Jugada peligrosa (27 page)

Read Jugada peligrosa Online

Authors: Ava McCarthy

BOOK: Jugada peligrosa
11.41Mb size Format: txt, pdf, ePub

Harry oyó un suave clic y la puerta de enfrente se abrió. Un funcionario cruzó el umbral, se quedó de pie contra la puerta abierta y sonrió al hombre que se disponía a entrar en la sala.

—Hasta luego, Sal —le dijo con un gesto de despedida.


Gracias
—contestó el hombre en español.

Al llegar a la puerta, titubeó. Llevaba un jersey azul marino y unos pantalones oscuros limpios y planchados. El cabello se le había vuelto completamente gris, y la espesa barba de un blanco inmaculado le daba un aire de marinero. De pequeña, Harry creía que su padre era el auténtico Capitán Pescanova.

¿Eran imaginaciones suyas, o realmente había menguado su estatura?

Él la miró y parpadeó. Harry enderezó la espalda, situó los pies debajo de la silla y cruzó los tobillos. Era consciente de que estaba tensa, pero le resultaba imposible relajarse. Se le estaba formando un nudo en la garganta y sabía que le iba a dar problemas.

Su padre esbozó una sonrisa. Después movió la cabeza de un lado a otro, le tendió los brazos y volvió a dejarlos caer.


Hija mía
—dijo de nuevo en español.

Se quedó mirando el suelo un momento. Después, se aclaró la voz y se sentó frente a Harry.

—No sabía que eras tú —comentó—. No tienes ni idea de cuánto me alegro de verte.

Se inclinó hacia delante y extendió las manos por encima de la mesa. Se lo pensó mejor, las retiró y entrelazó los dedos. Harry notaba aquel nudo en la garganta con mayor intensidad y trató de imaginarse en el muro del colegio, pero no lo consiguió.

—Mírate —dijo—. Estás hecha toda una mujer.

Sus ojos marrones parecían empañados, pero las cejas conservaban el color negro de siempre. Harry bajó la mirada.

—Tendría que haber venido antes —confesó.

—Calla, cariño, no digas tonterías. Éste no es lugar para ti, has hecho muy bien en mantenerte alejada. Le dije a tu madre que no quería ver a ninguna de vosotras aquí.

—¿Ha venido a visitarte?

Negó con la cabeza.

—Decidimos que era mejor que no lo hiciera.

Harry trató de imaginar a su elegante madre en aquel sitio, pero no fue capaz.

Su padre se toqueteaba la manga.

—Ella albergaba grandes expectativas al casarse con un banquero de inversión, pero me temo que no estuve a la altura. Es culpa mía, no suya.

—¿Y Amaranta? Ella viene a verte, ¿no?

—Bueno, al principio venía bastante a menudo. —Le sonrió con complicidad—. Ya la conoces, siempre tan cumplidora. Pero entonces llegó el bebé y, como es lógico, estaba mucho más ocupada. Quiso traer a Ella consigo, pero se lo prohibí terminantemente. —Cortó el aire con la palma de la mano de arriba abajo como si extendiera una baraja de cartas—. Nunca permitiría que mi nieta viniera aquí.

Harry se recostó en la silla y parpadeó. Por lo visto, no era la única que había decidido mantenerse al margen,

—Entonces, ¿no recibes ninguna visita?

Se encogió de hombros.

—A veces, los visitantes pueden hacer que lo pases peor. —Señaló con la cabeza a Gracie y a aquel hombre—. Por ejemplo, mira a Brendan. Su hermana ha venido aquí cada lunes durante los últimos veintitrés años y le tortura con detalles sobre la vida y la familia que jamás volverá a tener. Nunca duerme bien los lunes por la noche.

—¿Por qué está aquí?

Su padre evitó mirarla y demoró un poco su respuesta. Finalmente, negó con la cabeza.

—Mejor que no lo sepas, cariño —le dijo serenamente.

Harry abrió los ojos de par en par y echó un vistazo a Brendan. Aún se tocaba la papada con la mano temblorosa. Él la observó con ojos ausentes y llorosos, y Harry se estremeció. Apartó la mirada y examinó el rostro de su padre. Parecía que tenía más de sesenta y cuatro años. Su piel estaba flácida y las arrugas de la frente eran profundas y sinuosas, como las ondulaciones que dejaba la marea sobre la arena.

—¿Qué tal estás aquí? —le preguntó Harry—. ¿Te encuentras bien?

—No te preocupes por mí, cielo. Voy tirando. —Puso mala cara—. Echo de menos el sol. No puedo soportar que alguien decida cuándo se encienden y se apagan las luces. Pero me mantengo ocupado. Se me da bastante bien la carpintería, juego de vez en cuando al póquer y escribo cartas. Muchas son para ti.

—¿En serio? Nunca he recibido ninguna.

—Oh, no, nunca las envío.

Su padre sonrió como si le acabara de gastar una de sus habituales bromas. Después, frunció el ceño. Se inclinó hacia delante con los brazos extendidos sobre la mesa y las manos abiertas para que Harry se las cogiera, aunque seguramente sabía que no podía hacerlo.

—¿Por qué has venido, Harry? —preguntó—. ¿Algo va mal? ¿Es por eso?

Ella suspiró y dejó caer los hombros. Colocó las manos abiertas sobre la mesa en respuesta a su gesto. Notó un pinchazo en el pecho y se sintió como una niña pequeña a punto de desahogarse. Respiró hondo y empezó a contárselo todo.

—Unos amigos tuyos me están siguiendo.

Capítulo 35

Harry habló durante un buen rato. Observó cómo su padre apretaba los puños al explicarle que Leon y El Profeta le seguían los pasos. Cuando le relató el episodio de las montañas de Dublín, apretó los ojos bien fuerte, bajó la cabeza y se sujetó las sienes con los puños. Alzó la vista. Había palidecido por completo.

—Lo siento. —Su voz era apenas un susurro—. Tú nunca tendrías que haberte visto implicada en esto, nunca. —Se llevó una mano al pecho y le tendió la otra sobre la mesa—. Haré todo lo posible para ayudarte, cariño. Lo sabes, ¿verdad?

Sal tenía los ojos rojos y su boca cerrada dibujaba una línea recta. Harry acercó más las manos a las de su padre. Sólo algunos centímetros separaban los dedos de ambos, pero en realidad parecían metros. Harry se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza. Por el momento, era mejor callar.

—Hablaré con Leon —aseguró su padre mientras se erguía—. Lo llamaré y le ordenaré que no se acerque a ti.

Harry tragó saliva y negó con la cabeza.

—Él no me preocupa, El Profeta es quien manda en este asunto.

—Entonces dime qué necesitas, Harry. Haré todo lo que quieras, sólo tienes que pedírmelo.

Lo miró y pensó que le gustaría disponer de más tiempo.

Quería preguntarle muchas cosas, pero los treinta minutos ya se estaban agotando.

—Cuéntame más detalles sobre la operación Sorohan.

Por un momento, la mirada de su padre pareció perderse en la nostalgia.

—Fue la operación más importante que realizamos. Después del auge del
puntocom
las acciones de esa empresa perdieron su valor, pero entonces nos enteramos de que Aventus quería absorberla. Invertí todo lo que teníamos en comprar acciones de Sorohan para la organización antes de que la noticia saliera a la luz.

—¿Tu administrabas los fondos de la organización?

—En algunas operaciones, sí. Nunca abusábamos de nuestra propia información, ésa era la máxima que seguíamos. Resultaba demasiado arriesgado. Por ejemplo, si se filtraba información de Merrion & Bernstein, alguien de KWC gestionaba la operación, y viceversa. De ese modo, era imposible establecer ninguna relación entre las operaciones y la información que obteníamos. Era nuestro modo de protegernos.

—¿Y qué me dices de JX Warner? El Profeta trabajaba allí, ¿verdad?

—Por lo que sabemos, sí. Pero él nunca llevó a cabo ninguna operación. Funcionó así desde el principio: recibía su parte sin asumir ningún riesgo. —Movió la cabeza con gesto de disgusto—. Tenía a otra gente que le hacía el trabajo sucio.

Harry recordó los susurros de su agresor la noche anterior y sintió un escalofrío. El Profeta seguía dejando el trabajo sucio para otros.

Se abrazó el pecho y olvidó las montañas por un rato.

—Así que fuiste tú quien se encargó del dinero en la operación Sorohan.

Sal asintió con la cabeza.

—Sorohan contrató a JX Warner para negociar el cierre de la operación, ahí fue cuando El Profeta consiguió la información. Pero Aventus contrató a Merrion & Bernstein, con lo cual Leon no podía intervenir. KWC no estaba involucrado, y eso me permitía actuar con libertad.

—¿Y qué salió mal?

Su padre suspiró.

—Incumplimos nuestra máxima. Leon conservaba el dinero de una operación anterior y lo convencí en el último minuto para que comprara acciones de Sorohan con aquellos fondos. Era una gran oportunidad y pensé que, por una vez, podía valer la pena. Lamentablemente, tanto movimiento levantó las sospechas de la Bolsa. Leon estaba relacionado con Aventus y Merrion & Bernstein así que, como era de esperar, fueron primero a por él. —Negó con la cabeza—. Fuimos unos estúpidos, pecamos de avaricia.

Harry se miró las manos. Tenía que preguntarle algo más, pero se le hacía muy difícil.

—¿Y Jonathan Spencer? —dijo finalmente sin levantar la vista—. ¿Qué le sucedió?

Su padre arqueó las cejas.

—¿Sabes lo de Jonathan? —Hizo una mueca de disgusto y suspiró—. Nunca debió meterse en aquello, no tenía el carácter adecuado. Era sólo un chico de la misma edad que Amaranta. Intenté que su nombre no saliera a relucir en el juicio. Quiso abandonar la organización aproximadamente cuando se llevó a cabo la operación Sorohan. Estaba aterrorizado. Lo convencí para que fuera discreto y dejara el asunto en mis manos.

—¿Y qué pasó?

El desagrado se hizo patente en el rostro de su padre.

—Hablé con Leon y reaccionó de forma exagerada. Estaba convencido de que Jonathan representaba una amenaza para la organización. Era absurdo, aquel chico no iba a causar ningún problema, pero Leon no me escuchó. Se dejó llevar por el pánico y contactó con El Profeta para comunicarle que la operación Sorohan se cancelaba. —Con la mirada perdida, movió la cabeza de un lado a otro—. De todos modos, aquello quedó al final en una falsa alarma, ya que el pobre Jonathan murió en un accidente de coche poco después.

—¿Cuanto dinero ganasteis con la operación Sorohan?

Sal volvió a buscar los ojos de Harry. Sin levantarse, inclinó la silla hacia atrás sobre las patas traseras y se llevó las manos a la nuca. Miró sonriente el techo y movió la cabeza de nuevo.

—Unos dieciséis millones de dólares —confesó—. En una sola operación.

Harry hizo los cálculos. Eran unos doce millones de euros.

—¿Y dónde está ese dinero ahora? —preguntó—. ¿Lo confiscaron las autoridades?

Su padre se balanceaba en la silla y el corazón de Harry se disparó mientras esperaba una respuesta. Si el dinero había desaparecido, estaba en apuros.

Se oyó el chirrido de las patas delanteras de la silla al apoyarse en el suelo. Negó con la cabeza.

—No lo encontraron, lo cambié de banco. —Echó un vistazo a los guardas y bajó el tono de voz—. Cuando Leon me delató, les reveló información sobre mi cuenta de Credit Suisse en las Bahamas. Era la única que conocía. La abrí en 1999 cuando empezamos con la organización y la utilicé para nuestras actividades durante más de un año. Las autoridades no necesitaron más pruebas.

—Pero ¿existía otra cuenta?

Él asintió con la cabeza.

—Unos seis meses antes de la operación Sorohan, Credit Suisse comenzó a hacerme preguntas incómodas. No les gustaban los movimientos que veían en mi cuenta. Comprar acciones antes de una OPA puede resultar sospechoso si se repite con demasiada frecuencia. Así pues, decidí llevar el dinero a otro lugar.

—¿Lo sacaste de las Bahamas?

—Oh no, me gustaban demasiado. —Le sonrió—. Sol, arena y leyes de privacidad, ¿qué más quiere un banquero corrupto?

Harry movió la cabeza, incrédula. A veces, tenía la sensación de estar hablando con un niño travieso.

—Entonces, ¿te limitaste a cambiar de banco? —preguntó.

—Bueno, me informé. La cuestión era encontrar una entidad con suficiente discreción. ¿Me sigues?

Harry asintió con la cabeza y suspiró.

—Entonces, conocí en Nassau a un tipo en una partida de cartas —continuó su padre—. Se llamaba Philippe Rousseau. Un jugador interesante. Me enteré de que era banquero y le comenté que estaba buscando a alguien para gestionar mis inversiones. —Esbozó una sonrisa irónica—. Algo en su forma de jugar al póquer me hizo pensar que nos íbamos a llevar bien. Se arriesgaba y no le importaba hacer trampas de vez en cuando, así que nos entendimos.

—¿Abriste una cuenta con un extraño que conociste en una partida de póquer?

—¿Por qué no? Trabajaba en un banco muy seguro y con buena reputación. Le enviaba por fax las instrucciones para las operaciones con un seudónimo que acordamos. Si quería sacar dinero o realizar transferencias a otras cuentas debía hacerlo en persona. Previamente, tenía que avisarle por fax empleando el mismo nombre en clave. —La miró a los ojos un momento y sonrió—. El nombre que elegí te gustaría. —Suspiró y apartó la vista de nuevo—. En cualquier caso, me iba como anillo al dedo, y a él también. Realizó las mismas operaciones que yo y amasó una fortuna. La gente suele tomar nota de las transacciones que obtienen buenos resultados.

Harry asintió con la cabeza y pensó en cómo Felix Roche se aprovechó de las operaciones de la organización, pero recordó que había muerto carbonizado mientras dormía. Al final, no le salió a cuenta imitarlos.

—Evidentemente, aquello era un suicidio profesional para un banquero —prosiguió su padre sin saber que Harry pensaba lo mismo—, pero disfrutaba con el riesgo. Solía reunirme con él cada pocos meses para jugar al póquer y ocuparnos de nuestros negocios. Más tarde, lo ascendieron a director de inversiones y fue sustituido por un descafeinado gestor de cuentas. Owen, o John, o algo así. Nunca llevé a cabo ninguna operación con él y ya no realicé ningún movimiento desde esa cuenta.

—¿El dinero de Sorohan aún se encuentra allí?

—Sí, claro.

Harry se toqueteó la correa del reloj. Se estaba acabando la media hora y era el momento de ir al grano, pero aún le quedaba algo más por preguntar. No apartó la vista del reloj, como si evitar mirar a su padre le protegiera contra las respuestas dolorosas.

—¿Por qué lo hiciste?

Hubo una pausa.

—Me gustaría poder decírtelo, Harry. Aquí he tenido mucho tiempo para pensar y me lo he preguntado una y otra vez. ¿Por qué lo hice? ¿Valió la pena? ¿Lo volvería a hacer si se me presentara la ocasión? —Suspiró—. Seguramente sí.

Harry lo miró a los ojos. Su padre arqueó las cejas en señal de disculpa, pero no le rehuyó la mirada.

Other books

Call Me Princess by Sara Blædel
Home for the Summer by Mariah Stewart
Words Can Change Your Brain by Andrew Newberg
Things We Never Say by Sheila O'Flanagan
Too Close to the Sun by Jess Foley
Exodus by Paul Antony Jones
037 Last Dance by Carolyn Keene