La caída de los gigantes (76 page)

BOOK: La caída de los gigantes
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—No llegará lejos —dijo Fitzherbert—. Y, cuando lo cojan, no será muy divertido.

—¡Es un crío! —exclamó Billy.

Fitzherbert lo miró fijamente.

—¿Cómo se llama? —preguntó.

—Williams, señor.

Fitzherbert se quedó perplejo, aunque no tardó en recuperarse.

—Hay cientos de Williams —dijo—. ¿Cuál es su nombre de pila?

—William, señor. Me llaman Billy Doble.

Fitzherbert lo fulminó con la mirada.

«Lo sabe —pensó Billy—. Sabe que Ethel tiene un hermano que se llama Billy Williams.» Le devolvió la mirada.

—Una palabra más, soldado William Williams, y acabará ante un consejo de guerra —dijo Fitzherbert.

Se oyó un silbido en lo alto. Billy se agachó. Desde detrás les llegó una deflagración ensordecedora. Estalló un huracán a su alrededor: montones de tierra y fragmentos de tablones salieron volando por los aires. Billy oyó gritos. De pronto se encontró tendido en el suelo; no estaba seguro de si lo habían derribado o de si se había tirado él. Algo pesado le golpeó la cabeza, y blasfemó. Luego cayó una bota produciendo un ruido sordo en el suelo, junto a su cara. Había una pierna metida dentro, pero nada más.

—¡Oh, Dios! —exclamó.

Se levantó. No estaba herido. Miró a su alrededor, a los componentes de su sección: Tommy, George Barrow, Mortimer… todos estaban en pie. Todos avanzaron; de pronto vieron la primera línea como una vía de escape.

El comandante Fitzherbert gritó:

—¡Mantengan las posiciones!

—¡Tal como estaban, tal como estaban! —dijo Jones el Profeta.

El repentino avance fue detenido. Billy intentó sacudirse el barro del uniforme. Luego, otro proyectil estalló detrás de ellos. En todo caso, ese explotó más lejos, aunque no suponía una gran diferencia. Se oyó una deflagración, un huracán, y cayó una lluvia de residuos y miembros amputados. Los hombres empezaron a salir a rastras de la trinchera de reunión de la primera línea y a dirigirse hacia el otro lado. Billy y su sección hicieron lo propio. Fitzherbert, Carlton-Smith y Roland Morgan gritaban a los hombres que se quedasen donde estaban, pero nadie los escuchaba.

Avanzaban corriendo, intentando alcanzar una distancia de seguridad con respecto al lugar donde estallaban los proyectiles. A medida que se acercaban a la alambrada de espinos de los ingleses, empezaron a frenar, y se detuvieron en la linde de tierra de nadie al darse cuenta de que por delante los esperaba un peligro tan grande como el que habían dejado atrás.

Con el propósito de sacar partido de la situación, los oficiales se unieron a los hombres.

—¡Formación en línea! —gritó Fitzherbert.

Billy miró al Profeta. El sargento dudó por un instante, y luego refrendó la orden.

—¡Alinéense! ¡Alinéense! —gritó.

—Mira eso —le dijo Tommy a Billy.

—¿El qué?

—Detrás de la alambrada.

Billy miró.

—Los cuerpos —aclaró Tommy.

Billy vio lo que quería decir. El suelo estaba plagado de cadáveres vestidos de color caqui, algunos retorcidos de forma espantosa, otros tendidos pacíficamente como si estuvieran durmiendo y otros abrazados como amantes.

Se contaban por miles.

—Dios, ayúdanos —susurró Billy.

Se sintió mareado. ¿En qué mundo vivían? ¿Qué pretendía Dios al dejar que aquello ocurriera?

La Compañía A se alineó, y Billy y el resto de la Compañía B avanzaron como pudieron para colocarse detrás de ellos.

El horror que sentía Billy se tornó rabia. El conde Fitzherbert y los de su clase habían planeado todo aquello. Ellos estaban al mando y ellos eran los culpables de aquella carnicería. «Tendrían que fusilarlos —pensó con furia—; a todos y cada uno de ellos, ¡joder!»

El teniente segundo Morgan tocó un silbato, y la Compañía A corrió hacia delante como en un partido de rugby. Carlton-Smith tocó su silbato, y Billy se lanzó a la carrera.

En ese momento, las ametralladoras alemanas abrieron fuego.

Los soldados de la Compañía A empezaron a caer, y Morgan fue el primero. No habían disparado sus armas. Eso no era una batalla, era una carnicería. Billy miró a los hombres que tenía a su alrededor. Se sentía desafiante. Los oficiales habían fracasado. Los hombres tenían que tomar sus propias decisiones. ¡Al diablo con las órdenes!

—¡A la mierda con todo! —gritó Billy—. ¡Poneos a cubierto! —Y se tiró al agujero hecho por una bomba.

Los laterales estaban fangosos y había agua estancada en el fondo, pero él, agradecido, hizo presión con el cuerpo sobre la tierra húmeda mientras las balas le pasaban volando por encima de la cabeza. Transcurridos unos segundos, Tommy aterrizó a su lado, luego, el resto de la sección. Los soldados de otras secciones imitaron a los hombres de Billy.

Fitzherbert pasó corriendo junto al agujero.

—¡Sigan moviéndose! —gritó.

—Si sigue insistiendo —mascullo Billy—, voy a disparar a ese cabrón.

Entonces Fitzherbert fue alcanzado por el fuego de una ametralladora. Le salió un chorro de sangre de la mejilla y le quedó una pierna doblada por debajo del cuerpo. Se desplomó sobre el suelo.

Billy se dio cuenta de que los oficiales corrían el mismo peligro que los demás hombres. Ya no estaba furioso. En cambio, sí se sentía avergonzado por el ejército inglés. ¿Cómo podía ser tan incompetente? Después de todos los esfuerzos que habían hecho, del dinero que habían gastado, de los meses que habían dedicado a la planificación… la gran ofensiva había sido un fracaso. Resultaba humillante.

Billy echó un vistazo a su alrededor. Fitz estaba tendido, inmóvil, inconsciente. Ni el teniente segundo Carlton-Smith ni el sargento Jones estaban a la vista. Los demás hombres de la sección miraban a Billy. Él solo era cabo, pero esperaban que les dijera qué hacer.

Se volvió hacia Mortimer, que antes había sido oficial.

—¿Tú qué crees que…?

—A mí no me mires,
taffy
—respondió Mortimer con sequedad—. Tú eres el puto cabo.

Billy comprendió que tenía que ocurrírsele un plan.

No iba a hacerlos retroceder. Ni se había planteado esa posibilidad. Habría sido como desperdiciar las vidas de los hombres que ya habían muerto. «Tenemos que sacar algún provecho de esto —pensó—; tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos.»

Por otro lado, no pensaba cargar contra una ametralladora.

Lo primero que necesitaban era un análisis del panorama.

Agarró su casco de acero, lo levantó tanto como pudo estirando el brazo, y lo utilizó por encima del borde del cráter como señuelo, por si un alemán tenía visión sobre aquel agujero. Pero no ocurrió nada.

Asomó la cabeza por el borde, a la espera de que, en cualquier momento, un tiro le agujerease el cráneo. Pero también sobrevivió a esa prueba.

Miró más allá de la línea divisoria y a lo alto de la colina, por encima de la alambrada de espinos de la primera línea del frente alemán, enterrada en la ladera. Vio los cañones de los fusiles asomando por los agujeros del parapeto.

—¿Dónde está esa puta ametralladora? —preguntó a Tommy.

—No estoy seguro.

La Compañía C pasó corriendo. Algunos se pusieron a cubierto, pero otros mantuvieron la posición. La ametralladora volvió a abrir fuego y recorrió la línea; los hombres cayeron como bolos. Billy ya no estaba impresionado. Intentaba localizar el punto de procedencia de las balas.

—Lo tengo —dijo Tommy.

—¿Dónde?

—Traza una línea recta desde aquí hasta ese montón de arbustos en lo alto de la colina.

—Ya.

—Mira esa parte en que la línea cruza la trinchera alemana.

—Sí.

—Ahora desvíate un poco hacia la derecha.

—¿Cuánto…?, da igual, ya veo a esos cabrones.

Justo enfrente y un poco hacia la derecha de donde estaba Billy, asomaba algo que podría ser un armazón metálico protector que se levantaba por encima del parapeto, y el inconfundible cañón de una ametralladora. Billy creyó poder distinguir tres cascos alemanes a su alrededor, aunque era difícil asegurarlo.

El joven pensó que el enemigo debía de estar concentrando sus esfuerzos en el hueco de la alambrada británica. Disparaban sin descanso a los hombres que surgían desde ese punto. La forma de atacarlos podía consistir en adoptar un ángulo distinto. Si su sección lograba encontrar una forma de avanzar en diagonal por tierra de nadie, llegarían a la ametralladora por la izquierda de los alemanes, mientras estos estaban mirando hacia la derecha.

Trazó una ruta utilizando tres grandes cráteres abiertos por proyectiles; el tercero de ellos se encontraba justo pasada la zona derribada de la alambrada alemana.

No tenía ni idea de si se trataba de una estrategia militar correcta. Pero la estrategia correcta había costado la vida a miles de hombres esa misma mañana, así que, ¡al diablo con lo correcto!

Volvió a agacharse y miró a los hombres que tenía a su alrededor. George Barrow era un tirador muy preciso pese a su juventud.

—La próxima vez que esa ametralladora abra fuego, prepárate para disparar. En cuanto pare, empieza tú. Con un poco de suerte, se pondrán a cubierto. Yo saldré corriendo hacia ese agujero que hay ahí. Tira con firmeza y vacía el cargador. Tienes diez disparos, consigue que duren medio minuto. En el momento en que los alemanes levanten la cabeza, yo debería de haber llegado al siguiente agujero. —Miró a los demás—. Esperad a la pausa siguiente; luego, salid corriendo mientras Tommy os cubre. La tercera vez, yo os cubriré, y Tommy podrá correr.

La Compañía D llegó a tierra de nadie. La ametralladora abrió fuego. Los fusiles y los morteros de trinchera dispararon al unísono. Pero la carnicería fue menos sangrienta porque había más hombres poniéndose a cubierto en los agujeros de los proyectiles en lugar de seguir corriendo hacia la lluvia de balas.

«En cualquier momento a partir de ahora», pensó Billy. Ya había dicho a los hombres qué iba a hacer, y habría sido una vergüenza retroceder. Apretó los dientes. Era mejor morir que ser un cobarde, volvió a repetirse.

El fuego de ametralladora cesó.

En un segundo, Billy se puso de pie. En ese momento se había convertido en un blanco perfecto. Se agachó y empezó a correr.

A sus espaldas, oyó cómo Barrow disparaba. Su vida estaba en manos de ese chico de correccional de diecisiete años. George disparaba de forma constante: disparo, dos, tres; disparo, dos, tres; tal como le habían ordenado.

Billy cruzó el campo de batalla tan deprisa como pudo, agachado por el peso del macuto. Las botas se le hundían en el barro, respiraba a bocanadas ahogadas, le dolía el pecho, y el único pensamiento que tenía en la mente era que debía ir más deprisa. Estaba más cerca de la muerte de lo que jamás había experimentado.

Cuando se encontraba a un par de metros de distancia del agujero indicado, tiró el arma a su interior y se lanzó como si estuviera placando a un jugador del equipo contrario en un partido de rugby. Cayó en el borde del cráter y se arrastró como pudo al fondo embarrado. Le parecía increíble que aún siguiera con vida.

Escuchó gritos de júbilo lejanos. Su sección aplaudía la carrera. Le asombraba que pudieran estar tan animados en medio de una carnicería como aquella. ¡Qué raros eran los hombres!

Cuando recuperó el aliento, miró con cuidado por encima del borde. Había recorrido algo menos de cien metros. A ese ritmo, le iba a costar un tiempo cruzar tierra de nadie. Pero la alternativa era un suicidio.

La ametralladora volvió a abrir fuego. Cuando paró, Tommy empezó a disparar. Siguió el ejemplo de George e iba haciendo pausas entre los disparos. «Con qué rapidez aprendemos cuando nuestras vidas están en peligro», pensó Billy. Cuando la décima y última bala salió del cargador de Tommy, el resto de la sección llegó al agujero junto a Billy.

—Colocaos a este lado —les gritó, y les hizo una señal para que se situaran por delante.

La posición alemana se encontraba en lo alto de la colina, y Billy temía que el enemigo tuviera visibilidad sobre la parte de atrás del cráter.

Apoyó el fusil en el borde del agujero y apuntó a la ametralladora. Pasado un rato, los alemanes volvieron a abrir fuego. Cuando pararon, Billy disparó. Deseó que Tommy corriera más deprisa. Se dio cuenta de que se preocupaba más por su amigo que por todos los demás hombres de la sección juntos. Mantuvo firme el fusil y disparó a intervalos de unos cinco segundos. No le importaba dar a nadie, siempre que obligase a los alemanes a mantener la cabeza agachada mientras Tommy corría.

El cargador del fusil emitió el ruido característico al quedarse vacío y Tommy aterrizó a su lado.

—¡Por todos los demonios! —dijo Tommy—. ¿Cuántas veces más tendremos que hacerlo?

—Calculo que dos más —respondió Billy al tiempo que recargaba—. Luego o estaremos lo bastante cerca para lanzar una granada de mano… o seremos putos fiambres.

—Por favor, no digas tacos ahora, Billy —dijo Tommy, muy serio—. Ya sabes que lo encuentro de mal gusto.

Billy soltó una carcajada. Y entonces se preguntó cómo había sido capaz de hacerlo. «Estoy en un agujero mientras el ejército alemán me dispara, y estoy riéndome —pensó—. ¡Que Dios me asista!»

Avanzaron de la misma forma hasta el cráter siguiente, aunque este estaba más lejos, y, esta vez, perdieron a un hombre. Joey Ponti recibió un disparo en la cabeza mientras corría. George Barrow lo levantó y lo llevó a cuestas, pero estaba muerto, tenía un sanguinolento agujero en el cráneo. Billy se preguntó dónde estaría su hermano pequeño Johnny: no lo había visto desde que habían salido de la trinchera de reunión. «Tendré que ser yo quien le informe», pensó Billy. Johnny adoraba a su hermano mayor.

Había otros hombres muertos en aquel agujero; tres cuerpos vestidos de caqui flotando en el agua estancada. Debieron de ser de los primeros que corrieron hacia la cumbre de la colina. Billy se preguntó cómo habrían llegado hasta allí. Tal vez fuera pura casualidad. Los cañones debieron de fallar un par de tiros en la primera ráfaga, y los abatieron al regresar.

En ese momento había otros grupos que se aproximaban a los alemanes siguiendo tácticas similares. O bien imitaban al grupo de Billy, o lo que era más probable: habían llegado a las mismas conclusiones y habían descartado la estúpida idea de cargar en la formación lineal ordenada por los oficiales para diseñar sus propias tácticas más lógicas. El resultado era que los alemanes ya no lo tenían todo a su favor. Como estaban recibiendo disparos, ya no eran capaces de mantener la misma cortina de fuego constante. Tal vez por esa razón, el grupo de Billy llegó al último agujero sin sufrir más bajas.

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