Komarr (28 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Komarr
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Tuomonen hizo un gesto, y Miles se sentó frente a él al otro lado de la mesa: los dos murmuraron sus buenos días. La señora Vorsoisson entró con la taza medio vacía de Miles y se la colocó delante, y luego, tras mirar con recelo a Tuomonen, se sentó también. Si Tuomonen quería que ella se marchara, iba a tener que pedírselo él mismo, decidió Miles. Y justificar la petición.

En todo caso, Tuomonen simplemente le dio las gracias con un gesto, y sacó un paquetito de plástico de su túnica. Contenía el sello electrónico de Auditor de Miles. Se lo tendió.

—Muy bien, capitán —dijo Miles—. Supongo que no tendría tanta suerte como para encontrar al ladrón.

—No, ésa es la lástima. Nunca imaginará dónde lo encontramos.

Miles entornó los ojos y alzó la bolsa de plástico a la luz. Una pátina de condensación flotaba dentro.

—En una alcantarilla a medio camino de aquí y la central de tratamiento de residuos de la Cúpula Serifosa, diría yo.

Tuomonen se quedó boquiabierto.

—¿Cómo lo supo?

—Hacer de fontanero es una de mis aficiones. No es por parecer desagradecido, ¿pero lo ha lavado alguien?

—La verdad es que sí.

—Oh, gracias —Miles abrió el paquete y sacudió el artilugio en su palma. Parecía intacto.

—Mi teniente localizó la señal, o al menos la trianguló, media hora después de su llamada —dijo Tuomonen—. Dirigió un equipo de asalto a los túneles después de eso. Ojalá los hubiera visto cuando por fin descubrieron qué pasaba. Estoy seguro de que lo habría apreciado.

Miles sonrió a pesar de su dolor de cabeza.

—Me temo que anoche no estaba en forma para apreciar nada.

—Bueno, formaban una delegación impresionante cuando fueron a despertar a la ingeniero municipal de la Cúpula Serifosa. Es komarresa, naturalmente. Ver a SegImp ir a por ella en mitad de la noche… a su marido casi le dio un infarto. El teniente consiguió calmarlos, y decirles lo que necesitábamos… Me temo que ella aprovechó la ocasión para, ehh, dar rienda suelta a su ironía. Todos estamos muy agradecidos de que el teniente no cediera al primer impulso, que fue que su equipo reventara la tubería en cuestión con sus rifles de plasma…

Miles casi se atragantó con el café.

—Extraordinariamente agradecidos. —Miró de reojo a Ekaterin Vorsoisson, que estaba apoyada contra los cojines, los ojos encendidos, una mano en los labios. Los analgésicos empezaban a hacer efecto; no parecía tan borrosa ya.

—Ya no quedaban rastros de nuestra presa humana, claro —terminó Tuomonen con un suspiro—. Se habían marchado hacía rato.

Miles contempló su reflejo distorsionado en la oscura superficie de su bebida.

—Se nota lo que pretendían. Debería poder deducir su horario con bastante exactitud. Foscol y un número desconocido de cómplices registran mis bolsillos, me atan junto al administrador, vuelan de regreso a Serifosa, llaman a la señora Vorsoisson. Probablemente desde algún lugar cercano. En cuanto ella sale del apartamento, entran, sabiendo que tienen al menos una hora de ventaja antes de que se dé la alarma. Usan mi sello para abrir las cajas de datos y acceder a mis archivos de informes. Luego tiran el sello por el inodoro y se marchan. Ni se despeinan.

—Lástima que no sintieran la tentación de quedárselo.

—Hum, está claro que sabían que podríamos localizarlo. De ahí su bromita —frunció el ceño—. Pero… ¿por qué mi caja de datos?

—Puede que estuvieran buscando algo sobre Radovas. ¿Qué es lo que había en su caja de datos, milord?

—Copias de todos los informes técnicos confidenciales y las autopsias de las víctimas del espejo solar. Soudha es ingeniero. Sin duda sabe muy bien lo que había.

—Vamos a pasar un ratito interesante esta mañana en las oficinas del Proyecto de Terraformación —dijo Tuomonen, sombrío—, tratando de averiguar qué empleados están ausentes porque han huido, y cuáles están ausentes porque son ficticios. Tengo que llegar allí lo antes posible, para supervisar los interrogatorios preliminares. Tendremos que pasarlos a todos por la pentarrápida, supongo.

—Predigo que será una gran pérdida de tiempo y de drogas. —reconoció Miles— Pero siempre existe la posibilidad de que alguno sepa más de lo que cree saber.

—Hum, sí —Tuomonen miró a la mujer—. Hablando de lo cual… señora Vorsoisson, me temo que voy a tener que pedirle que colabore también en un interrogatorio con pentarrápida. Es un procedimiento habitual, en una muerte misteriosa de esta naturaleza, interrogar a los parientes más cercanos. La policía de la Cúpula también querrá hacerlo, o al menos exigirá una copia, dependiendo de qué decisiones tomen mis superiores sobre el tema de la jurisdicción.

—Comprendo —dijo la señora Vorsoisson con voz átona.

—No hubo nada de misterioso en la muerte del administrador Vorsoisson —señaló Miles, incómodo—. Yo estaba a su lado.

Bueno, técnicamente arrodillado.

—Ella no es una
sospechosa
—dijo Tuomonen—. Es una testigo.

Y un interrogatorio con pentarrápida ayudaría a que siguiera siéndolo, advirtió Miles, reacio.

—¿Cuándo desea hacerlo, capitán? —preguntó tranquilamente la señora Vorsoisson.

—Bueno… no inmediatamente. Tendré mejores preguntas que hacer después de que se completen las investigaciones de esta mañana. Pero no vaya a ninguna parte.

La mirada que ella le dirigió preguntaba en silencio:
¿Estoy bajo arresto domiciliario?

—En algún momento tendré que ir a recoger a mi hijo Nikolai. Se quedó a pasar la noche en casa de un amigo. No sabe nada todavía. Y no quiero que se entere por la comuconsola, ni por las noticias.

—Eso no sucederá —dijo Tuomonen, sombrío—. Todavía no, al menos. Aunque temo que los servicios informativos empiecen a darnos la lata bien pronto. Alguien tendrá que darse cuenta de que el puesto más aburrido de SegImp en Komarr arde de repente de actividad.

—Tendré que ir a recogerlo, o llamar para que se quede allí más tiempo.

—¿Qué prefiere usted? —intervino Miles antes de que Tuomonen pudiera decir nada.

—Yo… si van a hacer el interrogatorio aquí, hoy, preferiría terminar con eso antes de recoger a Nikki. Tendré que explicarle a la madre de su amigo parte de la situación, al menos que Tien… murió anoche en accidente.

—¿Han pinchado sus comuconsolas? —le preguntó Miles a Tuomonen bruscamente.

La mirada de Tuomonen protestó por esta revelación; el capitán se aclaró la garganta antes de contestar:

—Sí. Debe usted saber, señora Vorsoisson, que SegImp registrará todas las llamadas que se produzcan y se reciban durante unos cuantos días.

Ella lo miró fijamente.

—¿Por qué?

—Existe la posibilidad de que alguien, bien del grupo de Soudha o algún otro contacto que no hayamos descubierto aún, sin saber que el administrador ha muerto, intente comunicar con él.

Ella aceptó la respuesta con un gesto dubitativo.

—Gracias por advertirme.

—Hablando de llamadas —añadió Miles—, por favor, haga que uno de sus hombres me traiga un enlacevid seguro. Yo también tengo que hacer unas cuantas llamadas.

—¿Se quedará aquí, milord? —preguntó Tuomonen.

—Durante un tiempo. Hasta después del interrogatorio, y hasta que el Lord Auditor Vorthys baje, cosa que sin duda querrá hacer. Ésa es la primera llamada que voy a hacer.

—Ah. Por supuesto.

Miles miró alrededor. Su estimulador de ataques, su caja, y el protector bucal estaban todavía donde los habían dejado hacía horas. Señaló.

—Y, por favor, haga que su laboratorio compruebe mis aparatos médicos por si los han trasteado. Luego devuélvamelos.

Tuomonen alzó las cejas.

—¿Sospecha usted algo, milord?

—Fue sólo una idea horrible. Pero creo que sería peor subestimar la inteligencia o la sutileza de nuestros adversarios en este asunto, ¿no?

—¿Lo necesita con urgencia?

—No.

Ya no
.

—El paquete de datos que Foscol dejó sobre el administrador Vorsoisson… ¿han podido echarle un vistazo? —continuó Miles. Quería evitar tener que mirar a la señora Vorsoisson.

—Sólo un repaso rápido —respondió Tuomonen. Él sí miró a la señora Vorsoisson, y retiró la vista al notar que Miles pretendía ser delicado. Sus labios se estrecharon sólo un poco—. Se lo entregué al analista financiero de SegImp… un coronel, nada menos. Nos lo envió el Cuartel General para que se hiciera cargo de la parte financiera de la investigación.

—Oh, bien. Iba a preguntarle si el Cuartel General había enviado ya tropas de apoyo.

—Sí, todo lo que usted pidió. El equipo de ingenieros llegó a la estación experimental hace cosa de una hora. El paquete que dejó Foscol parece ser documentación de todas las transacciones financieras relacionadas con, hum, los pagos que el grupo de Soudha le hizo al administrador. Si no son todo mentiras, va a suponer una ayuda sorprendente para resolver toda la parte más complicada de este asunto. Que es realmente muy extraño, cuando se piensa.

—Está claro que Foscol no sentía ningún aprecio por Vorsoisson, pero sin duda todo lo que lo incrimina a él incrimina también a los komarreses. Muy extraño, sí.

Miles pensaba que si su cerebro no hubiera quedado reducido a gachas de avena, podría encontrar alguna línea lógica en todo esto. Más tarde.

Un técnico de SegImp, vestido con un uniforme negro, salió de una de las habitaciones del apartamento. Llevaba una caja negra idéntica (de hecho posiblemente fuera la misma) a la que Tuomonen había usado en la casa de la señora Radovas.

—He terminado con todas las comuconsolas, señor —le dijo a su superior.

—Gracias, cabo. Vuelva a la oficina y transfiera copias a nuestros archivos, al Cuartel General de Solsticio y al coronel Gibbs.

El técnico asintió y salió por la puerta, todavía rota.

—Y, oh, sí, ¿quiere por favor enviar un técnico para reparar la puerta de la señora Vorsoisson? —añadió Miles, dirigiéndose a Tuomonen—. Y ya puestos, posiblemente podría instalar un sistema de cierre algo más fiable.

Ella le dirigió una sonrisa agradecida.

—Sí, milord. Naturalmente, pondré a un hombre de guardia mientras esté usted aquí.

Una especie de cancerbero, supuso Miles. Tenía que buscarle algo mejor a la señora Vorsoisson. Sospechando que ya había cargado al pobre y agotado Tuomonen con tareas y órdenes suficientes para una sesión, Miles solicitó solamente que le notificaran de inmediato si SegImp capturaba a Soudha o a algún miembro de su grupo, y dejó marchar al capitán a cumplir sus múltiples tareas.

Cuando terminó de ducharse y ponerse su último traje decente, los analgésicos ya habían hecho efecto y Miles se sentía casi humano. La señora Vorsoisson lo invitó a la cocina; el guardia de Tuomonen se quedó en el salón.

—¿Le apetece desayunar algo, lord Vorkosigan?

—¿Ha comido usted?

—Bueno, no. La verdad es que no tengo hambre.

Era lógico, pero parecía tan pálida y agotada como él.

—Tomaré algo si come usted —dijo Miles inspirado—. Algo suavito —añadió, prudente.

—¿Gachas de avena? —Dijo al fin.

—Oh, sí, por favor.

Quiso decir: «Yo puedo prepararlas.» Mezclar un paquete de gachas instantáneas entraba dentro del entrenamiento de supervivencia de SegImp, podía asegurárselo, pero no quiso arriesgarse a que ella se fuera, así que se sentó como un invitado obediente, y la observó ir por la cocina. Parecía incómoda en lo que antes eran sus dominios. ¿Dónde encajaría?
En algún lugar mucho más grande
.

Ella preparó el desayuno para ambos y lo sirvió; intercambiaron frases de cortesía.

Cuando ella dio unos cuantos bocados, mostró una sonrisa poco convincente.

—¿Es verdad que la pentarrápida te hace parecer… un poco tonta? —preguntó.

—Hum. Como con cualquier droga, la gente tiene reacciones diversas. He realizado varios interrogatorios con pentarrápida cuando estaba de servicio. Y a mí me la han aplicado dos veces.

Su interés aumentó claramente ante esta última declaración.

—¿Sí?

—Yo, hum… —quiso tranquilizarla, pero tenía que ser sincero. No me mienta jamás, había dicho ella, con voz de pasión reprimida—. Mi propia reacción fue un poco rara.

—¿No tiene esa alergia que se supone que da SegImp a sus…? Bueno, no, por supuesto que no, o no estaría aquí.

La defensa de SegImp contra la droga de la verdad era inducir una respuesta alérgica en sus operarios clave. Había que aceptar el tratamiento, pero como era una puerta hacia responsabilidades mayores y por tanto a ascensos, las fuerzas de seguridad nunca carecían de voluntarios.

—No, la verdad es que no. El jefe Illyan nunca me pidió que me sometiera a eso. En retrospectiva, no puedo dejar de preguntarme si mi padre tuvo algo que ver. Pero en cualquier caso, no me hace ser sincero, sino que me atonta. Farfullo. Digo tonterías, supongo. El, hum, interrogatorio hostil al que me sometieron… lo pude superar recitando continuamente poesía. Fue una experiencia muy rara. Con la gente normal, el grado de, bueno, malestar depende mucho de si luchas contra la pentarrápida o te dejas llevar. Si te parece que el interrogador está de tu parte, puede ser una manera muy relajante de dar el mismo testimonio que darías de cualquier otra forma.

—Oh —ella no parecía lo bastante tranquila.

—No puedo decir que no invada su reserva natural —y ella poseía toneladas de reserva—, pero un interrogatorio bien dirigido no suele ser demasiado malo.

Aunque si los acontecimientos de anoche no le habían hecho perder el control de sí misma…

—¿Cómo aprendió a no reaccionar? —añadió Miles, después de una pequeña vacilación.

El rostro de ella quedó en blanco.

—¿No reacciono?

—No. Es muy difícil leer en usted.

—Oh —ella meneó el café—. No sé. He sido así desde que puedo recordar. —Una expresión más introspectiva calmó sus rasgos durante un momento—. No… no, hubo una época… supongo que se remonta a… Tenía, tengo tres hermanos mayores.

La típica estructura familiar Vor de su generación: demasiados chicos, una niña añadida en el último momento. ¿Es que ninguno de aquellos padres poseía a) previsión y b) la habilidad de sumar? ¿Es que ninguno de ellos quería ser abuelo?

—Los dos primeros eran muy mayores —continuó ella—, pero el más joven no me llevaba tanta edad como para no ser molesto. Descubrió que podía divertirse muchísimo burlándose de mí y haciendo que me dieran grandes berrinches. Los caballos eran un tema seguro: en aquella época yo estaba loca por los caballos. No podía contraatacar: no tenía entonces la inteligencia para igualar sus puyas y, si trataba de pegarle, él era más grande que yo… Estoy pensando en cuando yo tenía unos diez años y él unos doce… Acabó por entrenarme tan bien que podía cabrearme sólo relinchando —sonrió sombría—. Fue una gran prueba para mis padres.

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