La aventura de la Reconquista (4 page)

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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Divulgación, Historia

BOOK: La aventura de la Reconquista
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La práctica totalidad de la dinastía omeya fue pasada a cuchillo por los abasidas, salvo una excepción: la del joven Abd al-Rahman Ibn Muawiya, único superviviente de la masacre hecha con su familia. El futuro Abderrahman I escapó milagrosamente huyendo al desierto por donde deambuló como un mendigo durante cuatro años.

Más tarde viajó al norte de África, donde trabajó de forma enérgica en el intento de unir aliados bajo su causa; tanta actividad itinerante le valió el sobrenombre de «el príncipe emigrante». Al fin se trasladó a al-Ándalus en agosto-octubre del año 755 con la ambición de exigir el poder perdido de su estirpe, le acompañaban un puñado de leales dispuestos a pelear muy duro bajo el influjo de su carismático líder; éste no ambicionaba otra cosa sino levantar el orgullo omeya en aquel lugar del occidente europeo.

ABDERRAHMAN I, EMIR INDEPENDIENTE

Abderrahman I nació en Damasco en el año 731, en consecuencia, apenas tenía veinte años cuando tuvo que abandonar su país de origen con el trágico recuerdo de toda su familia asesinada por los abasidas. Su refinada educación fue dirigida por su abuelo, el califa gobernante Hisham.

Entre el 751 y el 755 anduvo errante por territorios como Palestina y Mauritania desde los que intentó reagrupar a los parientes y clientes que permanecían fieles al linaje omeya. Conocedor de los conflictos intestinos por los que atravesaba al-Ándalus desembarca en Almuñécar dispuesto a tomar el mando de la situación con su mirada vengativa puesta en Oriente.

Pronto recibe el apoyo de algunos grupos instalados en la Península desde los tiempos de la invasión; de ese modo, contingentes bereberes, sirios y yemeníes le apoyan en su marcha a la capital cordobesa. Mientras tanto se proclama emir en la localidad de Rayyo (Málaga). Frente a él se encuentra Yusuf al-Fehri, emir oficial dependiente del califato de Bagdad apoyado por tropas árabes qaysíes vinculadas al emirato andalusí.

Durante meses se suceden los combates hasta que, finalmente, los dos bandos se enfrentan cerca de Córdoba donde Yusuf es derrotado por el ejército de Abderrahman. En mayo de 756, Abderrahman I entra en Córdoba aclamado por la población; es un joven de casi veinticinco años cuyo porte y aspecto impresiona a todo el mundo: alto, bien proporcionado, de piel blanca y pelo rubio recogido en dos tirabuzones cabalgaba majestuoso por las calles cordobesas. Sin embargo, lo que más llamaba la atención eran los enormes ojos azules de profunda y vivaz mirada. Su aspecto asemejaba al de un germano más que al de un semita.

Aunque era ciego del ojo izquierdo la visión que Abderrahman I tuvo de la situación fue la más clara y diáfana que se había visto en al-Ándalus desde el 711; acaso el lunar de su rostro, que los mahometanos asociaban con la buena suerte, le ayudó a entender el difícil armazón tribal al que se tendría que enfrentar desde entonces.

Abderrahman supo estar a la altura de los grandes mandatarios emprendiendo una política de reparto justo de las tierras andalusíes; siempre receloso, como había aprendido de sus ancestros, nunca llegó a confiar en nadie, meditando largamente cualquier decisión adoptada por él. Colocó a sus mejores hombres al frente de las ciudades más significativas, sofocó con eficacia los intentos de sublevación, bien fueran de los antiguos aliados yemeníes o de otros grupos enviados por el nunca resignado califato de Bagdad.

Durante treinta y dos años Abderrahman I fue el hombre más importante y poderoso de la Península Ibérica, combatió a Carlomagno por toda la Marca Hispánica hasta conseguir el control total de Zaragoza y otras áreas influyentes, condujo la guerra contra los cristianos hasta el oeste del Ebro, obteniendo respeto y tributos de la cada vez más afianzada zona cristiana. Por otra parte, potenció la idea de Estado Central desde su puesto de mando instalado en el palacio de Al Rusafa en Córdoba, embelleció las ciudades, fomentó los ambientes culturales y, sobre todo, ordenó construir una de las piezas más hermosas de todo el mundo musulmán, me refiero a la maravillosa Mezquita Aljama de Córdoba que llegaría a convertirse en el santuario musulmán más importante de occidente sin parangón en su época. Suprimió de los rezos las referencias al califa de Bagdad por otras a su propia persona, acuñó monedas de plata y oro con las únicas inscripciones del año en curso y un nombre: al-Ándalus. Siguió ampliando los fértiles cultivos e infraestructuras de regadío añadiendo al catálogo de especies introducidas por los árabes la emblemática palmera.

Este espléndido momento de al-Ándalus, ya convertida en emirato independiente desde el año 756, se sostuvo en parte por la potencia de un bien organizado ejército compuesto por unas tropas absolutamente leales a Abderrahman I; bien es cierto que el Emir tuvo que recurrir a la participación de mercenarios eslavos y africanos que ayudaron a fortalecer la implantación del nuevo emirato andalusí.

Pero lo principal, sin duda, fue la creación de una estructura administrativa sin precedentes en Europa, a cuya cabeza se situaba el emir independiente como jefe de gobierno, a éste le seguía el hachib, una especie de primer ministro ayudado por visires o ministros. Al-Ándalus se dividía en siete provincias cada una de ellas dirigida por un gobernador o valí. La justicia era impartida en las principales plazas por cadís o jueces. Abderrahman fue creando durante años un organigrama estable que procuraba al estado central un flujo constante de impuestos captados gracias a una eficaz clase funcionarial. Como es obvio, la legislación giraba en torno al Corán, siendo un consejo o
mexuar
el que dictaminaba pautas de comportamiento para la población basadas en el análisis de aristócratas religiosos, los que también velaban por la integración mozárabe y judía en la comunidad. Esta actitud favoreció la perfecta convivencia de las tres religiones impulsando enormemente el crecimiento económico, social y cultural de al-Ándalus. La lengua oficial y corriente era el árabe, los cristianos la aprenden siendo algarabiados, mientras la élite intelectual musulmana practicaba el latín (ladinos). En un breve espacio de tiempo el emirato independiente se transformó en una floreciente realidad a pesar de los obstinados dirigentes abasidas, quienes desde Bagdad soportaban la pérdida de tan valiosa provincia sin que nada se pudiera hacer por evitarlo.

Tenía cincuenta y seis años, treinta y dos de ellos como emir, cuando en 788 murió Abderrahman I dejando en manos de Hisham I, su hijo y sucesor, un impresionante legado que el heredero se encargaría de mantener y ampliar.

Hisham I tuvo que guerrear contra sus hermanos Abdallah y Solimán que también reivindicaban el trono cordobés. Por desgracia para ellos, Abderrahman I había seguido una antigua costumbre oriental para designar sucesores, ésta tradición concedía al gobernante la posibilidad de elegir de entre sus vástagos al más capacitado sin respetar la primogenitura, en consecuencia, el Emir designó al segundo de sus veinte hijos para que le sucediera.

La decisión de Abderrahman fue acertada una vez más, dado que Hisham era el más parecido a él en todos los sentidos: espléndido estratega militar, además de culto y preparado para asumir el gobierno de una al-Ándalus vigorizada gracias a la impronta omeya. En pocos meses, venció a sus convulsos hermanos dedicándose a continuar la obra de su padre.

Mantuvo la construcción de la gran Mezquita y, una vez sofocadas las habituales revueltas berberiscas, se lanzó a la conquista de algunos enclaves de la Septimania franca. Gracias a viejas alianzas gozó del apoyo proporcionado por una de las familias más importantes de su época: los Banu Qasi, clan de raíz visigoda convertidos ahora en muladíes que ejercían su poder en un vasto territorio extendido por el valle del Ebro.

Los escasos problemas originados en el reinado de Hisham I le permitieron guerrear con decisión en la ya crónica contienda contra el reino astur-leonés; en esos años las razias veraniegas eran la práctica militar más frecuentada. Las tropas de ambos bandos elegían el estiaje para sus incursiones por la tierra de nadie creada en el valle del Duero. Eran campañas que apenas se prolongaban unas pocas semanas pero que, sin embargo, resultaban sumamente mortíferas y de gran provecho para el bando que las realizaba. El propósito final no era el de anexionar territorios, sino el de golpear, asolar y capturar prisioneros y riquezas, con la consiguiente desmoralización del enemigo. Este tipo de acciones guerreras se mantuvo durante casi toda la época conocida como Reconquista, con más o menos intensidad, según transcurrieran los acontecimientos en las zonas cristiana y musulmana.

En tiempos de Hisham I se produjeron dos grandes aceifas o expediciones militares que asolaron Galicia y que estuvieron a punto de acabar con Asturias, cuando en el 794 las tropas musulmanas arrasaron Oviedo para volverlo a hacer un año más tarde. A pesar de estos temibles ataques ordenados desde Córdoba, los cristianos supieron rehacerse para organizar una contraofensiva que dio como resultado una excelente victoria en la batalla de Lutos. El revés no supuso ninguna sombra para los árabes; a esas alturas, la fortaleza del emirato independiente de Córdoba era irrefutable.

Cuando murió Hisham I en el 796 contaba treinta y nueve años y un merecido prestigio entre su gente. Le sucedió su hijo al-Hakam I; el enemigo cristiano con el que se iba a enfrentar era el monarca Alfonso II, el Casto, y, sin duda, se presentaba como un hueso duro de roer. ¿Cómo sería el segundo siglo con presencia musulmana en Hispania?

PRINCIPALES SUCESOS MUSULMANES DEL SIGLO VIII

711. Las tropas de Tariq y Musa derrotan a los visigodos en la batalla de Guadalete. Nace el emirato dependiente de Damasco.

714-716. Abd al-Aziz, emir. Córdoba, capital de al-Ándalus.

716. Conquista musulmana de Barcelona.

719. Conquista musulmana de Gerona.

720. Toma de Perpiñán y Narbona.

722. Combate de Covadonga.

732. Batalla de Poitiers. Los francos de Carlos Martell derrotan a los musulmanes poniendo fin de ese modo a la expansión ultrapireanica de los árabes.

740-741. Rebelión beréber en al-Ándalus.

750. Los abasidas de Bagdad derrocan a los omeyas de Damasco.

753. El príncipe omeya Abderrahman, único superviviente de su familia.

756. Abderrahman I funda el emirato omeya independiente en al-Ándalus.

785. Se inician los trabajos de construcción que levantarán la hermosa Mezquita de Córdoba.

788-796. Hisham I, emir de al-Ándalus.

790-791. Aceifa contra Álava.

793-795. Aceifas contra Gerona, Astorga y Oviedo.

796-822. Al-Hakam I, emir de al-Ándalus.

SIGLO
IX

Ten valor, pues yo he de venir en tu ayuda y mañana, con el poder de Dios, vencerás a toda esta muchedumbre de enemigos, por quienes te ves cercado.

Mensaje que el apóstol Santiago entregó en sueños al rey Ramiro I en la madrugada previa a la legendaria batalla de Clavijo.

EL IMPULSO DE LA RECONQUISTA

Oviedo fue saqueada por segunda vez en el año 795. Las tropas cordobesas dirigidas por Abd el-Mélic habían obtenido suculentos beneficios de aquella aceifa y se retiraban confiadas hacia sus posiciones originales. En eso una hueste cristiana dispuesta a la venganza cayó sobre los sarracenos cerca de Lutos, un paraje situado entre Belmonte y Grado; la decisión de los atacantes bien dirigidos por Alfonso II unida a la sorpresa del inesperado golpe, desembocaron en una aplastante victoria para los astures. La batalla de Lutos da paso a una serie de acciones militares que terminarán con la toma y saqueo en 798 de Lisboa, ciudad de la que saldrá una comitiva portadora de magníficos presentes destinados al gran Carlomagno, pieza fundamental del linaje carolingio y emperador desde el año 800.

La cordialidad entre Alfonso II y Carlomagno fue evidente, los dos gobernantes mantenían un claro interés por defender sus respectivos reinos de la amenaza mahometana; esa circunstancia facilitó el mutuo entendimiento.

El poder del gobernante franco se había extendido por buena parte del continente europeo incluida la famosa Marca Hispánica. Esta frontera del reino franco en la Península Ibérica, establecida desde el año 785, fecha en que las tropas carolingias habían tomado Gerona, marcaba un antes y un después en el devenir de los acontecimientos. Como ya sabemos, los francos, capitaneados por Carlos Martel, habían derrotado en Poitiers a los musulmanes quienes soñaban con una rápida expansión del Islam por toda Europa; esto ocurría en el año 732, una década más tarde nacía Carlomagno, hijo de Pipino, el Breve, y nieto por tanto del héroe de Poitiers. Carlomagno, aunque dicen que era analfabeto, tuvo la inteligencia y lucidez necesarias para unificar su reino y extenderlo más allá de sus fronteras.

Durante lustros los ejércitos francos fueron creando numerosas zonas militares en los confines del reino; a esos lugares se les denominó «marcas».

Lo que se pretendía, era sin más, establecer una suerte de colchones defensivos que protegieran Francia de cualquier ataque o invasión. En el caso de la Península Ibérica fue una obsesión para los francos que los musulmanes no volvieran a intentar una nueva aventura más allá de los Pirineos.

En el año 777 Carlomagno al frente de un gran ejército atraviesa los Pirineos dispuesto a tomar la importante plaza de Zaragoza, puntal estratégico de la marca norte musulmana en al-Ándalus; la expedición fracasa estrepitosamente. En su retirada los francos se revuelven contra Pamplona derribando sus murallas. Sin embargo un ataque combinado de tropas zaragozanas y navarras consigue diezmar la retaguardia del ejército carolingio. La batalla se produce en Roncesvalles, sitio legendario desde entonces y semilla del futuro cantar de gesta francés basado, esencialmente, en las proezas y momentos finales de Roland, caballero favorito de Carlomagno, quien en compañía de los doce pares de Francia murió en aquel inhóspito lugar pirenaico a manos sarracenas. Nunca se sabrá bien qué pasó en Roncesvalles. La cronología parece fiable al apuntar el año 778 como fecha del combate, pero es difícil precisar quiénes lo protagonizaron realmente. La leyenda habla de un caballero leonés llamado Bernardo del Carpió como capitán de las tropas que hostigaron a los franceses. Otros afirman que fueron sólo vascones los que eliminaron a Roland y los suyos. La lógica nos lleva a deducir que, seguramente, los francos recibieron un mazazo inicial a cargo de las tropas musulmanas zaragozanas y que, posteriormente, fueron rematados por los vasco-navarros en los Pirineos como venganza del ataque a Pamplona. Tras la nefasta experiencia en la península Ibérica, Carlomagno restañó heridas de una de las pocas derrotas sufridas en su reinado. Una vez repuesto sus tropas regresaron a Hispania en el 785, tomando Gerona y más tarde, en el 801, Barcelona; estas acciones fueron el germen de la Marca Hispánica y futuro condado de Barcelona. Los francos llamaron a éste territorio Septimania, una zona que se extendía desde el río Llobregat hasta los Pirineos, incluyendo condados de Gerona, Barcelona, Urgel, Rosellón, Ausona, Ampurias, Cerdeña y Besalú. Al frente de éstos territorios se situó un
comes marcee
(marqués), con autoridad sobre los diferentes condes territoriales.

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