James Potter y La Maldición del Guardián (68 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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—¿De qué va todo esto? —preguntó Ralph mientras entraban de nuevo en el incómodo almacén. El Espejo de Oesed mostraba sus reflejos en su polvorienta superficie. Alrededor había cajas de madera, baúles y armarios cerrados con llave.

—No miréis demasiado atentamente en el Espejo —dijo Scorpius, pasando junto a él y aproximándose a uno de los armarios—. Sin su Libro de Concentración, solo mostrará distracciones. La verdadera sorpresa está aquí.

—¿Qué son todas estas cosas? —preguntó Rose, mirando lentamente alrededor—. Creí que eran solo un montón de trastos viejos cuando estuvimos aquí por última vez, pero eso fue antes de saber lo poderoso que era el Espejo y de donde provenía. Nadie habría tirado eso sin más entre un montón de cajas viejas al azar.

Scorpius retorció un cerrojo suelto de uno de los armarios y abrió la puerta.

—Todo esto —dijo, volviéndose para mirar a Rose—, es el contenido de la oficina de Albus Dumbledore mientras era director. Legó la mayor parte a su hermano, Aberforth, pero cuando Aberforth murió, él lo volvió a legar a la escuela. Ha estado almacenado aquí desde entonces, oculto incluso para el nuevo director. Nunca lo habríamos encontrado si no hubiéramos utilizado la señal de Ravenclaw para localizar el Espejo.

—Guau —suspiró James con respeto—. Apuesto a que a mi padre le encantaría saber de este lugar. Él y Dumbledore estaban bastante unidos. ¡Mirad! ¿Es la percha del fénix Fawkes? ¡Apuesto a que sí!

—Estas cosas deben ser realmente valiosas —dijo Rose, cogiendo un pesado libro de una mesa—. La mayoría de estos libros son únicos en su especie. Están impresos a mano e ilustrados...

—Todo eso está muy bien —dijo Scorpius, haciéndose a un lado y gesticulando hacia el armario abierto—. Pero es por esto por lo que os he traído aquí.

Ralph y James se asomaron al armario, confusos ante el despliegue de herramientas polvorientas y antiguos artilugios. Un gran objeto con forma de cuenco en el estante de arriba emitía un brillo pálido. Rose jadeó, con los ojos muy abiertos.

—¿Eso es el Pensadero? —susurró—. ¿El Pensadero de Dumbledore?

Scorpius asintió con la cabeza.

—Vine aquí una vez por mi cuenta, la noche antes del regreso de James. Me escabullí del dormitorio y utilicé la señal de Ravenclaw para encontrar esta habitación. Quería estar seguro de que realmente existía. Cuando la encontré, exploré un poco y encontré el Pensadero. Contiene muchos de los recuerdos del director Dumbledore, y de Severus Snape también, ya que aparentemente Snape lo guardaba en la oficina del director y lo utilizó después de la muerte de Dumbledore. Sabía que los recuerdos estarían bastante desvaídos y nebulosos ahora que Dumbledore y Snape han muerto, pero había un juego de recuerdos por los que yo sentía una particular curiosidad. El abuelo Lucius ya me había contado su lado de la historia, pero yo quería ver si las versiones de Dumbledore y Snape eran diferentes. Lo eran... un poco.

James bajó un poco la voz.

—¿Qué recuerdos, Scorpius?

Scorpius miró de nuevo a James a los ojos. No parpadeó mientras respondía.

—Sobre algo a lo que mi abuelo y Gregor llaman "el Linaje". Sobre quién es el Linaje de Voldemort y como llegó a serlo.

Hubo un largo momento de perfecto silencio, y después, firmemente, James dijo:

—Quiero ver.

Scorpius asintió.

—Pensé que querrías. —Gesticuló hacia el cuenco que brillaba gentilmente.

—¿Cómo funciona? —preguntó Ralph, siguiendo reluctantemente a James y a Rose hacia delante—. ¿Es como, una película o algo? ¿Cómo sabe que recuerdo queremos ver? ¿Duele?

—Cállate, Ralph —dijo James, no muy amablemente—. Coge mi mano. Tú también, Rose. Creo que solo tenemos que mirar. Eso es todo.

Lenta y cuidadosamente, James, Rose y Ralph se inclinaron sobre el cuenco de piedra. La superficie del líquido dentro del Pensadero se parecía incómodamente al remolino de mercurio del Espejo Mágico de Merlín, excepto que este brillaba bastante más. Iluminaba las caras de los tres estudiantes. Y entonces algo comenzó a surgir de las profundidades del Pensadero. Parecía llegar de mucho más profundo que la simple profundidad del cuenco. James contuvo el aliento mientras la luz se intensificaba. El remolino se incrementó, haciéndose más grande mientras el líquido del cuenco se alzaba. Llenó la visión de James y entonces, veloz e indoloramente, pareció agarrarle. Al instante, James, Rose y Ralph cayeron en el Pensadero como si este hubiera crecido hasta alcanzar el tamaño de una piscina. Los tragó entonces completamente, y para bien o para mal, no hubo vuelta atrás. Eran parte de los recuerdos descoloridos de Albus Dumbledore y Severus Snape.

Cada uno lo experimentó de forma única y separada. Cuando James aterrizó en medio del primer recuerdo, ni Ralph ni Rose estaban a la vista. Como Scorpius había dicho, los recuerdos estaban descoloridos y nebulosos; James se sentía como si estuviera soñándolos en vez vivirlos. Mientras el mundo del recuerdo se materializaba a su alrededor, se encontró de pie en la oficina del director, pero no como la había conocido antes. Se ondeaba o movía, como una escena presenciada bajo el agua. El fénix Fawkes se acicalaba sobre su percha, probando a James que estaba viendo la habitación como había sido durante el período de Dumbledore como director.

—Debemos estar preparados para tal eventualidad, Severus —estaba diciendo Dumbledore, sin mirar a Snape, que estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia el cielo negro—. No se puede asumir que Voldemort sea demasiado orgulloso para recurrir a semejante táctica. Si llega a temer que sus planes... y por tanto su vida... están en peligro, debemos asumir que preparará a un sucesor de algún tipo.

—El Señor Tenebroso no hace preparaciones en caso de fracaso, director —dijo Snape—. Su vanidad no admitirá la posibilidad de la derrota. El propio número de Horrocruxes que ha preparado es prueba de su seguridad.

—Disiento —dijo Dumbledore, uniendo las yemas de los dedos mientras se sentaba ante su escritorio.

James vio que una de las manos del director parecía bastante horriblemente ennegrecida y enfermiza.

—Un Horrocrux sería suficiente para un villano confiado. La sustancial colección de Voldemort prueba todo lo contrario. Vive con el terror a su muerte, creyendo que nada excepto las medidas más extremas la prevendrán. Ese no es el comportamiento de un hombre confiado en su inmortalidad. Si, con el tiempo, temiera que incluso su colección le fallará, recurrirá a medidas incluso más desesperadas aun. Lo sabrás cuando llegue el momento, y si llega, tu deber estará claro.

Snape se alejó de la ventana y se aproximó al escritorio.

—Me duele admitirlo, pero esta tarea es casi demasiado para mí, director. Usted está mucho mejor preparado para ella que yo.

Dumbledore asintió lentamente y sonrió.

—No discutiré eso, Severus, pero ambos sabemos que es improbable que esté todavía vivo cuando llegue el momento. La tarea recae sobre ti por defecto. No obstante, confío bastante en tu habilidad para hacer lo que sea necesario. A pesar de lo que crees de ti mismo, tienes cualidades bastante útiles para este tipo de trabajo...

Mientras Dumbledore decía esto, el recuerdo se disolvió lentamente. La habitación cayó en la oscuridad y Snape y Dumbledore se disolvieron. Pareció pasar una cantidad indeterminada de tiempo, y entonces James encontró que otro recuerdo se solidificaba a su alrededor. Estaba en la sala de estar de una gran casa, aunque al parecer la casa era bastante vieja y sus mejores días habían quedado atrás. Una gran araña de luces yacía hecha trizas sobre el suelo como un cadáver. Trozos de cristal roto se esparcían por todas partes, chispeando a la luz del fuego.

—Potter —dijo una voz alta y sedosa. James se giró para ver a una horrible figura con capa de pie delante de la chimenea. Parecía un hombre, solo que no del todo. Bajo la capucha, la cara era tan pálida que casi resultaba traslúcida. No había ninguna nariz, salvo por un par de grotescas aberturas llameantes, y los ojos rojos brillaban con finas pupilas verticales. Las rodillas de James se debilitaron de miedo mientras la figura parecía mirarle fríamente, pero entonces ésta apartó la mirada, mirando de reojo a una mujer acurrucada al final de un sofá cercano.

—Creí haber sido bastante claro —siguió la voz alta y fría, y James reconoció ahora a la figura por quién era. Este era el propio Voldemort, en carne y hueso—. No debía ser molestado por nada aparte de Harry Potter. Bellatrix me asegura que fui, ciertamente, bastante específico sobre ese requerimiento. Y aun así es ella misma la responsable de interrumpir mi trabajo sin que Harry Potter esté presente a mi llegada.

Bellatrix sollozó y rodó fuera del sofá, lanzándose al suelo a los pies de Voldemort.

—¡Estaba aquí, mi señor! Te lo aseguro: era mi prisionero cuando te convoqué; de otro modo, ¡nunca me habría atrevido! ¡Lucius y Narcissa pueden atestiguar el hecho! Pero fuimos traicionados en el último minuto... —Bellatrix lanzó un brazo hacia un hombre en el que James no había reparado aún. Estaba de pie entre las sombras, con la cara mortalmente pálida y en blanco. Su cabello era largo y blanco.

—¡Díselo, Lucius! —imploró Bellatrix—. ¡Di al Señor Tenebroso que teníamos a Potter en nuestras garras! —Cuando el hombre no respondió, la cara de Bellatrix se contorsionó con una rabia desesperada—. ¡Entonces quizás deberías contarle como fuiste superado por el chico Potter! ¡Cuéntale, Lucius, como fuiste Aturdido momentos después de que se lanzaran sobre nosotros! ¡Cuéntale!

—Severus —dijo Voldemort, ignorando los desvaríos de la mujer, que protestaba sollozante—, esta desafortunada ocasión me ha presionado a considerar una opción que esperaba no fuera necesaria.

James se giró y vio a Snape de pie delante de la puerta cerrada de la sala de estar. Sabía que ni Snape ni Voldemort podían verle; aún así, se sentía muy incómodo allí de pie entre ellos mientras hablaban. Se movió a la esquina opuesta a la figura de Lucius Malfoy. Snape simplemente se quedó de pie y esperó, mirando sin sobresaltarse a la horrible cara de serpiente.

—Os he convocado por la misma razón por la que he despedido a Narcissa, Greyback, y al hijo de Lucius. Nadie más necesita conocer la tarea que os encomiendo. El propio Lucius tendrá su papel en ella si escoge aceptarlo; tengo la esperanza de que esté ansioso por probar su valía tras los recientes acontecimientos. Pero tú, Severus, jugarás un papel muy importante en este acuerdo.

—Lo que desees, mi señor —dijo Snape llanamente.

Voldemort siguió, alejándose de la chimenea.

—Como sabes, Severus, he preparado Horrocruxes, creando una cadena irrompible de inmortalidad durante mi ascendencia...

Mientras Voldemort cruzaba lentamente la habitación, la araña de luces se alzó silenciosamente del suelo, dejándole pasar bajo ella. Trozos rotos de cristal se alzaron con ella, girando y reluciendo en el aire como gotas de agua.

—Confío bastante en que esos Horrocruxes me servirán bien; sin embargo, en el extremadamente improbable caso de que alguno de ellos fuera destruido…

—¡Nunca, mi Señor! —gritó Bellatrix, todavía servilmente agachada en el suelo—. ¡Eso es imposible!

—....he preparado un Horrocrux final —siguió Voldemort, ignorando completamente el estallido de Bellatrix—. Es bastante especial. De hecho, confío en que nunca antes se ha creado algo igual.

Cuando Voldemort alcanzó el centro de la habitación, se detuvo. Mientras la araña de luces rota flotaba sobre él, metió la mano lentamente en su capa y sacó una daga larga y estrecha. Era singularmente fea, hecha de plata y con un mango de incrustaciones de joyas. La hoja estaba manchada de un tono oscuro, como si hubiera sido frotada con hollín.

—Esta daga —siguió Voldemort, girándose lentamente hacia el fuego—, es bastante especial para mí. Ha viajado largo tiempo conmigo y me ha servido en muchas ocasiones. Puede que os interese saber que una vez perteneció a mi padre. La tomé como herencia de su mano muerta. Por tanto es bastante apropiado que esta daga, Severus, sea el último y tal vez más importante de mis Horrocruxes. Te la confío para que la guardes dentro de la protección de Hogwarts hasta que llegue el momento de utilizarla.

—La protegeré con mi vida, mi señor —dijo Snape, inclinando la cabeza—. Me siento honrado de que se me confíe una tarea que sólo prolongará tu larga vida.

—Un momento, Severus —dijo Voldemort, apartando la daga, como reluctante a entregarla—. Este no es ese tipo de Horrocrux. Con esta reliquia, estoy pensando solo en las generaciones futuras. Que no se diga nunca que tu señor no es magnánimo, pues este Horrocrux no debe servirme a mí mismo. Como ya os he dicho, este Horrocrux es especial. La parte de mi alma que contiene ha quedado separada de mí para siempre. No puedo reclamarla. Además, si, en el notable e inimaginable caso de que todos mis Horrocruces excepto este fueran destruidos, esta daga no aseguraría mi supervivencia.

Bellatrix jadeó, pero sus ojos se mostraban enormes y ávidos mientras observaba a Voldemort. Su mirada nunca abandonó la daga mientras ésta se movía y centelleaba en la mano pálida.

—La parte de mi alma encerrada dentro de esta daga es un regalo, amigos míos. Tiene que ser legada. Lucius, mi leal servidor, te he pedido que te quedes porque conozco tu desesperado... y justificable... deseo de probarte ante mí. Será tu deber y tu honor otorgar el regalo de la daga si llegara el día en que fuera necesario.

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