—¿No pudieron detenerlo?
—Era tan listo que acababa saliéndose con la suya. Incluso funcionaba conmigo; recuerdo que me reía y trataba de pegarle al mismo tiempo. Y creo que mi madre empezaba a estar enferma, aunque ninguno de nosotros lo sabía. Lo que me dijo mi madre… todavía puedo verla, sujetándose la cabeza, era que la manera de impedir que me molestara era no reaccionando. Decía lo mismo cuando se metían conmigo en el colegio, o cuando me molestaba casi por cualquier cosa. Sé una estatua de piedra, dijo. Así no sería divertido para él, y dejaría de darme la lata.
»Y así fue. O al menos, dejó de ser un bocazas de catorce años y se marchó a la universidad. Ahora somos amigos. Pero nunca he olvidado responder a los ataques convirtiéndome en piedra. Ahora que lo pienso, me pregunto cuántos problemas de mi matrimonio se debieron a… —sonrió, y parpadeó—. Creo que mi madre estaba equivocada. Desde luego, disimuló su propio dolor durante mucho tiempo. Pero yo siempre he sido de piedra, y ya es demasiado tarde.
Miles se mordió los nudillos, con fuerza. Bien. Así que en la pubertad ella había descubierto que nadie iba a defenderla, que no podía defenderse sola y que por tanto la única forma de sobrevivir era fingir estar muerta.
Magnífico. Y si cualquier tonto podía hacer en este momento algún movimiento más fatalmente equivocado que abrazarla y tratar de consolarla, él era incapaz de imaginárselo. Si ella necesitaba ser de piedra porque era la única forma que conocía de sobrevivir, que fuera de piedra, que fuera de mármol, que fuera de granito.
Lo que necesite, puede tomarlo, milady Ekaterin; lo que quiera, suyo es
.
—A mí me gustan los caballos —fue lo único que se atrevió a decir. Se preguntó si parecía tan idiota como… parecía.
Sus oscuras cejas se alzaron en un gesto de divertido asombro, así que por lo visto sí lo parecía.
—Oh, superé eso hace años.
¿Lo superó o renunció?
—Sólo era un crío —explicó él—, pero tenía un primo, Ivan, que era lo más grosero del mundo. Y, por supuesto, mucho más grande que yo, aunque tenemos la misma edad. Pero cuando yo era un chaval, tenía un guardaespaldas, uno de los hombres de mi padre, el Conde. El sargento Bothari. No tenía ningún sentido del humor. Si Ivan hubiera intentado algo parecido a lo de su hermano, no se habría podido librar por mucho ingenio que tuviera.
Ella sonrió.
—Un guardaespaldas propio. Eso sí que parece una infancia idílica.
—Lo fue, en un montón de sentidos. No las partes relacionadas con los médicos, claro. El sargento no podía ayudarme en eso. Ni en el colegio. Pero, claro, en aquel tiempo no apreciaba lo que tenía. Me pasé media vida tratando de escapar de su protección. Y tuve éxito las veces suficientes, supongo, para saber que podía escaparme.
—¿Sigue el sargento Bothari con usted? ¿Uno de esos Antiguos Vor que uno no se puede quitar de encima?
—Probablemente seguiría conmigo si estuviera vivo, pero no. Nos pillaron en una zona de guerra durante un viaje galáctico cuando yo tenía diecisiete años, y lo mataron.
—Oh. Lo siento.
—No fue exactamente culpa mía, pero mis decisiones tuvieron bastante que ver con la cadena causal que condujo a su muerte —Observó la reacción que provocaba esta confesión: como de costumbre, el rostro de ella cambió muy poco—. Pero me enseñó a sobrevivir, y a continuar luchando. La última de sus muchas lecciones.
Acabas de experimentar la destrucción; yo sé sobrevivir. Déjame ayudarte
.
Los ojos de ella se iluminaron.
—¿Lo quería usted?
—Era un… hombre difícil, pero sí.
—Ah.
—De todas formas —ofreció él después de un rato—, se comporta usted muy bien en las emergencias.
—¿De veras? —ella parecía sorprendida.
—Lo hizo anoche.
Ella sonrió, claramente conmovida por el cumplido. Maldición, no debería tomar esta leve observación como si fuera una gran alabanza.
Debe de estar muerta de hambre, si esa migaja le parece un festín
.
Era la conversación más abierta que ella le había concedido jamás, y ansiaba extender el momento, pero se habían quedado sin gachas que remover en el fondo de sus platos, el café estaba frío, y el técnico de SegImp llegó en ese momento con la conexión segura que Miles había pedido.
La señora Vorsoisson le indicó al técnico el despacho de su difunto esposo como el lugar privado donde colocar la máquina. Los investigadores habían venido y se habían marchado mientras Miles dormía; después de ver brevemente la nueva instalación, ella se retiró a sus quehaceres como un ciervo que se oculta en el bosque, al parecer decidida a borrar toda huella de invasión en su espacio.
Miles se dispuso a enfrentarse a la segunda conversación más difícil de la mañana.
Tardó varios minutos en establecer el enlace seguro con el Lord Auditor Vorthys a bordo de la nave de investigación, atracada, en esos momentos, junto al espejo solar. Miles se acomodó todo lo que se lo permitieron sus doloridos músculos, y se preparó para ser paciente ante el irritante lapso de varios segundos de retraso en la conversación. Cuando Vorthys apareció por fin, llevaba el mono habitual de a bordo, evidentemente preparándose para colocarse un traje de presión; la ajustada tela no halagaba su gruesa figura. Pero parecía estar bien despierto. La hora estándar del meridiano de Solsticio que usaban arriba iba unas horas por delante de la hora solar de Serifosa.
—Buenos días, profesor —empezó a decir Miles—. Espero que haya pasado mejor noche que yo. La peor noticia de todas es que su sobrino político, Etienne Vorsoisson, murió anoche a causa de un accidente con su mascarilla de oxígeno en la estación experimental de Calor Residual. Ahora mismo estoy en el apartamento de Ekaterin; ella lo está llevando bien hasta el momento. La explicación requerirá una transmisión muy larga. Cambio.
El problema del retraso era lo agónicamente largo que se hacía tener que deducir el cambio de expresión, y de la vida, que ocasionaba la llegada de palabras que uno había enviado ya pero no podía retirar ni corregir. Vorthys se sorprendió todo cuanto Miles esperaba cuando le llegó el mensaje.
—Dios mío. Adelante, Miles.
Miles inspiró profundamente y empezó a relatar los acontecimientos del día anterior, desde las inútiles horas donde se burlaron de él en las oficinas de Terraformación, hasta el apresurado regreso de Vorsoisson para llevarlo a la estación experimental, la revelación de su implicación en el fraude, su encuentro con Soudha y la señora Radovas, y cómo despertó encadenado a la barandilla. No describió con detalle la muerte de Vorsoisson. La llegada de Ekaterin. Los equipos de SegImp llamados demasiado tarde. El asunto con su sello. La expresión de Vorthys cambió de la sorpresa al escándalo a medida que los detalles se acumulaban.
—Miles, esto es horrible. Bajaré en cuanto pueda. Pobre Ekaterin. Por favor, quédate ahí hasta que yo llegue, ¿quieres? —vaciló—. Estaba pensando en pedirte que vinieras aquí arriba. Hemos encontrado unas piezas de equipo muy extrañas que han experimentado unas increíbles distorsiones físicas. Me preguntaba si podrías haber visto algo parecido en tus años de experiencia militar galáctica. Hay algunos números de serie entre los restos, y espero que nos proporcionen alguna pista. Tendré que dejárselo a mis chicos komarreses por el momento.
—Equipo raro, ¿eh? Soudha y sus amigos se marcharon con un montón de equipo raro también. Al menos dos aerocamiones llenos. Que sus chicos komarreses envíen esos números de serie al coronel Gibbs, encargado de SegImp en Serifosa. Va a tener que localizar un montón de números de serie en las compras del Proyecto de Terraformación, que tal vez no sean tan falsas como supusimos al principio. Tiene que haber muchas más conexiones en todo esto que el cadáver del pobre Radovas. Mire, hum… SegImp quiere aplicarle pentarrápida a Ekaterin, por su relación con Tien. ¿Quiere que lo retrase hasta que llegue usted? Pensé que podría querer supervisar su interrogatorio, al menos.
—Retraso.
La frente de Vorthys se arrugó, pensativa y preocupada.
—Yo… santo Dios. No. Quiero, pero no debo. Mi sobrina… un claro conflicto de intereses. Miles, muchacho, ¿crees…? ¿Te importaría encargarte tú, y procurar que no se pasen?
—SegImp apenas usa ya esas mangueras rellenas de plomo, pero sí, planeaba hacer justo eso. Si usted no lo desaprueba, señor.
Retraso.
—Me sentiría enormemente aliviado. Gracias.
—No hay de qué. También me gustaría mucho contar con su evaluación de lo que encuentre el equipo de ingenieros de SegImp en la estación experimental. En este momento tengo muy pocas pruebas y montones de teorías. Me muero de ganas de invertir la proporción.
El profesor Vorthys sonrió secamente al apreciar esta última frase, cuando le llegó.
—¿No nos pasa a todos?
—Tengo otra sugerencia, señor. Ekaterin parece muy sola aquí. No parece tener ninguna amiga komarresa que yo sepa, y naturalmente, ningún pariente femenino… me preguntaba si no sería buena idea que mandara llamar a su esposa.
La cara de Vorthys se iluminó cuando le llegó la propuesta.
—No es sólo una buena idea, sino que también es inteligente. Sí, por supuesto, de inmediato. Con una emergencia familiar de esta naturaleza, su ayudante podrá sin duda supervisar los exámenes finales. Esa idea tendría que habérseme ocurrido a mí directamente. Gracias, Miles.
—Todo lo demás puede esperar hasta que baje usted, a menos que los de SegImp descubran algo más. Llamaré a Ekaterin antes de cerrar la transmisión. Sé que desea hablar con usted, pero… sospecho que la relación de Tien con todo este asunto es bastante humillante para ella.
Los labios del profesor se tensaron.
—Ah, Tien. Sí. Comprendo. Muy bien, Miles.
Miles guardó silencio durante un momento.
—Profesor —empezó a decir por fin—, respecto a Tien… Los interrogatorios con pentarrápida suelen ser más controlables si el interrogador tiene alguna pista de lo que está haciendo. No quiero… hum… ¿Puede usted darme alguna información de cómo se veía ese matrimonio desde el punto de vista de la familia?
El retraso temporal se alargó, mientras Vorthys fruncía el ceño.
—No me gusta hablar mal de los muertos antes de que sean quemados siquiera —respondió por fin.
—Creo que no vamos a tener muchas opciones.
—Hum… —dijo él, sombrío, cuando le llegaron las palabras de Miles—. Bueno… supongo que a todo el mundo le pareció una buena idea en su momento. El padre de Ekaterin, Shasha Vorvayne, conocía al difunto padre de Tien… acababa de morir entonces. Ha pasado ya una década, Dios, cómo corre el tiempo. Bueno. Los dos hombres habían sido amigos, oficiales del gobierno del Distrito, sus familias se conocían… Tien acababa de salir del ejército, y usó sus derechos como veterano para conseguir un puesto en el funcionariado del Distrito. Guapetón, sano… parecía dispuesto a seguir los pasos de su padre, ya sabes, aunque supongo que tendríamos que haber visto que había servido diez años y no había pasado del rango de teniente —Vorthys arrugó los labios.
Miles se ruborizó un poco.
—Puede haber un montón de motivos… no importa. Continúe.
—Vorvayne acababa de recuperarse de la muerte de mi hermana. Conoció a una mujer, nada extraño, una mujer mayor, Violie Vorvayne es una dama encantadora… y empezó a pensar en volver a casarse. Quería, supongo, ver a Ekaterin bien situada… cortar honorablemente todas sus obligaciones con el pasado, si lo prefieres. Mis sobrinos ya se habían independizado todos. Tien lo llamó, en parte como cortesía tras la muerte de su padre, en parte para conseguir referencias para su solicitud de servicio en el Distrito… se hicieron todo lo amigos que pueden ser dos hombres de edades tan distintas. Mi cuñado sin duda habló muy bien de Ekaterin…
—Supongo que, para su padre, «situada» equivalía a casada. No graduada en la universidad y empleada con un salario enorme.
—Eso sólo era para los chicos. Mi cuñado puede ser más Antiguo Vor que vosotros los Altos Vor, en un montón de sentidos —Vorthys suspiró—. Pero Tien envió a una Baba digna de confianza para arreglar los contratos, se permitió que los jóvenes se conocieran… Ekaterin estaba muy contenta. Halagada. A la profesora le preocupaba que Vorvayne no hubiera esperado unos cuantos años más, pero… los jóvenes no tienen ningún sentido del tiempo. Veinte años ya es vejez. La primera oferta es la última oportunidad. Todas esas tonterías. Ekaterin no sabía lo atractiva que era, pero su padre tenía miedo, creo, de que pudiera hacer alguna elección no adecuada.
—¿No-Vor? —interpretó Miles.
—O peor. Tal vez incluso un mero técnico, ¿quién sabía? —Vorthys se permitió un comentario irónico. Ah, sí. Hasta su apoteósico nombramiento como Auditor hacía tres años, tan sorprendente para sus parientes, Vorthys había llevado una carrera muy poco Vor, y su matrimonio igual. Y había empezado cuando los Antiguos Vor eran aún mucho más Antiguos Vor que ahora… Miles pensó en el ejemplo de su abuelo y reprimió un escalofrío.
—Y el matrimonio pareció empezar bien —continuó el profesor—. Ella parecía ocupada y feliz, llegó el pequeño Nikki… Tien cambiaba de trabajo muy a menudo, pero era nuevo en su carrera: a veces hay que empezar varias veces en falso hasta que uno encuentra el ritmo. Ekaterin perdió el contacto con nosotros, pero cuando la volvimos a ver, era… más callada. Tien nunca descansó en un sitio, siempre persiguiendo algún arco iris que nadie más podía ver. Creo que todos esos traslados fueron duros para ella —frunció el ceño, como si intentara recordar pistas perdidas.
Miles no se atrevió a explicarle lo de la Distrofia de Vorzohn sin el permiso expreso de Ekaterin. No tenía derecho a hacerlo.
—Creo que Ekaterin tal vez se sienta libre para explicarse mejor ahora —observó.
El profesor lo miró, preocupado.
—¿Sí…?
Me pregunto qué respuestas obtendría a esas mismas preguntas si pudiera preguntarle a la profesora
. Miles sacudió la cabeza, y fue a llamar a Ekaterin.
Ekaterin
. Paladeó mentalmente las sílabas de su nombre. Había sido fácil, al hablar con su tío, usar la forma familiar. Pero ella no le había invitado aún a tutearla. Su marido la llamaba Kat. Un nombre de animal doméstico. Un diminutivo. Como si él no hubiera tenido tiempo de pronunciarlo entero, o no deseara tomarse la molestia. Era cierto que el nombre completo
Ekaterin Nile Vorvayne Vorsoisson
era un poco largo.