Los esclavos dormían. El señor y la señora Allan también. Un gato maulló dentro junto a la pared de la casa. Era una noche cálida. Me gustaba estar de pie muy quieto y dejé que mi mirada vagase por el jardín.
Oí un ruido en el lado oeste. Sin pensar en que podría despertar a los otros, tomé una estaca y me desplacé sin ruido por el jardín. Bajo un arbusto descubrí una figura dos pies descalzos emergían de la sombra. Al otro lado del arbusto vi el rostro del pequeño dormía bajo las ramas. Tenía cerca de diez años la piel blanca estaba rasguñada y su camisa estaba llena de agujeros. Un niño pobre del vecindario al pie de los montes. Me quedé durante un momento breve mirando su cara estrecha los párpados se movieron apoyó la cabeza de lado y abrió los ojos y me miró con una mirada brillante radiante. La estaca lo alcanzó justo en medio de la frente. No hizo un solo ruido. La cabeza cayó bajo el arbusto. Ahora dormía más profundamente.
Mientras cavaba el agujero en el cobertizo pensé que el muchacho era un latifundista rico que había arruinado mi reputación. Me había fallado. Lo enterré mientras vivía. Al cabo de un rato se despertaría y trataría de moverse. Presionaría las manos contra la tierra empujaría con sus rodillas pero nadie lo ayudaría. La tierra era muy pesada. Lo retendría y no llegaría a ningún lado.
Cuando abrió la boca la tierra entró en él con violencia y no pudo mover más la lengua. Gritaría pero sin producir ningún ruido.
El muchacho fue mi primer número en la cuenta.
Tu relato se había hecho realidad.
Griswold
Nueva York
L
a oscuridad se ha cernido sobre la ciudad. Rufus camina con zancadas largas, pasa un carro y un perro medio dormido. Hay rocío en el aire. Cuando empuja la puerta del cementerio, siente gotas de lluvia sobre la mano y mira las nubes, que se arremolinan ahí arriba. La hierba del cementerio absorbe sus pisadas. La noche camina con él; está en todo lo que hace, en las manos, en las uñas y en la distancia entre sus pies y el césped.
La ventana de la casa del encargado está oscura. Griswold se detiene ante la capilla.
En plena preparación de la nueva antología, Rufus cayó enfermo. Le sobrevino la tos, aparecieron calambres y no pudo seguir escribiendo. Por la noche se despertaba empapado en sudor y en la oscuridad estaba seguro de que «alguien» lo había maldecido con esta enfermedad. Podía ver hasta ahí. Caroline era su salvación. Lo cuidaba y le daba confort y le preparaba bebidas curativas.
—Estás caliente —decía ella—. Acuéstate de nuevo. No pienses tanto. Esto va a pasar.
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —susurró él.
Caroline se rio (algo irritada):
—¿Por qué preguntas eso? ¿Por qué no habría de cuidarte?
Él no sabía qué decir.
Fue a Maine para curarse. Se sentó en un jardín y expuso el pecho al sol de la primavera. Al cabo de unas semanas se sintió mejor. Entonces le llegó una carta diciendo que también Caroline había caído enferma. Estaba en Nueva York con las dos hijas del matrimonio, pero murió de improviso. En cuanto recibió el mensaje, regresó a la ciudad.
Cuando llegó, era demasiado tarde.
Su ángel había muerto.
¿Cómo podía haber muerto, sin avisar?
¿Cómo pudo morirse sin decírselo?
No lo comprende.
Su casa está anegada de lágrimas. Todos lloran. Todos están desconsolados. Su ángel ha desaparecido. La familia le habla en susurros, como si él también estuviese a punto de morir. Pero él ya no está enfermo. La muerte lo ha sanado, de un modo horrendo. Nada tiene significado para él. No creerá más en Dios.
Abre con cuidado la puerta de la capilla. Cuando está dentro enciende una vela y busca con la mirada el féretro de Caroline.
Cuando levanta la tapa, la oscuridad lo envuelve.
¿Qué hará de sí mismo? ¿Dónde colocará las manos? Está entero, juntura por juntura, pero no sabe por qué fue armado sin ningún plan. ¿Qué significa el féretro? Forma. Una línea, un espacio vacío. ¿Qué es eso en lo que se perderá? Se acuesta en el féretro de Caroline. Sus rodillas se mueven junto a las de ella. Los dedos rozan los hombros. Su olor lo envuelve como una capa. Ahora él puede empezar a vivir. Ahora que la muerte ha tomado su lugar, puede amar de veras.
Presiona con cuidado sus labios contra la boca de Caroline. Busca con la boca sus labios. No son sus labios. Ella se ha ido de sus labios. La busca en las axilas, entre los dedos y en el cabello.
Comienza a hablarle.
Nunca antes le habló a nadie sobre esto. Le cuenta la voz que lleva dentro. Apretando sus labios contra el oído, describe cómo lo descubrió y cómo para empezar no supo por qué estaba ahí. Cuando con ayuda de Dios, dice, comprendió el regalo que había recibido, decidió no contárselo jamás a nadie. La voz le señala aquello que está mal. Es la advertencia de Dios. Cada vez que hace algo que no es bueno, algo que no es la voluntad de Dios, emerge una voz que sólo él puede escuchar. Los gritos no cesan hasta que él no decide reparar el daño.
Mantuvo la promesa de no hablarle jamás a nadie sobre la voz. Ahora no la mantendrá, susurra al oído del cadáver. Ahora le dirá lo que Dios le dijo a él en Troy: «Tú lucharás contra el mal». Rufus le dice: «Ya no escucho más la voz. Dios no es importante para mí. Tú eres más importante para mí. ¿Cómo puedo pensar que Dios existe cuando te arranca de mí de esta manera? Aquí acaba todo lo bueno. El mal ha triunfado».
Los costados del féretro están fríos. Las tablas le aprietan los hombros. Este mundo es demasiado pequeño para dos.