Jugada peligrosa (3 page)

Read Jugada peligrosa Online

Authors: Ava McCarthy

BOOK: Jugada peligrosa
7.61Mb size Format: txt, pdf, ePub

Harry comprobó la ejecución del programa. Casi había terminado. Recorrió con la vista la relación de contraseñas que ya se encontraban disponibles en texto común. Aparecía la de Nadia: nombre de usuario «nadiamc», contraseña «diamantes ». Y la de Sandra Nagle: «sandran», contraseña «fortaleza». Negó con la cabeza. Mal asunto. Necesitaba una cuenta de mayor rango con acceso privilegiado.

Allí estaba, al final de la lista, la contraseña del administrador de red: «asteroide27». Movió los dedos de los pies en los zapatos. Ahora estaba en disposición de hacer lo mismo que un vigilante de seguridad con la llave maestra del edificio: podía dirigirse a cualquier sitio. La red era suya.

Accedió al sistema con su nuevo estatus privilegiado e inmediatamente inutilizó el programa de auditoría de la empresa. Así, su actividad no quedaría grabada en los registros de auditoría. Era invisible.

Harry merodeó por los servidores y se introdujo en todos los archivos que juzgó interesantes. Sus ojos se abrieron de par en par al ver algunos de los datos a los que tenía acceso: evaluación crediticia de los clientes, ingresos del banco y salarios de los empleados. Podía consultar todos los mensajes de correo electrónico, incluidos los del presidente del banco.

Pasó a otra base de datos e intentó interpretar el significado de los números que aparecían. Sus dedos se quedaron paralizados sobre el ratón cuando cayó en la cuenta de que se trataba de parte de la información más confidencial de los clientes que poseía el banco: números de cuenta, códigos pin, detalles de las tarjetas de crédito, nombres de usuario y contraseñas. En definitiva, el sueño de todo
hacker
y, por si fuera poco, algunos datos no aparecían cifrados.

Harry se desplazó hacia la parte inferior de la pantalla. Le resultaría muy sencillo sacar dinero de aquellas cuentas, nadie se enteraría de lo ocurrido. Era como un fantasma en el sistema que no dejaba huellas.

—Ha regresado pronto.

Harry miró a Nadia, que señalaba con la cabeza hacia el otro extremo de la sala. Sandra Nagle consultaba junto a las puertas dobles algún documento en un sujetapapeles.

Maldita sea. Había llegado la hora de marcharse.

Los dedos de Harry comenzaron a teclear apresuradamente. Copió la lista de contraseñas detectadas en su CD, en el que también volcó algunos datos de las cuentas de los clientes y los pin de seguridad por si acaso.

La copia tardaba en completarse. Levantó la cabeza para ver qué hacía Sandra Nagle. Caminaba por la sala y se detenía cada pocos pasos para controlar el trabajo de las operadoras de la línea de asistencia.

Harry sabía que se estaba arriesgando demasiado y que debía terminar; pero aún le quedaba algo por hacer. Con el ratón, camufló uno de sus propios archivos y lo escondió en un rincón de la red. Siempre le gustaba dejar una tarjeta de visita.

La mujer se dirigía hacia ella mientras tomaba notas en su sujetapapeles. Se detuvo para preguntarle algo a una chica que estaba sentada muy cerca de Harry.

Harry borró los registros de eventos del sistema para eliminar cualquier posibilidad de ser descubierta. Después reactivó el programa de auditoría y levantó la vista.

Sandra Nagle la estaba mirando.

A Harry le sudaban las axilas. Oía el frufrú del nailon a medida que la mujer se acercaba. Cerró su acceso de red y abrió otra vez la aplicación de asistencia justo cuando Sandra Nagle llegó a su mesa.

La mujer respiraba profundamente. Se encontraba tan cerca que Harry podía apreciar el vello claro de su labio superior.

—¿Se puede saber quién es usted y qué se supone que está haciendo aquí?

—¿Es usted Sandra Nagle? —Harry se levantó y se colgó el bolso del hombro, agarró el CD y lo volvió a meter en el bolsillo—. La estaba esperando.

Harry la rozó al pasar por su lado y caminó hacia las puertas, tratando de ignorar el temblor de sus rodillas.

—Los del departamento de tecnologías de la información me han enviado para comprobar sus sistemas —contestó—. Tienen un grave problema de virus.

Sandra Nagle se encontraba justo a su espalda.

—¿Cómo…?

—No es necesario suspender las operaciones de inmediato, pero espero por su bien que hayan seguido los procedimientos antivirus del banco.

El paso de la mujer titubeó. Harry se giró hacia ella.

—Ya veo. Sin duda, tendrá noticias del departamento a su debido tiempo.

Harry empujó una de las puertas dobles, pero no se abrió. Probó con la otra. Estaba cerrada.

—Espere, ¿cómo ha dicho que se llama?

Sandra Nagle caminaba con firmeza detrás de ella.

Mierda.

Harry localizó el botón de apertura de puertas en la pared, lo apretó y se oyó un clic. Empujó las puertas para abrirlas y echó a correr por la zona de recepción. Melanie se quedó mirándola con la boca abierta.

Harry salió a la luz del sol a través de las puertas de cristal y corrió calle abajo.

Excitada por la adrenalina, continuó su carrera a lo largo del canal, pisando con fuerza el pavimento mientras notaba cómo la sangre bombeada recorría todo su cuerpo. Cuando tuvo la certeza de que nadie la seguía, aminoró la marcha y se sentó en el muro del canal para serenarse.

Se oía el murmullo del agua por entre los altos juncos de las orillas y una brisa suave le acariciaba el rostro. Cuando el corazón dejó de latirle desbocado en el pecho, sacó su teléfono del bolso y marcó un número.

—¿Ian? Soy Harry Martínez, de Lúbra Security. Acabo de finalizar el test de intrusión en sus sistemas.

—¿Ya?

—Sí, conseguí entrar y tengo todo lo que necesitaba.

—Dios mío. Eh, chicos, ¿hemos recibido alguna alarma del sistema de detección de intrusos?

Harry notaba cierto alboroto al fondo.

—Tranquilícese, Ian, ese sistema funciona. No realicé el test desde el exterior.

—¿Ah, no? Pues nosotros esperábamos un ataque perimetral.

—Sí, lo sé. —Harry esbozó una mueca de desagrado—. Lo siento.

—Oh, por Dios, Harry.

—Mire, un gran número de
hackers
actúan desde dentro de la empresa. Deben protegerse.

—¿Bromea?

—Entré a través de la propia red del banco y conseguí acceso como administrador...

—¿Qué dice?

—…y encontré las cuentas bancarias de los clientes y los números pin.

—¡Oh, no!

—Digamos que su seguridad interna no es demasiado estricta, pero puede mejorar si se toman ciertas precauciones. Les incluiré algunas sugerencias en el informe.

—Pero ¿cómo diablos consiguió acceder?

—Un poco de ingeniería social y otro poco de audacia. Y si esto le hace sentir mejor, le diré que casi me pillan.

—Pues menudo consuelo. Qué desastre.

—Perdone, Ian. Sólo quería advertirle antes de que llegara a oídos de la dirección.

—Se lo agradezco, pero aun así me las voy a cargar.

—No es tan grave como parece. —El teléfono de Harry emitió un pitido—. Dejé escondidas algunas de las herramientas de
hackeo
para poner a prueba el antivirus, pero podemos eliminarlas más tarde, cuando realicemos una limpieza del sistema. —El teléfono pitó de nuevo—. Disculpe, Ian, debo irme. Hablaremos mañana.

Contestó la llamada entrante.

—Hola, Harry, ¿cómo va el test?

Harry sonrió. Era Imogen Brady, una ingeniera de apoyo de la oficina de Lúbra Security. Se imaginó a su amiga sentada en el escritorio con aquellos pies que no le llegaban al suelo. Imogen, de grandes ojos, cara delgada y con pinta de chico, parecía un chihuahua. Era uno de los mejores
hackers
con los que Harry había trabajado.

—Acabo de terminar —contestó Harry—. ¿Qué tal por allí?

—El señor millonario te está buscando.

Se refería a su jefe, Dillon Fitzroy. Corría el rumor de que se había convertido en multimillonario a los veintiocho años durante el boom de las empresas punto com. Ya hacía nueve años de aquello. Poco después fundó Lúbra Security, que se expandió al fusionarse con otras empresas de software hasta convertirse en una de las más importantes del sector.

—¿Qué quiere? —preguntó Harry.

—¿Quién sabe? ¿Una cita, quizás?

Harry volteó los ojos. Aparentemente, Imogen era tan liviana que se la podía llevar una suave brisa, pero a la hora de cotillear nadie le ganaba.

—¿Por qué no te limitas a pasármelo? —sugirió Harry.

—De acuerdo.

Unos segundos después, escuchó la voz de Dillon.

—Harry, ¿ya has acabado en Sheridan?

—Así es —afirmó Harry—. Sólo me queda el papeleo.

—Déjalo. Tengo otro trabajo para ti.

—¿Ahora mismo?

Estaba muerta de hambre y olía el café y los panecillos de panceta de los bares de Baggot Street. Se levantó y se acercó al puente del canal.

—Sí, ahora. Envíame la información de Sheridan, Imogen se ocupará de compilar el informe. Quiero que realices otra evaluación de vulnerabilidad.

Harry oía un teclado de fondo. Dillon no perdía ninguna oportunidad para realizar varias tareas simultáneas. Probablemente tendría la mano izquierda flexionada sobre el portátil como un pianista, mientras que con la derecha estaría tomando notas en un bloc.

—¿Y adónde voy esta vez?

—Al IFSC. El cliente ha insistido en solicitar tus servicios. Les he asegurado que eres la mejor.

—Gracias, Dillon, te comportas como un caballero.

En ese momento se alegró de llevar aquellos tacones tan femeninos. El International Financial Services Centre era, sin duda, un lugar de categoría.

—Llámame cuando acabes —le pidió Dillon—. Cenaremos algo y así me pondrás al corriente.

Abrió los ojos de par en par. Ahora estaba doblemente contenta por llevar tacones.

—De acuerdo. —Antes de que se permitiera especular sobre la clase de cena a la que se refería, le dijo—: Cuéntame más sobre el trabajo del IFSC. ¿Conocemos la clase de sistemas que tienen?

—No, lo sabrás cuando te reúnas con ellos... —Dillon hizo una pausa—. Si quieres saber mi opinión, creo que antes desean conocerte.

Harry se detuvo en plena acera.

—¿Y por qué?

Dillon dudó unos instantes que se hicieron interminables.

—Mira, quizá no sea tan buena idea después de todo. A lo mejor se lo encargo a Imogen.

Harry se tapó la oreja con la mano para que el ruido del tráfico no la molestara.

—Bueno, ¿qué es lo que pasa aquí? ¿Quién es el cliente?

Oyó cómo Dillon aspiraba aire entre los dientes mientras meditaba su respuesta.

—Está bien, ha sido una idea estúpida —contestó—. Es KWC.

La adrenalina se disparó en el cuerpo de Harry como el agua al reventarse una cañería. Topó con el muro del canal y se apoyó contra la fría piedra.

KWC. Klein, Webberly and Caulfield, uno de los más prestigiosos bancos de inversión de la ciudad que ofrecía sus servicios a algunas de las personas y corporaciones empresariales más ricas de Europa. Su sede se encontraba en Nueva York, pero contaba con oficinas en Londres, Fráncfort, Tokio y en el propio Dublín.

Además, era la empresa para la que su padre había trabajado antes de ingresar en prisión.

Capítulo 4

—Cuénteme qué es lo peor que puede ocurrir —le preguntó Harry.

Aquel hombre sentado al otro lado de la mesa de la sala de juntas la miró con ojos entrecerrados. Tenía unos cuarenta años y llevaba el pelo, áspero y gris, cortado al estilo de un marine.

Se encogió de hombros.

—Que alguien acceda a nuestras cuentas de inversión.

—Peor que eso.

Se recostó y cruzó los brazos. Parecía que la camisa le iba a estallar.

—Que un
hacker
robe el dinero de nuestros clientes. ¿Puede haber algo peor?

—Dígamelo usted.

Harry echó un vistazo a la tarjeta de visita que le había dado. Felix Roche, adquisiciones de tecnologías de la información (TI), KWC. Anotó una palabra en el dorso: «hostil».

Se fijó en la ventana situada detrás de Felix. No se trataba de una ventana común, era una pared acristalada gracias a la cual los muelles del río Liffey parecían formar parte de la sala.

A lo lejos, alcanzó a distinguir la cúpula verde menta de la Custom House y el techo ondulado de la torre Liberty Hall. El negocio debía de marchar bien en KWC.

Felix se inclinó sobre la mesa.

—Bien, le diré cuál consideraría el peor de los escenarios —contestó. Harry percibió el olor de la cebolla que el hombre había almorzado—. Que alguien acceda a nuestros acuerdos de M&A. ¿Le parece suficientemente grave?

M&A. Fusiones y adquisiciones. El departamento en el que su padre había trabajado antes de que lo detuvieran. Harry tragó saliva, toqueteó su bloc de notas y le lanzó una mirada a Felix. Su rostro pálido parecía enfermo como el vientre de un pez muerto. Estaba acostumbrada a la hostilidad de los técnicos, pero aquello era diferente. Le había asegurado a Dillon que era capaz de cumplir su encargo, pero ahora ya no estaba tan segura.

La puerta se abrió y un hombre de unos treinta años entró en la sala. Era fornido, con el pelo castaño claro y unos hombros propios de un jugador de rugby.

Felix frunció el ceño ante aquella interrupción.

—Hola, Felix, ya me siento.

El hombre miró a Harry con cara de pocos amigos mientras cogía una silla.

Las mejillas de Harry ardieron con aquella mirada. ¿Qué les sucedía a aquellos tipos? Irguió los hombros y se levantó.

—Harry Martínez —dijo tendiéndole la mano.

Dejó de fruncir el ceño y sonrió.

—Disculpe, pensaba que sería un hombre. Debe de ocurrirle con frecuencia, ¿verdad? —Le estrechó la mano—. Jude Tiernan. Trabajo aquí como banquero de inversión.

Tenía la mano caliente, y el aroma cítrico de su loción para después del afeitado impregnaba la sala. ¿Qué hacía un banquero de inversión en una reunión de TI? Entonces Harry recordó la mordaz observación de Felix sobre los acuerdos de M&A.

—Déjeme adivinar —continuó ella—. ¿Trabaja en M&A?

—Mejor digamos que las M&A trabajan para mí.

Harry se recostó en la silla y lo entendió. Era el jefe de M&A, el mismo cargo que había ostentado su padre. La pena de cárcel de un hombre significó una oportunidad para la carrera profesional de otro. Notaba cómo le clavaba los ojos y la invadía con la mirada. Su padre era una leyenda en ese banco. ¿Conocerían el parentesco que les unía y querrían ponerla a prueba? Se mordió los labios, incapaz de mirarles.

Other books

The Prisoner's Dilemma by Sean Stuart O'Connor
No Gun Intended by Zoe Burke
The Suitcase by Sergei Dovlatov
No Quarter by Tanya Huff
Shirley by Burgess, Muriel
The Dictator by Robert Harris
Sweet Water by Anna Jeffrey
The Alphabet Sisters by Monica McInerney