Juego de Tronos (58 page)

Read Juego de Tronos Online

Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Juego de Tronos
5.57Mb size Format: txt, pdf, ePub

Se abrió la túnica y se sacó un pecho, blanco y pesado, con el pezón rojo. El niño lo aferró con ansiedad, enterró la cara en él y empezó a mamar. Lysa le acarició el pelo.

Catelyn se había quedado muda. «Es el hijo de Jon Arryn», pensó, incrédula. Recordó a su hijo, a Rickon, de apenas tres años, tenía la mitad de la edad que aquel niño, pero cinco veces más temperamento. No era de extrañar que los señores del Valle estuvieran preocupados. Por primera vez, comprendió por qué el Rey había querido apartar al niño de su madre, y dejarlo como pupilo con los Lannister...

—Aquí estamos a salvo —dijo Lysa.

—No seas estúpida —dijo Catelyn, cada vez más furiosa. No sabía si Lysa se había dirigido al niño o a ella—. Nadie está a salvo. Si piensas que porque te hayas escondido aquí los Lannister se van a olvidar de ti, cometes un error.

—Aunque lograran cruzar las montañas con un ejército —replicó Lysa tapando la oreja del niño con una mano—, y pasar por la Puerta de la Sangre, el Nido de Águilas es inexpugnable. Tú misma lo has podido comprobar. No hay enemigo que pueda llegar aquí arriba.

—No hay castillo inexpugnable. —Catelyn sintió deseos de abofetearla.

Se dio cuenta de que el tío Brynden había intentado alertarla.

—Éste, sí —insistió Lysa—. Todo el mundo lo dice. Sólo tengo un problema, ¿qué voy a hacer con ese Gnomo que me has traído?

—¿Es un hombre malo? —preguntó el señor del Nido de Águilas.

El pecho de su madre se le escapó de la boca. El pezón estaba enrojecido y húmedo.

—Malo, muy malo —le dijo Lysa mientras se cubría—. Pero mamá no dejará que le haga nada al pequeñín.

—Haz que vuele el hombre malo —pidió Robert, entusiasmado.

—Puede que sí —murmuró Lysa acariciándole el pelo—. Puede que sea eso lo que haga.

EDDARD (9)

Se reunió con Meñique en la sala común del burdel. Estaba hablando cordialmente con una mujer alta y elegante, que lucía una túnica con plumas sobre una piel negra como el carbón. Junto a la chimenea, Heward jugaba a las prendas con una moza de busto generoso. Por lo visto él había perdido ya el cinturón, la capa, la camisa y la bota derecha, mientras que ella se había tenido que desabotonar la camisola hasta la cintura. Jory Cassel se encontraba junto a una ventana por la que se deslizaba la lluvia. Tenía una sonrisa irónica en los labios, y se divertía observando cómo Heward daba la vuelta a las fichas.

Ned se detuvo al pie de las escaleras y se puso los guantes.

—Vámonos ya. He terminado con mi asunto.

—Como deseéis, mi señor —dijo Jory mientras Heward se ponía en pie y recogía a toda prisa sus cosas—. Ayudaré a Wyl a traer los caballos. —Se dirigió hacia la puerta.

Meñique se tomó todo el tiempo que quiso para despedirse. Besó la mano de la mujer negra, le susurró algún chiste que la hizo reír a carcajadas y caminó sin prisas hacia Ned.

—¿Vuestro asunto o el asunto de Robert? —preguntó en tono ligero—. Se dice que la Mano sueña los sueños del rey, habla con la voz del rey, y gobierna con la espada del rey. ¿Queréis decir que vos folláis con la...?

—Lord Baelish —lo interrumpió Ned—, suponéis demasiado. Os agradezco vuestra ayuda. Sin ella habríamos tardado años en dar con este burdel. Pero eso no quiere decir que vaya a tolerar semejantes groserías. Y ya no soy la Mano del Rey.

—El lobo huargo debe de ser una bestia muy quisquillosa —replicó Meñique con una mueca.

Del cielo negro y sin estrellas caía una lluvia cálida cuando se encaminaron hacia los establos. Ned se cubrió con la capucha de la capa. Jory le sacó el caballo. Lo seguía el joven Wyl, que guiaba con una mano la yegua de Meñique mientras con la otra se arreglaba el cinturón y los cordones del pantalón. Una prostituta descalza se asomó por la puerta del establo, entre risitas.

—¿Volvemos ahora al castillo, mi señor? —preguntó Jory. Ned asintió y montó. Meñique montó a su lado. Jory y los demás los siguieron.

—El establecimiento que dirige Chataya es exquisito —comentó Meñique—. He pensado comprarlo. Hoy en día los burdeles son una inversión mucho más segura que los barcos. Las putas no suelen hundirse, y si las abordan los piratas es previo pago de dinero contante y sonante.

Lord Petyr se rió de su chiste. Ned dejó que siguiera parloteando. Al cabo de un rato se calló, y siguieron cabalgando en silencio. Las calles de Desembarco del Rey estaban oscuras y desiertas. La lluvia había hecho que todo el mundo se pusiera a cubierto en el interior de las casas. Caía sobre la cabeza de Ned, cálida como la sangre e implacable como los remordimientos. Por el rostro le corrían gruesas gotas de agua.

—Robert jamás se quedará quieto en una cama —le había dicho Lyanna en Invernalia, en una noche ya muy lejana, cuando su padre la prometió con el joven señor de Bastión de Tormentas—. Me han dicho que ha tenido un bebé con una muchacha del Valle. —Ned había tenido el bebé en los brazos; no podía negarlo, ni tampoco quería mentir a su hermana, pero en cambio le aseguró que lo que hubiera hecho Robert antes del compromiso no importaba, que era un hombre bueno y que la amaba con todo su corazón. Ante aquello Lyanna se limitó a sonreír y a añadir—: El amor es maravilloso, mi querido Ned, pero nada puede cambiar la naturaleza de un hombre.

La muchacha era tan joven que Ned no se había atrevido a preguntarle la edad. Sin duda había sido virgen. Los mejores burdeles siempre encontraban vírgenes para quien tuviera con qué pagarlas. Tenía el cabello rojo claro y una lluvia de pecas sobre la nariz. Cuando se sacó un pecho para amamantar al bebé, Ned vio que su busto estaba también cubierto de pecas.

—La he llamado Barra —dijo mientras la niña mamaba—. Se parece mucho a él, ¿verdad, mi señor? Tiene su misma nariz, y su pelo...

—Es verdad.

Eddard Stark había acariciado el pelo negro de la pequeña, lo sintió como seda entre sus dedos. Le parecía recordar que la primera hija de Robert había tenido aquel mismo cabello.

—Decidle lo que habéis visto, mi señor... si os place, claro está. Decidle lo bonita que es.

—Lo haré —le había prometido Ned.

Era su maldición. Robert juraba a las mujeres amor eterno y las olvidaba antes del ocaso, pero Ned Stark siempre cumplía sus promesas. Recordó las promesas que había hecho a la moribunda Lyanna y el precio que había pagado por mantener su palabra.

—Decidle también que no he estado con ningún otro hombre. Os lo juro, mi señor, os lo juro por los dioses antiguos y por los nuevos. Chataya me dijo que tenía medio año libre por el bebé, y por si él volvía. Decidle que lo espero, por favor. No quiero joyas ni nada, sólo a él. Fue muy bueno conmigo, de verdad.

«Bueno contigo», pensó Ned con rencor.

—Se lo diré, niña, y te prometo que Barra no pasará necesidades.

Y ella le había sonreído, con una sonrisa tan trémula y dulce que le partió el corazón. Mientras cabalgaba en la noche lluviosa, Ned veía ante sus ojos el rostro de Jon Nieve, tan parecido a él mismo cuando era joven. Si los dioses despreciaban a los bastardos, ¿por qué, pensó, por qué llenaban a los hombres de deseos tan incontrolables?

—Lord Baelish, ¿qué sabéis de los bastardos de Robert?

—Para empezar, que tiene más que vos.

—¿Cuántos?

—¿Qué más da? —contestó Meñique encogiéndose de hombros. Por los pliegues de su capa corrían reguerillos de agua—. Si alguien se acuesta con suficientes mujeres, unas cuantas le dejarán regalitos, y en ese sentido Su Alteza no ha mostrado la menor timidez. Sé que reconoció al chico de Bastión de Tormentas, el que engendró la noche de bodas de Lord Stannis. No le quedó otro remedio, la madre era una Florent, sobrina de Lady Selyse, una de las doncellas. Por lo que cuenta Renly, Robert se llevó a la chica al piso de arriba durante el festín, y rompió el lecho matrimonial mientras Stannis y su esposa todavía estaban bailando. Por lo visto Lord Stannis lo consideró una mancha en el honor de la Casa de su esposa, así que cuando el bebé nació, lo embarcó para que Renly se hiciera cargo. —Miró de reojo a Ned—. También se comenta que Robert tuvo gemelos con una criada de Roca Casterly hace tres años, cuando fue allí para asistir al torneo de Lord Tywin. Cersei hizo matar a los bebés y vendió la madre a un traficante de esclavos. Tan cerca de su casa... fue una afrenta excesiva para el honor de los Lannister.

Ned Stark hizo una mueca. Historias semejantes se contaban acerca de todo gran señor del reino. La parte de Cersei estaba dispuesto a creérsela... pero, ¿acaso lo permitiría el Rey? El Robert que él había conocido no, jamás, pero el Robert que él había conocido nunca tuvo tanta destreza a la hora de cerrar los ojos para no ver lo que no le interesaba.

—¿Por qué empezó a mostrar Jon Arryn tanto interés de repente por los hijos ilegítimos del Rey?

—Era la Mano del Rey. —El hombrecillo se encogió de hombros—. No me cabe duda de que Robert le encargó que velara por ellos, para que no les faltara nada.

—Tuvo que ser por algo más, de lo contrario no lo habrían matado. —Ned estaba empapado hasta los huesos y se le había helado el alma.

—Ya entiendo. —Meñique se sacudió la lluvia del pelo, y soltó una carcajada—. Lord Arryn descubrió que Su Alteza había preñado a unas cuantas putas y a unas verduleras, así que había que cerrarle la boca. No es de extrañar. Si un hombre con semejantes conocimientos hubiera vivido, ¿a dónde iríamos a parar? Tarde o temprano empezaría a decir que el sol sale por el este, y cosas así.

Ned no supo qué responder y frunció el ceño. Por primera vez en muchos años volvió a pensar en Rhaegar Targaryen. Se preguntó si Rhaegar había sido aficionado a frecuentar burdeles. Tenía la sensación de que no.

La lluvia caía con más fuerza, se le metía en los ojos y tamborileaba contra el suelo. Por la colina bajaban auténticos ríos de agua negra.

—¡Mi señor! —exclamó Jory de repente.

Su voz denotaba alarma, y de pronto la calle estuvo llena de soldados.

Ned divisó cotas de mallas sobre cuero, guanteletes y canilleras, y yelmos de acero con leones dorados en la cresta. Las capas empapadas se les pegaban a las espaldas. No le dio tiempo a contarlos, pero eran al menos diez, iban a pie, armados con espadas y lanzas de punta de hierro, y bloqueaban la calle.

—¡Atrás! —oyó gritar a Wyl.

Pero cuando dio la vuelta a su montura, había más soldados detrás para cortarles la retirada. La espada de Jory salió al momento de la vaina.

—¡Abrid paso o morid! —exclamó.

—Los lobos aúllan —comentó el líder. Ned vio que le corría la lluvia por el rostro—. Pero es una manada pequeña.

—¿Qué significa esto? —dijo Meñique mientras avanzaba con su caballo, paso a paso, con suma cautela—. Es la Mano del Rey.

—Era la Mano del Rey. —El barro amortiguaba el sonido de los cascos del semental bayo. La hilera de hombres se abrió para dejarle paso. El león de los Lannister rugía desafiante en su coraza dorada—. Para ser sinceros, ahora ya no sé qué es.

—Esto es una locura, Lannister —dijo Meñique—. Déjanos pasar. Nos esperan en el castillo. ¿Qué crees que haces?

—Sabe muy bien lo que hace —dijo Ned con voz tranquila.

—Muy cierto —dijo Jaime Lannister con una sonrisa—. Busco a mi hermano. Os acordáis de mi hermano, ¿verdad, Lord Stark? Estuvo con nosotros en Invernalia, no sé si caéis. Pelo rubio, ojos desemparejados, lengua afilada... un tipo bajito...

—Lo recuerdo perfectamente —replicó Ned.

—Por lo visto ha tenido problemas por el camino. Mi señor padre se siente insultado. No tendréis idea de quién habrá maltratado a mi hermano, ¿verdad?

—Vuestro hermano ha sido detenido por orden mía, para responder por sus crímenes —dijo Ned Stark.

—Mis señores... —gimió Meñique, desalentado.

—Mostradme vuestro acero, Lord Eddard —dijo Ser Jaime desenvainando la espada mientras avanzaba—. Si es necesario os mataré como a Aerys, pero preferiría que murierais con una espada en la mano. —Lanzó a Meñique una mirada fría y despectiva—. Lord Baelish, apartaos si no queréis que caiga alguna mancha de sangre en esos ropajes tan caros.

—Iré a buscar a la Guardia de la Ciudad —prometió a Ned.

A Meñique no le hacía falta que le insistieran.

La hilera de los Lannister se abrió para dejarle paso y volvió a cerrarse tras él. Meñique espoleó a la yegua y desapareció al doblar una esquina.

Los hombres de Ned habían desenvainado las espadas, pero eran tres contra veinte. Muchos ojos los espiaban desde las ventanas cercanas, pero nadie iba a intervenir. Su grupo iba a caballo, mientras que los Lannister, a excepción de Jaime, iban a pie. Si cargaban podrían escapar, pero Eddard Stark consideró que había una táctica con más garantías de éxito.

—Si me matáis —advirtió al Matarreyes—, Catelyn no dudará en acabar con Tyrion.

Jaime Lannister puso contra el pecho de Ned la espada dorada que había derramado la sangre del último de los Reyes Dragón.

—¿De veras? ¿La noble Catelyn Tully de Aguasdulces asesinaría a un rehén? No... no lo creo. —Suspiró—. Pero no pienso arriesgar la vida de mi hermano confiando en el honor de una mujer. —Jaime envainó la espada—. Así que dejaré que vayáis corriendo a contarle a Robert el susto que os he dado. ¿Creéis que le importará mucho? —Se echó hacia atrás con los dedos el pelo mojado y dio media vuelta a su caballo. Cuando estuvo detrás de la línea de hombres, volvió la vista hacia el capitán—. Encárgate de que Lord Stark regrese sano y salvo, Tregar.

—A vuestras órdenes, mi señor.

—Pero... tampoco queremos que escape sin castigo, así que... —A pesar de la lluvia y la noche, Ned divisó la sonrisa blanca de Jaime—. Mata a sus hombres.

—¡No! —gritó Ned Stark al tiempo que desenvainaba la espada.

Jaime se alejaba ya por la calle cuando oyó gritar a Wyl. Los hombres armados cayeron sobre ellos. Ned arrolló a uno, lanzando golpes contra los fantasmas de capas rojas que se ponían ante él. Jory Cassel espoleó su montura y cargó. Un casco con herradura de acero acertó a un guardia Lannister en la cara y se oyó un crujido estremecedor. Otro hombre cayó, y Jory se encontró libre. Wyl maldijo cuando lo derribaron de su caballo moribundo, las espadas chocaban bajo la lluvia. Ned galopó hacia él, y asestó un golpe de espada contra el yelmo de Tregar. El impacto le hizo apretar los dientes. Tregar cayó de rodillas, con el león de la cresta hendido en dos y el rostro lleno de sangre. Heward lanzaba tajos contra las manos que se habían apoderado de sus riendas cuando una lanza se le clavó en el vientre. De repente, Jory saltó entre ellos, su espada hacía brotar una lluvia roja.

Other books

White Flame by Susan Edwards
The Bride Raffle by Lisa Plumley
Connor by Melissa Hosack
The Trouble with Demons by Lisa Shearin
Intensity by Dean Koontz
Touched by Lilly Wilde
All He Ever Wanted by Anita Shreve